Aunque en 2003 y 2009, en dos excavaciones, se exhumaron más de 3.200 huesos humanos que estaban enterrados en el cementerio Central de Bogotá, para determinar si en ese terreno había restos de víctimas del Bogotazo, las osamentas aún no han podido volver a descansar ni en ese cementerio ni en otro sitio similar.
En el primer caso, desde hace 17 años el antropólogo César Sanabria ha cargado más de 200 de esos huesos, que exhumaron en 2003 en la primera prospección arqueológica para determinar si donde iba a construirse el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR) estaban enterradas las personas fallecidas en los disturbios de abril de 1948, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Y, aunque en ese primer ejercicio en el globo B del cementerio se desenterraron unos 270 huesos, los investigadores concluyeron que no eran de fallecidos del Bogotazo, puesto que ninguno tenía evidencias de heridas como las que, según la historia, causaron la muerte a cientos de personas en esos disturbios: garrotazos, machetazos, disparos, entre otras.
Como no tenían esas marcas, se dijo que se trataba de restos de personas enterradas ahí por otros motivos. Por ejemplo, un artículo de la antropóloga Rocío Salas –quien participó en la excavación–, publicado en un libro de antropología histórica en América Latina, describe que en algunas partes encontraron cuerpos de niños recién nacidos y prematuros, algunos estaban enterrados sin féretro y de forma desordenada, lo que indica que podrían tratarse de inhumaciones clandestinas de niños.
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En esos terrenos también se hallaron cuerpos de adultos y elementos de santería y brujería como fotografías y muñecos de cera negra con alfileres, relata la publicación de Salas.
En todo caso, si bien esa primera etapa de excavación culminó en 2003 y se entregaron las conclusiones al Distrito, los huesos desenterrados, dijo Sanabria, no se los recibió nadie de la Alcaldía Mayor.
Desde ese momento, el antropólogo ha intentado encontrarles a esos huesos un lugar de descanso eterno. Primero los tuvo en una casa en el barrio La Candelaria, donde operaba la Asociación Colombiana de Antropología Forense (Acaf), de la que él era director. Cuando la Acaf se disolvió, los huesos llegaron, junto con Sanabria, a Medicina Legal, en donde el antropólogo trabajó hasta 2018. Pero cuando Sanabria cambió de trabajo, en Medicina Legal le dijeron que los huesos debían irse con él.
“Encartado”, pero consciente de que los huesos merecen un trato digno, los ubicó en una casa que tiene en un municipio de Cundinamarca*. Aunque allí los tiene protegidos del sol y la lluvia, Sanabria explica que una habitación de una casa, dentro de bolsas plásticas, no es el lugar correcto para que pasen la eternidad lo que en algún momento fueron personas.
“Para mí hubiera sido fácil quemarlos o enterrarlos irresponsablemente, nadie lo sabría, pero me parece que los muertos merecen un altísimo respeto, los cuerpos de las personas no pierden sus derechos con la muerte”, dijo el antropólogo, quien ha seguido buscando que alguna entidad reciba los restos que lleva cargando casi dos décadas.
Para mí hubiera sido fácil quemarlos o enterrarlos irresponsablemente, pero me parece que los muertos merecen un altísimo respeto, los cuerpos de las personas no pierden sus derechos con la muerte
En 2009, antes de la construcción del CMPR, era necesario hacer otra excavación para ‘limpiar’ el terreno de todos los restos que había allí, pues el Centro es una edificación semisubterránea.
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Esa excavación fue liderada por la antropóloga Karen Quintero, quien explicó que luego de años de búsqueda se recuperaron unos 3.000 individuos, que estaban enterrados en 960 tumbas en un área de 4.200 metros cuadrados del cementerio. Por la dimensión del proyecto, dijo Quintero, llegó a ser considerada la excavación arqueológica más grande de Latinoamérica en contextos urbanos.
Tal y como lo había concluido años atrás un primer grupo de antropólogos, se determinó que estos 3.000 cuerpos tampoco eran de víctimas del Bogotazo, sino de personas que fueron enterradas en el globo B del cementerio entre 1860 y 1960, aproximadamente.
“Estas personas no eran desaparecidos, sino que tras 100 años de uso intensivo del cementerio perdieron su identificación. En los libros necrológicos del cementerio había registros de nombres, pero no tenían la ubicación exacta en el terreno”, dijo la antropóloga.

Los más de 3.000 restos óseos que fueron desenterrados en las dos excavaciones estaban en el globo B del cementerio central, donde fue construido el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.
Abel Cárdenas /EL TIEMPO
El uso del cementerio fue tan intenso en esos 100 años que en la excavación encontraron fosas en las que estaban sobrepuestas hasta 12 capas de tumbas, y también hallaron fosas comunes con hasta 60 cuerpos. En ese último caso, comentó Quintero, probablemente eran los lugares de exhumaciones administrativas, esto es, cuando se vence el tiempo de arrendamiento de una fosa individual y nadie reclama el cuerpo, por lo que es llevado a una fosa común.
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Quintero también explicó que el globo B del cementerio era el usado para las personas más humildes, por lo que no había muchas lápidas que permitieran identificarlas, sino algunas cruces y ataúdes de madera que con el tiempo se fueron descomponiendo.
Además de liberar el espacio para la construcción del CMPR, la segunda excavación sirvió para una exposición sobre cómo eran las costumbres funerarias de los bogotanos en los siglos XIX y XX.
Estas personas no eran desaparecidos, sino que tras 100 años de uso intensivo del cementerio perdieron su identificación
Pero 3.000 cuerpos son muchos, y la antropóloga recordó que en principio solo se alcanzó a hacer una limpieza de más o menos un 20 % de los individuos. Ese porcentaje de los huesos se llevó a la sede de la junta administradora local (JAL) de Los Mártires, justo detrás del cementerio, para los trabajos de desinfección y clasificación, mientras que el 80 % restante permaneció guardado en bolsas en la sala de exhumaciones del cementerio.
Cuando, entre 2013 y 2014, se entregó terminado el CMPR, este y los huesos pasaron a manos de la Secretaría General de la alcaldía, que determinó que había que limpiar y clasificar los huesos que seguían en la sala de exhumaciones, y para ello se contrató a la Universidad Nacional, que trabajó sobre esos huesos entre 2015 y 2017, y luego entre 2018 y julio de 2019, según indicaron en el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC), una de las entidades encargadas de los restos.
No obstante los reconocimientos que recibió la excavación y los trabajos de investigación que ha permitido –13 trabajos de grado en pregrado y una tesis de maestría–, y aunque en su momento se definió que en la JAL podían garantizarse condiciones adecuadas de protección para los huesos, esto no se estaría cumpliendo.
En una visita a la JAL, que mantiene la colección ósea en los pisos 2,3 y 4, este diario constató que en algunas paredes de las habitaciones donde, en bolsas plásticas dentro de cajas plásticas, están guardados los huesos hay humedades, entra bastante luz del sol e, incluso, a mediados de diciembre pasado hubo una filtración de agua que mojó algunos de ellos, según contaron en el lugar.
Dos meses después, aún se pueden encontrar cajas de plástico encharcadas, con los huesos dentro, y hasta bolsas de plástico a las que traspasó el agua.
Manuel Collazos Barón, edil de Los Mártires, explicó que para ellos no es ninguna molestia alojar esta colección arqueológica, pero creen que los huesos deberían estar en un sitio más adecuado.
Por su parte, el IDPC dijo que esta colección biológica requiere labores de mantenimiento y que en conjunto con la Secretaría General “se está buscando el espacio más idóneo para su permanencia, para garantizar la investigación y divulgación sobre este importante patrimonio”.
Y Vladimir Rodríguez, consejero de Víctimas de Bogotá, entidad de la que depende el CMPR, afirmó que con las entidades competentes están buscando alternativas para proteger los huesos y hacer los procedimientos arqueológicos debidos.
“Los arqueólogos que hicieron la excavación dejaron la identificación de los restos en una etapa preliminar en su momento, este proceso se vio truncado al generar el almacenamiento, en las administraciones anteriores, en las condiciones ya mencionadas. Lo primero que debemos hacer como administración actual es almacenar los restos de forma debida para empezar los procedimientos a los que haya lugar”, concluyó.
Mientras tanto, estos 3.000 huesos, así como los 200 que cuida Sanabria, siguen sin tener un lugar para su descanso eterno.
* Lugar omitido por petición de la fuente

En donde los expertos dijeron que podría estar una fosa común del Bogotazo se construyó en el año 2000 el parque El Renacimiento (foto).
Abel Cárdenas / EL TIEMPO
Aunque en ninguna de las dos excavaciones en el globo B del cementerio Central se hallaron restos óseos del Bogotazo, la hipótesis de los investigadores es que sí puede haber una fosa común con los fallecidos de abril de 1948, pero en el globo C del camposanto, en donde en 2000 se construyó el parque El Renacimiento.
De acuerdo con César Sanabria, quien lideró una de las dos excavaciones, al comparar aerofotografías del Instituto Geográfico Agustín Codaz-zi, tomadas 2 años antes del Bogotazo, en mayo de 1948 y dos años después, se evidenció que para la época del Bogotazo hubo movimientos de tierra que coincidirían con entierros en varios puntos del cementerio; uno de estos se ubica donde hoy está el parque.
Según Sanabria, aunque en su momento se advirtió de la hipótesis a los encargados del parque, la respuesta –narró– fue que ahí no se iba a mover “ni un solo adoquín porque se ha invertido mucho dinero”.
Por esa razón, dijo, allí no se ha hecho ninguna excavación, que sería lo único que podría confirmar, o negar, si allí están los restos de una de las revueltas más grandes de la historia del país.
MARÍA ISABEL ORTIZ FONNEGRA
Redactora de Justicia
En Twitter: @M_I_O_F
justicia@eltiempo.com
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