Desolación y dolor. Eso es lo que afrontan las víctimas de violencia sexual. No importa si ocurrió hoy, hace un mes o 30 años atrás.
El impacto en el cuerpo y la vida de las niñas y mujeres que han tenido que padecer uno de los crímenes más abominables en la historia de la humanidad, es una lápida que se lleva a cuestas silenciosamente y que cuando menos se espera, pesa más que otros días y deja a sus víctimas expuestas, nuevamente desnudas, estigmatizadas y condenadas a responsabilizarse de una culpa que solo debe estar en manos del victimario.
Por eso, revelar la verdad y asumir esa culpa por parte de los responsables es tal vez de las pocas acciones que pueden dar tranquilidad a las víctimas. Es en parte lo que pretende el informe del Centro de Memoria Histórica con su investigación y publicación, pero es una verdad coja producto del cinismo de los responsables y los pocos casos que se logran concretar con nombres, por la falta de denuncia.
El registro solo habla de 15.076 casos en las últimas cinco décadas, en el marco del conflicto armado. Sin embargo, las estadísticas de Medicina Legal dan cuenta de un promedio de 18.000 casos anuales fuera del conflicto armado. Y el informe de ocho organizaciones de mujeres, apoyadas por Oxfam-Intermón, reveló un número de 92.000 víctimas en el periodo 2001-2009, con un subregistro de por lo menos 400.000 casos.
Nunca podremos ponernos de acuerdo en las cifras. En lo que sí coinciden testimonios, informes e investigaciones es que todos los implicados en el conflicto usaron a las mujeres para ensañar en ellas el odio y enviarles mensajes muy claros a sus enemigos, pero también para ratificar su poderío machista y criminal.
Por eso, la verdad sobre esta barbarie tiene que quedar inscrita, casi que tatuada en la memoria del país. Hombres como el paramilitar Hernán Giraldo, el guerrillero ‘Raúl Reyes’ o el teniente del Ejército Raúl Muñoz tienen que recibir todo el desprecio de la sociedad por haber vulnerado la dignidad y la vida de niñas que no tuvieron la oportunidad de defenderse.
Negar, en pleno tiempo de supuesta reconciliación y verdad, que la violencia sexual existió en las filas de los grupos armados ilegales y en las fuerzas amparadas por la constitución es cerrarle la puerta a la no repetición. Es una segunda violación para las víctimas.
JINETH BEDOYA LIMA
Subeditora de EL TIEMPO
jinbed@eltiempo.com
En Twitter: @jbedoyalima
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