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Delitos

Enamorarlas para robarlas: cuando el amor de sus vidas las estafa

Los casos de personas envueltas en un caso de estafa en los que el estafador resulta ser su pareja no se limitan a lo virtual, también se dan en la vida real.

Los casos de personas envueltas en un caso de estafa en los que el estafador resulta ser su pareja no se limitan a lo virtual, también se dan en la vida real.

Foto:123RF

Los casos de estafas dentro de la pareja son más comunes de lo que se cree.

Chico conoce a chica a través de internet, chica se enamora de chico y chico le corresponde con el mismo afecto. O eso cree ella. La historia de amor, en esta ocasión, no tiene un final feliz. La mujer –mujeres, porque el número asciende a por lo menos 17– termina estafada por el galán de nombre Albert Cavallé Ortín, un español de 36 años que seducía a sus víctimas, a las que conocía por medio de aplicaciones de citas como Tinder o Meetic, y luego las robaba.
Su ‘modus operandi’ era siempre el mismo: seleccionaba a mujeres de mediana edad, las enamoraba y, tras entablar una relación con ellas, las convencía para que le prestaran dinero o le dieran acceso a sus tarjetas de crédito. El monto total de sus estafas se eleva a 150.000 euros, algo más de 511 millones de pesos, según la Policía.
Cavallé Ortín solía utilizar identidades falsas, pero de vez en cuando se atrevía a contactar a sus víctimas con su verdadero nombre. Esto último facilitó su captura en Barcelona (España), a finales de marzo de este año. Hoy se le sigue un proceso judicial por varios delitos de estafa.
La pesadilla económica y emocional que han experimentado todas estas mujeres tiene nombre propio: ‘romance scam’, ‘estafa romántica’, un nuevo formato de desfalco a la luz del surgimiento y expansión de las páginas y aplicaciones para encontrar pareja. Está tan extendido que el FBI tiene una entrada especial en su página web titulada ‘Cuidado con los estafadores románticos que buscan más que amor’. De acuerdo con la agencia estadounidense, solo en 2017 estos estafadores recaudaron 210 millones de dólares en Estados Unidos, más de 584.000 millones de pesos, y se recibieron más de 15.000 denuncias por este tipo de fraude.
En Colombia, según la Oficina de Prensa de la Fiscalía, no existen cifras específicas sobre esta modalidad de estafa. Sí sobre delitos con fines fraudulentos en internet, pero no discriminados a este nivel. “Todavía no está tan extendido como en otros países”, explican. Pero casos hay.
Lizeth tenía 53 años cuando conoció por Tinder a Charles Ben, un hombre de la misma edad que decía ser escocés. Trabajaba en la industria del petróleo, era viudo –su mujer había fallecido de cáncer– y tenía un niño de 5 años. La colombiana empezó a intercambiar mensajes con él. Al poco tiempo, Charles le dijo que la amaba y que iba a viajar a Colombia para casarse con ella. Le indicó que por este motivo le mandaría un paquete con dinero para que organizara la boda.
Todo iba bien hasta que Lizeth recibió una llamada de una supuesta empresa de envíos en la que le informaban que el paquete sobrepasaba el dinero en efectivo permitido y debía pagar una multa de 1.500 dólares. Él trató de convencerla de que pagara la multa; la chantajeó y reprendió con dureza en varias ocasiones.
Ella nunca consignó el dinero. Primero porque no lo tenía, y segundo, porque su sobrina, Angie Peñaranda Rey, fue más lista que Ben: “Me pareció raro y me puse a investigar en internet, hasta que encontré una historia igualita y luego otra y otra más. Si hubiera tenido la plata, mi tía la pagaba. Ella estaba muy ilusionada”, dice la joven. El tipo desapareció de las redes y dejó de contestar los mensajes. “Ya tiene una foto nueva en WhatsApp que no coincide con la anterior”, cuenta Angie.
Este diario contactó a Ben para conocer su versión. Tras notificarle el motivo de la llamada y reconocer los hechos, dijo con total cinismo: “Sí, es verdad. ¿Y qué vas a hacer al respecto?”. Luego bloqueó las comunicaciones.

Me pareció raro y me puse a investigar en internet, hasta que encontré una historia igualita y luego otra y otra más. Si hubiera tenido la plata, mi tía la pagaba. Ella estaba muy ilusionada

Hasta que la plata los separe

Los casos de personas envueltas en un caso de estafa en los que el estafador resulta ser su pareja no se limitan a lo virtual, también se dan en la vida real.
María Clara, nombre ficticio a petición de la víctima, empezó a salir con su novio en 2011. Ella tenía 37 años y él 42. Conocía a su hermana desde el colegio, y los hijos de ambas estudiaban en la misma institución, por lo que nunca sospechó de él: procedía de una familia bien de Bogotá, con buena posición social.
Durante el año que duró la relación, le pedía a María Clara pequeñas cantidades de dinero para “comprar zapatos o ropa”, con la promesa de devolvérselos. “Mi empresa me daba unos bonos, y él se encargaba de canjearlos, pero nunca me daba la plata exacta”, dice.

Mi empresa me daba unos bonos, y él se encargaba de canjearlos, pero nunca me daba la plata exacto

Poco a poco, el hombre se fue metiendo más y más en su vida, y finalmente se fue a vivir con ella, un paso lógico en una relación que se consolida. Fue entonces cuando le pidió una suma considerable para conseguir un trabajo, pues para entrar a esa empresa –dijo– le pedían un aporte a la sociedad.
Todo cambió cuando la diseñadora de moda, bilingüe y con varias maestrías perdió su trabajo. Ese fue el detonante que reveló el verdadero rostro de su novio: “Yo ganaba muy bien, pero sin empleo ya no era interesante para él, así que desapareció”.
Este falso amor le costó a María Clara unos 10 millones de pesos. “Su estrategia de vida es vivir de los demás. Es un depredador de mujeres, hábil y sigiloso. Y esto le puede pasar a cualquiera, porque mujeres aprovechadas también hay a montones. Tampoco tiene relación con ser educada o no. Yo lo soy y mira...”, reflexiona.

Su estrategia de vida es vivir de los demás. Es un depredador de mujeres, hábil y sigiloso. Y esto le puede pasar a cualquiera, porque mujeres aprovechadas también hay a montones

A Adriana, ingeniera industrial especialista en mercadeo, le pasó algo similar. Durante seis años ella no solo soportó económicamente a su pareja, sino que esta le sacó dinero por distintos medios, como la compra de una moto –que ella pagó– y de otros bienes, en los que incluso, la ilusionada mujer puso a familiares como garantes. Todo se vino al piso el día que él le dijo que tenía un cáncer de estómago terminal y que no le parecía justo hacerla pasar por eso, razón por la cual se alejaría. Adriana se quedó sola y con no pocas deudas. Incluso, uno de sus hermanos estuvo a punto de ser embargado.
Poco después supo la verdad: su amor se fue para Estados Unidos, con otra mujer, y todo fue un engaño. Ella calcula que perdió entre 20 y 25 millones de pesos, pero lo más duro fue el dolor que esto le causó. Tanto, que tuvo que ir a terapias por meses: “Me di muy duro, me costó mucho perdonarme a mi misma”.
Todas las víctimas de estos estafadores piensan en algún momento en denunciarlos. María Clara llegó a reunirse con varios abogados, pero todos le respondieron lo mismo: no existe jurisdicción para su caso porque todo fue consentido. Varios letrados le confirmaron a este diario que, a menos que se pueda demostrar ante la justicia un comportamiento delictivo sistemático del estafador, “es muy complicado demostrar la estafa porque la entrega del dinero es voluntaria”.

La cuestión del género

Si bien la mayoría de casos que transcienden de estafas en la pareja, y también de ‘romance scam’, afectan principalmente a mujeres, Edith Aristizábal, doctora en psicología y docente del Departamento de Psicología de la Universidad del Norte, sostiene que no es un delito que las afecte exclusivamente a ellas. Lo que pasa, explica, es que existe un condicionante de género, pero vinculado al acto de denunciar: la mujer es más proclive a denunciar públicamente estos casos porque hay una tendencia a asociar vulnerabilidad con la forma de ser femenina. En cambio, por estos mismos estereotipos de género, es menos probable que un hombre reconozca que se dejó estafar por amor.
El común denominador que identifica Aristizábal en todos ellos, ya sean de hombre o mujer, es su actitud ante este tipo de delito: la mayoría de víctimas fueron incapaces de prever que algo así les podía ocurrir. “No hay que creerse intocables, porque le puede suceder a cualquiera. Hay delincuentes que invierten mucho tiempo y recursos en vulnerar a alguien”, indica.

Esa necesidad de encontrar pareja, esa búsqueda de intimidad con el otro, hace que subestimemos las posibilidades de un engaño y potenciemos las posibilidades de que todo salga bien

Es lo que en el ámbito de la psicología se conoce como “sesgo de invulnerabilidad”, explica José Ignacio Ruiz, profesor asociado del Departamento de Psicología de la Universidad Nacional. Se trata de una estrategia de la mente que permite a las personas distanciarse de los peligros vinculados a ciertas situaciones. “Esa necesidad de encontrar pareja, esa búsqueda de intimidad con el otro, hace que subestimemos las posibilidades de un engaño y potenciemos las posibilidades de que todo salga bien”.
Para el doctor en psicología, en la conducta hay varios factores que perfilan a estas víctimas: la necesidad de sentirse querido, la falta de autoestima o la tendencia a simplificar la realidad.
En el caso de las mujeres, añade Ruiz, influyen también las expectativas de pareja que se aprenden por género –“el príncipe azul, el hombre ideal”–, que las llevan a buscar esa historia de amor idílica al precio que sea. En cuanto a los hombres, pesa mucho el tema sexual, dice el experto: “Los hombres adultos de más de 50 años son más propensos a creerse la historia de que una modelo de 25 años que dice buscar hombres maduros e interesantes quiera tener una relación con ellos, sin medir las implicaciones”.
JULIA ALEGRE BARRIENTOS
EL TIEMPO
En Twitter: @JuliaAlegre1
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