En un espacio de medio metro tienen que dormir los internos en la cárcel de Riohacha, en La Guajira, la más hacinada del país. Literalmente, los presos deben partir las colchonetas por la mitad -a lo largo- y buscar un ‘huequito’ en el que puedan acomodarse.
El calor es sofocante y las condiciones en las que duermen los internos son casi inhumanas. Ni siquiera el piso es suficiente para que los presos se alojen, por lo que se han tenido que habilitar unas hamacas que cuelgan de lado a lado de los barrotes del patio dos que; aunque es el más grande de todos, también es en el que más sobrepoblación hay.
La hora de la dormir es la más difícil para los internos de este centro carcelario en el norte de Colombia. Sobre las cuatro y media de la tarde se cierran las rejas de los pasillos de la pequeña cárcel que actualmente alberga a casi 500 presos, 376 por ciento por encima de su capacidad. La estructura fue construida en 1979 y no se le han hecho modificaciones estructurales.
No queda espacio ni para pasar entre los cientos de cuerpos agrupados en el suelo. “Allá duerme uno pegadito al otro”, referenció Alexandra García, directora de la regional Norte del Inpec que explica que les ha tocado trasladar internos entre las mismas cárceles pero que en la región los índices de hacinamiento son de entre 200 y 300 por ciento.
Riohacha ha llegado a tener un nivel se sobrepoblación carcelaria de casi un 500 por ciento.
Las celdas son comunales y, aunque cada una puede tener unos dos planchones -que son una especie de cama construida en concreto-, en cada celda pueden dormir 10 o 12 personas. Entre cama y cama solo hay un metro de distancia.
En el día, esas celdas sirven como casillero de los internos que tengan un candado disponible y de quienes sean sus amigos. En las noches siempre están abiertas pues por el mismo hacinamiento no pueden cerrase.
Según informes de la Defensoría del Pueblo, en algunos sitios del centro carcelario ni siquiera se constituyen celdas, sino que se han diseñado, artesanalmente y por los mismos internos, una especie de cuartos improvisados con tablas.

El hacinamiento en la cárcel de Riohacha es de 376 por ciento.
Defensoría del Pueblo
Al llegar a la cárcel, a los internos se les asigna el patio y una colchoneta para que busquen dónde puedan acomodarse. Allí reina la antigüedad.
“Es por orden de llegada, ellos pelean el espacio y no lo van a ceder. Es lógico que quien está en una cama no va a ceder para alguien que llegue nuevo”, relató una de las personas que permanece en el lugar.
Inclusive a uno de los patios se le ha añadido la pequeña parroquia dentro de la cárcel en donde decenas de privados de la libertad pasan las noches. En la cárcel, cada preso es responsable de su colchoneta o deberá dormir en el piso.
La situación se complica en esa parte del patio pues allí no hay baños y los internos tienen dos opciones: o aguantar toda la noche las ganas de ir al baño o hacer en un balde que rota en la pequeña iglesia.
Paradójicamente, ese patio dos, al que le han tenido que agregar la iglesia y el que más internos tiene, es al que los internos no tienen acceso al baño desde las 5 p.m., cuando se terminan de cerrar las puertas de los pasillos, hasta las 5:00 a.m., cuando se abren de nuevo.
En el día hay un poco más de espacio, pues los internos pueden instalarse en algunos de los rincones del patio. Los 320 que están en actividades de redención de pena deben buscar un espacio para poder realizar esas actividades.
“No hay unos espacios suficientes para tener talleres grandes que es el deber ser, pero como el espacio no lo permite hay unos que trabajan como rancheros, o haciendo aseo. Se les busca el espacio. Los que hacen artesanías están dentro de los patios”, dijo la directora regional.
Los que cocinan deben levantarse sobre las 3:30 de la mañana, y en un pequeño espacio de menos de 40 metros cuadrados se deben preparar alimentos para casi mil personas: los 476 que están en el centro penitenciario y todos los que se encuentran en las estaciones de policía de la zona. En esas estaciones el hacinamiento también está presente.
“Yo sí quiero hacer hincapié en que la mayoría de los que están en el establecimiento de Riohacha son sindicados y es responsabilidad de los entes territoriales. Si fuera por los condenados no tendríamos hacinamiento, porque solo tenemos 77", afirmó la directora de la regional Norte del Inpec.
Sin embargo, como ya no hay espacio en las estaciones de policía, en donde solo puedan estar sindicados, estos terminan siendo llevados a la cárcel de Riohacha a la que ya no le cabe ni un interno más.
En febrero de 2017, la Defensoría del Pueblo acudió incluso a la Corte Constitucional que se tomaran decisiones de fondo para garantizar los derechos fundamentales de los internos.
El hacinamiento también ha desencadenado, según la Defensoría, enfermedades, brotes y problemas de salubridad. La comida es llevada en canecas gigantes a los patios para ser repartida por los 12 rancheros que hacen parte de las cocinas.
Una rutina diaria que no les toma más de un minuto es el momento del baño. El régimen es estricto y cada recluso sabe que no puede demorarse, pues tiene casi que encima a su compañero. El tiempo para el baño solo está establecido entre las cinco y las seis de la mañana.
Luego cada quien toma un recipiente que se les da al momento del ingreso y que llevan diario consigo, en el que tiene compartimientos para suministrar los alimentos.
Los rancheros tardan una hora en promedio en repartir la comida, luego cada quien se ubica donde pueda para comer. En el comedor prácticamente solo caben los 25 o 30 que están en el patio uno, al resto les toca buscar algún espacio.
“Ya tenemos el lote en Laguneta, cerca del aeropuerto. Vamos a construir un establecimiento penitenciario que va a tener un espacio de 1.300 privados de la libertad hombres y 200 mujeres”, dijo la directora regional Alexandra García. Hoy las mujeres deben ser trasladadas a otros sitios, pues ni los hombres caben.
Según García ya hay estudios de suelos y diseños se estaría empezando la construcción en enero de 2020, lo que tardaría entre 3 y 4 años. “Mientras tanto toca todos apretados, porque qué más hacemos”, concluyó la directora.
JUSTICIA
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