Nicolás Segura es uno de los colombianos que hoy luchan hombro a hombro con centenares de voluntarios venidos de todo el mundo, por ganarle la partida a la tragedia que de nuevo se ensaña con Haití, el país más pobre del hemisferio.
Segura, funcionario de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, viajó con la tripulación de la Armada que, a bordo del ARC 7 de Agosto, zarpó hacia la isla el pasado 8 de octubre.
Haití aún no se recuperaba del devastador terremoto del 2010, que dejó más de 300.000 muertos y más de 1,5 millones de personas sin hogar, cuando tocó tierra el huracán Matthew y arrasó barriadas enteras.
El ciclón, que tocó territorio haitiano el 2 de octubre (azotó con fuertes lluvias la parte oriental de la isla, que corresponde a República Dominicana), alcanzó la categoría 4 en una escala de cinco, con vientos de 230 kilómetros, y cobró la vida de 546 personas. Hubo 438 heridos y 128 más desaparecidos. No obstante, debido a las condiciones de salubridad la cifra de muertos podría aumentar, y los damnificados se cuentan por decenas de miles.
Tras casi tres días de navegación desde Cartagena, el 7 de Agosto llegó con 20 toneladas de ayudas humanitarias, además, de mil kits de aseo.
“El 10 de octubre llegamos a Puerto Príncipe y allí nos recibió el presidente de Haití junto con el canciller. En Grand Boucan hicimos la primera entrega y después nos dirigimos a otra localidad que se llama Baradères donde no habían llegado ayudas”, le dijo Segura a EL TIEMPO desde Haití. La comunicación es crítica y solo se logra a horas específicas, pues Matthew se llevó antenas y líneas telefónicas. (En imágenes: La Misión Humanitaria enviada por Colombia tras el desastroso paso de Matthew)
Los 96 tripulantes del 7 de Agosto inician las entregas de ayudas y las brigadas de salud a primera hora del día y suspenden las labores cuando oscurece, debido a que no hay electricidad. De acuerdo con Segura, Colombia fue el primer país en llevar ayudas a regiones remotas como Fond Tortuge, Anse-d’Hainault, Les Irois, y Grand Boucan, a las que solo se puede llegar en helicóptero o en lancha. El buque cuenta con estos elementos.
“El panorama es bastante desalentador. En cada lugar al que hemos llegado se nota el paso del huracán, los árboles caídos, las casas sin techo”, cuenta. Detrás de esta imagen, las viviendas destechadas, crece otra amenaza.
La pobreza extrema se nota en los techos de zinc de la mayoría de hogares haitianos. “La gente nos contaba que en el momento en que pasó el huracán las tejas comenzaron a volar y muchos, por el desespero de no perder sus techos, intentaba sujetarlas. Eso dejó a muchos con heridas en las manos y ya hay casos en los que es inevitable la amputación. También hay problemas por hongos, enfermedades respiratorias serias, brotes de cólera en algunos sectores, y desnutrición”, dice.
Para Nicolás, y los demás miembros del buque, llegar a esta zona de desgracia los “estrelló” contra una realidad que no imaginaron. “Uno nunca está preparado para este tipo de cosas. Uno viene mentalizado en que va a ver cosas fuertes, pero llegar a la realidad y mirar el hambre, la destrucción, gente enferma, para eso no hay una preparación completa, es más bien una terapia de choque –asegura–. Le toca a uno llegar y por más duro que sea no se le puede transmitir eso a la gente. Cuando uno llega lo primero que le advierten es que hay que evitar el contacto. ¿Pero cómo haces cuando llega un niño de cuatro años y te coge la mano? Es inevitable no dársela”.
La situación de hambre es dramática. “Es muy duro llegar y encontrarse con que la gente no ha comido en días, ver que los niños están gorditos, pero por los gusanos que tienen en la barriga, es muy triste”, agrega. Menciona el caso de unos gemelos de nueve meses que rescataron en el helicóptero de la Armada y por cuya suerte temió durante todo el vuelo: “Pensé que se nos iban a morir ahí, estaban completamente desnutridos”.
A pesar de que siguen las lluvias, no hay donde refugiarse. En el mejor de los casos la gente duerme en los pocos colegios o iglesias que siguen en pie. Algunos arman cambuches con las carpas y colchonetas donadas; muchos otros pasan la noche a la intemperie.
“La mayor enseñanza es que tenemos que apreciar lo que tenemos. La gente no tiene donde dormir y uno ve que no ha comido en días, y la primera señal que le hacen a uno es mostrarle la barriga”.
Sin duda, Nicolás y los demás socorristas, médicos, guardacostas y voluntarios que a esta hora siguen trabajando en Haití, no serán los mismos a su regreso a Colombia.
“Cada vez que alguien se baja del buque y se enfrenta a esa realidad realmente vuelve muy conmovido y cambiado. Ayer escuché el comentario de alguien del equipo de guardacostas que decía que prefería mil veces estar persiguiendo narcotraficantes en alta mar que llegar a tierra firme y ver tanta gente sufriendo”.
KAREN BOHÓRQUEZ CONTRERAS
Redacción Justicia
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