“A mí me dicen ‘Barbas’ y los más ‘parceros’ me llaman ‘Joaco’. Soy uno de los que más camina en Bogotá, de norte a sur y de lado a lado. Puedo hablarles de las ‘ollas’ del Centro y hasta de los barrios más apartados”. Este habitante de la calle, armó su improvisado cambuche en el oriente de Bogotá. Asegura que tiene 45 años, pero su apariencia descuidada y una barba espesa lo hace ver mayor. Contó que es un licenciado, profesor de matemáticas, quien sin darse cuenta fue arrastrado por la corriente” hasta tocar fondo.
Relata que conoció el comienzo de las ‘ollas’ de la zona más peligrosa de Engativá, al noroccidente de Bogotá. “El haber salido vivo de esa zona lo deja a uno con el cuero más duro”, dice.
Según ‘Barbas’ unas de las ollas más famosas están ubicadas en el barrio Unir Dos, muy cerca del humedal Jaboque, en límites con el barrio Villas de Granada.
“Allí cambiábamos lo que lleváramos por las ‘vichas’, desde unos zapatos sanos, un pantalón, unas herramientas, hasta el lujo de un carro. Cualquier cosa que se pudiera vender servía para la ‘soplada’. Por unos ‘pisos’ completos –así le llama a las zapatillas– me daban en Unir II 5.000 pesos”.
Asegura que nunca ha sido atracador, pero que si encuentra un carro mal parqueado le quita lo que sea posible, que aprendió “a sobrevivir en la dura selva de cemento, en donde no hay terreno para las fieras, solo sobreviven las ‘liebres’ ”.
Para ‘Barbas’ después de la demolida ‘calle del Bronx’, una de las zonas de temer era la de Unir II, en donde pasó buena parte de su historia de consumidor.
“Las duras allí son ‘doña Doris’ y ‘doña Alcira’, y ‘los Paisas’. Las dos viejas venden papeletas y los manes son famosos por vender capsulas. Lo último que supe es que una de ellas estaba presa, que la tenían empapelada por mandar a matar a su marido. Dicen que lo mandó del otro lado porque le daba muy mala vida. Él la ‘cascaba’, le pegaba hasta con la cacha del revólver”, contó como si empezaba a pasar las páginas de un libro.
A ‘Alcira’, una de las ‘jíbaras’ de aquella zona la describe como una mujer robusta, con más de 100 kilos de peso.
Cuenta que ese sector se formó como una invasión, que con la aparición del vicio también brotaron los muertos que en una decisión cruel fueron enterrados en las partes secas del humedal. “Los dueños de las ‘ollas’, nos pagaban con vichas y pepas para que caváramos los huecos para enterrar los muertos. Hay una parte del humedal en la que uno puede entrar caminando, fue allí en donde se hicieron los entierros, eso ocurrió hace pocos años. Por esa gente nadie preguntó”.
Según Barbas en esas ‘ollas’ se mueve, al igual que en el Bronx, mucho dinero del microtráfico y de la extorsión, “porque hasta los bicitaxistas son ‘boleteados’. Cuando no pagan la cuota no los dejan trabajar o les robaban el triciclo. Algunos bicitaxista de Engativá son amenazados por los jíbaros, los obligan a llevar la droga a domicilio y los que se niegan son desterrados”.
Los que sirven de domiciliarios ya son conocidos por los toxicómanos que le saben el número del teléfono móvil a donde les llamaban para hacerles pedidos.
“Muchos conocen al ‘Costeño’, un bicitaxista que trabaja para ‘Doris’ y a él uno le llama: ‘¿en dónde está? Breve ya le caigo’”.
Uno de los servicios que brinda las ‘ollas’ del Unir II es la de permitir el consumo en los mismos expendios.
“Esas dos viejas, las dueñas de las ‘ollas’, dan fuego en sus casas (que la venden y la dejan fumar dentro del inmueble). Uno como vicioso sabe en dónde es que están dando fuego: en la esquina, en el parque, en donde está el parche ‘soplando’ y se pegan todos. Uno como habitante de calle se conoce con todos, uno se pasa la voz del sitio en donde están dando fuego y todos se van para allá”.
Explica ‘Barbas’ que entre los habitantes de la calle se va creando una familiaridad, se encuentran en las ‘ollas’ y en los sitios en donde en las noches armas sus cambuches para dormir.
“Así sea de otro barrio conoce a los consumidores, por sus gestos, en la actitud y con solo preguntar va a lo que va: ‘¿Ñero en dónde están dando fuego? Pero para meterse al sitio en donde están dando fuego hay que entrar acompañado de alguien que lo conozca a uno, porque si su cara es desconocida le pueden estar dando bala o cuchillo”, apunta. Para poder moverse en la zona de las ‘ollas’ se necesita tener una recomendación.
“Sí el que va con uno dice, este es de confianza pueden darle fuego, es breve que le venden. Después de que no se la embarre en la zona puede entrar y salir cuando quiera y con confianza”.
“Años atrás el barrio Unir II era pesado, caliente. Ha cambiado mucho porque lo que eran lotes ya está bien urbanizado y en la medida en que fue creciendo ya entró la Policía y todo cambió. En la época dura ver matar a la gente era pan de cada día. Cualquiera se moría porque no le caía bien a otro, o porque era de otro barrio y nadie lo conocía.
En su relato ‘Barbas’ le imprime una pizca de buen humor para describir a la jíbara más famosa de Engativá.
“A ‘Doris’ muchos le llamamos la 115, porque de espaldas aparenta tener 15 años y de frente unos 100, pero eso sí tiene unas hijas muy bonitas, pero miedo como su mamá. Al marido de esta señora le dicen ‘Cacanegra’, porque es un tipo muy malo”.
“Las ‘ollas’ nunca se acaban, solo cambian de dueño y de zona, pero se sigue vendiendo la droga.
Para ‘Barbas’ otras de las ‘ollas’ de gran cuidado son las de Kennedy. Unas de las más temibles están ubicadas en el sector de las torres o barrio Nueva York, en la parte superior de la Avenida Boyacá. En este sector sus residentes se acostumbraron a convivir en medio de una gran cantidad de habitantes de la calle.
En la zona contigua a la central mayorista, Corabastos, aún se mantiene otra de las ‘ollas’ de gran peligro en Bogotá las del barrio El Amparo. Asegura ‘Barbas’ que en El Amparo los jíbaros, al igual que en el viejo Bronx, también se hacen llamar ‘ganchos’: ‘gancho rosado’, ‘gancho verde’, ‘gancho gris’, ‘gancho amarillo’.
Cuenta que en El Amparo la dura es ‘la Gorda’, quien es la dueña de una chatarrería, en donde los viciosos cambian cartón, papel y demás material reciclable por papeletas. “Por cada kilo de cartón dan dos papeletas de bazuco”, puntualizó.
‘Conocí el mejor cristalizadero’En el sur de Bogotá, en el sector de Venecia, pegado a la autopista sur con Avenida 68, ‘el Zarco’, un habitante de calle, quien se dedica a ayudar a las personas a cargar paquetes, con los que –asegura– alcanza a reunir diariamente hasta 10.000 pesos en solo monedas, aseveró que un habitante de la calle no permanece mucho tiempo en su solo sitio, que siempre está cambiando.
Contó que en sus largas travesías caminando conoció lo que para él ha sido el mejor producto que ha fumado.
“La mejor droga que yo he consumido me la vendieron en una olla que está ubicada en una zona que está entre Dorada (Caldas) y Doradal (Antioquia). Era puro ‘patraciado’ –así le llaman en las calles a la cocaína con mayor pureza–. Cuál es la diferencia con las que venden en las ‘ollas’ de Bogotá, pues que no las rebajan con harina, con silocaína y con otras sustancias. Para llegar a esa ‘ollas’ uno se demora hasta 40 minutos caminando desde la central.
La primera vez que fue a ese lugar llegué preguntándole a la gente que en donde conseguía ‘trabas’ o donde consigo ‘bazucas’.
Las primeras señas que me dieron era que tenía que caminar hasta después del puente hay una entrada, por ahí se sigue y por un camino destapado hasta lo alto de una loma y allí tenían un cristalizadero.
“Lo que más recuerdo de esa droga era que soplaba un ‘pimpazo’ y de inmediato los oídos le zumbaban, produce un pánico horrible. Después la pensaba uno para pegarse otro ‘pipazo’, porque sentía que lo estaban persiguiendo y hasta siente la muerte encima.
“Muchos decían que los dueños de ese cristalizadero eran los ‘paracos’ que se ven por la zona.
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