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Conflicto y Narcotráfico

El toro, la muerte, la resiliencia y el arte de una emprendedora

Foto:Cortesía Plexxo

Las prendas de esta diseñadora, a quien el narcotráfico le arrebató a su padre, han llegado a Japón.

Francisco Celis
Juliana García Villa comenzó contando que, junto al féretro de su papá, le decía: “Despierte. Vámonos. Y él, obviamente, no respondía”. Ahí encendí la grabadora.
Dijo que por entonces ella tenía dos años y su papá, 50. Óscar García Calderón,  reconocido periodista taurino de El Espectador, que la idolatraba, cayó asesinado el 22 de febrero de 1998. Su muerte quedó impune.
Se sabe que hacía una investigación sobre los dineros de la mafia en el mundo del toro. Un día, a la salida del diario, fue ‘silenciado’. Así se decía entonces.
Juliana tiene 26 años. Recuerda que Yuliet Villa, su madre, solo le dijo: “Su papá está en el cielo”.
“Osquitar era un tipo que hablaba duro –rememora– en todo sentido. Y no se callaba nada. En ese momento se dijo que por eso lo mataron”, relata Marleny Fandiño, una periodista reconocida en el mundo del espectáculo y la cultura. Es amiga de Yuliet, la madre de Juliana, pues trabajaron juntas en RTI. Marleny fue jefe de prensa; Yuliet era productora y realizadora en esa famosa empresa de televisión.
Juliana es hija única. Fue creciendo al lado de su abuelo Néstor, el papá de Juliet, en el rol de papá. El abuelo murió este año, hace pocos meses. Los ojos de Juliana se transforman cuando habla de él. Se seca el llanto como lo hacen las mujeres, empujando la lágrima de vuelta hacia dentro del ojo, para que el maquillaje no se haga un desastre.
Como la economía del hogar cambió drásticamente, Yuliet se volcó al trabajo. “Mi mamá cuenta que cuando mi papá llevaba dos días de muerto, ella, que era editora y productora ejecutiva de RTI, llegaba al trabajo conmigo en un cochecito y se ponía a editar. Los jefes le decían: ‘Yuliet, váyase, usted necesita hacer el luto’. Nunca lo hizo. La manera de procesar el duelo fue trabajando”.
Como Yuliet, Juliana es inteligente, creativa y una emprendedora exitosa.
“Mi mamá ya no quería saber nada de estar en Colombia, entonces empezó a trabajar en Ecuador y montó una empresa. Cada vez que viene a Colombia se pone triste, porque perdió a su familia. De la noche a la mañana nos cambió la vida”.
Cuando Juliana tenía 11 años, la mamá pidió que la enviaran a Ecuador. “El abuelo me mandó encomendada con la azafata, en esa época en que lo mandaban a uno con un cartelito colgado del cuello, y un sobre con los papeles. En el avión empecé a ver los papeles: había el permiso de mi mamá firmado, y una cosa que decía ‘acta de defunción, Óscar García Calderón’.
Y dije: ah, es mi papá. Luego leí: ‘muerte violenta’, ‘impacto de bala’, ‘fue encontrado con todo...’. Ahí cambió mi vida. Imagínate enterarse de eso a los 11 años. Cuando llegamos, me bajé del avión y le dije: ‘Mamá, cómo se murió mi papá’. Y dijo: ‘Otra vez. No, mi vida, está en el cielo’ ”.

Así me enteré de que había sido asesinado en el ejercicio de su profesión. Y dije: hay dos opciones, o mi papá es un héroe o estaba muy loco

Se convenció de que nadie le daría razón de qué le había pasado a su padre, entonces lo averiguó por sí misma. “Fueron mis primeras prácticas periodísticas. Me metí a las hemerotecas de El Espectador y EL TIEMPO por internet. Hay una página donde aparecen los periodistas que han sido mártires de la violencia en todo el mundo.
En esa época, yo no sabía inglés. Pero leí el nombre de mi papá, copié la información y la traduje. Así me enteré de que había sido asesinado en el ejercicio de su profesión. Y dije: hay dos opciones, o mi papá es un héroe o estaba muy loco, ¿por qué si tenía una familia y una hija pequeña, dejó todo e hizo eso?”.
Cumplió 12, 13, 14 con esa duda en la cabeza. “En la adolescencia tuve un proceso de ira contra él, pero fui creciendo y dije: necesito saber por qué. Entonces decidí estudiar periodismo en Navarra. A él le encantaba Navarra. Cuando cumplí 17 le dije a mi mamá: ‘Quiero irme a España, y estudiar periodismo en la Universidad de Navarra’. ‘Haz lo que tú quieres’, me dijo. Y me fui”.
Y estudió periodismo. La gente que conoció a su papá, como Marleny Fandiño, dicen que ella le heredó el carácter obstinado a su padre. “Me di cuenta de que yo era una persona muy fuerte –dice Juliana– y que no me dejaba tumbar por ninguna posición ni ninguna idea de alguien más que no fuera lo que yo creyera”.
La universidad le aclaró todo. Los maestros, los periodistas invitados, los grandes reporteros de guerra que conoció le abrieron un mundo.
Había crecido con solo la verdad de su familia, pero tuvo que descubrir por ella misma que poseía el carácter, el rigor y el amor por la profesión que llevó a Óscar García a entregar su vida.

Supe que no murió por bobo, en realidad él tenía capa y podía volar. Se convirtió de la persona que dejó su familia en la persona que salva sus ideas

“Supe que no murió por bobo, sino porque en realidad él tenía capa y podía volar. Era un superhéroe. Para mí se convirtió de la persona que dejó su familia en la persona que salva sus ideas. Y yo era así ya. Toda mi vida he defendido lo que creo a capa y espada. Cuando descubrí que no murió por malo, sino porque amaba su profesión, descansé”.
Porque el periodismo no es solo un oficio o una profesión. Es un temperamento.
Es un estilo de vida.
Es una forma de ser de la persona.
Marleny: sí, es una pasión. Un motor.
Juliana: …sí, un motor.
Por eso la persona no puede dejar de hacerlo...
Marleny: me acuerdo que le dijeron varias veces ‘Osquitar, no diga eso tan duro que algo le puede pasar’. Y él decía: ‘A mí nadie me puede callar, yo voy a decir siempre lo que pienso’.
Juliana: mi mamá lo describe como un hombre a quien el que lo quería lo amaba; y el que no, lo odiaba. Era radical.
***
Yuliet sigue en Ecuador. Tiene la más exitosa empresa de televentas del país. “Es una mujer de negocios. Ecuador fue nuestro escape a todo lo que nos había pasado. Llegué a Ecuador cuando tenía 11 años y para mí fue muy duro porque no conocía a nadie. Yo estaba sola. ¡Ay, voy a llorar! (se retira las lágrimas y continúa) Y mi mamá igual. Solo nos teníamos ella y yo. Nadie más”.
***
Así pasa una página trágica en su la vida. Una página como la de tantísimos colombianos víctimas y sobrevivientes de esta era de pugnacidad y violencia. Lo que sigue comienza con un cambio radical en su vida: es una mujer que construye un mundo nuevo sobre cenizas. Próximamente espera abrir mercado para sus chaquetas pintadas en Japón.
¿Cómo comenzó a pintar?
Tengo el recuerdo de que yo siempre hice garabatos. Cuando mi papá me llevaba a El Espectador me ponía a dibujar. Y él me decía: ‘Qué lindo’. Los dos tuvimos la conexión artística. 
Yo siempre he pintado, pero lo dejé. Y hace unos meses murió mi abuelo, que fue la imagen masculina de toda mi vida. Yo nunca viví el luto de mi papá, nunca lo asimilé, pero cuando se murió mi abuelo (se quebranta) dije: ‘Se murió mi papá’. Entonces viví dos muertes en una. Yo no sabía cómo expresarlo y la única manera fue pintando.
Además, mi abuelo tuvo por muchos años una sastrería de renombre, Casa York, aquí en Bogotá. Les diseñaba trajes a los congresistas y los políticos famosos.
Pero, ¿cuándo se le ocurrió que podía pintar cuadros en chaquetas de jean?
Un día se me acabó el lienzo y me levanté y dije ‘¿y ahora?’. ¡Estaba ansiosa por pintar! Abrí el clóset y vi una chaqueta de jean que tenía hacía tiempo. La colgué. Tomé el acrílico y pinté. Mi primera chaqueta es un toro. Se llama Toro en primavera. Y me quedó tan bonita que me la puse esa noche, en Barcelona.
Me fui a cenar a un restaurante y, allí, una señora muy mayor, arregladísima, con el pelo pintado, se me acerca y me dice: ‘Ay, tan linda esa chaqueta’. Y yo: ‘Muchas gracias’. ‘¿Y dónde la compraste?’. ‘No, la hice yo’. Y me dijo: ‘Yo quiero una, toma mi WhatsApp’. Yo quedé verde. Compré una chaqueta de la talla de ella, la pinté y se la llevé. Se la dejé con el portero. A las dos semanas me llama: ‘Que mi nieta, de 11 años, quiere una chaqueta. ¡La misma, talla 4, de niña’. 
¿Eso fue cuándo?
Hace seis meses. Después de que murió mi abuelo. Ya tengo 15 colecciones, y una parte está expuesta en la galería 26 de Wynwood, el distrito de arte y diseño de Miami. Y están colgadas como cuadros, sobre caballetes.
Pensé que las exhibían sobre maniquíes...
No, porque no me considero diseñadora, me veo a mí misma como pintora. Cuando llegué a Wynwood y la señora me dijo expongámoslas en un marco, me pareció bien. En un maniquí se pierde, yo no quiero vender al por mayor. No quiero que toda la gente tenga una chaqueta, ni masificar la creación. Digamos que mi arte es de mis sentimientos.
¿Cómo será la exposición que planea hacer en homenaje a la memoria de su padre?
Se llama ‘Taurina’. Voy a pintar entre ocho y diez chaquetas, con los recuerdos que tengo sobre el tema. Son chaquetas que no voy a repetir y que no las voy a vender.
FRANCISCO CELIS ALBÁN
Editor de EL TIEMPO
Francisco Celis
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