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Conflicto y Narcotráfico

Carvajal, el policía al que el Presidente abrazó en el desfile

El patrullero José Fernando Carvajal Rueda, un santandereano de 23 años que hace ocho meses perdió ambas piernas al ser víctima de una mina antipersonal.

El patrullero José Fernando Carvajal Rueda, un santandereano de 23 años que hace ocho meses perdió ambas piernas al ser víctima de una mina antipersonal.

Foto:Héctor Fabio Zamora/EL TIEMPO

El patrullero José Fernando Carvajal perdió sus piernas por una mina sembrada por el Eln.

“Uno tiene que ayudarse. Porque es uno quien decide qué inspira en las personas. De usted depende que lo vean como el pobre muchacho que no tiene piernas, o que digan ‘mire cómo sonríe ese muchacho aunque no tenga piernas’. Yo nunca he querido que me vean con lástima”.
Con esas palabras se define José Fernando Carvajal Rueda, un santandereano de 23 años que hace ocho meses perdió ambas piernas al ser víctima de una mina antipersonal. 
Su historia se convirtió en un ejemplo de superación tan importante para otros uniformados y para el país que ayer, en pleno desfile de la independencia, el presidente Iván Duque rompió el protocolo y se bajó de su tarima para darle un abrazo. Ese abrazo, largo y fuerte, despertó aplausos y lágrimas entre quienes presenciaron la escena.
José Fernando o ‘Chefor’, como le dicen cariñosamente sus familiares y amigos, es uno de los 38 policías de la dirección Antinarcóticos que el año pasado resultaron heridos (otros cuatro fallecieron) al activar explosivos en medio de la erradicación de matas de coca.
El patrullero Carvajal Rueda estuvo cuatro días en coma y 15 más en cuidados intensivos. Su situación se agravó porque la mina que activó había sido contaminada con material fecal –de humano y animales–, lo que desencadenó una grave infección que lo tuvo entre la vida y la muerte, además de obligar a los médicos a amputar sus piernas por encima de las rodillas para salvarlo.
José Fernando se caracteriza por su amabilidad y por tener una amplia sonrisa que se hace más visible cuando habla de su familia. “Nosotros somos muy unidos y nos queremos mucho”. Así describe el hogar conformado por Lucía Rueda y Luis Carvajal, quienes llevan 30 años de casados y tienen cuatro hijos: Diana, Luis Carlos, José Fernando y Juan Diego.
Son tan unidos que Juan Diego, el menor de los Carvajal, es el mejor amigo de ‘Chefor’ y quien lo ha estado acompañando en Bogotá estos últimos meses en su rehabilitación.

El que no vive para servir no sirve para vivir’, y prestando mi servicio estuve muy cercano a la comunidad, y eso me ayudó a decidir que quería ser policía

José Fernando nació en Bucaramanga el 23 de agosto de 1995. Según cuenta, fue muy juicioso y aplicado en el colegio, donde llegó a ser el personero de su escuela Luis Carlos Galán, en Girón. “Siempre me ha gustado el servicio, y como personero estaba en contacto con todos mis compañeros y trataba de colaborarles”, dice Carvajal.
Es seguidor del Atlético Bucaramanga, pero reconoce que no es el mejor hincha. Y, aunque le gusta el fútbol, no lo practicaba porque era más dado al atletismo y a bailar salsa y merengue, actividades que confía en volver a realizar con la ayuda del equipo de profesionales que lo rodea para que se adapte a sus prótesis y a su nueva vida. “Yo era un trompo bailando”, dice.
Al terminar el bachillerato, prestó su servicio militar como auxiliar de policía (2014). “Fue una experiencia muy bonita. De niños, mi papá siempre nos repetía una frase: “El que no vive para servir no sirve para vivir’, y prestando mi servicio estuve muy cercano a la comunidad, y eso me ayudó a decidir que quería ser policía”.
En el 2015 cumplió con el proceso de incorporación y en el 2017 se graduó como patrullero. De allí fue enviado a la Dirección Antinarcóticos, donde fue escogido para el curso de guía canino. “El entrenamiento dura tres meses. Lo más importante es interactuar con el animal, aprender a conocerlo y a que se comprendan las señales de cambio: si se echa, si raspa, si se sienta. A ellos se les entrena con juego, pero su trabajo es muy serio. En nuestro caso: salvar vidas”, explica el policía.
Su primera labor como erradicador fue en Sardinata, Norte de Santander. Allí le fue entregado su primer canino, una labrador dorada que entrenó, llamada Susy. “Era una perrita muy activa, y nosotros siempre íbamos al frente del grupo de erradicadores. Nuestra misión era verificar que no hubiera explosivos en los cultivos que iban a ser intervenidos, o en las vías por donde transita la población civil. En un día hacíamos unas 10 hectáreas. El barrido tiene que ser milimétrico”, resaltó.
Carvajal juntó a 'Hulk' recorrieron varios municipios del bajo Cauca antioqueño en actividades de erradicación.

Carvajal juntó a 'Hulk' recorrieron varios municipios del bajo Cauca antioqueño en actividades de erradicación.

Foto:Archivo Particular

Por razones del servicio fue separado de Susy y fue enviado al Guaviare. De allí fue trasladado a Antioquia, donde recibió un nuevo compañero de trabajo: Hulk, un curtido perro Policía que para esa época ya estaba sobre los 9 años, a un paso de ser jubilado. Con Hulk, afirma, hubo química de inmediato y se convirtieron en mejores amigos. Juntos recorrieron varios municipios del bajo Cauca antioqueño y vivieron con el grupo de erradicadores los embates del conflicto y el compañerismo que se despierta ante los hechos de violencia.
El 23 de agosto de 2017, justo el día de su cumpleaños, fueron hostigados dos veces. “Estábamos por Cáceres cuando nos empezaron a disparar. Yo pensaba que iba a morir el mismo día en que nací. Yo iba al frente y me agaché y empecé a disparar. Aunque Hulk se asustó, estuvo a mi lado. Ese día fue terrible porque nos mataron un compañero. Usted no se imagina el dolor y la impotencia que se siente”.
Carvajal afirma que en otra ocasión vio morir a otro compañero que pisó una mina antipersonal: “Uno queda muy golpeado, y cada ataque hace mella en la parte emocional y mental del grupo. Erradicar es el trabajo más duro de la Policía y a veces, el menos reconocido. Es un esfuerzo inmenso”.

'Volé como tres metros'

“Cada día que me despertaba le colocaba la mano a mi perrito en el hocico y cerraba los ojos y le agradecía a Dios por la vida, y le pedía que agudizara el olfato y la vista de Hulk y que le diera más energía”, dijo Carvajal, quien a sus 22 años empezaba a cuestionarse si tanto peligro valía pena. En tan solo tres meses vio morir a tres hombres víctimas de una mina antipersonal y a otros quedar con amputaciones indescriptibles.
Y como si la vida empezara a correr en su contra, Hulk pasó al retiro y se tuvieron que separar el 25 de octubre del 2018. Carvajal lamentó mucho la separación por el cariño que le tenía y porque confiaba mucho en sus habilidades: “En este trabajo, eso es muy importante. Yo ya conocía todas sus señales de advertencia”, puntualizó. Casi de inmediato le entregaron a Tara. El guía anterior de la perrita había caído en un campo minado –que, por fortuna, solo afectó sus ligamentos–, el 15 de octubre de 2018, en Tarazá.
La mañana del 10 de noviembre del año pasado, el patrullero Carvajal empezó su rutina, lejos de imaginarse que su vida cambiaría radicalmente.
Estaban erradicando en zona rural de Tarazá. “Sobre las 6 y 20 de la mañana íbamos adelante del grupo. Tara iba unos 20 metros más adelante. Yo iba revisando el camino y, de repente, ella se quedó mirando algo. Yo sentí una fuerte explosión y volé como tres metros. Caí duro al piso.
En ese momento no tenía claro si había pisado una mina”, cuenta Carvajal, a quien las facciones de la cara le cambian y su ceño se frunce.
Dijo que en un primer impulso quiso moverse y no pudo. Cuando bajó su mirada vio, según cuenta, “las imágenes más desgarradoras. Empecé a sentir los dolores más fuertes. No tenía la pierna derecha, y la izquierda estaba destrozada. Pero más que el dolor físico, en ese momento pensé en el dolor que le iba a causar a mi familia, sobre todo a mi mamá cuando le dieran la noticia, y lloré”.
Lo trasladaron en helicóptero a una clínica en Montería, Córdoba. “Les suplicaba a los médicos que me salvaran la pierna izquierda”, señala el patrullero al contar que en cuanto recuperó la conciencia tomó la decisión más importante en su vida: perdonó.
“En cuanto entendí lo que me había pasado, cuando volví del coma, oré y dije: Dios mío, yo perdono a los que hicieron esto porque yo no lo merecía. Y te pido, Dios, que los perdones y que me perdones a mí, porque yo te necesito”.
Carvajal dice que mientras reflexionaba, sintió que a su lado estaba su familia, y que era él quien tenía que animarlos.
En un mes, sus heridas estaban muy cicatrizadas, situación que los médicos calificaron casi como un milagro, por lo que le dieron de alta y le permitieron regresar a su casa en Bucaramanga.

Dios mío, yo perdono a los que hicieron esto porque yo no lo merecía. Y te pido, Dios, que los perdones y que me perdones a mí, porque yo te necesito

Debo reconocer que hay días difíciles, de mucha tristeza. Esto no se supera de la noche a la mañana. Recuerdo que yo les decía a mis compañeros que para esa Navidad estaba ahorrando para comprarme unos tenis negros”, dice Carvajal, quien el 12 de diciembre recibió una grata sorpresa.
Ese día tuvo una gran felicidad cuando la Policía le entregó en adopción a Hulk, su amigo incondicional, quien desde ese día es su sombra. Inicialmente estuvieron en una serie de reconocimientos que Carvajal recibió por parte de la Policía por su coraje y valor. “Allí empecé a hablar sobre superación y el valor de la vida. Fue cuando pensé que tengo que aprovechar esta circunstancia a mi favor y de los demás”.
Cuando era adolescente, e iba a los colegios como personero, les contaba a los estudiantes el ejemplo de superación de Nick Vujicic, que no tiene brazos ni piernas. “Ya no tengo que hablar con ese ejemplo. Ahora yo voy a serlo”, afirma.
Por eso, a los tres meses de haber perdido sus piernas, volvió a su colegio a hablarles a los jóvenes de la importancia de la vida y por qué, pese a las duras circunstancias, hay que afrontarlas y no pensar en escapes como el suicidio. Esas mismas charlas las ha brindado en seminarios de paz en Bucaramanga.
Ahora que está en Bogotá, en el proceso de rehabilitación con sus prótesis para volver a caminar, lo están invitando a las diferentes sedes de la Policía para que cuente su historia: “Mientras haya vida, viven los sueños y vive el soñador”, asegura José Fernando, que quiere estudiar Derecho para ser algún día presidente de la república.
ALICIA LILIANA MÉNDEZ
REDACCIÓN JUSTICIA
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