A sus 15 años, luce tranquila y satisfecha. Disfruta de la amplia finca en la que vive, ubicada en Guasca, Cundinamarca. ‘Luna’ ya no escucha ni oye bien. Solo come, descansa, duerme y camina de vez en cuando. Vive con Carolina Alaguna y Daniel Tovar, una pareja que decidió adoptarla luego de que perdiera a su dueño hace aproximadamente un año. Luis Alberto Prieto murió al tratar de impedir que le robaran unos tenis que había comprado, en el barrio Santa Isabel.
“Beto -como le decían cariñosamente- era el mensajero de la tienda del barrio donde vive mi mamá, en Cedritos. Siempre me hablaba de sus perritos y por eso nos hicimos amigos”, cuenta Tovar.
Luego de su muerte, el futuro de ‘Luna’ y ‘Firulais’, otro de sus perros, era incierto.
“Estaban muy tristes, no comían y cuando llovía no se metían a la casa, sino se quedaban en el patio”, cuenta Pilar Santana, hermana de Luis Alberto.
Las cosas seguirían empeorando. “Cuando se murió Beto, le pidieron la casa a la mamá y a donde se fue no le recibían los perros”, cuenta. Aunque Tovar decidió llevarse a los animales no pudo conservar a ‘Firulais’ ya que tenía problemas de agresividad y no podía convivir con los otros siete perros que posee. Tuvo que enviarlo a otra finca.
Por su parte, ‘Luna’ se adaptó fácilmente. A pesar de que al comienzo estaba asustada e inquieta, pronto se sintió como en casa. “Antes caminaba mucho por todas partes, ahora ya tiene sus sitios favoritos y es donde se la pasa. Cuando uno llega, sale a saludar, pero a su ritmo”, cuenta Tovar.

'Luna' con su adoptante Daniel Tovar, quien la recibió luego de la muerte de su dueño. Foto: Claudia Rubio/EL TIEMPO
En su anterior hogar, ‘Luna’ permanecía la mayor parte del tiempo en el patio de la casa. “Beto amaba a sus perros. Cuando él llegaba, ellos empezaban a ladrar porque a la hora que fuera él bajaba a darles su comida y a estar pendientes de ellos”, cuenta su hermana.
Hoy en día ‘Luna’ vive las 24 horas al aire libre. “No le gusta que la metan en sitios cerrados. La obligábamos a dormir en un cuarto, pero se desesperaba, se ponía nerviosa y raspaba la puerta”, señala Tovar.
Ahora pasa sus días entre los árboles y arbustos. Respira naturaleza, libertad y tranquilidad.

Foto: Claudia Rubio/ EL TIEMPO
Ana María Velásquez Durán
durana@eltiempo.com
En Twitter: @Anamariavd19
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