Eduardo Soler es un empresario turístico de Mendoza y le gusta escalar. Ha subido los 6.962 metros del monte Aconcagua ya dos veces, lo que es bastante. Y le encanta el vino. Tomarlo y, desde 2010, también hacerlo.
Ese año, Soler descubrió los tintos de Gredos, una zona cerca de Madrid que hoy es una de las más dinámicas de España y, por cierto, origen de algunos de los tintos más jugosos y ricos de ese país. Y claro, la variedad central de Gredos: la garnacha, viejas garnachas que crecen a unos mil metros de altura sobre esas sierras y que hoy están muy, pero muy de moda.
Soler probó esos vinos, le encantaron y decidió replicarlos en Mendoza. Allí, junto a unos amigos, creó Ver Sacrum, una serie de tres vinos que vienen de un viejo viñedo en la zona de Barrancas, en Maipú. Y sí, los tres (dos de ellos con garnacha) se beben con una facilidad que da susto.
Mucho de ese estilo se debe a la garnacha, una cepa que se encuentra en una suerte de segunda división en el mundo del vino, uvas que no tienen ni la fama ni el linaje de otras como el cabernet sauvignon, el nebbiolo, el pinot noir o incluso el syrah.
Esta última -tal como la garnacha- también del grupo de uvas mediterráneas, esas que se dan bien en climas soleados y que producen muchas uvas, a veces demasiadas. Y en eso último está su gran problema.
Son variedades que producen cantidades enormes de racimos y que, a la vez, llegan a alcoholes altos con mucha facilidad, por lo tanto son la materia prima perfecta para hacer vinos a granel, casi siempre sin gracia. De ahí, entonces, su mala fama.
Sin embargo, como lo prueban los vinos de Ver Sacrum, los de Gredos y una creciente comunidad de vinos hechos en Chile, la garnacha puede ser deliciosa si se le trata con cariño.
La clave es, como siempre, el equilibrio. La garnacha tiene la habilidad de ganar en grado de alcohol muy rápidamente, por lo que si no hay acidez, puede llegar a ser un vino para nada fresco, para nada apetecible.
Una de las gracias de Gredos, por ejemplo, es que la altura hace que el clima en los viñedos sea más fresco, y eso ayuda a equilibrar las cosas. Otras veces es la cercanía con el Pacífico, como los casos de Casa Marín o Errázuriz en Chile. El caso es que hay que darle nervio en acidez a la garnacha para que esta brille.
Y cuando brilla da vinos que huelen a frutos rojos y a flores, que en la boca saltan con sus sabores perfumados y frutales.
A veces puede ser algo dulce, pero también puede ser tenso en textura, lo que lo hace un compañero ideal para el choripán.
Todas esas características son las que están haciendo que la garnacha vuelva con energías renovadas y que se cree todo un movimiento garnachístico a su alrededor, saludando sus cualidades de vino fácil, frutal y muy agradable de beber.
Rasgos de identidad
La garnacha o grenache (en francés) es una de las uvas tintas más plantadas en el mundo, aunque hay que decir que también existe la garnacha blanca. Su madre patria es el Mediterráneo francés y español. Esta es una uva de ciclo largo (una de las últimas que se cosechan), ama el sol y es muy resistente a las sequías.
Es usada por enólogos de todo el mundo para mejorar mezclas, especialmente por sus taninos aterciopelados. Se cree que es originaria de Aragón, pero hoy es patrimonio de toda la humanidad, pues está en Australia, California, Sudáfrica, Chile, Argentina y muchos países más.
PATRICIO TAPIA
Periodista especializado
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Wiken de El Mercurio, Chile, miembro como EL TIEMPO del Grupo de Diarios América, GDA.