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Fútbol para la vida
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Eduardo se convirtió en un padre para los niños de un barrio pobre de Ibagué: les fundó una escuelita de fútbol, los anima y aconseja para que sean personas de bien para la sociedad.

Foto:

Juan Pablo Gutierrez / EL TIEMPO

Fútbol para la vida

Eduardo se convirtió en un padre para los niños de un barrio pobre de Ibagué.


La satisfacción de Eduardo* es ver a los niños en la cancha de fútbol mañana y tarde practicando deporte con la esperanza de alejarlos de los vicios, las malas compañías y la delincuencia.

“Viví una historia muy triste y un pasado muy amargo, y no quiero que ellos vivan lo mismo, huyendo, que los maten o vayan a la cárcel por robar o por cometer crímenes. Quiero que se formen en un ambiente mejor y tengan un futuro”, relata este desmovilizado de las FARC, que colaboró con esa guerrilla por 15 años.

La amarga historia a la que se refiere Eduardo tiene que ver cuando a los 12 años en las llanuras de Saravena (Arauca) fue reclutado como colaborador de las FARC, quienes le inculcaron sus ideas políticas.

Fue ‘mandadero’, enlace, colaborador, pero nunca en el brazo armado, hasta que a los 27 años, cansado de aguantar hambre él y su familia porque nunca le pagaban lo que le prometían, con un hogar a punto de disolverse, cansado de las injusticias contra personas inocentes que nada tenían que ver con el conflicto y al convencerse que “eso no llevaba a ninguna parte”, decidió salirse.

Entonces habló con el comandante, este lo amenazó, tuvo que salir de la región y decidió desmovilizarse ante las autoridades en el 2006 para hacer todo su proceso de reintegración a la sociedad trabajando, cursando bachillerato y haciendo un curso de oficial de obra en el Sena.

Hace seis meses se dio cuenta que en el barrio de estrato uno donde vive en Ibagué, los niños de 8 y 9 años ya comenzaban a “chupar bóxer, meter marihuana o robar”. Notó que son niños muy pobres, la mayoría de ellos con una madre cabeza de hogar que sale a trabajar en la mañana y regresa en la noche, que cuidan a los más pequeños, que no comen las tres comidas, que muchas veces no van al colegio porque no tienen quien los controle. En fin, un caldo de cultivo fácil para la delincuencia común, el narcotráfico, las bandas criminales o la misma guerrilla.

“Vi la necesidad de trabajar con los niños porque a nadie les interesa y decidí hacer algo”, cuenta Eduardo. Lo mejor que encontró es que a los niños había que ponerlos a hacer algo para que no estuvieran desocupados mientras no estaban en la escuela o colegio y así tratar de alejarlos de las malas tentaciones.

Entonces con un balón de fútbol y el apoyo de una universidad de Ibagué con un profesor de educación física, Eduardo montó su escuelita de fútbol a la cual comenzaron a asistir de 5 a 10 niños y seis meses después ya son unos 70.

El profesor es el encargado del día a día y de comunicarle a Eduardo, que trabaja en construcción, cuando un niño falta o se está portando mal para que intervenga. Al llegar en las tardes después del trabajo, toma las riendas de la situación, habla con los niños, los aconseja, y si es necesario va a hablar con los padres.

Ha descubierto historias de hambre, abandono y drogadicción en niños de apenas ocho o nueve años o de aquellos que con solo 11 o 12 años drogados llegan a agredir a sus madres.

A los niños les dice de la importancia de estudiar, de respetar a sus padres, de hacerles caso, de esforzarse, estudiar y sacrificarse para lograr esos sueños de ser médicos, ingenieros de sistemas o futbolistas, como James Rodríguez, quien es un ídolo en la capital del Tolima, pues allí se crio.

“La mayoría de los padres dicen que no los deja entrenar por castigo, pero yo les hago ver que es peor porque entonces el niño en vez de venir a jugar fútbol, se van para la calle a coger vicios y a andar en malos pasos”, relata Eduardo.

A los pocos meses, se enteró que el Ejército tiene un plan de ayuda de escuelas de fútbol más pobres, pidió la colaboración y se la dieron. “Los coroneles encargados me recibieron muy bien, les gustó la idea y me dieron unos petos y seis balones, pero sobretodo me dieron moral y fuerza para salir adelante con estos niños”.

Una moral que lo ilusiona a conseguir más implementos para la escuelita de fútbol y para replicar el modelo en otros barrios pobres de Ibagué, un oasis de diversión y sano entretenimiento para unos niños que viven en un desierto en donde perderse en el laberinto de las malas costumbres de este mundo es demasiado fácil.

*Nombre cambiado por seguridad

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