Después de su primer año con Dionisio, el comandante intentó mandar a Diego de regreso a su casa. Le recordó el famoso pacto que había hecho con su madre. (Ver también: Parte 1, El amor en tiempos de las Farc)
Pero era demasiado tarde. Diego no quería dejar la guerrilla y fue él mismo a avisarle a su familia que ya no volvería.
Cuando estaba cerca de cumplir los 13 años, Diego entendió que había una ideología detrás de ese movimiento al que pertenecía; pero lo que lo enorgullecía era sobre todo andar recorriendo montañas y pueblos con el fusil al hombro: “A mí siempre me gustó disparar; pero la primera vez que estuve en un combate no pude jalar del gatillo una sola vez. Corrí en el sentido contrario, no fui capaz de atacar”.
Carolina tampoco es una gran francotiradora; además, es desordenada y desobediente, con frecuencia se hace castigar. Olvida su arma, se queda dormida durante sus turnos, se queja sin tapujos y a veces se roba cigarrillos.
Lo que más le importa es estar cerca de su hermana. Al igual que ella, se está formando para ser enfermera y casi nunca participa en el frente de batalla. Cosas del corazón, cosas de la guerra
Carolina es alegre y simpática. Tiene muchos amigos y, por supuesto, las historias de amor son lo que ha marcado para ella el paso de los años. (Ver también: Farc ya iniciaron preconcentración en algunas regiones del país)
Su primera relación larga la inició a los 14 años con Felipe. Los primeros meses de estos tortolitos fueron relativamente normales, hasta que el joven comenzó a pegarle a Carolina, a amenazarla, a decirle que si lo dejaba, él la mataba.
Carolina le tenía tanto miedo que se quedaba callada. Nunca dijo nada, hasta el día en que Felipe le confesó que era un infiltrado de los paramilitares en la guerrilla. “A pesar del miedo, fui a hablar con el comandante y le conté todo, pero no pasó nada. Durante un buen tiempo, nadie hizo nada”, contó ella.
Los golpes, las amenazas y el miedo continuaron. Carolina solicitó una nueva audiencia con el comandante, quien la mandó a tomar un curso de enfermería en otra unidad, con el fin de alejarla de su victimario.
Tres días más tarde, Felipe logró encontrarla, y el abuso volvió a comenzar. Lo que él no sabía era que lo estaban siguiendo. La vida de Carolina volvió a ser un infierno, hasta el día en que una amiga suya le avisó que acababan de detener a un tal Felipe.
El consejo de guerra organizado para tal efecto citó a Carolina a testificar. Ella volvió a contar toda la historia: sobre la brutalidad de Felipe, por supuesto, pero también sus confesiones sobre las verdaderas razones por las cuales se había unido a la guerrilla.
A las 4 de la tarde de ese día, Carolina vio pasar a Felipe seguido por varios hombres. Se lo llevaron lejos del campamento. Unos minutos más tarde, se escuchó un tiro.
A Felipe lo enterraron ahí mismo. Carolina se coge la mano mientras relata este capítulo lúgubre de su vida. Tenía 16 años en el momento de la ejecución. (Ver también: Lea el texto completo y definitivo del acuerdo final de paz)
Noto que tiene una pequeña F tatuada entre el dedo pulgar y el índice.
–¿Ese tatuaje es herencia de Felipe?
– Sí, me lo hizo él mismo al principio de nuestra relación. Pero el peor es el que tengo debajo del seno. ¡Me escribió su nombre completo! Es un recuerdo tan horrible. Tan horrible…
Los bombardeosPasaron los años, la vida y el combate siguieron. A Diego lo relevaron de sus funciones junto a Dionisio, y fue trasladado a una nueva unidad, mientras que Carolina seguía siendo igual de cercana con el comandante ‘Jojoy’.
Hacía varios meses que los dos guerrilleros no se veían cuando tuvo lugar el mayor ataque del Ejército colombiano contra la unidad de Diego. Esa noche lo mandaron a unas cuantas horas de camino del campamento para recibir un cargamento.
Diego oyó llegar los aviones, los oyó sobrevolar la zona, y de repente cayeron bombas sobre el lugar de campamento de sus compañeros.
Diecinueve hombres murieron esta noche, de los 25 que conformaban la unidad. “Perdí a mi familia, a mis hermanos. Lloré tanto...”.
A Carolina le informaron del bombardeo y se preocupó por Diego. Hasta que, finalmente, se enteró de que estaba vivo. Diego fue trasladado a su unidad. En medio de sus penas, la pareja se juntó de nuevo.
Y fue durante este nuevo periodo de concubinato que Carolina se vio obligada a abortar. A las mujeres las vigilan muy de cerca en la guerrilla, y cada mes verifican que ninguna esté embarazada.
Después del aborto, Carolina sufrió una hemorragia, y se vio forzada a realizarse dos legrados. Fue en ese momento cuando dieron de baja al ‘Mono Jojoy’ durante un bombardeo del Ejército.
Carolina, Margarita y Diego salieron indemnes de este ataque particularmente calculado, pero la muerte del ‘Mono’ simbolizó para los tres guerrilleros el fin de una era.
“Cuando mataron al ‘Mono’, todos nos separamos. Lo queríamos mucho, y con frecuencia se decía que el día que el ‘Mono’ cayera, la fraternidad se vendría abajo. Las cosas comenzaron a cambiar, todo el mundo se peleaba por obtener el poder. Todos estábamos muy deprimidos”, relata Diego. (Ver también: Cese del fuego bilateral definitivo se iniciará el lunes 29 de agosto)
La deserciónEl año siguiente a la muerte del ‘Mono’, Diego desertó de la guerrilla.
Llevaba 20 años viviendo en la montaña y lejos de sus familiares, les tenía miedo a los bombardeos, ya no soportaba más las órdenes, y se aburría. “Estaba en misión en el bosque y me escapé con un compañero. Llegué a Bogotá y llamé a mi hermana. Durante los primeros meses no dije nada, me escondí. Tenía miedo todo el tiempo; de los policías, sobre todo, pero también de encontrarme con un guerrillero o un miliciano”.
Le aconsejaron inscribirse en un programa de reinserción del Gobierno, lo cual le permitiría salir de la clandestinidad.
Y, con la ayuda de un amigo, también desertor, Diego terminó contactando a Carolina. La mujer estaba deprimida. Si bien lograba aparentar lo contrario en el día, las noches eran para ella una tortura y las pasaba enteras llorando.
Cuando Diego le propuso que se fuera con él, que se diera la oportunidad de vivir una vida normal, Carolina tuvo sus dudas, en especial por su hermana. Ya no estaban en la misma unidad, pero Carolina sabía que si desertaba, era posible que nunca más la volviera a ver.
“Tenía miedo de irme porque no sabía de qué manera me iba a recibir mi familia. Yo no sabía nada de ellos. Y además, si uno se escapa y lo cogen, lo ejecutan a uno”. No obstante, terminó dando el gran salto, acompañada de Liliana, la hermana del amigo de Diego. Aprovecharon una misión a un pueblo para ponerse ropa de civil.
Allá los estaba esperando el hermano de Liliana. Una vez terminaron sus tareas, las dos mujeres se cambiaron, se encontraron con el hermano, y cogieron carretera. Carolina sabía que había peajes de las Farc antes de llegar a Vista Hermosa, el primer pueblo en donde estaba estacionado el Ejército.
Carolina iba sentada adelante y, en el momento de pasar el peaje, reconoció a un guerrillero. Por suerte, acababa de cortarse el pelo muy corto; nadie la identificó, y el vehículo siguió andando. “Estaba tan nerviosa y asustada... Hasta cuando llegamos a Vista Hermosa me pude tranquilizar. Finalmente nos recibió un coronel del Ejército, y nos interrogaron durante cuatro días”.
Luego, las dos jóvenes mujeres se fueron para Villavicencio, siempre con el Ejército, y finalmente para Bogotá. Carolina se reencontró con su familia, y con Diego, quien le propuso irse a vivir con él a la finca donde el joven trabajaba. (Ver también: ¿Qué se viene tras la firma final en La Habana?)
“Finalmente, nuestra vida en pareja comenzó en la vida de civiles. En realidad no sabíamos si iba a funcionar porque allá uno comparte su vida con alguien, pero…”. La frase de Carolina queda en suspenso.
EpílogoAlgunos meses después de nuestro encuentro, supe que Carolina había perdido a su bebé por causa de una malformación, a tan solo 15 días de nacer.
Es la segunda vez que la pareja pierde un bebé desde que salieron de la guerrilla.
Carolina y Diego dejaron la finca del Tolima porque los problemas de salud de la joven los obligaron a reubicarse cerca de un mejor hospital. Hoy viven en una nueva finca, más cerca de Bogotá.
Cuando les había preguntado si pensaban contarle su historia al bebé, Carolina me había contestado: “Yo creo que sí, pero donde me llegue a decir que se quiere unir a las Farc, ¡me muero!”.
Diego, por su parte, explica: “Todo lo que sé hacer hoy en día lo aprendí a hacer allá, incluso a leer y escribir; pero perdí mi juventud. Yo, por mi parte, no sé si quiero que sepa la verdad”.
Ambos se inscribieron en el programa de reinserción propuesto por el Gobierno, lo cual hace que ellos ya no sean considerados terroristas por su propio país.
Sin embargo, la pareja jamás le cuenta su historia a nadie y vive siempre con la mayor discreción.
MARGOT LOIZILLON*
Especial para EL TIEMPO
Cedido por revista ‘Causette’**
** Traducción al español de Ana María Correa, Lingua Viva Traductores.