Nuestra portada de esta edición de la revista 'VINOS' está dedicada a los Millennials por la gran importancia que está cobrando esta generación para el futuro del mundo del vino.
Los jóvenes que están hoy entre los 21 y los 38 años juegan un papel cada vez más trascendental en el consumo y la difusión de esta milenaria bebida, y especialmente en dos mercados sumamente relevantes: el estadounidense, donde ya son el mayor grupo de consumidores de vino, y el británico, donde están jalonando las ventas de forma significativa.
Es una portada optimista, positiva, y no la hemos elegido por casualidad. Hemos optado por una visión de esperanza en respuesta a un proyecto de ley –cuando estas líneas se escriben– que, de ser aprobado por el Congreso de la República, implicará un enorme salto atrás para el mundo del vino en Colombia.
Unos 20 o 25 años de esfuerzos para desarrollar una categoría que ha aportado extraordinariamente al hecho de que ciudades como Bogotá sean hoy una referencia en el mapa gastronómico de América Latina, pero también a la cultura del buen beber, están amenazados.
Si este nuevo marco impositivo para las bebidas alcohólicas en Colombia es aprobado tal y como está planteado hoy por parte del Gobierno, los gravámenes previstos harán que el precio final de cada botella de vino se incremente en al menos un 35 por ciento, estiman fuentes del gremio.
El vino no se opone a hacer las contribuciones a que haya lugar para sumarse al noble propósito del avanzar en el desarrollo del país. Faltaría más. Pero esta política de convertir al vino en un artículo de lujo, reservado para unos pocos, es poco inteligente.
Nadie con dos dedos de frente puede pensar que con un alza de esta envergadura el consumo va a seguir igual o va a seguir creciendo. El consumo se va a caer, es obvio, pero no solo eso: el cáncer del contrabando encontrará esos márgenes de rentabilidad que hasta ahora no había tenido con el vino, y lo incorporará a su ‘portafolio’.
Si en los restaurantes ya era difícil encontrar una botella por menos de 90 mil pesos, imaginen lo que pasará si este proyecto de ley se aprueba y el impacto de eso en los balances de estos negocios que hoy dan trabajo a muchos colombianos. Solo las empresas de vinos, sin contar a los restaurantes, generan unos 10.000 empleos directos.
Los vinos de mayor precio serán los más castigados, y el empobrecimiento de la oferta –en un país donde hoy hay vinos de Austria a Nueva Zelanda– será sustancial.
Se ha metido injustamente al vino en medio de una pelea de los destilados donde una bebida fermentada como el vino no tiene nada que ver. Y se le va a castigar como si amenazara a las bebidas nacionales o afectara la salud de los colombianos en la misma medida que una bebida con 40 grados de alcohol, cuando decenas de estudios muestran que el vino, bebido con moderación, es bueno para la salud.
Ojalá que el sentido común prevalezca y al final se le dé al vino el trato que merece. El vino ha hecho mucho por Colombia y puede hacer mucho más, en términos de aportes económicos y de cultura, si se le da la oportunidad, si se le permite seguir creciendo y no se le estrangula en esta sin razón de vistas cortas, muy cortas.
VÍCTOR MANUEL VARGAS SILVA
Editor de la edición Domingo de EL TIEMPO y director de VINOS
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