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Ayudando a los que llegan de la guerra
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Su manera de resarcir el daño que le hizo a la sociedad estando en las filas de las Farc es guiando a los que se quieren reintegrar para que no corran el riesgo de volver a ningún grupo delincuencial.

Foto:

Juan Pablo Gutierrez / EL TIEMPO

Ayudando a los que llegan de la guerra

Su manera de resarcir el daño que le hizo a la sociedad, es guiando a los que se quieren reintegrar.


A sus 37 años, parece que Antonio* ya hubiera vivido dos veces. A los 7 años fue gamín, ladrón y drogadicto, a los 10 se fue a las Farc, a los 25 desertó y ahora trabaja para que los reintegrados de los grupos armados encuentren un sitio en la sociedad y no se vean en la necesidad de volver a delinquir.

Confiesa que es una manera de retribuirle a la sociedad el daño que le hizo durante 15 años en las filas de las Farc, pues considera que el atentar contra las personas y la infraestructura del país no era el mejor método para ganar la lucha porque el perjudicado era siempre el pueblo. “Muchas muertes que hizo la guerrilla no tuvieron que suceder, muchas cosas no debieron pasar. Al final, quiero que no vayan a repetir lo que ya vivieron y que no se lo vayan a repetir a los hijos”, reflexiona Antonio.

Cuenta que se descarrió desde antes de ingresar a las Farc, cuando a los siete años de edad se escapó de su casa por culpa de la violencia intrafamiliar y en las calles de Ibagué empezó a aspirar pegante, después a fumar marihuana para ya a los ocho ser un adicto al bazuco y a robar para sobrevivir.

A los 10 años ingresó a las filas de las Farc en Fundación (Magdalena) a donde fue a parar con un grupo de gamines, como él mismo dice. Allí, en una finca y por donde pasaba la guerrilla seguido, comenzaron a convencerlo y al cuento de que iba a tener comida, dormida, no iba a pasar trabajos y a tener armas se fue sin pensarlo mucho.

“Como sabían que metía droga lo primero que me dieron fue el manual de reglamento interno y me recalcaron que si volvía a hacerlo me fusilaban. Esa fue mi rehabilitación. Al comienzo fue duro pero después ya no me hacía falta”, dice con una sonrisa Antonio.

Los comandantes decían que iba a salir bueno porque aún era un niño acostumbrado a aguantar hambre y a sufrir en la vida. Y así fue, Antonio era muy entregado a la causa con una sólida formación política y cumplía órdenes al pie de la letra, hasta que un día, a los 25 años, se dio cuenta que podía morir sin haber tenido hijos, sin haber disfrutado de la vida, sin haber vivido tranquilo, en fin, sin haber vivido.

Decidió que era el momento de desertar y así lo hizo con su compañera sentimental, quien estaba muy aburrida por la dura vida en el monte huyéndole a las autoridades y a los grupos paramilitares.

No se quisieron entregar a las autoridades militares por el miedo a que los mataran. “Lo que le decían a uno es que si se entregaba a la Policía o al Ejército lo mataban y vimos muchas veces que a los que se entregaban los mataban y después los presentaban como muertos en combate”, agrega.

Viajaron a Ibagué, en donde sin cédula ni experiencia en nada, excepto la guerra, se dedicaron a vender ‘lichigo’ (yuca, papa, plátano) hasta que un reintegrado los convenció de ir a las autoridades y comenzar el proceso.

Ya en los espacios de reintegración, se encontró con exintegrantes de las autodefensas en donde comentaban la inutilidad de la violencia y de matarse entre ellos “por nada”.

Al terminar su proceso de reintegración decidió que su vida es ayudarles a los que llegan del monte a volver a la sociedad. Confiesa que es difícil por la falta de todo: documentos, experiencia y sobre todo de oportunidades por la estigmatización y el rechazo de una sociedad que los cataloga como lo peor, “no hay puertas abiertas, hay que sensibilizar a los empresarios y a la sociedad de darle la oportunidad a los que llegan”, explica.

Considera que la reintegración no es solo entre el Estado y ellos sino que es una oportunidad y responsabilidad de todos y para todos. “No somos monstruos, podemos convivir en sociedad, que nos den la oportunidad y si la persona la aprovecha hay que seguir dándole oportunidades”, dice Antonio.

Por lo visto a diario diferencia claramente lo que le hace falta a la sociedad y sobraba en el grupo: solidaridad y compañerismo. “Allá aprendí valores como respeto, honestidad, responsabilidad y compañerismo, lealtad de estar dispuesto hasta a dar la vida por el otro sin recibir nada a cambio, que es lo que no se ve en la calle”, asevera convencido.

La contradicción entre la honestidad y los valores de los que habla y el accionar de la guerrilla con asesinatos, secuestros y extorsiones, Antonio lo explica por lo que se conoce en el grupo armado como los métodos para llegar al poder: el fin justifica los medios.

Después de estar afuera y reconocer que se “hicieron muchas cosas que no debieron hacerse”, asegura que la mejor forma de enmendar los errores es tratar de aplicar el compañerismo, la lealtad, el respeto, la solidaridad y la responsabilidad, que aprendió dentro y para con el grupo, con cualquier persona de la sociedad, “porque siempre hay que mirar el colectivo”.

Piensa que en Colombia se dan todos los factores para que las personas en el campo escojan la guerra, como el abandono estatal y la pobreza, y esos factores son los que hay que superar. Por esto recomienda que de las zonas de donde salgan las Farc por el proceso de paz, debe llegar el Estado de manera inmediata para que la gente no tenga la necesidad de irse con un grupo armado.

Su objetivo en la vida es seguir ayudándole a los que llegan del monte, educar a sus hijos para que sean buenas personas para la sociedad, siempre pensando en el “colectivo”, pero, sobre todo, porque “no quiero que mi historia se repita ni en ellos ni en ningún otro niño colombiano”.

*Nombre cambiado por seguridad

PEDRO VARGAS NÚÑEZ

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