El manglar
En el manglar se gana algo de la frescura que ha perdido la playa de tierra negra. Las raíces enredadas y altas de estos árboles verde claro se chocan contra la lancha que avanza por un corredor de agua. Arturo Cortés, otro de los líderes, mira las marcas que hace unos meses dejó en los tallos.Son puntos amarillos que sirven para calcular el diámetro y así empezar a medir cuánto capturan sus árboles y cobrar los bonos de carbono.
Este es el fin del proyecto ‘Reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, causadas por la deforestación y degradación de los bosques’ (Redd, por su sigla en inglés), con el que aspiran a conservar los territorios de Acapa y del consejo comunitario Bajo Mira-Frontera, que está a una hora por carretera de Tumaco.
“El manglar es la salacuna de los peces, las conchas, las aves…”, piensa Arturo Cortés, mientras la lancha sale de esa pequeña cueva que han creado las ramas dobladas del mangle, un ecosistema que abarca toda la zona del proyecto, hasta 24.000 hectáreas. En esta parte del Pacífico, los bosques tienen una extensión cercana a 60.000 hectáreas, casi la mitad de una ciudad como Bogotá. Y en vez de soportar edificios y carros como la capital, allí viven 831 especies de aves, 195 de anfibios, 167 de mamíferos, 210 de reptiles y 5.124 de plantas.
“Nosotros dijimos: no más a la tala, porque vimos que no era conveniente, porque sabemos que si acabamos con los bosques, nos vamos a ahogar de calor. Nosotros decimos: si talas uno, siembra 10. Pero aún no lo hemos logrado, a pesar de los esfuerzos”, relata Sigifredo Benavides, líder del Bajo Mira-Frontera, una de las áreas que más se ven afectadas por esta problemática.
Volver a la tradición
“No hay maderero al que le haya cambiado la vida. Al contrario, más cansado y más pobre vive y ni siquiera tiene con qué hacer su casa”, se queja Cecilio Castillo, mientras se interna por un morro en donde han armado de nuevo las casas de Bocas de Curay.
Cecilio sabe que el cambio ha ido más allá de reubicar al pueblo. “Antes sabíamos cuál era la época en que habría frutas. Ahora no sabemos cuándo es la cosecha de mango o la de guayaba”, cuenta este hombre, quien por muchos años se dedicó a la agricultura pero que, como otros con la bonanza de la madera, perdió el rumbo de cultivar el campo. Cecilio atraviesa un cultivo de cacao, donde el fruto rugoso y vino tinto, está a punto de caer de la rama.
Apostarles a ese cultivo y al coco es una de las alternativas para darle un descanso al bosque.Los estudios llevados a cabo en la zona reafirman esa convicción: si no se los presiona más, en 15 años recuperarían sus condiciones naturales. Con los nuevos árboles, volvería algo de lo que ya se ha perdido en el pueblo al que el mar volvió un recuerdo.
¿A usted también le ha cambiado la vida con el clima? ¿Quiere aportar para evitar la degradación ambiental en su comunidad? Escríbanos a laubet@eltiempo.com y a @ElTiempoVerde.
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