Rodolfo Hernández, del movimiento Liga de Gobernantes Anticorrupción (Liga), obtuvo la segunda mayor votación en las elecciones del 29 de mayo para la primera vuelta presidencial en Colombia. Con el 99,84 por ciento de las mesas informadas, logró 5,9 millones de votos. Se disputará la Presidencia de la República el próximo 19 de junio contra Gustavo Petro, del Pacto Histórico.
*Esta entrevista fue publicada originalmente el domingo 27 de febrero de 2022 en la edición 114 de la revista BOCAS.
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“¡Vamos a acabar con el mercado de la Presidencia!”, dice el ingeniero Rodolfo Hernández. Tiene las manos dentro de los bolsillos de su traje Giorgio Armani. Sus ojos azules miran a su alrededor: a los cerros Orientales, que se asoman por las ventanas piso-techo, al Seminario Mayor de Bogotá, su nuevo vecino en el norte de la capital. “Es que son unos hijueputas para gastar plata. ¿Sabe cuánto gasta el presidente al día en su departamento administrativo? 4.350 millones. Tiene 58 cocineros. Eso hay que acabarlo de raíz”.

La edición 114 de la Revista BOCAS está en circulación desde el domingo 27 de febrero de 2022 Foto: Revista BOCAS
Revista Bocas
De ganar la Presidencia –una posibilidad ya no tan remota–, Hernández no tiene pensado gobernar el país desde la Casa de Nariño, que pretende convertir en un museo de arte contemporáneo. Su sede de gobierno sería en la carrera Séptima con calle 93. Más específicamente, en el apartamento de 4.300 millones de pesos que compró hace dos meses en la Torre Vitrum, diseñada por el arquitecto estadounidense Richard Meier. “Yo me vengo para acá. Luz Dary me cocina”, dice. Luz Dary, su empleada doméstica, oriunda de Puerto Boyacá, suelta una risa desde la cocina, mientras calienta una olleta de café Sello Rojo.
Hernández todavía no ha terminado de amoblar el apartamento. Faltan relojes, espejos y tapetes, explica. Aun así, ya tiene algunos objetos: una lámpara de pie diseñada por el arquitecto italiano Ferruccio Laviani; un afiche con el rostro de la famosa niña afgana que fue portada de National Geographic y una larga mesa de comedor rodeada de sillas en policarbonato, del diseñador francés Philippe Starck. Frente al ascensor, cuelga un cuadro blanco con el mensaje central de su campaña: “NO ROBAR, NO MENTIR, NO TRAICIONAR. CERO IMPUNIDAD”. Y en la sala, sobre una mesa baja de vidrio, tiene expuesta a la vista de todos la revista Semana en la que él aparece en portada encaballado sobre un cohete. Debajo de la ilustración, dice: “¡Despegó Rodolfo!”.
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Y no es una exageración: en menos de un año, montado sobre su discurso anticorrupción, Hernández ha pasado de ser una figura menor de la política nacional a un huracán de categoría 5 que ha sacudido el panorama de las elecciones presidenciales. Según las más recientes encuestas, el exalcalde de Bucaramanga cuenta con una intención de voto del 13 por ciento, a pesar de que la mitad de los colombianos aún no lo conoce, y solo lo supera Gustavo Petro.
Gracias a una hábil estrategia de comunicación, centrada en redes sociales, en especial en Facebook y ahora en TikTok, Hernández se ha posicionado como el outsider que va a acabar con la corruptela y el despilfarro. Le gusta recordarles a sus seguidores que, a diferencia de los demás candidatos, él mismo ha financiado su campaña y que no va a aliarse con ningún político ni a participar en las consultas interpartidistas, a las que ha descrito en varias ocasiones como “una payasada para sacarle plata al Estado”. De hecho, hace poco propuso a la periodista Paola Ochoa como su fórmula en la vicepresidencia, pero ella renunció cuatro días después por 'motivos personales'.
Sus detractores lo comparan con Donald Trump. Ambos se tiñen el pelo, hablan sin pelos en la lengua, hicieron su fortuna en el sector de la construcción, tienen más de 70 años y arremeten contra el establecimiento político. Los dos, además, como señaló Ana Bejarano de Los Danieles, han criticado a los inmigrantes de bajos recursos. En el caso del santandereano, llamó a las venezolanas en el país “una fábrica de niños pobres”, aunque, como él mismo recuerda, les brindó a muchas asistencias gratuita para sus partos durante su alcaldía en Bucaramanga.
Otros sacan a relucir su amistad de negocios con Tomás Uribe y aseguran que Hernández es el gallo tapado del expresidente Álvaro Uribe. Muchas de sus posturas, sin embargo, coinciden con las de la izquierda. Critica la fumigación con glifosato y apoya la legalización de la droga, siempre y cuando los médicos regulen su consumo. Defiende la despenalización total del aborto y la adopción de niños por parejas del mismo sexo. Respalda a la JEP. Habla a favor de condonar la deuda del Icetex y de implementar una renta básica para 15 millones de colombianos, con la condición de que se eliminen otros subsidios y sus aparatos burocráticos.

Para el 8 de febrero, Gustavo Petro lideraba las encuestas con 27 %; el voto en blanco, 19 %; y Rodolfo Hernández, 12 %.
Ricardo Pinzón
Su paso por el sector público ha sido polémico. En 1994, el procurador provincial de Bucaramanga lo destituyó del Concejo de Piedecuesta porque, tres años antes, su empresa, HG, había suscrito contratos con el municipio. Hernández nunca se posesionó ni ocupó su curul en el Concejo. Durante su paso por la alcaldía de Bucaramanga, entre 2016 y 2019, la Procuraduría General de la Nación lo sancionó dos veces: por participación en política y por propinarle una cachetada al concejal John Claro. Hoy flota sobre su candidatura, como una nube negra, el escándalo de Vitalogic, pero Hernández lo descarta como un “invento de los politiqueros”.
Sus allegados lo describen como un hombre pragmático que no tiene grandes amistades y que disfruta haciendo reír a la gente. Le gusta viajar, visitar museos y analizar el diseño de las ciudades. También va con frecuencia a un spa en Benidorm, España. Los domingos los pasa en familia: con su esposa, Socorro Oliveros, y sus tres hijos, Mauricio, Rodolfo José y Luis Carlos (el ELN secuestró y desapareció a su única hija, Juliana). O con su madre, Cecilia Suárez, de 97 años, y que en más de una ocasión ha manifestado su estupor ante el hecho de que su hijo primogénito, Rodolfo, quiera ser el presidente de la República.
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Me daba unas pelas con el cable de la luz. ¿Sabe qué es eso? Eso era duro. A veces me metía cinco o diez pelas en un mismo día para ponerme en orden.
Su madre, doña Cecilia, ha dicho que usted está loco por lanzarse a la Presidencia...
Es verdad. Mi mamá dice que estoy loco [risas]. Me dijo: “Mijo, usted está pisando los 77 años, ha trabajado duro y parejo durante más de 50 años, de cuatro de la mañana a siete de la noche, ahora no se ponga a hacer esfuerzos que a usted no le corresponden. Usted ya gestionó una empresa, construyó más de 18.000 viviendas, pagó nóminas, impuestos, ahora llegó el momento del beneficio, de gozar. ¿Para qué se va a poner dizque a hacer ese esfuerzo titánico de llegar a la Presidencia, cuando ningún colombiano se lo va a agradecer?”.
¿Y usted qué le respondió?
Yo le dije que esto no lo hago para que me lo agradezcan. Es simplemente una obligación cívica. Todo lo que tengo me lo han dado los colombianos, entonces, ¿por qué no lanzarme? ¿Acaso soy tan egoísta como para no querer devolver algo de lo que a mí me han dado?
Usted nació en Piedecuesta, Santander, en 1945, tres años antes del asesinato de Gaitán, en una familia liberal en un pueblo conservador. ¿Fueron víctimas de La Violencia en los años cincuenta?
Mucho. En esa época estaba la chusma chulavita, que incluía a la Policía, asociada con algunos integrantes del partido Conservador. Se movían sobre todo en una vereda que se llama Sabaneta. Allá era donde los policías mataban liberales por el solo hecho de ser liberales. Generaban una violencia tremenda. De hecho, en un momento dado, mi papá decidió que toda la familia se iba a vivir a Medellín por la presión de los chulavitas. Pero allá sufrimos mucho y nos tocó devolvernos un año después a Piedecuesta.
¿Por qué no les fue bien en Medellín?
Yo estaba muy chiquito y no me acuerdo bien. Sin embargo, sé que allá mi papá tenía un compadre llamado Sergio Ceballos, que le ayudó a comprar lo que llaman una salsamentaria. Era un almacén donde se vendían encurtidos, sardinas, salmonete, boquerones, pescados, alimentos de cierta categoría. Era un negocio totalmente desconocido para mi papá y mi mamá, y sobrevivimos. Al final, para podernos regresar al pueblo, tocó perder la mitad de la plata. Nunca nos amañamos al sistema de vida de Antioquia y, más que todo, mis papás se sentían totalmente solos, les hacían falta los amigos.Marelen Castillo es la nueva fórmula vicepresidencial de Rodolfo Hernández

Rodolfo Hernández fue alcalde de Bucaramanga, entre 2016 y 2019.
Ricardo Pinzón
¿A qué se dedicaban sus papás en Piedecuesta?
Mi papá les cosía a los campesinos. Les hacía pantalones, lo que llamamos hoy pacotilla. En las casas de mercado tenía un pequeño almacén donde vendía sacos, camisas, medias y otros artículos de vestimenta. Mi mamá, en un fabriquín, hacía tabacos. Los empacaba, los elaboraba y los mandaba para Medellín, donde Ceballos se los compraba y los distribuía en todo Antioquia. Recibían unos ingresos muy precarios por muchísimo trabajo.
¿Es verdad que su padre era admirador de Carlos Marx?
Sí, él tenía mucha sensibilidad social. Por él, regalaba todo a sus copartidarios liberales (risas). Ahí la que hacía el equilibrio racional con los ingresos y los egresos era mi mamá.
Él viajó varias veces a Rusia...
Él siempre fue de paseo. No era nada político. Simplemente le gustaba ir. Para ese entonces ya teníamos holgura económica gracias al trapiche con el que hacíamos panela. La hacíamos con un método tradicional. Consistía en apretar la caña con el trapiche, sacar el jugo y someterlo al calentamiento y a la evaporación. Queda la miel, se cristaliza, y en una gavera se hace la panela. Luego, con la misma paja de la panela, se envolvían los bultos. Entonces él se iba para Rusia, ¡pues que fuera!
Su madre me dijo que ella le dio a usted mucho fuete. ¿Eso formó su carácter?
Es que yo era muy inquieto. Y no solamente yo, que era el mayor, sino también mi hermano Alfonso. Los pasivos eran Humberto, el segundo, y Gabriel, el último. Yo era un loco. Jugaba, hacía daños. Yo jodía y jodía. Ella me decía “no haga eso”, y yo lo hacía. Era bien chinchoso. Entonces me daba unas pelas con el cable de la luz. ¿Sabe qué es eso? Eso era duro. A veces me metía cinco o diez pelas en un mismo día para ponerme en orden. Pobrecita ella, le tocaba actuar o si no quién sabe qué hubiera pasado.
Usted también era muy deportista...
Me gustaba la jabalina y jugaba bastante fútbol. Este deporte lo conservé durante mi tiempo en la Universidad Nacional. Yo jugaba de 2, de defensa central, y era parte del equipo de la universidad. Incluso alcanzamos a jugar contra Santa Fe, cuando el entrenador era Gabriel Ochoa Uribe.
¿Es verdad que usted ingresó a la carrera de Ingeniería Civil sin las mejores notas, medio raspando?
Es cierto. Yo nunca fui el mejor, ni siquiera de los mejores. Fui del montón. Más bien de la mitad para abajo [risas].
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Ahora se roban todo y fuera de lo que se roban dejan hipotecado el departamento por cincuenta años, y no pasa nada.
¿No le gustaba estudiar?
Es que el nivel de estudio y de concentración era violento. A veces se me dificultaba entender. Tocaba estudiar muchísimo. Aparte de las clases tocaba estudiar unas treinta horas por semana, para sacar un promedio de 3,5, de 3,6. Yo no tenía la capacidad de aprender tan rápido como los mejores, me costaba trabajo.
Usted estudió en la universidad a finales de los años sesenta, cuando se dio Mayo del 68. ¿Usted se metió en el asunto de las protestas?
No, a mí eso no me gustaba. Me parecía que era desperdiciar el tiempo y el esfuerzo de mi papá y de mi mamá. ¿Es que me tenían ahí para perder el tiempo y destruir la universidad, para destruir el amueblamiento, la cafetería y los platos? Todo eso me parecía un acto contra nosotros mismos.
Después de la universidad, usted entró en el sector público y trabajó construyendo la carretera entre Bucaramanga y Zapatoca. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fue buenísima. Se trató de un encargo que me hizo el gobernador de Santander Jaime Serrano Rueda. Él era conservador y trabajador, no se robó ni un lápiz. No como ahora. Ahora se roban todo y fuera de lo que se roban dejan hipotecado el departamento por cincuenta años, y no pasa nada. El caso es que me puse a trabajar sábado y domingo en la carretera, todos los días, hasta los de fiesta, y por trabajar así, calladamente, el gobernador me nombró director de Caminos Vecinales del departamento, como un premio de reconocimiento a un esfuerzo.
Pero usted no duró mucho en el sector público...
Me botaron como a un perro.
¿Qué pasó?
Llegó otro gobernador, también conservador, llamado Jaime Trillos Novoa, que en paz descanse. Él era el antagonista político de Jaime Serrano porque era alvarista y Serrano, pastranista. Como yo venía de la vertiente pastranista, el doctor Trillos resolvió sacarme. Me iba a obligar a hacer unas cosas que yo no podía hacer y me hizo echar. El presidente de la República incluso tuvo que firmar la echada mía. Y la firmó.
¿Qué fue lo que le pidió hacer?
Que parara todo lo que estaba haciendo, abandonara todas las máquinas y que pasara para otro lado la platica que había, que eran como $ 200.000. Yo le dije que no, que yo no podía abandonar una obra pública sin razón alguna y por capricho de él. Me dijo: “El que mando soy yo”, y entonces me echó. Fue el favor más grande que me han hecho en la vida.
¿Por qué lo dice?
Yo tenía unos amigos en Piedecuesta, Guillermo Gómez Serrano y Abelardo Serrano Otero, y entre los tres formamos una constructora que se llamó Hernández, Gómez y Serrano. Al poco tiempo, Serrano se retiró y la empresa pasó a ser Hernández Gómez (HG). Luego a Guillermo le dio cáncer en la laringe, se retiró y yo me quedé solo con el negocio. Y ahí voy.
¿Y Abelardo por qué se retiró?
Estábamos haciendo una obra en un lote, que era la mitad de una manzana, y el vecino que no nos vendió quería ponernos a hacer unas obras que no nos tocaban y, como no las hicimos, sacó una pistola. Abelardo les tenía pánico a las armas y apenas llegamos a la plaza, me dijo: “Yo vendo mi parte, denme lo que quieran”.
¿Y usted también estuvo ahí cuando el vecino sacó la pistola?
Sí, pero a mí eso no me da miedo.
¿No le da miedo una pistola?
No, no me da miedo. A mí, cuando repartieron el miedo, me dieron poquito. No es que sea guapo, sino que no tengo esa sensación. También porque los revólveres no los venden con huevas. Los venden es sin huevas. Que disparara el revólver, a ver si era capaz.
En los años noventa, por la crisis de la UPAC, su empresa HG casi se quiebra. ¿Qué pasó?
Llegó un momento en que yo era incapaz de pagar, no porque hubiera dilapidado los créditos, sino porque tenía acumulación de inventarios. Alcancé a tener 1.500 casas hechas sin vender, y pagando intereses. Ante esa situación, se me ocurrió financiar yo mismo a la gente y quitar al banco de en medio. Yo cogí las hipotecas, me puse a trabajar y, de la mano de mis asesores en comunicación actuales, los argentinos Guillermo Meque y Hugo Vásquez, empezamos un proyecto que se llamó “Plan 100: el plan para pensar en casa”. En 1994, comenzamos a vender y vendimos todo rapidísimo. A los tres años pagué las cuotas iniciales y las cuotas mensuales de las 1.500 casas, pasé toda la deuda y me quedé con las hipotecas. Ese día me volví rico. Ya no le debía ni un peso a nadie y empezó a entrar la plata. Aún tenemos en HG ese mismo esquema.
¿El del plan 100?
Ese mismo. Nosotros les prestamos a todos nuestros clientes. No les pedimos ni un papel. Les creemos lo que digan. Solo les pedimos la cuota inicial, que es del 20 por ciento, y el resto les damos hasta 30 años con una tasa de interés fija durante toda la deuda. El mejor negocio de la vida es prestar plata, así sea a tasa bajitica. Eso es muy bravo: cobrando día y noche, sábado y domingo también, 31 diciembre, primero de enero, Semana Santa, Jueves Santo, el día del cumpleaños. Vaya a cualquier ciudad, mire los edificios del downtown y verá que los mejores son los de los bancos, porque son los más prósperos.

Hernández estudió Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de Colombia en 1970 y en 1972 creó su empresa, una constructora llamada HG.
Ricardo Pinzón
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A mí, cuando repartieron el miedo, me dieron poquito. No es que sea guapo, sino que no tengo esa sensación. También porque los revólveres no los venden con huevas. Los venden es sin huevas
Usted ha dicho en varias ocasiones que tiene una fortuna de 100 millones de dólares. ¿En qué tiene invertida su plata?
El 70 por ciento en tierra y un 30 por ciento rotándola en la financiación de los productos que vendemos.
¿Tierra en Colombia?
Sí. Ese es otro negocio. Porque es que la tierra todos los días vale más por las plusvalías que genera el mismo Estado sobre el lote. Y lo que hagan los vecinos, todo lo que trabajen los demás se lo gana el lote, que además tiene otra ventaja: nunca es viejo. Este apartamento empieza a tener edad, pero la tierra no. Nadie le pregunta: “Hola, ¿y cuántos años tiene ese lote?”. El mejor negocio es acumular tierra.
¿Es verdad que su esposa, Socorro, es la que maneja la plata de la empresa?
Sí [risas]. Eso es terrible, ¿oyó?
¿Por qué?
Porque ella ahorra todo, tiene un sentido de la racionalización del gasto. Yo soy más suelto. Si un hombrecito me está vendiendo un lote de hierro en un almacén, yo pido rebaja, pero ella es la que lleva la plata y le dice: “Aquí tengo la plata, pero le doy tanto”. Es terrible para el que vende, pero es muy bueno para la empresa.
¿Cómo se conocieron con Socorro?
Resulta que yo trabajaba en el departamento de Santander y ella tenía un amigo que se llamaba Jairo Camargo Buitrago. Un día dijimos, “Hola, vamos de paseo a Piedecuesta”. Fuimos a un pozo que estaba sobre el río, que se llama Quebrada Grande. Jairo llevó a Socorro y yo llevé a una china llamada Alba Fuentes Centeno. Nos bañamos allá, luego fuimos a almorzar, pero a mí la que me gustó fue Socorro [risas]. Ella es el mejor negocio que he hecho en mi vida.
¿Socorro?
Sí, porque sin ella yo no tendría lo que tengo hoy. Seguramente tendría algo, pero mucho menos. Es que ella es tenaz. Mi esposa es una acumuladora de dinero la cosa más brava. Hace inversiones, consigue activos, más que todo lotes. A ella le encanta comprar lotes y dejarlos ahí.
Después de casarse, ustedes adoptaron dos hijos. ¿Cómo fue ese proceso?
Como Socorro no quedaba embarazada, yo le dije que adoptáramos un chino. Fuimos y primero sacamos a Mauricio, y luego sacamos a Juliana. Ella era una niña que había tenido un periodo de desnutrición muy largo, estaba muy enfermita, entonces mi mamá nos dijo: “devuélvanla”. Yo le dije: “No, mamá, eso no se puede, eso no es humano, eso no es como devolver una gallina. Nosotros nos equivocamos y la queremos así. Vamos a afrontar esto”. Ella, Juliana, fue la que secuestró la guerrilla del ELN.
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¿Cuándo ocurrió el secuestro?
En el 2004. Fue en Ocaña, por allá en el Catatumbo. Se fue con una amiga y no volvió. Volvió la amiga, pero no ella.
¿Usted por qué decidió no pagar el rescate?
A mi papá ya lo habían secuestrado en los noventa, e iban a seguir con eso. Después secuestran a Socorro y pago, después a otro y a otro. Fue doloroso, duro. Duramos quince años dando vueltas, buscándola. Fui hasta la Presidencia de la República, el presidente Santos me atendió y me dijo que me iba a ayudar. Seguramente hizo la vuelta y no pudo. El año pasado resolvimos hacer el duelo, y simultáneamente el proceso de desaparición por secuestro, con el fin de coger lo que tenía ella, su patrimonio, y pasárselo a Socorro. Fue reconocer que ella ya no existía.
¿Usted apoyó el No o el Sí en el plebiscito para refrendar la paz con las FARC en el 2016?
Yo apoyé el Sí, que sí hubiera paz. A mí me parecía una perdedera de tiempo, de esfuerzo y de plata apoyar el No, porque el presidente, bien o mal, había hecho un acuerdo con unas condiciones en representación de todos los colombianos y todas las instituciones. Ahora, no es perfecto, nada es perfecto. Los acuerdos se tienen que hacer entre enemigos, entre amigos el acuerdo ya está hecho. Si yo gano la Presidencia, me pongo a cumplirlo. A ver qué se ha cumplido y qué no, y a ver cuánto vale lo que no.
¿Y qué ha averiguado por el momento?
Hace poco fui a uno de los campamentos de la paz, que se llama Tierra Grata. En el Cesar, muy cerca de Valledupar. Es una porquería lo que hicieron con él. Para mí, estos politiqueros se robaron la plata. Si llego a ganar, vamos a reubicar el campamento, lógicamente concertado con las FARC. El primero de diciembre estuve en Nueva York contactando un taller de arquitectos de talla mundial para hacer el urbanismo. Mi idea es hacer un campamento con casitas de 60 metros diseñadas por los mejores arquitectos del mundo. Una manzana diseña por Richard Meier, otra por Frank Gehry, otra por Renzo Piano, otra por César Pelli.
¿No saldría muy caro?
No, eso sería baratísimo comparado con el impacto que puede tener un diseño de talla mundial para la paz, para el mejoramiento de condiciones de vida de los excombatientes, porque esos hombres solo son una consecuencia de la clase política de hace 70 años, que no paró bolas. Y mire en lo que resultó: 250.000 muertos. Hubiéramos podido ahorrarnos eso y toda la plata y el dolor de décadas de pura violencia.
¿Buscaría la paz con el ELN?
Como ya sé cuánto duró el proceso de paz con las FARC, cinco años, yo les ofrecería a los del ELN firmar un otrosí. Señores del ELN, ¿aceptan adherirse al proceso que se firmó con las FARC? Son dos renglones, y nos ahorramos por lo menos 50.000 millones en abogados y cinco años dando plomo y jodiendo. El mejor seductor para el ELN va a ser lo que vamos a hacer con las FARC en mi gobierno. Será de talla mundial.

Rodolfo Hernández ha obtenido reconocimiento en audiencias más jóvenes gracias a su estrategia de comunicación. Muchos lo llaman 'el rey de TikTok'.
Ricardo Pinzón
¿Cuándo decidió lanzarse a la alcaldía de Bucaramanga?
El 16 de marzo del 2013.
¿Qué pasó ese día?
Yo estaba con unos amigos, como cualquier otro día. Estaba mi hermano Gabriel. Hable y hable de los políticos y hable de que son unos ladrones, atracadores. Entonces mi hermano me dijo: “¿Por qué no se mete usted? No hable tanta carreta”. Yo le respondí que se lanzara él, que yo lo ayudaba. Él me dijo que no, al contrario, que él me ayudaba a mí. Y bueno, me metí (risas).
Su hermano Gabriel fue el ideólogo de la campaña y se inventó el movimiento "Lógica, Ética y Estética".
Yo digo que el 65 por ciento de mi éxito es de él y de su filosofía. Yo fui su alumno. El otro 30 por ciento es de mis asesores argentinos.
Su campaña a la alcaldía fue atípica. No tuvo sede y durante más de un año invitó todos los días a gente a almorzar a su casa...
La idea central fue mover el imperativo categórico kantiano. No dar plata, no comprar votos, no decir mentiras, no prometer, no ser hipócrita, no aparentar, no manipular, no simular. Ser auténtico. Y eso a la gente le gustó, ¿pero sabe por qué? Porque la gente creyó que yo sí era capaz de parar a todos esos ladrones. La gente creyó, me votó, llegué y los paré. Les cumplí todo. Y ese posicionamiento de marca se traslada a la actualidad. Por eso en estos días ya tengo el 17 por ciento de la intención de voto.
¿Cómo se explica su éxito actual?
Es un fenómeno. Yo no salgo a la calle, no gasto plata, nada; vivo encerrado, y aun así les gano a todos estos que hacen manifestaciones. Lo que pasa es lo siguiente: ¿Será que los colombianos sí le van a entregar la chequera a Petro, a Armando Benedetti, a Roy Barreras, o se la van a entregar a Rodolfo Hernández? Eso es lo que tienen que decidir, porque al final lo que importa es la chequera. El resto es paja.
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Son unos hijueputas para gastar plata. ¿Sabe cuánto gasta el presidente al día en su departamento administrativo? 4.350 millones. Tiene 58 cocineros. Eso hay que acabarlo de raíz.
Usted se volvió famoso a nivel nacional por la cachetada que le dio al concejal John Claro. ¿Por qué le pegó?
John Claro hacía parte del Concejo Municipal y me llamó para decirme que quería hablar de temas de ciudad y de cultura. Yo le respondí que se viniera ahí mismo a mi despacho. Llegó con luces, cámaras y acción. Y me cambió el tema, a uno que no tenía nada que ver con la ciudad. Eso la verdad me sacó de casillas. Hice una acción violenta, que no debí haber hecho. Yo le pedí perdón a él, y no solamente a él, sino a todos los que iban con él, porque él llegó con cola, con barra.
Existe un audio en el que usted le dice a una persona que le iba a pegar un tiro...
A un cliente. Jaime yo no sé qué. Un arquitecto casado con una parienta mía. Ellos compraron un apartamento en un proyecto mío que se llama Picasso Cubismo. Y tan de malas yo que había una falla en el inodoro. Él me reclamó y yo sé lo arreglé. A los tres meses volvió con el mismo tema. Y luego otra vez tres meses después. Yo creo que quería sabotearme, que lo dañaba a propósito, con lo corrompido que es, con lo que vi después. Entonces me fue a poner chaleco a la oficina, y lo amenacé. Mal hecho, pero, hola, dos arrechones, dos salidas de casillas desde que me gradué, hace 52 años, a mí me parece que eso lo sacan de proporción.
¿Es verdad que usted ahora se metió en clases de meditación para no ser tan impulsivo?
Es verdad. Hago meditación. Que es simplemente descargar las neuronas, la mente. Haga de cuenta que usted se para en la Séptima y empieza a ver pasar carros. Carros y carros. Y con un esfuerzo mental usted va borrando los carros. Entre más dure la mente en blanco, más descansa.
¿Y le ha ayudado?
Muchísimo. Ahora me pueden insultar de hijo de puta, darme golpes, y no reacciono [risas].

La portada de la edición 114 es Haruki Murakami, el escritor japonés más vendido del mundo.
Revista BOCAS
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POR: Christopher Tibble Lloreda
FOTOS: Ricardo Pinzón
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EDICIÓN 114. FEBRERO- MARZO 2022