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Un problema con rostro / Ricardo Ávila

El día sin IVA demostró que había una importante capacidad de compra retenida en los hogares que ahora se liberó. Foto:

El día sin IVA demostró que había una importante capacidad de compra retenida en los hogares que ahora se liberó. Foto:

Foto:Vanexa Romero. EL TIEMPO

La importancia del Informe Nacional de Competitividad y las tareas pendientes de nuestra economía.

RICARDO ÁVILA PINTO
Cuando el Dane informó esta semana que la economía colombiana había crecido más de 13 por ciento durante el tercer trimestre de 2021, aún los analistas de mayor optimismo tuvieron que reconocer que se quedaron cortos en sus pronósticos. Tal como van las cosas, el país apunta a ser uno de los más dinámicos de América Latina este año, por cuenta de la fortaleza de la demanda interna y de la eliminación de restricciones adoptadas para contener la pandemia.

Tal como lo demostró la más reciente edición del día sin IVA había una importante capacidad de compra retenida en los hogares que ahora se liberó

A la luz de las cifras, parecería que hay motivos de sobra para afirmar que como vamos, vamos bien. Para comenzar, el producto interno bruto superó el nivel que alcanzó en 2019 mucho antes de lo previsto y tanto la confianza empresarial como de los consumidores muestra tendencia al alza.
Tal como lo demostró la más reciente edición del día sin IVA había una importante capacidad de compra retenida en los hogares que ahora se liberó, algo que se expresa en los entusiastas reportes del comercio. Debido a ello, opera una especie de círculo virtuoso que trae efectos positivos sobre ventas y empleo.
La fortaleza de la recuperación, sin embargo, no debería ser motivo para engavetar una lista de pendientes que se alargó todavía más por cuenta del covid-19. Así lo puso de presente el más reciente Informe Nacional de Competitividad, que resaltó cómo los desafíos a la hora de construir una sociedad más próspera y justa son muchos.
El llamado de atención es importante porque más allá de las buenas cifras macroeconómicas hay áreas que demandan atención urgente y en donde las respuestas deben acompañarse de esfuerzos de largo plazo. De lo contrario, perpetuaremos las desigualdades conocidas, en un país en donde la insatisfacción social es alta y tanto oportunidades como cargas están mal repartidas.

Con nombre propio

Para entender esa afirmación, resulta clave recordar que detrás de los retos siempre hay rostros. El Consejo Privado de Competitividad los quiso relevar en la presente oportunidad, haciendo uso de personajes ficticios, pero con asidero en la realidad.
Elkin es un niño de siete años que vive en la población cordobesa de Planeta Rica y exhibe en la foto una sonrisa llena de optimismo. No tiene por qué saberlo, pero deberá luchar mucho. La probabilidad de que un estudiante que está hoy en primero de primaria se gradúe de bachillerato en Colombia es de apenas 44 por ciento.
Para colmo de males, la emergencia sanitaria ocasionada por el coronavirus empeoró las cosas. De acuerdo con el Dane, la inasistencia escolar pasó del 4,6 al 30 por ciento entre 2019 y 2020. Las cifras de contagios son mucho menores ahora, pero a octubre pasado todavía había 2,2 millones de niñas, niños y adolescentes que no habían vuelto a la educación presencial.
La pérdida en capacidades cognitivas no es de meses, sino de años, sobre todo entre los más pobres. El motivo es que el acceso a las herramientas virtuales es muy limitado. En las áreas rurales, tres cuartas partes de los hogares no tienen acceso a internet, lo cual se traducirá a la vuelta de una década en menores oportunidades laborales y trampas de pobreza casi insalvables.
Marta, habitante de Acacías, en el Meta, está a punto de experimentarlo. Si bien su generación asiste más que nunca a un centro educativo, pues la cobertura subió 20 puntos porcentuales en este siglo, situaciones como el embarazo adolescente persisten. Tan solo en el segundo trimestre de 2021, hubo lugar más de 26.000 nacimientos de niños cuyas madres tenían entre 14 y 19 años. Y entre las menores de 14, el salto fue de 22 por ciento en estos meses de pandemia.
De otro lado, están brechas que existían antes del virus. El alumno promedio en el país –mostraron las pruebas Pisa de 2018– tiene un rezago de 3,4 años en su desempeño en matemáticas con respecto a un estudiante de las naciones más desarrolladas, mientras que en ciencias y lectura el atraso es de 2,7 y 2,6 años, respectivamente.
Esas falencias seguramente las experimenta Alberto, de Facatativá, en Cundinamarca. Habiendo cumplido sus 18 años, tiene la opción de ingresar a la universidad, pero no es seguro que lo logre. A fin de cuentas, algo más de una tercera parte de los graduados de colegios oficiales logra comenzar su educación superior, mientras que en los egresados de entidades privadas la proporción sube a 56 por ciento.
Si las cosas no resultan, podría entrar en la categoría de los ‘ninis’, término con el que se describe a quienes no trabajan y no estudian. En esa condición hay 2,9 millones de personas, entre 14 y 28 años.
Parte de la explicación es que ocuparse no es fácil. La tasa de desempleo juvenil asciende al 20,5 por ciento y golpea de manera más que proporcional a las mujeres: 27,3 por ciento.
No tendría que ser así, pues pareciera que trabajo sí hay. Una encuesta de Manpower señala que 70 por ciento de las empresas reportan dificultades para llenar sus vacantes porque los aspirantes no cuentan con las habilidades requeridas.
De ahí que la salida para muchos sea el rebusque. El Dane señala que el 48 por ciento de los ocupados son por cuenta propia y a ese renglón pertenece el 90 por ciento de los micronegocios, de los cuales una elevada proporción (43 por ciento) se crearon por necesidad.
Dar el salto a la formalidad está lleno de obstáculos. Un cálculo de Planeación Nacional afirma que el costo de hacerlo, para una empresa pequeña o mediana, representa entre la tercera parte y la mitad de su utilidad bruta anual.
Lo anterior deja de presente que, en la práctica, existen dos Colombias. La primera trata de ajustarse a normas que son onerosas, pues hacen pesada la carga de la supervisión estatal y redefinen las reglas de juego con frecuencia. Entre 1999 y 2019 se emitieron en promedio 2,7 decretos gubernamentales por día.
No es el único factor, pero sin duda este da lugar a prácticas oligopólicas que se traducen en precios altos por bienes y servicios. Mantener los márgenes tampoco resulta sencillo, pues la energía es cara, el transporte vale mucho y las cadenas logísticas funcionan mal.
Hay otro país que decide ignorar las regulaciones, entre otras porque las barreras para entrar al mundo formal son muy altas. El problema es que estar fuera del radar es malo, entre otras porque los niveles de productividad de una gran cantidad de negocios son muy bajos.
A la larga, esa disparidad acabará determinando el nivel de bienestar de millones con el paso del tiempo. Una parte de los colombianos podrá mejorar y conseguir garantías de una vejez relativamente tranquila. Otra quedará desamparada, al no haberse integrado al sistema no necesariamente por voluntad, sino por predestinación.

Hoja de ruta

Ante un parte tan inquietante, salta a la vista que hay que tomar el toro por los cuernos. De ahí que el informe de competitividad recomiende priorizar una agenda de productividad enfocada en mejorar la vida de la gente.
El mapa propuesto comprende cuatro objetivos transversales que comienzan por recuperar la esperanza. Así el propósito pueda sonar etéreo, este consiste en demostrar que el futuro puede hacer que los sueños se cumplan.

Para nadie es un misterio que cientos de miles de jóvenes perdieron la fe en un sistema que en múltiples ocasiones los discrimina o ignora

Para nadie es un misterio que cientos de miles de jóvenes perdieron la fe en un sistema que en múltiples ocasiones los discrimina o ignora. Las expresiones de descontento que surgieron durante las jornadas del paro que comenzó a finales de abril reflejaron en ocasiones la rabia de aquellos que piensan que no tienen nada que perder, por la sencilla razón de que no tienen nada.
De ahí que sea indispensable abrir oportunidades y proveer soluciones, para lo cual la primera tarea es que la educación funcione como debería. Ajustar normas laborales y de seguridad social para ofrecer empleos formales también requiere estar en la mira.
En concreto, resulta impostergable el regreso a la presencialidad, remediar las pérdidas de aprendizaje y universalizar la enseñanza preescolar. Al respecto, Ana Fernanda Maiguashca, presidenta del Consejo Privado de Competitividad, dice que “si dejamos que el capital humano se nos deteriore, no vamos a tener por dónde salir adelante”.
Un segundo propósito consiste en crear más mercado. Como lo señala la exdirectora del Banco de la República, “si queremos ser competitivos, tenemos que competir”. Esto implica pensar más en el consumidor que en proteger ventajas y privilegios, además de internacionalizar la economía para absorber conocimiento.
Como tercer punto hay un llamado vehemente en el sentido de contar con un país más conectado y no solo en lo físico. Aquí es clave la infraestructura y en particular las vías terciarias, pero también lo es cerrar las brechas digitales, que son notorias entre áreas urbanas y rurales.
Y el último acápite pasa por un “Estado eficiente, confiable y al que todos le podamos exigir”. En esto hay mucha tela por cortar, arrancando con la inoperancia de la justicia y el cáncer de la corrupción.

Pero es inevitable hablar de recursos que, hoy por hoy, son insuficientes para atender un cúmulo de necesidades.

Pero es inevitable hablar de recursos que, hoy por hoy, son insuficientes para atender un cúmulo de necesidades. Por más antipático que suene, el país no puede eludir el tema de su estructura tributaria, cuyos problemas han sido diagnosticados desde hace tiempo.
Eliminar exenciones y tratamientos especiales, fuera de aumentar la tributación de las personas, naturales forma parte de los puntos para discutir. Al respecto no faltará quien señale que el tema es un imposible político y que es mejor no alborotar el avispero, como sucedió hace unos meses con las consecuencias conocidas.
No obstante, esconder la cabeza en la tierra difícilmente servirá para poner en marcha soluciones efectivas. Nadie puede sostener que sacar reformas adelante sea fácil en Colombia y menos en tiempos de polarización impulsados por el papel incendiario de las redes sociales.
Aun así, el nutrido grupo de precandidatos a la Presidencia de la República debería tomar nota. Como bien dice Maiguashca, “en esta crisis de representatividad democrática, es obligatorio ganarse la legitimidad que parte de la voluntad de la sociedad para hacer cambios”.
Algunos, claro, han optado por la salida del populismo. Remedios aparentemente fáciles a problemas complejos son atractivos, pero como lo ha comprobado en incontables ocasiones la humanidad –y especialmente los países latinoamericanos– esa nunca ha sido una historia con final feliz. Otros acaban optando, en la práctica, por dejar las cosas como están. Frente a esa posibilidad, Maiguashca recuerda que “eso nos colocaría en el lugar del loco que espera resultados distintos haciendo lo mismo”.
Si se trata de que eso no suceda, el turno será para aquellos que muestren su descontento con el statu quo y ratifiquen su voluntad de hacer bien la tarea. Diagnósticos de buena calidad, como el del Consejo de Competitividad, están disponibles, junto con sus respectivas hojas de ruta. De lo que se trata es de ponerlo en práctica.
Solo así, la cifra de crecimiento económico –por más buena que sea– dejará de parecer una estadística distante. Y los colombianos podrán entender en primera persona el mensaje, según el cual “lo que es con la competitividad es conmigo”.
RICARDO ÁVILA PINTO
ANALISTA SÉNIOR
Para EL TIEMPO
@Ravilapinto
RICARDO ÁVILA PINTO
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