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Tan cerca y tan lejos

Como consecuencia de la pandemia, las 140 sesiones del Foro Económico Mundial transmitidas ocurrieron de manera virtual

Como consecuencia de la pandemia, las 140 sesiones del Foro Económico Mundial transmitidas ocurrieron de manera virtual

Foto:Salvatore Di Nolfi. EFE

Las reuniones virtuales que sustituyeron al Foro Económico de Davos dejaron grandes conclusiones.

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Bajo circunstancias distintas, la nevada que cayó el viernes pasado en Davos habría sido noticia destacada en los medios de comunicación, porque le habría entorpecido la rutina a más de un poderoso. Esta vez, sin embargo, las fuertes precipitaciones solo les interesaron a los residentes de la pequeña población alpina y a los esquiadores que tomaban el teleférico para lanzarse por las blancas pistas del monte Jakobshorn.
Y es que, por primera vez en varias décadas, las calles de uno de los puntos más nombrados de los Alpes suizos no se vieron invadidas a finales de enero por caravanas de presidentes y primeros ministros, o por vehículos de alta gama que transportan a las cabezas de las multinacionales más reconocidas, convocados por el Foro Económico Mundial.
En lugar de la asfixiante seguridad, de los precios elevados y el incesante ritmo de las reuniones de alto nivel, la vida transcurrió tranquilamente en este rincón del cantón de los Grisones, vecino del principado de Liechtenstein.
Lo anterior no impidió que la cita de todos los años se cumpliera, así hubiera recibido un nombre distinto y se haya trasladado al ciberespacio. Como consecuencia de la pandemia, las 140 sesiones transmitidas ocurrieron de manera virtual e incluyeron a 1.700 participantes de 80 países, al igual que a una veintena de jefes de Estado y de Gobierno.
Muchos recuerdan cómo, un año atrás, la noticia sobre la aparición de un virus altamente contagioso en China se recibió con relativa calma en los salones del Centro de Congresos. A pesar de que los integrantes de la comunidad científica expresaron su preocupación, también manifestaron su confianza en que la amenaza pasaría pronto.
Nadie pronosticó en ese momento un futuro de confinamientos y recesión económica, ni mucho menos de más de dos millones de fallecidos. El peor escenario sencillamente no se contempló, así a las pocas semanas se hubieran disparado las alarmas.

Los mensajes

Por cuenta de semejante preámbulo, es fácil mirar con cierto desdeño las deliberaciones de la semana pasada. Tal como en 2008 no se habló de la posibilidad de una crisis financiera internacional, o en 2016 era imposible encontrar a alguien que pronosticara la elección de Donald Trump, ha vuelto a quedar en evidencia que los integrantes de la élite global no cuentan con una bola de cristal.
Aun así, vale la pena examinar algunos de los mensajes principales salidos de los debates de expertos o los discursos de los líderes políticos. Más que decisiones de carácter inmediato, hay tendencias que es imposible ignorar y que determinarán el curso de la humanidad más allá de la emergencia sanitaria.
 
Para comenzar, es claro que el proceso de adopción de tecnologías limpias orientadas a la producción de electricidad sigue su curso y, de hecho, tendrá una aceleración por causa de la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos. Esa transformación energética no solo está relacionada con fuentes como paneles solares o turbinas de viento, sino con los usos. Para comienzos de la próxima década más de la mitad de los vehículos que se vendan no serán movidos por combustibles fósiles.
No menos importante es que el concepto de sostenibilidad impacta cada vez más los capitales disponibles para ciertas actividades. Los fondos de inversión que manejan billones de dólares o las grandes empresas miran ahora con un lente más amplio que el de la rentabilidad dónde ponen su dinero. Con un público que los vigila, todo apunta a que esta no es una moda pasajera.
Tampoco es menor la convicción de que la cuarta revolución industrial se ha acelerado y ocasionará numerosos traumatismos en diferentes campos, especialmente en los mercados laborales. De ahí que sea necesario un esfuerzo sin precedentes para reentrenar y formar a millones de trabajadores cuyas capacidades dejarán de ser necesarias en el mundo del mañana.
En ese sentido, son positivas las numerosas iniciativas en marcha que utilizan internet para enseñar nuevas habilidades. El Foro Económico provee la plataforma adecuada para compartir experiencias que se pueden replicar en el ámbito de un país o permite sumarse a lo que hacen otros.
Un tercer elemento que vale la pena destacar es la insistencia de que el sector privado está obligado a mirar más allá de la maximización de utilidades. “Necesitamos movernos de un mundo que está basado solamente en objetivos materiales a uno que sea mucho más consciente del bienestar de la gente”, señaló el profesor Klaus Schwab, fundador del evento, quien aprovechó la ocasión para lanzar su libro Capitalismo de las partes interesadas.
Es verdad que esas palabras pueden sonar utópicas, más aún ante tanta evidencia de que la codicia sigue tan presente como siempre. No obstante, es innegable que ahora los consumidores saben que tienen un poder colectivo que pueden usar ya sea para premiar a firmas que les merezcan admiración o castigar aquellas que les despierten rechazo.
Además, nadie olvida que las tensiones que se expresaron en las calles durante 2019 pueden haberse suspendido debido a la pandemia, pero no han desaparecido. Ignorar el descontento es arriesgarse a cambios abruptos y más ante la sensación de que el covid-19 puso de presente inequidades fundamentales.

Más allá del discurso

Dicha consideración ha vuelto a surgir con fuerza en días pasados. Los incumplimientos de las farmacéuticas en la entrega de vacunas llevaron a que resurgieran nacionalismos que en nada se parecen a los discursos hechos por las cabezas de las principales potencias la semana pasada, en favor de reconstruir la confianza y promover la acción colectiva.
Mientras se habla de unión y solidaridad, la verdad es que las naciones desarrolladas van a hacer lo que esté a su alcance para inocular a sus ciudadanos cuanto antes, incluyendo aquellos en el grupo de riesgo bajo. En contra del consejo de los expertos de proteger a las poblaciones vulnerables en los cinco continentes primero, lo que se ve es una especie de sálvese quien pueda que favorece a los que tienen poder y dinero.
La combinación de esos dos factores determina el lugar en la fila. Aquí el peligro es que se resquebraje el espíritu de cooperación que es clave para enfrentar desafíos que son mucho más grandes que el de la pandemia y que tampoco reconocen fronteras, como sucede con el calentamiento global.
Lo anterior se suma al peligro de más barreras comerciales, que no ha desaparecido. Sin importar que Donald Trump haya salido del horizonte político o que Washington vuelva a ocupar la silla que dejó vacante en espacios multilaterales, nada hace pensar que la concordia está de vuelta.
Fuera de las conocidas diferencias entre Estados Unidos y China, hay movimientos inquietantes. Una de las primeras instrucciones de Joe Biden tras su posesión fue la de instruir que las compras estatales se concentraran en bienes ‘Made in USA’, lo cual rompe en la práctica con los principios de libre competencia.
En consecuencia, y a pesar de que el Foro Económico Mundial logró reunir bajo un mismo paraguas a tantos dirigentes que usaron los mismos adjetivos, queda la preocupante sensación de que el planeta es una gran torre de Babel. Lejos de los lugares comunes en las declaraciones del líder de turno sobre la importancia de un futuro compartido, la práctica muestra que cada nación está relegada a su suerte y que la capacidad de entenderse es poca.
Y esa no es una buena señal en medio de circunstancias que son muy complejas. El martes 26 el Fondo Monetario Internacional actualizó sus proyecciones sobre la marcha de una economía global que en 2020 tuvo su peor desempeño en casi nueve décadas.
A primera vista, el reporte tuvo elementos alentadores. La contracción registrada el año pasado acabó siendo menos grave de lo que se pensaba –del 3,5 por ciento– mientras que el repunte de 2021 sería más vigoroso de lo proyectado en octubre: 5,5 por ciento.
No obstante, detrás de esas cifras se esconde una gran desigualdad. De los 150 países que cayeron en recesión, apenas 40 lograrán en diciembre superar el producto interno bruto que tenían en 2019. Para los otros 110 la senda es mucho más tortuosa, comenzando por los de América Latina que se demorará hasta 2024 en volver al punto de partida.

A la espera

Lo que explica en buena parte la disparidad son los programas internos de gasto, orientados a preservar la salud de las empresas y del empleo. En el caso de las naciones más ricas, endeudarse de manera amplia casi a cero costo –gracias a tasas de interés que se ubican cerca de mínimos históricos– es fácil. Para los demás, las cosas son a otro precio.
Como si lo anterior no fuera suficiente, la lentitud en los programas de vacunación actuará como un lastre para aquellos que consigan llegar más tarde a la anhelada inmunidad colectiva. Para citar un caso, la mayoría de las personas que habitan en Europa y Norteamérica debería haber recibido las dosis requeridas antes de septiembre. En el caso de África, en cambio, el escenario habla de tres años más para que eso suceda.
La gran ironía es que nadie estará plenamente tranquilo, así haya sido inoculado. Mientras el virus circule de manera masiva, persiste la probabilidad de mutaciones a cepas que hagan inoperantes los tratamientos que hoy son motivo de esperanza.
Ese es el motivo por el cual es tan importante que mecanismos como Covax –que permitiría distribuir vacunas en 192 países y territorios– comiencen a funcionar. Igualmente es clave que se identifiquen otros compuestos exitosos contra el covid-19 para que la oferta disponible sea mucho mayor y los plazos previstos se reduzcan.
Más allá de las especulaciones, parece seguro que la brecha entre ricos y pobres será más amplia, lo cual dará origen a tensiones adicionales. Por ejemplo, las presiones migratorias aumentarán en caso de que no se logren recuperar con prontitud los millones de empleos perdidos –sobre todo en el hemisferio sur– por culpa de la parálisis de las actividades productivas y de servicios.
La posibilidad de un mundo más inestable y turbulento debería ser un motivo de preocupación. Lamentablemente, en medio de las urgencias del ahora y del distanciamiento obligatorio poco se piensa en los dolores de cabeza del mañana.
En consecuencia, sería deseable que en múltiples espacios se pueda volver pronto a hablar con franqueza, cara a cara, de los dilemas y retos a escala mundial. Aunque da una sensación de cercanía, la virtualidad es un mal sustituto para tratar temas claves que requieren del contacto personal y los espacios informales.
No se trata, entonces, de añorar a Davos con sus excesos sino de superar el aislamiento que conduce a respuestas egoístas. Resulta irónico, por decir lo menos, que frente a las mismas amenazas la humanidad está más descuadernada ahora, más dividida y con una desigualdad creciente.
Desconocer que vivimos en un planeta interconectado que demanda soluciones conjuntas puede acabar siendo una de las secuelas indeseables de esta pandemia. Adoptar los correctivos del caso demanda un liderazgo que todavía no se ve, comenzando por las grandes potencias.
Pero nada lleva a pensar que los escenarios de diálogo vuelvan a darse pronto. De vuelta al Foro Económico Mundial, si las condiciones lo permiten, habrá un próximo encuentro presencial de carácter especial en Singapur.
El evento tendría lugar a mediados de mayo, pero pocos han hecho las reservaciones del caso. A fin de cuentas, algo que deja claro la pandemia es que ya no podemos hacer planes como antes. Cómo pensar el futuro en medio de la incertidumbre, es solo uno de los tantos dilemas por resolver.
RICARDO ÁVILA
Especial para EL TIEMPO
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