Después de varios debates en el Congreso de la República, el 11 de noviembre del 2010 el presidente Santos firmó la Ley 1413 de la economía del cuidado. Fue la primera ley de esta naturaleza en América Latina y con ella se marcó el inicio del proceso de identificación y medición de la economía del cuidado en el país.
Esta ley ordena al Dane la realización de una encuesta nacional, cada tres años, sobre el uso del tiempo de las mujeres en el país, con el fin de identificar aquellas actividades no reconocidas ni remuneradas que, en una altísima proporción, realizan las mujeres dentro del hogar para atender y cuidar a su familia y su lugar de habitación.
Aquellas labores que pueden asumir terceros se han definido como la ‘economía del cuidado’, y su primera medición en Colombia, realizada por el Dane entre 2013 y 2014, arrojó que estas actividades de cuidado realizadas por terceros equivalen al 19 % del PIB.
Muchísimo más que las contribuciones al PIB de sectores como el agrícola, 6 %, y el industrial, 11 %, y aun superior al aporte del sector financiero, 18 % (Dane, 2014, 1).
El tema ahora es cómo abordar en la práctica este reconocimiento de las actividades del cuidado. Las consecuencias de ignorar la contribución de este trabajo o de subestimarlo como se ha hecho históricamente las está enfrentado el Gobierno colombiano con el tema de las madres comunitarias.
Nunca se llamaron como debe hacerse de ahora en adelante, ‘trabajadoras del cuidado’, sino que se asumió que, como era una tarea natural de las mujeres, bastaba con darles una especie de subsidio.
Sus reclamos hoy, 30 años después, para que les reconozcan todos los beneficios laborales, demuestran el profundo error sobre la forma como se ha tratado el tema del cuidado no solo en Colombia, sino en la mayoría de los países del mundo. Es hora de romper esta historia.
Una vez reconocido que este tipo de trabajo hace un aporte económico gigantesco y que al no valorarlo se convierte en un inmenso subsidio de las mujeres a la economía y al resto de la sociedad, hay varias posibilidades de hacer ese quiebre histórico que fundamentalmente las mujeres han esperado por siglos.
El punto de partida debe ser el siguiente: esas actividades que prioritariamente realizan las mujeres cuidando a su familia y a su hogar, pero que pueden ser realizadas por terceras personas, deben entrar a ser parte de la corriente económica –economía en el texto– “es decir, tener un precio y generar un pago por el servicio”. La pregunta sería cómo hacerlo, y es allí donde se plantean tres posibilidades:
Sistemas públicos de cuidado
La tendencia que está predominando en América Latina, impulsada por la Cepal, consiste en que el Estado organiza los servicios de cuidado para menores de edad, ancianos, personas en situación de discapacidad y enfermos.
Obviamente, el papel del Estado es atender a quienes no tienen los medios para asumir estas responsabilidades. Al aumentar y coordinar estos servicios, el Estado está pasando una parte del cuidado a la economía, y quienes prestan este servicio van a tener que ser reconocidos como trabajadores con todos los requisitos que exige la ley.
Entre las ventajas está la de que se mejora la calidad del cuidado que reciben los sectores pobres y se libera tiempo de las mujeres de estos sectores para realizar labores remuneradas.
Pero existen grandes limitaciones. La primera es que el cuidado queda como una política asistencial con todas las limitaciones que estas estrategias tienen.
La segunda, como punto de partida se debe reconocer que todo el mundo, pobres, clases medias y ricos requieren del cuidado y que el Estado debe vigilar que sea de primera calidad. Por consiguiente, en esta alternativa queda por fuera el cuidado que demandan las clases medias y los ricos.
La tercera, lo más serio, es que no se puede asegurar su sostenibilidad porque depende totalmente de la voluntad política de los mandatarios, quienes definen la disponibilidad de recursos fiscales para este fin.
Pilares de cuidado
Después de conocer cómo las mujeres distribuyen su tiempo, se identifican aquellas actividades que pueden realizar terceros y se construyen ‘pilares de cuidado’.
Dichos pilares consisten en una oferta de estos servicios que puede proveer el Estado o el mercado –o como parte de la responsabilidad social de las empresas–, y de esta manera las actividades entrarían a la economía y quienes se ocupen de estas labores serían trabajadores del cuidado con todas las prestaciones previstas por la ley.
Las ventajas son que no le cae al Estado todo el costo de la inclusión de la economía del cuidado, liberan tiempo de las mujeres para que entren al mercado laboral, incrementan la demanda de mano de obra femenina y masculina para labores de este tipo, aumentan impuestos pagados por quienes reciben ingresos y el sistema se vuelve sostenible.
Como gran parte del cuidado ha sido históricamente gratuito y es atribuido a las mujeres, se requiere una sensibilización sobre el tema porque es un cambio de paradigma.
Implica un replanteamiento profundo de los roles de género, porque se trata de distribuir el cuidado entre el Estado, el mercado y otros miembros de la familia, principalmente hombres.
El papel del sector privado, que puede ser mucho más importante, solo se mira marginalmente.
El cuidado como infraestructura social
Más que una alternativa a los pilares, esta propuesta es un excelente complemento porque plantea el cuidado como un nuevo sector productivo, que dinamiza la economía con inclusión social. Un estudio reciente realizado por UK Women’s Budget Group (2016, 2) demuestra que al comparar la inversión en infraestructura física y en infraestructura social que se relaciona directamente al cuidado, esta última no solo contribuye al crecimiento de la economía, sino que además genera igualdad social, ya que el cuidado es una actividad intensiva en mano de obra.
Esta visión de la economía del cuidado agrega dos elementos adicionales a los anteriormente planteados: puede ser el nuevo sector productivo, no solo de servicios, sino de insumos para la prestación de estos. Es decir, completa el cuadro de la utilidad de insertar el cuidado en la economía.
Además, al tomarse de esta manera, se mejora el cuidado para toda la población, siempre y cuando el Estado supervise aquel dirigido a sectores que lo recibirán del mercado; es decir, clases medias y de ingresos altos.
Este es un replanteamiento aún más significativo del modelo de desarrollo y, por tanto, requiere un análisis y cifras para que pueda venderse tanto al Estado como al sector privado y a la sociedad en general. El proceso de sensibilización es por consiguiente mucho más complejo.
Lo que se requiere es combinar las tres alternativas.
a) Un sistema público de cuidado, al que debería agregarse la vigilancia del sector privado del cuidado.
b) Pilares de cuidado, porque va más allá de proveer lo que se entiende tradicionalmente por cuidado. Es decir, ofrecer complementos que amplían la oferta de cuidado más allá de lo que se considera hasta ahora, para liberar tiempo de las mujeres.
c) Infraestructura social, lo cual es reconocer estas actividades como el nuevo sector productivo de la sociedad, que además de crecimiento contribuya a la equidad social y a la de género. Cabe aquí la industria del cuidado, que debe ser realizada por el sector privado.
Estos planteamientos no solo son una verdadera revolución económica, al reconocer el cuidado como un sector productivo, sino también un cambio social esperado, ahora que el envejecimiento de la población genera demandas de cuidado superiores a las históricas.
Como el tema es realmente revolucionario, es necesario empezar por etapas.
Primero, decidir cuál es la alternativa que finalmente el Estado y la sociedad colombiana desean y pueden adoptar, para empezar este proceso. Segundo, la sensibilización de la sociedad sobre el tema del cuidado es imprescindible por tratarse de un tema nuevo. Y tercero, es vital el apoyo a las investigaciones que permitan ofrecer cifras para sustentar esta nueva forma de ver el desarrollo.
Ahora bien, se trata de ofrecer un cambio sustantivo en el paradigma del desarrollo, dado que por fin la equidad está en primer plano sin muchos resultados exitosos. Además, se refiere al tema de desigualdad entre hombres y mujeres, que es un asunto económico y no solo un problema de asistencia social. Por eso ha fracasado.
También se trata de incluir el cuidado como objetivo de desarrollo y remediar uno de sus males, su subestimación y mala calidad; de encontrar una salida real al problema de seguir educando mujeres para que pocas puedan realizarse en su rol de agentes de desarrollo y no como las cuidadoras subestimadas y, peor aún, subvaloradas.
E-mail: cecilia@cecilialopez.com
1. Departamento Administrativo Nacional de Estadística. 2014. Fase 1: Valoración Económica del Trabajo Doméstico y de Cuidados no Remunerado. Cuenta Satélite de Economía del Cuidado: 1-30. Bogotá: Gobierno de Colombia.
2. UK Women's Budget Group. 2016. Investing in the Care Economy. 1-56. Reino Unido: International Trade Union Confederation.
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO
Especial para EL TIEMPO
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