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La economía del cuidado y la reforma pensional

El Estado y el mercado ya han venido reconociendo algunos de estos cuidados y ofrecido servicios en campos como atención a los menores, a enfermos y personas en situación de discapacidad.

El Estado y el mercado ya han venido reconociendo algunos de estos cuidados y ofrecido servicios en campos como atención a los menores, a enfermos y personas en situación de discapacidad.

Foto:Juan Augusto Cardona / Archivo EL TIEMPO

La preocupación por las pensiones aviva el debate sobre la importancia de las labores de cuidado.

Juan Carlos Rojas
Entre la denominada economía del cuidado y el sistema pensional existe una importante relación que apenas empieza a percibirse, no solo en Colombia sino en la mayoría de los países del mundo. Se trata nada menos que de lograr incrementar la proporción de mujeres que entrarían al mercado laboral, incidiendo positivamente en el tema crucial del déficit financiero que atraviesan los sistemas pensionales en el mundo. Por ello, ahora que las pensiones son también una preocupación mundial por los problemas que enfrentan los gobiernos para su financiación y ampliación de cobertura, la economía del cuidado debe entrar a jugar un papel crucial en la búsqueda de sistemas más sostenibles.
Si se llega a reconocer la economía del cuidado como una actividad productiva que genera bienestar, pero que también dinamiza la economía como lo hacen educación y salud, se convertiría en un novedoso aliado para impedir que los adultos mayores lleguen a ser los nuevos pobres de la sociedad del siglo XXI y asegurar además que sus necesidades sean atendidas.
Colombia, con una reforma pensional ‘ad portas’, que requiere resolver sus graves problemas de cobertura, de sostenibilidad fiscal y de suficiencia, debe acoger de manera simultánea los temas señalados, economía del cuidado y el sistema de pensiones. Hacerlo no solo puede facilitar soluciones, sino que además puede convertir el país en pionero en la búsqueda de formas que eviten el empobrecimiento de la población al llegar al final de su vida productiva. De esta forma, el país sería el primero en demostrar que la economía del cuidado puede ser el nuevo sector que acelere el crecimiento económico.
Para empezar este análisis es necesario precisar varios conceptos. La economía del cuidado se refiere a aquellas labores de cuidado que realizan mayoritariamente las mujeres en el mundo, sin reconocimiento y sin remuneración, pero que pueden ser asumidas por terceras personas. El sistema pensional, especialmente ahora que la población en todo el mundo está envejeciendo rápidamente, tiene como prioridad reducir al máximo el riesgo de que la población pierda significativamente su nivel de ingresos una vez termine su ciclo productivo. Si no se asegura el bienestar de los adultos mayores, fácilmente el mundo puede pasar de tener menos niños pobres a enfrentar la dura realidad de sus adultos mayores convertidos en un nuevo núcleo de personas sin acceso a derechos que les garanticen un final de vida digno. Injusto e inaceptable que este sea el futuro de quienes dedicaron su vida a evitar precisamente que esto les sucediera.

Sin respuesta adecuada

Pero la realidad no es nada halagüeña, ni siquiera en países que se caracterizaron por tener estados de bienestar, para no hablar de las limitaciones patentes en aquellos en vías de desarrollo, sin una respuesta adecuada aún que garantice la calidad de la atención y la seguridad de ingresos de sus personas mayores. Con una población mundial que envejece rápidamente y una fuerza de trabajo que decrece o crece menos que antes, y por consiguiente no puede financiar a sus generaciones anteriores, la sociedad actual enfrenta un gran problema.

El mundo puede pasar de tener menos niños pobres a enfrentar la  realidad de adultos mayores convertidos en un nuevo núcleo de personas sin acceso a derechos que les garanticen un final de vida digno

A su vez, como parte de esos valores patriarcales que aún predominan, la subestimación que aún sufre la mujer se extiende a aquellas actividades de cuidado que sigue realizando –muchas de ellas no valoradas– a pesar de haberse incorporado a los mercados laborales en donde su trabajo sí se remunera. Pese a no responder siempre a la realidad actual, sigue vigente en muchos sectores y países esa visión obsoleta de roles en los cuales la mujer es la cuidadora y el hombre, el proveedor.
El cuidado en sus distintas dimensiones forma parte de aquellos beneficios que reciben diariamente los seres humanos, sin los cuales no podrían enfrentar todo lo que vivir supone: alimentarse, tener un hogar adecuado, disponer de aquello que como persona requiere para realizar sus actividades, en especial su trabajo.
El Estado y el mercado han venido reconociendo algunos de estos cuidados y han ofrecido servicios en campos como la atención a los menores de edad y, en mucho menor grado, a enfermos, personas en situación de discapacidad y, muy poco, a los adultos mayores. Pero resulta que el problema del cuidado se está desbordando en el mundo por cambios inevitables producto de las nuevas circunstancias de una sociedad que cambia rápido. Las mujeres se educaron, tuvieron menos hijos, las familias tradicionales desaparecen, y surgen nuevas formas de vivir en las que esa división entre mujer cuidadora y hombre proveedor se diluye veloz.
Sin embargo, mientras esta oferta de cuidado gratuito o de bajo costo y de buena calidad disminuye radicalmente, la demanda crece exponencialmente. No se trata solo de atender personas que, por su salud o por sus limitaciones físicas e intelectuales no son autosuficientes, sino de una población de mayor edad que lejos de ser una minoría, crece más rápido que aquellos que no requieren cuidados especiales y que además con su trabajo generan ingresos para que el Estado o la sociedad misma puedan financiar su cuidado.
De otro lado, los recursos de los sistemas pensionales son cada vez más escasos frente a la creciente demanda, por múltiples razones. Primero, porque en distinto grado, el mundo no ha logrado resolver problemas de siempre como la indigencia, la misma pobreza, la capacidad precaria para lograr empleos y remuneraciones dignas. Segundo, porque hay un gran número de mujeres que no entran aún al mercado laboral a generar ingresos, no pagan impuestos, no contribuyen a esa economía que pasa por el mercado y que es la que valora la sociedad. Tercero, porque el sector financiero encontró una mina en el ahorro pensional y su objetivo con estos recursos no es precisamente garantizar la suficiencia de las pensiones, y menos aún, la ampliación de cobertura en países con una profunda desigualdad de ingreso de su población como Colombia.
Ya se reconoce el valor de esa economía del cuidado en Colombia, México y Perú y muchos otros países en el mundo y se ha comprobado que contribuye al PIB entre 19 y 20 % más que cualquier otra actividad productiva. Sin embargo, sigue estando en cuentas satélites y no en las cuentas nacionales de estos países. Es decir, ese trabajo sigue sin ser reconocido como el que definitivamente más aporta al bienestar de la sociedad. Pero si se decidiera que aquel cuidado que pueden realizar terceros lo asume en parte el Estado en sectores de bajos ingresos y en parte el mercado, para aquellos que pueden pagar por estos servicios, se generaría un círculo virtuoso de gran trascendencia para la economía y para el mejoramiento de la calidad de vida de toda la población, en especial para quienes requieren mayores cuidados.
Sin esa carga del cuidado, las mujeres entrarían en mayor proporción al mercado laboral, generarían ingresos, aumentarían la demanda por bienes y servicios y pagarían impuestos beneficiando al Estado para que financie el cuidado que debe ofrecer a los sectores pobres. A su vez, tanto el Estado como el mercado demandaría mano de obra femenina y masculina para realizar las labores de cuidado que ofrecerían. Es decir, se aumenta la oferta de mano de obra, pero también la demanda. Adicionalmente, si las mujeres pudiesen llegar a sus trabajos sin haber gastado horas en el hogar haciendo esas labores de cuidado que ahora proveerían el Estado o el mercado, aumentaría la productividad de la mano de obra femenina.

Resulta que el problema del cuidado se está desbordando en el mundo por cambios inevitables producto de las nuevas circunstancias de una sociedad que cambia rápido

Un gran debate

Además de estos beneficios, uno de los grandes debates actuales en los países, incluida Colombia, es qué hacer con las mujeres cuando llegan a la vejez con una probabilidad muy baja de tener recursos disponibles porque tienen trabajo remunerado en una menor proporción que los hombres, entran y salen del mercado laboral en su etapa reproductiva, y obtienen menos ingresos porque se considera que su productividad es menor. Pero, al mismo tiempo, viven más que los hombres, de manera que se enfrentan al drama de no construir pensiones y además tener una longevidad mayor que la de ellos. Al quitarles el peso de ese cuidado que pueden hacer otras personas o instituciones y aumentar su participación en el mercado laboral, la mujer puede tener las mismas oportunidades que los hombres de generar pensiones para su vejez. Su aporte al problema de la financiación del sistema pensional en un país que reconozca el cuidado como una actividad productiva no ha sido visibilizado, pero es real.
La subestimación del tema del cuidado como una actividad crucial en una sociedad ha terminado por afectar la vida de todas las personas en el mundo. Al no ser reconocido como algo vital para la población, aun los que pueden pagar su oferta, para no mencionar las graves deficiencias de ese cuidado que provee el Estado, sufren las consecuencias de no ser este servicio ni regulado, ni vigilado y, menos, controlado.
Al ser parte de las actividades que generan bienestar e impactan positivamente la economía, su regulación y control mejorará sustancialmente la calidad del cuidado que demanda la población. Sin duda, esa población es en particular la conformada por adultos mayores, los que disfrutarían de una mejor atención. Sus demandas en grandes magnitudes son aún desconocidas en muchos de los países en desarrollo porque es un fenómeno nuevo; adicionalmente son más costosas en términos de salud, requieren conocer mejor el proceso de envejecimiento de sectores que vivirán muchos más años, con más enfermedades degenerativas y con demandas aún ignoradas.
Poner el cuidado en la agenda del desarrollo económico, político y social de un país es abrir la ventana a una nueva área que requiere investigación y soluciones novedosas en muchas áreas que derivarían en nuevas fuentes de crecimiento de la economía, generarían empleo y todos los beneficios que se derivarían de identificar la economía del cuidado como un nuevo sector productivo.
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO*
Especial para EL TIEMPO
* Cecilia López Montaño es economista y política. Ha sido ministra de Agricultura, Medio Ambiente, directora de Planeación Nacional y senadora. Tambíén fue precandidata a la presidencia por el Partido Liberal en el 2010. Es fundadora y presidenta de la Fundación CiSoe.
cecilia@cecilialopez.com
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