A primera vista, la reunión del Foro Económico Mundial (FEM) que concluyó el viernes en la pequeña población alpina de Davos, en Suiza, fue igual a todas las anteriores.
Como siempre, los más de 3.000 delegados encontraron la nieve acumulada, el tráfico infernal y los precios exagerados de los restaurantes, incluso en un país que es uno de los más costosos del mundo.
Como siempre, los 10.000 residentes del que es usualmente un remanso de paz soportaron las incomodidades de un evento que triplica durante cerca de una semana el número de habitantes y viene acompañado de una seguridad asfixiante.
Como siempre, más de medio centenar de jefes de Estado y de gobierno se hicieron presentes, al igual que las cabezas de las compañías más grandes del mundo, junto con premios Nobel, científicos y celebridades que en esta oportunidad incluyeron a la cantante Shakira y el actor Matt Damon.
Sin embargo, en medio de las similitudes, el evento tuvo particularidades que no deberían ser ignoradas. Así suene contradictorio, en medio del frío que calaba hasta los huesos y llegó a los 23 grados bajo cero, el clima fue distinto.
El motivo principal radicó en aquello que los intelectuales conocen como los cisnes negros: eventos inesperados que no estaban en el radar de la mayoría y que cambiaron la realidad del planeta. El triunfo del ‘brexit’ en el Reino Unido, que llevará a ese país a salirse de la Unión Europea, y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos son dos sucesos que hace 12 meses parecían tan poco probables que nadie realmente los tenía en sus cuentas.
(Le puede interesar: China y EE. UU.: guerra comercial en Davos)
Debido a esto, los integrantes de la élite mundial, que usualmente se precian de saber qué es lo que pasa y cómo pintan las cosas en el futuro inmediato, tuvieron en esta ocasión más preguntas que respuestas. “Lo único claro es que nada está claro”, dijo el profesor de la Universidad de Nueva York Nouriel Roubini, ante las dudas que rodean al nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Un nuevo orden
Lo anterior no quiere decir que la reunión pasó sin pena ni gloria. Todo lo contrario. Propios y extraños tomaron nota de la presencia de Xi Jinping, el presidente de China, cuyo discurso de una hora el martes fue lo más comentado de la cita.
Aparte de que es la primera vez que un líder de la nación más populosa del mundo viene al lugar, su mensaje en favor de la globalización recibió el aplauso cerrado de los asistentes. “Encerrarse en un cuarto lo protege a uno del frío y la lluvia, pero también impide que entren el aire y la luz”, afirmó el mandatario, de 63 años.
Escuchar al líder de un país comunista decir que “nadie gana en una guerra comercial”, además de hablar en favor de la apertura y la integración, es algo que rompe los moldes, particularmente, cuando el destinatario de esas palabras es Estados Unidos, que amenaza con adoptar medidas proteccionistas. “Los roles se invirtieron, sin duda alguna”, comentó el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Luis Alberto Moreno.
Desdeñar las afirmaciones de Pekín sería un error. A fin de cuentas, la de China es la primera o segunda economía más grande del mundo, dependiendo del parámetro que se use para medirla. En los próximos cinco años, sus importaciones ascenderían a ocho billones de dólares y los flujos de inversión extranjera hacia el resto del mundo llegarían a 750.000 millones de dólares.
“Es el segundo socio comercial de América Latina”, recordó la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena. Sin que haya quedado explícita, la insinuación es que si los estadounidenses dejan libre el espacio, habrá quien lo ocupe.
(Además: Gobierno denunciará el contrato que Odebrecht logró con sobornos)
A lo anterior hay que agregar las preocupaciones relacionadas con la seguridad. Los guiños de Trump a Vladimir Putin tienen en ascuas a los europeos. Una eventual invasión rusa de Lituania o una nueva ola de hostilidades contra Ucrania es algo que ya no suena tan descabellado, sobre todo cuando la vigencia de la Otán se cuestiona desde el otro lado del Atlántico.
Los ricos están preocupados
El comienzo de una realidad diferente que hace apenas unos meses no estaba en las cuentas de la mayoría influyó para que en los debates en Davos se examinara la causa del surgimiento del populismo de derecha, tanto en el Viejo Continente como en Norteamérica. Las elecciones que vienen en Holanda y Francia amenazan con llevar al poder al nacionalismo de derecha. El resultado en Alemania tampoco es claro, así Angela Merkel sea la más opcionada para seguir en el cargo.
Entre las muchas causas del movimiento del péndulo, los expertos identifican el mal rato que pasa la clase media en las naciones desarrolladas. La crisis financiera aumentó la inseguridad económica de millones, con lo cual lo más fácil es culpar a otros: a la globalización, a los inmigrantes, a los que profesan determinadas religiones y a los gobiernos de centro. Para alguien que tenía un empleo en una fábrica, con buen salario y prestaciones, y ahora empaca productos en un supermercado, la rabia es la reacción lógica.
Las cosas se complican cuando se incluye el problema de la distribución de la riqueza. A comienzos de esta semana, la organización no gubernamental Oxfam reportó que los ocho individuos más ricos del planeta poseen tantos bienes como la mitad de la humanidad, que equivale a unos 3.600 millones de personas. Disparidades de ese estilo convencen a muchos de que la fiesta la celebra un grupo pequeño, mientras que la mayoría solo la ve desde afuera.
(Vea aquí: El efecto anticlimático de Trump en el mundo ambiental)
Y el asunto se vuelve urgente porque la revolución tecnológica sigue en marcha. Para citar un caso, los carros sin conductor formarán parte de la cotidianidad en unos pocos años, lo cual puede dejar sin oficio a millones de choferes. Cuando estos individuos queden en la calle, saldrán a exigir respuestas inmediatas, con la probabilidad de que los movimientos radicales traten de canalizar la ira colectiva.
En respuesta, los expertos afirman que hay que mejorar la educación y poner en marcha planes de reentrenamiento. El lío es que eso es más fácil decirlo que hacerlo, con lo cual resolver el acertijo será un enorme reto en el futuro cercano.
Para completar la foto, las estrategias empresariales a la hora de no pagar impuestos o los abusos que se cometen en los paraísos fiscales exacerban la impresión de que no solo la torta está mal repartida, sino las cargas también. En consecuencia, si la estabilidad es el objetivo, las grandes compañías no pueden ser ajenas a la insatisfacción que hoy es la norma en Occidente.
El ausente presente
Como trasfondo de las más diversas inquietudes mencionadas en Davos, estuvo siempre Donald Trump. Por obvias razones, el mandatario estadounidense no pisó el Centro de Congresos, pero lo mencionaron tanto que a veces se sentía su presencia. Si el debate era sobre ciencia, movilidad, energía o cambio climático, alguien terminaba sacando a colación el nombre del magnate neoyorquino.
Así ocurrió el viernes, cuando Christine Lagarde, jefa del Fondo Monetario Internacional, estuvo en un panel para hablar de la salud de la economía global, acompañada de otras personalidades como los ministros de Hacienda de Alemania y Gran Bretaña. La funcionaria sostuvo que las perspectivas son más positivas ahora y resaltó que en las proyecciones no hay ninguna región con números en rojo.
Debido a que el ritmo del crecimiento sería más elevado, todo apunta a mayores tasas de interés en el plano internacional y un fortalecimiento adicional del dólar, que a algunos les puede causar dolores de cabeza. No obstante, en la discusión también se señalaron los interrogantes, comenzando por la posibilidad de que la administración en Washington decida poner en práctica sus promesas de ponerles un impuesto a las importaciones, con un foco claro en las ventas de México y China.
Si ese llega a ser el caso, las cosas podrían complicarse, comenzando por América Latina. La gran ironía es que un mal desempeño de las economías emergentes podría desembocar en un círculo vicioso que aumentaría las presiones migratorias y golpearía el desempeño de todo el planeta. Lejos de mejorar la situación, la política de Estados Unidos crearía una crisis que hoy no existe.
No obstante, todo son especulaciones. Tal como lo resumió Moisés Naím, “es indiscutible que esta reunión fue sobre Donald Trump, con el problema de que nadie sabe lo que quiere hacer; posiblemente, ni siquiera él mismo”. Debido a esto habrá que esperar a la cita alpina en el 2018, a ver si dentro de un año hay más respuestas que preguntas.
América Latina, muy discretaUna de las presencias más discretas en esta edición del Foro Económico Mundial fue la de América Latina. A diferencia de otras veces, en las que los mandatarios de la región se hacían sentir, solo llegaron Juan Manuel Santos (estuvo 24 horas) y el presidente de Paraguay, Horacio Cartes. Para Luis Alberto Moreno, la cercanía de una intensa temporada electoral con casi una docena y media de comicios, influye. El mal desempeño económico, con dos años consecutivos de crecimiento negativo, también pesa. A lo anterior hay que agregar los problemas domésticos que enfrentan desde Enrique Peña Nieto hasta Mauricio Macri, pasando por Michel Temer. México se destacó con su tradicional fiesta, en la que mariachis y tequila ayudaron a espantar las bajas temperaturas, pero los funcionarios de alto nivel brillaron por su ausencia. A Colombia no le fue mal. Así sea motivo de división en el territorio nacional, la paz con las Farc se mencionó como un factor positivo. Además, el galardón de Estadista Global le correspondió a Santos, quien tuvo presencia en el mismo escenario desde el cual hablaron el chino Xi Jinping, la primera ministra británica Theresa May y el vicepresidente saliente de EE. UU., Joe Biden. La agenda maratónica del mandatario incluyó también reuniones con inversionistas, citas diplomáticas y encuentros con medios. Aun así, el saldo para la región es pobre. Quizás lo que mejora el balance es que los empresarios volvieron. Por primera vez, el número de capitanes de compañías colombianas llegó a cinco.
Pero tal vez la visión más apropiada sobre todo esto es la del secretario general de la Ocde, el mexicano Ángel Gurría, para quien “lo importante es lo que pasa de verdad allá, no lo que suceda aquí. Si en América Latina las cosas están bien, no hay duda de que en Davos se van a dar cuenta”.
RICARDO ÁVILA
Director de Portafolio