*Sofía nació en la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) 20 años atrás. “No tuve la oportunidad de elegir si quería pertenecer o no a la milicia, me tocó por obligación”, asegura.
A sus escasos 7 años ya sabía cargar y descargar armamento, a esa edad también tuvo que completar una misión: matar a Linda, su mascota.
“Mi papá, que sigue en el grupo armado, me había regalado una perrita de cumpleaños. Yo me encariñé con ella, fue mi compañera de caminatas, y cuando no me sentía bien de ánimo ella me consolaba. Mi papá me pidió que la sacrificara para que yo fuera consciente de que en la guerrilla uno no tiene derecho a encariñarse con nadie”, anota.
La primera vez que entró en contacto con la sociedad civil en un caserío fue testigo de la calidez que caracteriza la vida familiar, y desde ese momento la acompañó un profundo deseo por recuperar la libertad.
Obligada, tuvo que acostumbrarse a rigurosas caminatas nocturnas, a dormir en el suelo con el uniforme mojado y los pies ampollados. Muchas veces se sentía tan asfixiada por la vida en la guerrilla que el desespero motivó varios intentos de suicidio.
Sofía renovaba sus esperanzas pidiéndole a Dios una segunda oportunidad. La posibilidad de morir en combate se convirtió en su sombra: “En la guerrilla me atormentaba pensar cómo iba a morir, me angustiaba pensar en la posibilidad de terminar herida y pasar mucho dolor antes de morir”.
A sus 17 años pensó que ese día había llegado, cuando una emboscada del Ejército sorprendió a la unidad a la que pertenecía un domingo al desayuno.
Recuerda que todos sus compañeros murieron y al final quedó ella sola con los soldados del Ejército: “Tenía tanto miedo de morir que los amenacé con detonar dos granadas que tenía en mis manos, pero ellos me convencieron de entregarme y hacer mi proceso de desmovilización, porque yo no sabía que existía esa posibilidad”.
No ahorra palabras para agradecer el primer apoyo que le brindaron quienes durante mucho tiempo parecieron sus enemigos. “Creo que los soldados del Ejército fueron los ángeles que me salvaron la vida”.
Luego de hacer un proceso de restitución de derechos en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, (ICBF), Sofía se capacitó como técnico en porcicultura gracias a una alianza entre el Ministerio de Agricultura y un centro de formación agrícola.
Ahora que se reintegró a la vida civil tiene claro que quiere enfocarse en la protección de los derechos de los niños campesinos. “En el campo hay mucha pobreza, la mayoría de los niños terminan en la guerrilla porque pasan hambre o porque son víctimas de violencia en sus casas”, asegura.
Sofía ya no duerme en el suelo, ahora descansa en la comodidad de una cama, trabaja de día en una granja y está terminando su bachillerato en las noches. Su vida afectiva también la reconstruyó. Dos personas que fueron determinantes en su proceso de reintegración se convirtieron en sus padres adoptivos y, desde hace dos años, sostiene una relación con un soldado del Ejército.
EL TIEMPO
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