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El futuro se adelantó / Análisis de Ricardo Ávila

Colombia, a pesar de múltiples avances, tiene un rezago en competitividad que no es acorde con el potencial del país.

Colombia, a pesar de múltiples avances, tiene un rezago en competitividad que no es acorde con el potencial del país.

Foto:Mauricio Moreno / Archivo EL TIEMPO

La confluencia de pandemia y cambio tecnológico hace más compleja la situación del empleo.

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La cifra es tan grande que resulta necesario mirarla más de una vez para entender su magnitud. Según la Organización Internacional del Trabajo, en el segundo trimestre de 2020 se perdieron –entre despidos y horas sacrificadas- el equivalente de 495 millones de puestos, en comparación con los niveles de finales del año pasado.
Cuando se tiene en cuenta que la fuerza laboral en el planeta asciende a unos 3.000 millones de personas se puede entender el vasto impacto, asociado a las medidas adoptadas para contener la pandemia. La entidad multilateral calcula que, hasta septiembre, los ingresos provenientes de rentas de trabajo en el mundo habían bajado en casi 11 por ciento o 3,5 billones de dólares, que representan el 5,5 por ciento del Producto Interno Bruto global.
Es verdad que en las mediciones más recientes se observa una importante recuperación, pero ahora que la presencia de una segunda ola de contagios en el hemisferio norte está confirmada vuelven a dispararse las preocupaciones y no solo las asociadas a la salud. Otra vez se confirma que las ramificaciones que dejará la peor emergencia vivida por la humanidad en las últimas décadas son múltiples.
Así pasa con el empleo que desde ya se perfila como uno de los grandes desafíos de todos los países, en el corto, mediano y largo plazo. El motivo no es solo la afectación vinculada al coronavirus, sino la presencia del cambio tecnológico, por cuenta de la llamada “cuarta revolución industrial” que comprende el uso de robots, inteligencia artificial y algoritmos para desempeñar funciones que tradicionalmente han estado en manos de personas.
Y es que en lugar de ralentizar esa evolución, la llegada del Covid-19 aceleró las transformaciones. De la noche a la mañana, millones de empresas tuvieron que moverse de lo presencial a lo digital, de vender sus productos en una tienda o un supermercado a hacerlo en el ciberespacio. Actividades tan cotidianas como ir a un banco a hacer una consignación o desplazarse a una oficina se redujeron a un mínimo, en cualquier latitud.
Colombia no es la excepción a esa norma. Las estadísticas disponibles muestran un salto en las transacciones financieras o las compras por Internet.
Según la Encuesta de Opinión Industrial Conjunta que elabora la Andi junto con otros gremios, el 23 por ciento de los empleados en compañías del sector real en el país continuarán con la modalidad del teletrabajo en la fase de reactivación. En áreas como la consultoría y los servicios en general, esa proporción apunta a ser mucho mayor.

Sumas y restas

Las inquietudes en torno a los choques relacionados con la pandemia y la tecnología son de marca mayor. De hecho, el Foro Económico Mundial (FEM) convocó a una cumbre virtual sobre el futuro del trabajo, que tuvo lugar la semana pasada y en la cual participaron expertos de distintas especialidades.
El abrebocas del evento, que se desarrolló a lo largo de tres días, fue un informe que examinó la situación en 26 naciones de los cinco continentes, incluyendo a Brasil y Argentina en América Latina. Aunque habrá quien diga que la muestra no es universal, sería necio desconocer que las tendencias observadas son las mismas –así tengan diferente grado de intensidad- en distintas latitudes.
Para comenzar, el reporte reconoce que la mezcla de recesión y automatización han dado origen a una disrupción doble. Aparte del súbito aumento en el número de desocupados, sube la probabilidad de que muchos no encuentren vacantes cuando termine la emergencia sanitaria, sobre todo si quieren volver a hacer lo mismo de antes.
Sobre el papel, las cuentas muestran que lo que viene no necesariamente es un desastre. De acuerdo con el FEM de aquí a 2025 se destruirían 85 millones de plazas, pero al mismo tiempo aparecerían 97 millones de vacantes que responderán a lo que se describe como la nueva división del trabajo: humanos, máquinas y algoritmos.
Lamentablemente, ambos sucesos no van a ocurrir al mismo tiempo. Mientras las pérdidas de empleo son inmediatas, los puestos que surjan llegarán de manera gradual. Eso quiere decir que los gobiernos tienen la responsabilidad de hacer que esa brecha sea menos profunda de lo que parece. El Fondo Monetario Internacional calcula que un aumento en la inversión pública, equivalente al uno por ciento del Producto Interno en las naciones en desarrollo, crearía 33 millones de plazas.
Pero aparte de lo anterior, hay que pensar en que buena parte de las habilidades del pasado no necesariamente van a funcionar en los años que vienen. Eso obliga a al reentrenamiento y la capacitación en forma masiva.
Las compañías encuestadas por el Foro Económico afirmaron que 40 por ciento de sus empleados van a tener que recibir programas de formación de hasta seis meses de duración, mientras que 94 por ciento de los gerentes señalaron que esperan que su gente incorpore nuevos conocimientos. Parte de esos requerimientos están relacionados con que los procesos se están digitalizando de manera acelerada y que hasta un 44 por ciento de la fuerza de trabajo en las firmas sondeadas puede operar de manera remota.
Como si lo anterior fuera poco, todo apunta a que el tamaño de las nóminas en las grandes empresas será menor y no solo por cuenta de la tecnología. El motivo es que se le dará más peso al contratista especializado que se concentra en un tema específico.

Peligros a la vista

Hacer caso omiso a las advertencias de los expertos golpeará el avance de cualquier sociedad y exacerbará las tensiones que se manifestaron en las calles de múltiples capitales durante 2019. La explicación es que la crisis ha golpeado con mucha más dureza a las personas con bajos niveles de educación y a quienes forman parte del sector informal, con lo cual se incrementará la desigualdad de ingresos.
Una mención especial merecen las mujeres, cuyos índices de desempleo han crecido mucho más que los de los hombres. Aparte de la pérdida del trabajo está la presión adicional de las labores domésticas, acentuada por la presencia de los niños en el hogar como resultado del cierre de guarderías y colegios.
Tampoco pinta bien la situación para los jóvenes que entran al mercado laboral, pues no solo hay pocas vacantes sino que los salarios son menores por cuenta de la gran oferta de mano de obra y el costo de la falta de experiencia. El peligro de una generación perdida está más presente que nunca, pues millones se enfrentan a que su calidad de vida sea inferior a la de sus padres.
Y eso en sitios con altas tasas de pobreza y de miseria, como Colombia, solo puede describirse como un desastre social. “Somos uno de los países más severamente afectados en materia laboral tras la crisis del Covid”, subraya la codirectora del Banco de la República, Carolina Soto.
De tal manera, son indispensables los planes de choque y las redes de protección enfocadas en poblaciones vulnerables. En el caso de Colombia, el énfasis está en la infraestructura y la construcción de vivienda, aunque hay quienes creen que se puede hacer más si las regalías que siguen estacionadas en los bancos se usan para programas de obras públicas.
Sin embargo, vale la pena concentrarse en mejorar conocimientos y habilidades. A este respecto, las instituciones de educación vocacional, técnica y superior están obligadas a revisar sus programas con el fin de adaptarlas a lo que el mercado estará demandando.
Diferentes señales sugieren que tanto el Sena como las universidades adelantan algunos esfuerzos. No obstante, conocedores del asunto sostienen que falta más liderazgo y que aparecen cuellos de botella, como el de la falta de profesores adecuados.

El título de doctor –tan devaluado con excepción de los profesionales de la salud- apunta a servir menos si los conocimientos se enfocan en la vieja normalidad.

Por otra parte, es de esperar que tanto los estudiantes como sus padres entiendan que no basta con tener un diploma bajo el brazo si este no tiene utilidad en el mundo del mañana. El título de doctor –tan devaluado con excepción de los profesionales de la salud- apunta a servir menos si los conocimientos se enfocan en la vieja normalidad.
No todo está perdido, claro. Una de las ventajas de la revolución tecnológica es que el acceso al conocimiento está a un clic de distancia. Los cursos de las más prestigiosas universidades están disponibles en internet, incluso en forma gratuita.
Y las personas se pellizcan. De acuerdo con Coursera, un gigante en el negocio de la educación en línea, la cantidad de gente que está aprendiendo por su propia iniciativa ha crecido cuatro veces desde marzo. Saber de ventas o mercadeo digital toma entre uno y dos meses, de desarrollo de productos requiere tres y de computación en la nube de cinco meses, obviamente para alguien que cuente con las bases adecuadas y asuma el reto con juicio.

¿Sirve o no sirve?

Aunque cada país tiene sus particularidades, la tendencias sobre cuáles son los trabajos del futuro son parecidas. De acuerdo con el Foro Económico, el primer lugar de la clasificación lo ocupan los analistas de datos, seguidos por los especialistas en inteligencia artificial y aprendizaje de máquinas, además de los profesionales en desarrollo de negocios o los que se especializan en administración de riesgos.
Otros expertos destacan el campo de los servicios personales, en especial lo relacionado con cuidado de las personas y ciencias de la salud. El motivo es que la población mundial se está envejeciendo y el azote de la pandemia llevará a aumentar el nivel de preparación ante nuevas amenazas, lo cual se traducirá en mayores necesidades de personal. El turismo está de capa caída, pero eventualmente resurgirá de sus cenizas.
Al mismo tiempo, vale la pena tener en cuenta qué oficios vienen en franco descenso. En este grupo se encuentran asistentes administrativos y secretarias, cajeros de banco, vendedores puerta a puerta, personas que trabajen en una línea de ensamble o contadores y auditores, entre otros.
El motivo es que cada vez habrá más procesos automatizados que sabrán ubicar la información disponible y llenar un formulario, expedir una factura o hacer un reporte. La atención básica para dirigir una llamada o atender la inquietud de un cliente, cada vez más queda en manos de una máquina.
Una consideración aparte es la de los vehículos autónomos que, en caso de masificarse, crearían una enorme disrupción debido a la cantidad de personas que manejan vehículos de carga y pasajeros. Sin embargo, eso todavía no está en las cuentas hechas por ahora.
Pero más allá de las especulaciones sobre lo que puede venir, es incuestionable que todo lo relacionado con el empleo cobra aún más importancia a la luz de las realidades actuales. “Tenemos que buscar fortalecer la oferta, apuntándole a la formación y capacitación de los trabajadores, buscando más la pertinencia de conocimientos. Una queja constante de los empresarios, que viene de antes, es la dificultad de conseguir personal adecuado para sus proyectos”, agrega Carolina Soto.
Cruzarse de brazos, entonces, es la peor opción. Para los países y empresas que miren más allá de la coyuntura, las posibilidades de crear riqueza y ocupar más personas son altas.
No obstante, aquellos que ignoren lo que viene pueden pagar un alto precio. Colombia, en donde lo urgente pocas veces deja espacio para lo importante, está obligada a reaccionar antes de que sea tarde.
RICARDO ÁVILA
Especial para EL TIEMPO
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