La atención que se brinda en los hogares colombianos tanto a los menores de edad como a los viejos, discapacitados y, en general, a integrantes de la familia que requieren cuidados más allá de lo cotidiano está valorada en 185,7 billones de pesos, pero es un trabajo que no está siendo remunerado.
Ese monto proyectado en la cuenta satélite de economía del cuidado, del Dane, representa alrededor del 20 por ciento del producto interno bruto (PIB), es decir, se ubica por encima del que mueven actividades como el comercio al por mayor y al por menor (162,5 billones de pesos); la administración pública, defensa, educación y salud (135,4 billones); las industrias manufactureras (110,4 billones) y las actividades inmobiliarias.
La mujer es la protagonista de la economía del cuidado, puesto que de los 36’508.827 horas al año que demanda esa actividad, la mujer aporta el 78,4 por ciento, mientras que a los hombres solo les corresponde el 21,6 por ciento restante.
Hay que tener en cuenta lo que se está incluyendo en la economía del cuidado, pues de acuerdo con las explicaciones de Cecilia López, directora del Centro de Investigación Social y Económica (Cisoe), en esta entran “aquellos beneficios que reciben diariamente los seres humanos, sin los cuales no podrían enfrentar lo que supone vivir: alimentarse, tener un hogar adecuado, disponer de aquello que como persona requiere para realizar sus actividades, en especial su trabajo”.
De las cifras del Dane se establece que es en las cabeceras urbanas donde hay más demanda de horas para el cuidado de personas: 27’648.516, frente a 8’860.311 en los centros poblados y rural disperso.
En el estudio, que se dio a conocer recientemente, el Dane desagrega el trabajo no remunerado en suministro de alimentos, el cual, en las cabeceras, se lleva la mayor parte del tiempo que destinan los cuidadores (34,6 por ciento).
Seguidamente aparece la tarea de limpieza y mantenimiento del hogar (25,1 por ciento), mientras que el cuidado y apoyo de personas tiene el 17,5 por ciento; compras y administración del hogar, 10,9 por ciento; mantenimiento del vestuario, 10,1 por ciento, y voluntariado, 2 por ciento. En la zona rural, el orden de prioridades de los oficios se mantiene, pero con porcentajes distintos.
“La región en donde el suministro de alimentos alcanzó una mayor participación es la Oriental, con 36,4 por ciento, mientras que San Andrés obtuvo el menor porcentaje con 28,9 por ciento”, señala el informe del Dane.
Entre tanto, el cuidado y apoyo de personas tiene más peso en la región Atlántica (19,9 por ciento), y la menor participación está en la región Central (14,4 por ciento).
El informe señala que los miembros de los hogares nucleares sin hijos son quienes dedicaron una mayor parte del tiempo al suministro de alimentos, con 41,8 por ciento. Los siguen los hogares unipersonales femeninos con 40,4 por ciento y los unipersonales masculinos con 39,6 por ciento.
Un hallazgo alarmante que se desprende del estudio es el que da cuenta de que el 41,1 por ciento de las horas dedicadas a este trabajo no remunerado las realizan personas con educación secundaria y el 30,4 por ciento de las horas invertidas en estas actividades ocupan a menores de 28 años.
La cifra de horas dedicadas al trabajo doméstico no remunerado es un poco más baja cuando el cuidador solo tiene formación primaria (24,9 por ciento), y se reduce a 18,4 por ciento cuando el nivel educativo es superior. Un 15,4 por ciento del tiempo destinado a la economía del cuidado ocupa a personas que todavía están estudiando o se registran sin educación formal.
El cuidado y apoyo de personas tiene más peso en la región Atlántica (19,9 por ciento), y la menor participación está en la región Central (14,4 por ciento)
En particular, el director del Dane, Juan Daniel Oviedo, llamó la atención sobre la juventud, ya que, en regiones como la costa Caribe, “las niñas, las que hacen parte de la generación futura del país, en vez de estar estudiando matemáticas y adquiriendo otros conocimientos, están dedicadas al trabajo no remunerado que está dentro de la economía del cuidado”.
Aunque en Colombia la dedicación exclusiva de la mujer a estas tareas se ha intentado cambiar, las cifras muestran que seguimos con porcentajes similares a los del 2012, cuando la participación de la mujer en este trabajo no remunerado era de 79,4 por ciento, pues solo bajó en un punto, a 78,4 por ciento, en la más reciente medición (2017).
También resulta relevante que 13,7 por ciento de horas aportadas a las actividades del cuidado no remunerado las cubren mayores de 60 años, quienes deberían estar disfrutando de un buen retiro. El 76,1 por ciento de esta cifra ocupa a la mujer.
Según el informe del Dane, de las horas dedicadas al trabajo no remunerado del cuidado, cuando se mira la participación de cuidadores de estrato 1 y 2, el 79 por ciento son mujeres. En los estratos 3 y 4, el 76,3 por ciento de esta mano de obra sin contraprestación la aporta la población femenina.
Por ello, para López, “sin esa carga del cuidado, las mujeres entrarían en mayor proporción al mercado laboral, generarían ingresos, aumentarían la demanda por bienes y servicios y pagarían impuestos beneficiando al Estado para que financie el cuidado que debe ofrecer a los sectores pobres.
“A su vez, tanto el Estado como el mercado demandaría mano de obra femenina y masculina para realizar las labores de cuidado que ofrecerían. Es decir, se aumenta la oferta de mano de obra, pero también la demanda”.
Además del efecto económico, el trabajo no remunerado tiene un impacto sicológico que genera costos al sector salud. Es el caso de Ana Manuela*, quien a solo 7 meses de recibir la confirmación del diagnóstico de su madre (alzhéimer) entró en depresión.
Ella, como única mujer en la familia de tres hermanos, y, además, soltera, decidió renunciar a su trabajo en una empresa de Bogotá por las complicaciones que le generaba cumplir con la jornada laboral y las citas de la madre enferma. Entre todos acordaron que la mejor opción era que ella renunciara al trabajo y se dedicara a la madre.
A cambio, los dos hermanos (ambos casados) aportarían recursos económicos para los gastos de las dos, de manera que Ana Manuela no tuviera necesidad de volver a su oficina. No obstante, pronto recibió la factura que le pasó su organismo. El cansancio físico y la impotencia de no poder ayudar a la madre la llevaron a una profunda depresión, para la cual requirió medicamento.
*Nombre cambiado.
MARTHA MORALES MANCHEGO
Economía y Negocios
En Twitter: @marthamoralesm
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