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El miedo viene con cuenta de cobro

Las restricciones de movilidad internas pueden amenazar con profundizar lo que ya es una crisis enorme.

Las restricciones de movilidad internas pueden amenazar con profundizar lo que ya es una crisis enorme.

Foto:Ernesto Guzmán Jr. EFE

Con las limitaciones a la libre circulación interna, el proceso de reapertura sería más difícil.

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Villa de Leyva es uno de esos atractivos turísticos que no necesita presentación. Enclavado en un valle en donde se combinan el buen clima y la arquitectura colonial, el municipio boyacense atraía miles de visitantes hasta hace tres meses.
Ahora la escena usual es la de calles empedradas por las que no pasa nadie, sobre todo cuando cae el sol. El alcalde Josué Javier Castellanos cuenta que desde la tercera semana de marzo el toque de queda ha sido la constante diaria entre nueve de la noche y cinco de la mañana, porque “mi obligación es proteger a la gente”.
Si bien se detectaron cinco casos de covid-19 y todas las personas se recuperaron, el mandatario insiste en que “no hay que bajar la guardia”. En consecuencia, vallas de metal y “maletines” de plástico son la constante en las vías urbanas.
El burgomaestre sostiene que iría más allá, pero que el cruce de varias carreteras le impide bloquear los accesos con barricadas, como pasa en los sitios habitados, aledaños a la ruta entre Villavicencio y Yopal. “Es como si estuviéramos en la edad media y cada cual hubiera construido su muralla”, cuenta un funcionario de la gobernación del Meta.
Las restricciones en cuestión se amparan en decretos que hoy se encuentran vigentes a lo largo y ancho del territorio nacional, con énfasis durante los tres puentes festivos de junio. Los elementos comunes son el toque de queda, la ley seca y el pico y cédula (o el pico y género), que en lugar de medidas de excepción, se han vuelto la norma en Colombia.
Una base de datos de la Policía muestra que en dos terceras partes de las poblaciones del país existe al menos una prohibición. Cualquier observador desprevenido podría pensar que el rigor es mayor en aquellos lugares en donde hay mayor presencia de la pandemia.
(Lea también: La nueva anormalidad).
La realidad es otra, pues son más las áreas libres de coronavirus en las cuales es obligatoria la reclusión de los habitantes en sus casas. Según las estadísticas del Ministerio de Salud, en 608 poblaciones no se ha registrado un solo caso y en 133 más en donde se llegaron a detectar no hay ninguno activo.

La guardia arriba

El motivo de actitudes que trascienden conceptos como prudencia y prevención va más allá del uso de las facultades legales. “El miedo es uno de los sentimientos básicos de los seres humanos, condicionado por la incertidumbre y la finitud”, explica Rodrigo Córdoba, profesor de la Universidad del Rosario.
“Una situación extrema de riesgo percibido paraliza el lóbulo frontal del cerebro y nos lleva a tomar decisiones inadecuadas”, señala a su vez el también médico psiquiatra Carlos Gómez Restrepo, decano de Medicina de la Universidad Javeriana. En la emergencia actual, el especialista identifica reacciones que desbordan lo que describe como “defensas razonables”.
Nadie pone en duda que ante la amenaza actual, la sociedad está obligada a subir la guardia. Tanto las campañas de información como un primer paquete de medidas se orientaban a convencer a la opinión de que no había más remedio que restringir libertades y adaptarse a una nueva normalidad que incluye lavado frecuente de manos, uso de mascarillas y distanciamiento social.
Por más vigilancia que exista, solo el cambio de los comportamientos individuales asegura el éxito de los esquemas puestos en marcha para evitar las emergencias que se ven en naciones vecinas.
No obstante, cabe preguntarse cuál es el justo medio entre la indiferencia y los excesos. Así como es irresponsable ignorar las admoniciones, también vale la pena evitar los extremos.
Dicha reflexión es válida a la luz de lo que ocurre en Colombia. Sin desconocer que a lo largo de las pasadas semanas el país viene ensayando una reapertura que no muestra los saltos que algunos pronosticaban en las tasas de contagio, el camino que resta es largo.
Para comenzar, están los obstáculos de índole administrativa, como los existentes en la lluvia de decretos provenientes de las entidades territoriales o nacionales. Así la Casa de Nariño indique que el desconfinamiento seguirá el próximo 1.º de julio, surge la posibilidad de que alcaldes y gobernadores opten por mantener cerradas las puertas de los territorios bajo su jurisdicción.
Una expresión de esa alerta es la velocidad de habilitación de aquellas actividades que, en principio, están autorizadas para operar tras el cumplimiento de normas de bioseguridad. En la práctica, los permisos concedidos a casi 200.000 empresas son todavía una proporción minoritaria del total que laboraba a comienzos de marzo pasado.
Al mismo tiempo, no es de orden menor el temor de los consumidores. Aparte de las limitaciones que hay en lo que respecta a aforo de centros comerciales o de almacenes, es claro que el público se resiste todavía a salir a la calle.
Lo anterior implica que la sociedad colombiana todavía se encuentra atrapada en una tenaza que la aprieta con fuerza y cuya fuente es el miedo, algo que aumenta el impacto de la propia batalla contra la pandemia. Las consecuencias de esa realidad se sienten no solo sobre la salud, sino sobre la economía y el bienestar social, amenazando con dejar secuelas que tardarán años en superarse.

En la encrucijada

Un ejemplo de lo complejo que resulta superar las prevenciones es el ánimo de permitir que los servicios de transporte vuelvan a operar. En lo que atañe a las ciudades, hay restricciones en la ocupación de los sistemas masivos, cuyo uso no debe superar el 35 por ciento de su capacidad.
Establecer semejante límite - cuestionado por el experto Darío Hidalgo- trae problemas para decenas de miles de usuarios, obligados a buscar otras alternativas para movilizarse. De la misma manera, el costo para las arcas públicas será inmenso, como queda claro por las pérdidas que arrojan la operación del TransMilenio en Bogotá o el MIO en Cali.
Adicionalmente, sigue en vilo la fecha en la cual los ciudadanos puedan viajar de un lugar a otro, ya sea por razones familiares, de negocios o turismo. Si bien en el caso de los buses intermunicipales hay protocolos desde abril, aún no se pueden comprar pasajes, pues los destinos están limitados al área de influencia cercana a las principales capitales.
El motivo inicial era evitar que el virus se extendiera de manera temprana. Ahora que hay una mayor fortaleza institucional, que pasa por mejores métodos de monitoreo y prevención, el objetivo es que en julio haya una normalización paulatina.
Con el fin de vencer las prevenciones en el público y los gobernantes habrá pilotos en los días que vienen. Se trata de demostrar que es factible minimizar los riesgos, en la medida en que tenga lugar separación entre los pasajeros y controles previos y posteriores al viaje.
Algo similar ocurrirá respecto a los aviones, para los cuales se diseñan protocolos de la mano de Iata, a escala global. De nuevo la intención consiste en tranquilizar a los escépticos con demostraciones prácticas, algo que exige luz verde en un aeropuerto de salida y otro de destino en rutas nacionales con el fin de arrancar ensayos en un par de semanas. Para las internacionales, la fecha del 1.º de septiembre se mantiene por el momento.
Tampoco es fácil el regreso a las aulas. Si bien la ministra de Educación explicó el jueves que habrá protocolos y que todo se hará de la mano de las secretarías departamentales, con el concurso de los padres de familia, las reacciones en las redes sociales o en el Congreso mostraron que aquí tampoco hay unidad de criterio.
Como si eso fuera poco, Fecode puso un interrogante adicional sobre la respuesta de los maestros. Los lineamientos expedidos el viernes deberían servir para tranquilizar los ánimos, pero en un ambiente tan cargado no será fácil que muchos obren con cabeza fría.
Así ha pasado en otras latitudes. En Inglaterra, por ejemplo, más de medio millón de peticiones de rechazo fueron suscritas cuando el gobierno de Boris Johnson indicó que los colegios se reabrirían en junio. De hecho, miles de estudiantes no asistieron a clases presenciales, más allá de las precauciones adoptadas.
De regreso a Colombia, la evidencia confirma que los jóvenes son el grupo de menor riesgo frente al covid-19. Hasta el viernes, el número de fallecidos entre dos y 19 años de edad por cuenta del coronavirus ascendía a cinco, el 0,3 por ciento de total.
Adicionalmente, múltiples trabajos muestran que no hay evidencia de que ese grupo sea un vector de transmisión, lo cual rebatiría la afirmación sobre que se trata de preservar la salud de todos los miembros del círculo familiar. No obstante, los planteamientos respecto al daño cognitivo y emocional que sufren los menores por cuenta del aislamiento quedan relegados a un segundo plano ante la idea de que frente a un eventual contagio es mejor abstenerse.
Una vez más, el temor vuelve a hacer de las suyas. Para Raquel Bernal, vicerrectora de la Universidad de los Andes y experta en el tema, “el miedo está basado en la desinformación, por lo cual si queremos lograr adherencia tanto al encierro como a la apertura, los gobiernos deben ser capaces de comunicar más y mejor”.

Aprender con el ejemplo

En ese sentido, sería útil hacerle seguimiento a la experiencia de Bucaramanga. Gracias a un esfuerzo exitoso de contención que se traduce en apenas 28 casos activos y un fallecido a causa de la pandemia, la capital de Santander comenzó su proceso de reactivación tan pronto llegó la luz verde de la administración Duque.
Debido a ello, no solo construcción e industria se encuentran en plena operación desde finales de abril, sino que los centros comerciales abrieron sus puertas el 18 de mayo y las universidades lo hicieron esta semana.
Ante la duda de cómo responderle a las inquietudes de la ciudadanía, la respuesta de Juan Carlos Cárdenas, el alcalde de los bumangueses, es contundente: “Con información adecuada se le puede ganar la batalla al miedo”.
De acuerdo con el mandatario, lo importante es tomar las decisiones basados en datos y así transmitírselo a la ciudadanía. “Aquí no perdemos de vista tres ejes claves: salud, bienestar social y recuperación económica”, dice.
Por cuenta de esa actitud, el paso que viene es el permiso para que los restaurantes atiendan público con los debidos protocolos de bioseguridad, al igual que los gimnasios. En la lista también se encuentran el uso de las instalaciones de los parques, incluyendo las deportivas, junto con examinar el regreso de pasajeros por vía terrestre y aérea.
“Entendemos que muchas cosas deben cambiar y que es necesario moverse hacia una ciudad que funcione 24 horas, los siete días a la semana, para evitar aglomeraciones”, añade el alcalde. “Todo eso se logra comunicando bien, construyendo confianza”, concluye.
Aprender de esa lección ayudaría a que el tránsito de los próximos meses en Colombia sea menos complicado de lo que parece. En lugar de restricciones por doquier, el país necesita moverse hacia un esquema que permita concentrar esfuerzos en los diez municipios que albergan el 80 por ciento de los casos activos, atender rápido los focos que aparezcan y dejar que el resto salga de la mentalidad del toque de queda.
No se trata de bajar la guardia, sino de gastar las energías en donde se requieren. De lo contrario, el riesgo es persistir en una estrategia que amenaza con profundizar la que ya es una crisis enorme.
“Las cuarentenas son como la mafia: es más fácil entrar que salir”, dice un observador con algo de humor negro. Para que ese peligro no se convierta en un mal chiste es indispensable saber pasar a otra página a tiempo.
RICARDO ÁVILA PINTO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
En Twitter: @Ravilapinto
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