¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Sectores

Nubarrones en el horizonte / Análisis de Ricardo Ávila

Casa de cambio de moneda en Bogotá. Después de varias jornadas al alza, la cotización del dólar. Foto: Sergio Acevedo. El Tiempo

Casa de cambio de moneda en Bogotá. Después de varias jornadas al alza, la cotización del dólar. Foto: Sergio Acevedo. El Tiempo

Foto:Sergio Acevedo

Ahora, se trata de que el año que viene no resulte peor de lo que parece en materia económica.

Ricardo Ávila
Para los periodistas que usualmente asisten a la rueda de prensa que sigue a la reunión mensual de la junta directiva del Banco de la República, la escena del jueves pasado era muy similar a la de siempre. Convocados a la sala ubicada en el piso trece de la sede del Emisor en el centro de Bogotá, el formato acostumbrado comenzó con la lectura del comunicado y siguió con las intervenciones del ministro de Hacienda y el gerente de la entidad.
A primera vista, la noticia fue la de un nuevo incremento en la tasa de interés que les cobra la institución a los intermediarios financieros por darles liquidez temporal. El aumento, de un punto porcentual, llevó el costo de esos fondos al 10 por ciento anual, con lo cual se mantiene la seguidilla de alzas que empezó 12 meses atrás, cuando estaba en 1,75 por ciento.
Tal como ha sucedido en buena parte del mundo, el motivo del apretón gradual es el mismo: el disparo de la inflación que en varias latitudes se ubica en su punto más alto en cuatro décadas y en Colombia –en donde llegó a 10,8 por ciento en agosto– está en su máximo en lo que va del siglo. Con una que otra excepción, el doble dígito volvió a ser la norma en los cinco continentes, por lo cual son grandes los temores de una potencial desbocada.
Las causas son conocidas. Tanto los cuellos de botella en el suministro de bienes ocasionados por la pandemia como el ataque de Rusia a Ucrania, que compromete a un gran exportador de alimentos y minerales, ocasionaron estrecheces en la oferta de múltiples productos.
Lo anterior se combinó con una inesperada fortaleza de la demanda, alentada por los programas de apoyo gubernamental que se pusieron en marcha para mitigar el impacto del covid-19. Además, los consumidores salieron del encierro con el ánimo de gastar más.
El choque de ambas fuerzas llevó a una aceleración en el ritmo de las subidas de precios, que hoy por hoy es el principal dolor de cabeza de los gobiernos en tantas capitales y motivo de numerosas protestas. En respuesta, el remedio consiste en enfriar la máquina, disminuyendo a la brava el apetito de compra, algo que se consigue encareciendo los préstamos, desde el de la tarjeta de crédito hasta el hipotecario.
Claramente, en Colombia hay complejidades adicionales. Una de ellas es la indización, que lleva a que los reajustes en el valor de productos y servicios tomen como base la dinámica inflacionaria previa, con lo cual se prolonga la inercia.
Eventualmente, el aumento en la canasta familiar retornará al redil en la medida en que la política señalada siga. La meta de largo plazo del Banco de la República está entre 2 y 4 por ciento anual, un rango que se ha respetado durante periodos amplios en el pasado reciente.
No obstante, volver allí no es algo que sucederá de la noche a la mañana. Los modelos econométricos que usan para hacer proyecciones hablan de un descenso suave que empezaría a finales de 2022 y seguiría el próximo año, con lo cual solo hasta 2024 comenzaría a levantarse el pie del freno.

Perspectivas realistas

Semejante escenario influye directamente sobre las posibilidades de crecimiento de la economía colombiana, por la sencilla razón de que el consumo y la inversión se verán golpeados por la ausencia de dinero barato. Si a lo anterior se le suma un entorno internacional particularmente complejo que incluye un notorio fortalecimiento del dólar, la cosa se complica todavía más.
Ello permite entender que las proyecciones sobre la actividad productiva en 2023 muestren tendencia a la baja. El comunicado del Emisor el jueves afirmó que “el equipo técnico revisó su pronóstico de crecimiento para 2023 de 1,1 a 0,7 por ciento”.
Sin embargo, esa no es toda la historia. Así como los diferentes cálculos son menos optimistas frente al año que viene, son mucho más positivos frente al actual. El mismo pronunciamiento subrayó que el banco “aumentó el pronóstico de crecimiento del producto interno bruto (PIB) para 2022 de 6,9 a 7,8 por ciento”.
Un guarismo de esa magnitud es destacable. Para comenzar, porque más que duplica el promedio mundial y triplica el de América Latina. Entre el grupo de países de más de 20 millones de habitantes que hay en el mundo, el desempeño de Colombia tan solo es equiparado por Arabia Saudita, en plena bonanza petrolera.
Pero así como vamos más rápido que los demás, se aproxima una ralentización importante. “Varios efectos juegan en contra”, explica Luis Fernando Mejía, director de Fedesarrollo. “Primero, el efecto base de un mayor crecimiento actual frente a lo inicialmente esperado; segundo, el ambiente internacional que cada vez luce peor, con vientos de recesión en Estados Unidos y varias economías grandes de Europa; y, tercero, el impacto de la necesaria subida de tasas de interés que se sentirá sobre la demanda agregada”, dice el experto.
Quizás el único consuelo es que la sensación de cuasiestancamiento va a darse desde un escalón más elevado. Si bien las comparaciones son odiosas, a diferencia de muchos de sus vecinos en la región, el PIB de Colombia en diciembre será considerablemente mayor al que tenía antes de la aparición del coronavirus.
Estar comparativamente bien no es una invitación a bajar la guardia. Por el contrario, el desafío consiste en superar la prueba que viene con el mínimo balance de daños posible. Como advierte Mejía, “podríamos enfrentarnos a un escenario de estanflación que traería bajo o nulo crecimiento e inflación”.

Riesgos presentes

Identificar los peligros es fundamental. Como acostumbra hacerlo el Fondo Monetario Internacional, es indispensable identificar los riesgos al alza o a la baja. En otras palabras, se trata de establecer qué podría salir mejor o peor.
Para los optimistas que aspiran al primer escenario, no se puede negar la idea de un aterrizaje suave. Un buen comportamiento de las cosechas ayudaría a que los precios de la comida –que han sido el principal factor detrás del salto de los últimos meses– se moderen. A lo anterior se agregaría lo que pase con las tarifas de energía, que quedarían controladas por cuenta de los acuerdos en los diferentes eslabones de la cadena.
Bajo ese punto de vista, los intereses llegarían a su tope, sin que los usuarios del crédito sientan que les subió el agua al cuello. Aparte de lo dicho, la reapertura comercial con Venezuela le ayudaría a la industria liviana a mejorar sus ventas, compensando de paso un menor vigor del consumo interno.
Y aunque algo de lo dicho puede ocurrir, vale la pena destacar amenazas que vienen claramente al alza. Aparte de un entorno global mucho más inquietante que el de hace tres meses, debido a las señales enviadas por el Banco de la Reserva Federal en Washington sobre tasas de interés o las advertencias de Vladimir Putin hacia Occidente, en el ámbito interno los interrogantes son aún mayores.
Para comenzar, están los factores previsibles. La mezcla de una política que busca encarecer el costo del crédito con la de sincerar los precios de la gasolina les hará sentir a muchos que el dinero que tienen en el bolsillo no alcanza para comprar lo mismo de antes. Aquí, el reto es no quedarse con el pecado de la desaceleración y sin el género de una menor inflación.
Fuera de eso aparecen otros desafíos potenciales. Las remesas del exterior, que le inyectarán más de 30 billones a la economía este año, pueden salir golpeadas en caso de que el frenazo que se sentirá en todas partes golpee con más fuerza a la población migrante.
De otra parte, vienen decisiones clave. Una de ellas es la del salario mínimo, que no solo involucra a aquellos que lo reciben, sino al mercado laboral en general. En concreto, un incremento muy por encima en la inflación que sea efectivo el próximo 1.º de enero puede dar origen a una espiral de precios y salarios que obligará al Banco de la República a ser todavía más restrictivo.
Incluso si eso no sucede, la confianza del sector privado seguirá siendo fundamental. En caso de que esta se deteriore, el ánimo de invertir será menor y eso le pasará su cuenta de cobro al crecimiento económico.
Aparte de que la reforma tributaria que está a consideración del Congreso exigirá nuevos sacrificios, una mirada a diversos sectores muestra que un grupo amplio de compañías está en una actitud de posponer planes de expansión o nuevos emprendimientos. Ese es el caso de las firmas relacionadas con la minería de carbón o el petróleo, que sienten que no están dadas las condiciones para aumentar el tamaño de su apuesta en el país.
Algo similar sucede en campos como la salud o el de las entidades financieras. La sensación de que las reglas de juego se verán deterioradas hace más difícil que las juntas directivas autoricen planes de expansión o apuestas que pueden sonar audaces.

Señales en contra

Los mensajes provenientes del Ejecutivo traen consigo lo que más de un observador califica como “efecto paralizante”. Basta con registrar las declaraciones luego de la cumbre de altos funcionarios, que comenzó el viernes en Hatogrande, para concluir que la partitura que comenzó a escucharse el 7 de agosto es la misma.
“Aquí, el eje central de la actividad del gobierno, lo que le da la coherencia, es que vamos a cambiar el país, que vamos a cambiar políticas públicas, que vamos a cambiar concepciones que ya no sirven para el siglo XXI, que se quedaron atrás, que nos están autodestruyendo como sociedad, incluso como naturaleza”, afirmó Gustavo Petro. La reiteración de la promesa viene acompañada de una buena dosis de dudas para distintos sectores.

El mayor reto es que la incertidumbre sobre el clima interno para la actividad productiva y la empresa no se resuelva en la dirección de que el país sea uno de los grandes expulsores de inversión.

Irónicamente, la administración debería ser la más interesada en calmar las aguas y no en agitarlas. En medio de una realidad cada vez más tormentosa que incluye salida de capitales hacia refugios considerados seguros, lo que procedería es tranquilizar a aquellos que están nerviosos.
Lamentablemente, poco de eso está sucediendo. Con excepción del Ministerio de Hacienda, que continúa enviando un parte de seriedad respecto a su determinación de mantener las cuentas públicas en orden y honrar las obligaciones estatales, buena parte del gabinete opta por el mensaje del borrón y cuenta nueva.
En medio de la presente coyuntura mundial, ello equivale a jugar con fuego. Por ello, el Presidente de la República debería entender que su gobernabilidad se encuentra atada a una economía que siga andando hacia adelante, sin que el desempleo aumente en forma significativa, la inflación dé un salto mayor o la tasa de cambio se dispare a la estratósfera.
De lo contrario, la probabilidad de un círculo vicioso que impactaría la actividad productiva subiría de manera acelerada. Basta con ver la manera en que los mercados castigan a la Gran Bretaña por intentar fórmulas cuestionables, para concluir que el palo no está para cucharas y que cualquier equivocación grave derivará en que los ciudadanos paguen los platos rotos.
Para Marcela Eslava, decana de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, “el mayor reto para el año entrante es que la incertidumbre sobre el clima interno para la actividad productiva y la empresa no se resuelva en la dirección de que el país sea uno de los grandes expulsores de inversión”. Y concluye: “Son importantes en ese sentido las señales que se envíen desde los resultados fiscales, la política energética, la reforma tributaria y las eventuales reformas de la salud y el mercado laboral”.
Así las cosas, habría que tomar en serio el campanazo de alerta e irse por decisiones más sustentadas en el pragmatismo que en la ideología, algo que sería deseable, pero suena poco factible a la luz del activismo gubernamental.
Es indudable que 2022 resultó ser mejor de lo que se esperaba. Ahora no queda más que insistir en el anhelo de que 2023 no acabe siendo peor de lo que parece.
RICARDO ÁVILA
Analista Sénior
Especial para EL TIEMPO
Ricardo Ávila
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO