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Ciudad del Carmen y su decadencia por un yacimiento petrolero

El descubrimiento del yacimiento petrolero de Cantarell cambió por completo la fisionomía regional.

El descubrimiento del yacimiento petrolero de Cantarell cambió por completo la fisionomía regional.

Foto:EFE

La crisis de la capital petrolera de México deja miles de desempleados, hoteles y tiendas vacías.

A sus 30 años, Iván Roldán lleva una década viendo salir y entrar barcos en el muelle principal del puerto de Ciudad del Carmen. La mayoría –por no decir todos– tienen como origen y destino una de las decenas de plataformas que se dibujan en el horizonte marítimo.
La actividad ha caído en picada: a medida que la sonda petrolera de Campeche declinaba por una mezcla de agotamiento de los recursos y falta de inversión, la actividad se ha esfumado.
“Hace dos años salían 20 lanchas al día con personal, alimentos y material. Hoy, son 12 en un día de movimiento”, dice bajo el sol abrasador del mediodía embutido en un inconfundible overol (mono) naranja que lo hace sudar a mares. “Esto está muerto”, dice mientras señala a los muelles. A dos kilómetros de allí, en el malecón de la ciudad campechana, un grupo de jubilados observa con inquietud media docena de barcos varados en mitad de la bahía.
Muchos de ellos pertenecen a Oceanografía, una empresa que entró en suspensión de pagos por la crisis petrolera y que ha optado por dejar ancladas sus embarcaciones al albur del salitre: es mucho más barato tenerlos allí que en un amarre.
Manuel Pérez y Joaquín Martínez, de 79 y 80 años, son los más habladores de la habitual reunión matutina de mayores. Su diagnóstico es unánime: “El petróleo ha sido la mayor desgracia para esta ciudad; trajo trabajo, sí, pero no para los locales”. El camarón (gama), dicen, sí daba dinero a los carmelitas. “Y estaba mejor distribuido”, añade Martínez mientras otea el horizonte descargando su peso sobre un bastón.
Ciudad del Carmen ha vivido medio siglo bajo la sombra de la maldición de las materias primas –el riesgo de que la abundancia de recursos naturales acabe en una crisis económica por concentrar el grueso de su actividad en un único sector–.

Esta ciudad ha vivido medio siglo bajo la sombra de la maldición de las materias primas

Primero fue el camarón: en pocos años, la urbe pasó de ser un pequeño pueblo costero del golfo de México a convertirse en una de las capitales latinoamericanas de este crustáceo. Las exportaciones se multiplicaron, y la población y el empleo crecieron exponencialmente en una ciudad que no destacaba por su riqueza y que acababa de dejar atrás una crisis económica de envergadura.
Ese capítulo de su historia llegó drásticamente a su fin en 1971. El descubrimiento del enorme yacimiento petrolero de Cantarell –a la postre, gallina de los huevos de oro para la economía mexicana– cambió por completo la fisionomía regional.
Los pescadores abandonaron sus barcas inducidos por las autoridades, miles de trabajadores de otros estados fueron reclutados para trabajar en la incipiente industria petrolera y muchos locales abrieron pequeños negocios en el sector de servicios: desde tabernas en las que los marineros reponían fuerzas cerveza en mano hasta tiendas de abarrotes o casas de cuartos para rentar a los trabajadores de las plataformas.
Los precios se dispararon; “hasta hace poco, un restaurante en Carmen no era mucho más barato que uno similar en la Ciudad de México”, recuerda un empresario que pasa la vida a caballo entre ambas urbes, y las conexiones aéreas crecieron exponencialmente –también los precios de los boletos: no había ni un asiento libre–. El dinero, en fin, fluía generosamente.
Hoy, queda poco de aquella ciudad próspera. Por sus calles, todavía se ven algunos coches de alta gama, herencia de un pasado no tan pretérito de riqueza, pero en las fachadas de las casas la imagen es bien distinta: centenares de carteles de ‘se renta cuarto’ pueblan la ciudad, de 250.000 habitantes y que en los días de vino y rosas llegó a duplicar su censo gracias a la numerosa población flotante.
IGNACIO FARIZA
Ediciones EL PAÍS, SL 2017.
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