Cae la noche en Ciudadela Mía, y las luces del apartamento 501 destellan como un pesebre desde la distancia. El balcón está iluminado con un árbol de Navidad que se mantiene estable gracias a una botella de plástico desocupada.
Una esfera de luces, instalada en la sala de la vivienda, completa el panorama festivo, tan cargado de color, que logra iluminar parte de la fachada de la torre tres.
“Parecen luces de discoteca”, confiesa con desparpajo Yanila Moreno, quien este año se convirtió en una de las 1.500 beneficiarias de la Urbanización Ciudadela Mía, pensada para garantizar soluciones de vivienda a familias desplazadas por la violencia, afectadas por desastres naturales o en situación de pobreza extrema.
Esta iniciativa hace parte del programa del Ministerio de Vivienda, que entregará 130.000 viviendas gratis en todo el país para reducir la pobreza extrema y promover el empleo.
“Desde que llegamos a vivir acá, instalamos la Navidad, usted hubiera visto la alegría de mis hijos la noche de velitas, compartiendo con sus amigos dentro del conjunto. Le juro que yo era la más contenta de todas, porque en Kennedy, ellos tenían que estar encerrados a las siete de la noche por la inseguridad, ahora es diferente”, confiesa con el alivio del pasado que quedó atrás.
‘Esta casa es mía’“Esa casa es mía” lo dijo enfática y emocionada, esa frase se convirtió en el mantra de Yanila Moreno cuando se enteró de la iniciativa del Gobierno de entregar viviendas gratis a familias vulnerables en su natal Quibdó, fueron en total seis años de espera con esta frase siempre latente.
Repetía estas cuatro palabras en clave de oración durante las noches en vela que tuvo que pasar para entregar a tiempo los documentos necesarios para postularse a esta iniciativa.
También susurraba entre lágrimas: “Esta casa es mía”, cuando la inclemencia del clima se ensañaba contra su casa de barro y madera en el barrio Nicolás Medrano, a donde llegó para proteger a sus hijos de 12 y 14 años de un ambiente inseguro.
“Antes vivíamos en el barrio Kennedy, pero las riñas entre pandillas hicieron imposible la convivencia; entonces preferí levantar una casita lejos, vivíamos mal, era un espacio sin divisiones, lleno de barro y sin baño, teníamos que ir a las casas vecinas para que nos prestaran uno, si estaba ocupado, no había otra alternativa que aguantar”, recuerda.
Pero esta situación cambió para siempre el pasado miércoles 16 de noviembre a las 10 de la mañana, cuando se instaló orgullosa en el balcón del apartamento 501. “Vivir cerquita del cielo es lo más bello; en mi quinto piso vivo feliz, yo no siento las escaleras así viva en el último piso”, comenta feliz, con ese acento pacífico, nutrido de finales cadenciosos y eses omitidas.
El verde manzana es el sello de su vivienda y la prueba más fiel del ambiente de fiesta que se vive en la familia Moreno. Hay un profundo aroma a vainilla que impregna la vivienda: “Se fija como huele de bien, al otro lado olía a barro”, remata, mientras su robusta figura enseña cada rincón del apartamento.
Ahora se prepara para recibir su título como técnico en atención a primera infancia en el Instituto Técnico del Chocó.
Aunque confiesa que resiente el tiempo que deja de compartir con sus hijos por estudiar y trabajar, pero le queda la tranquilidad de educarlos con la fuerza del ejemplo.
EL TIEMPO
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