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Un futuro turbulento / Análisis de Ricardo Ávila

El cálculo de la Cepal es que el número de desocupados en Latinoamérica subirá a 44 millones de personas este año.

El cálculo de la Cepal es que el número de desocupados en Latinoamérica subirá a 44 millones de personas este año.

Foto:Juan Pablo Rueda. Archivo EL TIEMPO

Crisis económica de A. Latina y calendario electoral de la región abren incógnitas de lo que viene.

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Fue uno de esos hitos que no ameritan celebración de ningún tipo. De acuerdo con las estadísticas disponibles, ayer América Latina superó los diez millones de casos de covid-19, lo cual la confirma como la región más afectada por la pandemia.
Y los registros no acaban ahí. Con 655 millones de habitantes, que representan apenas el nueve por ciento de la población mundial, el número de decesos registrados –casi 370.000– asciende a poco más de una tercera parte del total global, por lo cual esta zona del planeta es considerada aún como el epicentro de la peor crisis sanitaria que ha azotado a la humanidad en los últimos cien años.
Aunque ahora la atención de los observadores vuelve a concentrarse en el hemisferio norte por cuenta de la aparición de una segunda ola de contagios, eso no quiere decir que la emergencia haya sido superada aquí. Más allá de una tendencia descendente en las cifras de Brasil, México o Perú –los más golpeados por el coronavirus en números absolutos de fallecimientos–, falta todavía un largo trecho de sufrimiento.
Ese diagnóstico no solo tiene que ver con la salud. Tal como lo señaló el martes la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, el coronavirus “está teniendo impactos negativos históricos en lo económico, productivo y social”.
Tres datos del organismo, adscrito a las Naciones Unidas, resumen lo ocurrido. En materia de producto interno bruto por habitante en Latinoamérica, la cifra de 2020 será similar a la de 2010, lo cual equivale a un retroceso de diez años.
Peor todavía, en lo que atañe a proporción de individuos en condición de pobreza, el dato apunta a ser igual al de 2005, mientras que en miseria retornaríamos a 1990. En otras palabras, el salto hacia atrás sería de 15 y 30 años, respectivamente, tras haber logrado grandes mejoras a lo largo del siglo XXI.
Lo anterior quiere decir que 231 millones de personas –45 millones más que en 2019– no contarán este año con los ingresos suficientes para suplir sus necesidades básicas y que, de ese conjunto, 96 millones –28 millones más que 12 meses atrás– no podrán satisfacer sus necesidades vitales, incluyendo alimento y techo. Con razón se habla no de una, sino de varias décadas perdidas de un plumazo.
¿Qué puede venir en los próximos años? Esa es la pregunta que desvela a múltiples expertos, a la luz del calendario electoral que comienza ahora con Bolivia y que será particularmente intenso en 2021 y 2022.
Como señala el analista Moisés Naím “viene otra tormenta perfecta en la cual la turbulencia económica y social se va a conjugar con la turbulencia política, algo que sin duda influirá en las preferencias de los ciudadanos”. El riesgo es que el populismo eche raíces con más fuerza, pues según el columnista, “esta pinta como una época de oro para los charlatanes”.

El costo de la caída

Para entender la base de semejante afirmación, es indispensable hacer referencia a los estragos dejados por una situación que no estaba en el radar de nadie al comenzar el año y que encontró a la región en una coyuntura de gran debilidad. Después de que terminó el ciclo de precios altos de los bienes primarios a mediados de 2014, el crecimiento empezó a ser raquítico y la insatisfacción era la norma en la mayoría de los países del área.
La presencia de gobiernos débiles en medio de dificultades fiscales importantes sin duda influyó para que América Latina estuviera mal preparada frente al coronavirus. A pesar de los campanazos de alerta provenientes de Europa, en la mayoría de las naciones las autoridades respondieron tarde a la necesidad de dotar a los hospitales, proteger al personal médico y cuidar a la gente.
Esa circunstancia se combinó con la actitud de presidentes como Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador que desestimaron la amenaza. En otros lugares se adoptaron cuarentenas estrictas que desnudaron las desigualdades y la informalidad, trayendo consigo una enorme cuenta de cobro en materia social.
Según un estudio del Banco Mundial que acaba de ver la luz y cuyo título es ‘El costo de mantenerse sanos’, los primeros impactos se vieron en los barrios de mayores ingresos por cuenta de la llegada de viajeros del Viejo Continente, en particular. Pero con el correr de las semanas, los contagios se multiplicaron en las zonas más pobres, en donde hay hacinamiento en las viviendas, menor acceso al agua potable y a los servicios de salud.
Debido a esa circunstancia, aparecieron rápidamente las disparidades. Por ejemplo, en Santiago de Chile, el virus tuvo una letalidad cuatro veces mayor en las comunidades pobres, frente a las más ricas.
Junto a esa circunstancia, apareció otro mal: el desempleo. El cálculo de la Cepal es que el número de desocupados en Latinoamérica subirá a 44 millones este año, 18 millones más que en 2019. Como si eso no fuera suficiente, el Banco Mundial sostiene que en dos de cada tres hogares cayeron los ingresos, por lo cual el deterioro en las condiciones de vida sería más amplio de lo que muestra el mercado laboral.
Quizás el único consuelo es que las cosas habrían podido ser peores, sobre todo en el ámbito internacional. Para comenzar, el comercio global no se derrumbó. Con excepción del petróleo o el carbón, las cotizaciones de otros productos básicos como el café se han mantenido.
Adicionalmente, las remesas que envían los migrantes mostraron una recuperación, tras un bache en abril. La recuperación en los giros que mandan millones de latinoamericanos a sus familias sirve para evitar una debacle social mayor.
Y en lo que respecta a la macroeconomía, tampoco sucedió una fuga de capitales. De hecho, las políticas de diferentes bancos centrales desembocaron en dinero barato y abundante, gracias a lo cual los costos de financiamiento son menores y se ha podido aumentar la deuda pública sin mayores sacrificios.
Por cuenta de semejante circunstancia, las entregas de dinero a los más pobres subieron de manera significativa. Tanto los programas de transferencias condicionadas como el ‘ingreso solidario’ en Colombia sirvieron para mitigar una crisis que, de no haberse tendido esas redes, habría desembocado en hambrunas.
Lo anterior, sin embargo, no minimiza el tamaño del desastre. La proyección del Banco Mundial habla de una contracción en el PIB regional del 7,9 por ciento en 2020, mientras que la Cepal es todavía más pesimista: 9,1 por ciento. Dicha cifra es peor que el 8,3 por ciento registrado en el primer semestre, el guarismo más malo de los últimos 120 años, desde cuando existen estadísticas relativamente confiables.
Y es que pese a las esperanzas de una reactivación rápida, ese no fue el caso. Las cuarentenas acabaron siendo mucho más largas de lo que se pensaba y la reactivación ha tenido lugar a paso lento. Con el consumo y la inversión de capa caída, no hay un repunte a la vista.
Los especialistas en hacer pronósticos coinciden en que en 2021 volverán las cifras positivas y que vendrá una expansión cercana al cuatro por ciento. No obstante, retornar al volumen de PIB del 2019 demorará un buen rato, pues solo hasta 2023 se alcanzaría ese nivel. En lo que corresponde al ingreso por habitante, la fecha es todavía más lejana: 2025 o incluso finales de la década.

Los especialistas en hacer pronósticos coinciden en que en el 2021 volverán las cifras positivas y que vendrá una expansión cercana al cuatro por ciento

Y los electores, ¿qué?

Tan oscuras perspectivas deben ser miradas a la luz de los procesos electorales que vienen. Por cuestiones del calendario, este año es considerado como ‘puente’, pues relativamente pocos ciudadanos fueron o irán a las urnas.
Aun así, en la República Dominicana acabó siendo escogido el candidato opositor y en Uruguay el partido en el poder consolidó su mandato en las regiones, por cuenta del buen manejo que el gobierno de Luis Lacalle ha hecho de la pandemia.
Es más complejo saber lo que puede suceder en Bolivia, aunque las apuestas están en favor de una segunda vuelta que favorecería a Carlos Mesa, quien derrotaría al candidato impulsado por Evo Morales. A su vez, existe una gran expectativa por cuenta del plebiscito constitucional en Chile que a finales de octubre desembocará en la redacción de una nueva carta política que rompa con la era de Pinochet.
Pero es con la llegada del nuevo almanaque que las cosas se van a poner interesantes. Aparte de que los chilenos deberán designar al sucesor de Sebastián Piñera, también hay comicios presidenciales programados en Ecuador, Perú, Honduras y Nicaragua. El siguiente plato fuerte será servido en 2022, cuando llegue el turno de Colombia y Brasil, entre otros.
Más allá de las cábalas sobre lo que pueda pasar en cada caso, vale la pena insistir en que el común denominador será la mala situación económica y la profundización de las desigualdades. El desempleo persistirá, al igual que la presión para que los apoyos monetarios a millones de familias se extiendan en el tiempo.
Prolongar los subsidios es un arma tentadora y de doble filo. Jair Bolsonaro mejoró su popularidad a punta de ayudas, pero los observadores advierten que el costo fiscal es inmenso. Si el mandatario brasileño se consolida, otros en la región tomarán nota de la estrategia.
Aun así, hay que ser prudentes. Es probable que en uno o dos años la tolerancia hacia los altos déficits públicos y el elevado endeudamiento sea menor en los mercados, lo que obligaría a cobrar más impuestos para cuadrar las cuentas. Si eso es difícil en condiciones normales, ahora será más complicado.
Pero quizá el elemento más impredecible es el comportamiento de sectores específicos de la opinión. Moisés Naím subraya que si bien América Latina cuenta con larga experiencia en choques inesperados que se traducen en deterioros, “la diferencia ahora está en cómo se distribuye la carga del ajuste que históricamente había recaído en los más pobres”.
Para el analista, la gran incógnita es la reacción de la clase media que había crecido significativamente a lo largo de este siglo. Ahora, la Cepal estima que 37 millones de personas de ese estrato engrosarán las filas de los pobres.
“Se trata de una población más educada, más conectada a las redes, más enfurecida y más dispuesta a defender sus conquistas”, dice Naím. “Y su preocupación estará más en oír a quien le prometa devolverle la prosperidad perdida, enfocándose más en el resultado que en el procedimiento”, agrega.
En esas circunstancias, la democracia correrá el riesgo de ser una víctima. Puede que haya elecciones, pero la tentación de una persona o un movimiento será controlar los poderes públicos, al estilo de lo que pasa en Venezuela, donde el régimen mantiene una fachada que esconde una dictadura.
Por tal razón, es clave que la región entre en una dinámica distinta, la cual debería abarcar creación de empleos, desarrollo de infraestructura y crecimiento sostenible e inclusivo. Como señala el Banco Mundial: “Una falla en hacerlo así podría ser el presagio de nuevas oleadas de agitación social y posiblemente el regreso de políticas populistas a la región”. Y concluye la entidad: “Ese, después de todo, podría ser el costo más grande que deje la pandemia”.
RICARDO ÁVILA
Analista sénior
Especial para EL TIEMPO
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