Quizás Ilan Goldfajn habría deseado ser portavoz de mejores noticias cuando el martes pasado habló sobre las perspectivas económicas de América Latina, en su carácter de director del hemisferio occidental en el Fondo Monetario Internacional, el cargo que ocupa desde enero. Sin embargo, la realidad acabó pesando más que cualquier anhelo.
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El motivo es que el organismo multilateral identifica ahora más nubarrones en el horizonte regional que a comienzos del año. “La guerra en Ucrania, el aumento de la inflación, las condiciones financieras más restrictivas, la desaceleración económica de los principales socios comerciales, y el descontento social pueden empeorar las perspectivas de crecimiento”, señaló este expresidente del banco central de Brasil en un escrito.
De tal manera, la expansión del producto interno bruto de los países de la zona al sur del río Grande se proyecta en un tímido 2,3 por ciento por parte del FMI. Dentro de las diferentes áreas geográficas que componen el planeta, tan solo Europa pinta peor debido a los coletazos del conflicto iniciado por Rusia.
Y hay quienes son todavía más pesimistas. El miércoles la Cepal señaló que el avance de las economías latinoamericanas en 2022 apenas sería de 1,8 por ciento, una cifra que entra en el terreno de lo inquietante, sobre todo si se tiene en cuenta que esta parte del globo no ha logrado todavía recuperar el terreno perdido por causa de la pandemia.
Por su parte, el Banco Mundial también rebajó el dato previsto a 2,3 por ciento. De acuerdo con Bill Maloney, el economista jefe para América Latina de la institución con sede en Washington, esto refleja “expectativas de menor dinámica en los socios comerciales, pues los pronósticos para Estados Unidos, la zona euro y Japón son inferiores a los de tres meses atrás”.
Según el FMI, la economía nacional aumentará su tamaño en 5,8 por ciento este año, mientras la Cepal habla de 4,8 y el Banco Mundial, de 4,4 por ciento
Sin duda, en la gran mayoría de las latitudes las cosas pintan menos bien que antes, pues tres cuartas partes de los países en los cinco continentes andan a menor velocidad que la esperada a comienzos del año. Por tal razón, en medio de un panorama tan complejo, resulta bien significativo que las apuestas sobre Colombia vayan al alza y no a la baja.
Según el Fondo Monetario, la economía nacional aumentará su tamaño en 5,8 por ciento este año, mientras la Cepal habla de 4,8 y el Banco Mundial, de 4,4 por ciento. A su vez, el Banco de la República subió su predicción a 5 por ciento, mientras que bancos como JP Morgan hablan de 6,5 por ciento. El promedio de esos números más que duplica el de toda la región.
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Lo expresado tiene como fundamento la evidencia disponible. Bancolombia, que combina lo que muestran las estadísticas oficiales con los reportes internos del comportamiento de sus clientes, sostiene que el crecimiento durante el primer trimestre habría sido de 7,8 por ciento, superando con creces lo que creen los analistas.
En concreto, el consumo privado muestra un gran vigor. Las compras hechas por los usuarios de tarjetas de crédito han subido 27 por ciento con respecto a los niveles de antes de la pandemia.
Igualmente, los pagos de empresas a proveedores a través de las cuentas del banco registran una gran dinámica. Marzo, además, acabó siendo un muy buen mes para aquellos sectores que habían arrancado el año a media marcha, incluyendo industria, construcción, minería y sector financiero.
Es altamente factible que el ritmo sea incluso mejor entre abril y junio. Fuera de que la temporada de Semana Santa les ayudó mucho a las actividades turísticas a olvidar los sufrimientos ocasionados por el covid-19, la base de comparación incluirá el bache ocasionado por el paro nacional de 2021, cuyo aniversario tuvo lugar esta semana.
Como consecuencia, el repunte seguramente será significativo, con lo cual el semestre debería cerrar muy bien. Bajo esos parámetros, suena justificado el calificativo de “desempeño sobresaliente”, que difiere con el desánimo que se observa en tantos lugares.
¿Cómo explicar ese contraste? José Ignacio López, director de investigaciones económicas de Corficolombiana, sostiene que en el país “coinciden la intersección de tres factores que privilegian el crecimiento”.
Para el experto, “nos beneficiamos del aumento en los precios internacionales de las materias primas que exportamos y contamos con una fuente de remesas del exterior que sigue dinámica y les da poder de compra a muchos hogares. Aparte de ello, el riesgo político no está comprometiendo la recuperación, al menos todavía”. Puntualiza que “otros países pueden contar con una o dos de las condiciones señaladas, pero encuentran problemas en más frentes”.
Si bien el comportamiento de la inflación –cuyo ritmo anual de 8,5 por ciento supera con creces la meta establecida por el Banco de la República– es un gran dolor de cabeza, la política de tasas de interés del Emisor ha sido menos dura que en otras capitales latinoamericanas, incluso tras el incremento anunciado el viernes. Brasil, Chile o Perú, en comparación, apretaron las clavijas con más fuerza, entre otras porque aquí las expectativas sobre el comportamiento de la carestía siguen relativamente bajo control.
Ello no quiere decir que haya que bajar la guardia. En medio de un entorno internacional bien difícil, que apunta a ser todavía más complejo por el curso de la guerra en Europa Central y los riesgos geopolíticos al alza, es obligatorio mantener encendidas las alarmas.
Debido a esa circunstancia, resulta oportuno el pronunciamiento hecho por el Fondo Monetario un par de días atrás, sobre la aprobación de un nuevo acuerdo de dos años, referente a una línea de crédito flexible por unos 9.800 millones de dólares para Colombia. Aunque no hay indicios de que esta se vaya a utilizar pronto, el mensaje implícito es de confianza, clave en estos tiempos de incertidumbre.
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Y las dudas hacia el futuro abundan, no solo por cuenta del deterioro del clima de seguridad en el Viejo Continente. Así lo refleja el mercado Nasdaq en Nueva York, que se concentra en acciones de empresas de tecnología, cuya caída en abril superó el 13 por ciento, su peor comportamiento mensual desde la crisis financiera de 2008.
El temor de los inversionistas refleja un mayor pesimismo sobre el futuro inmediato. Del lado de los precios, el salto en las cotizaciones de los bienes primarios –comenzando por el petróleo– hace mucho más esquiva la meta de poner la inflación en cintura.
Al respecto, todo indica que el Banco de la Reserva Federal estadounidense está dispuesto a usar la herramienta de mayores intereses, sobre todo ahora que los salarios en territorio norteamericano crecen rápidamente ante los cuellos de botella en materia laboral. Enfriar la demanda, alimentada por el paquete de estímulos impulsados por Joe Biden, es lo que aconsejan los conocedores, con la esperanza de que el peligro de una recesión no se concrete.
Más allá del debate sobre lo que se debería hacer, el camino definido conduce a un fortalecimiento del dólar, cuyo nivel frente a las principales monedas es el más elevado de los últimos 20 años. La convicción de que la rentabilidad de bonos y depósitos en renta fija será mayor en la tierra del Tío Sam ha servido para hundir el euro, con coletazos en América Latina, como lo sintió el peso colombiano en días recientes.
Dinero más caro implica usualmente una menor tasa de crecimiento, que en las proyecciones de 2022 ya fue recortada en cerca de un punto porcentual a nivel global. El problema es que esos motores ya estaban fallando por motivos distintos en algunos sitios.
Claramente Europa siente el efecto de lo que pasa en Ucrania, pues aparte de tener que pagar más por petróleo y gas, comienza a tener problemas de suministro de hidrocarburos. La semana pasada Moscú anunció la suspensión de sus ventas a Polonia y Bulgaria, algo que se traducirá en mayores costos de energía y, eventualmente, racionamientos que golpearán a la industria.
Al otro lado del mapa, China también está en problemas. La política de cero tolerancia al covid-19 en la nación más populosa de la Tierra, aplicada por los dirigentes en Pekín, se ha traducido en confinamientos que le pasarán una elevada cuenta de cobro a la segunda economía del mundo.
Como si eso fuera poco, la cuarentena reciente que afectó a los 27 millones de habitantes de Shanghái también derrumbó las operaciones en el puerto de la ciudad, el de mayor tamaño en el planeta. Las ramificaciones todavía son difíciles de medir, pero desde ya se puede afirmar que los tropiezos logísticos y el inadecuado funcionamiento de las cadenas de suministro para centenares de procesos fabriles actuarán como un lastre sobre el crecimiento global.
Así las cosas, el mundo enfrenta una especie de tenaza inmediata cuyas pinzas son inflación y menor crecimiento, una estrechez que puede prolongarse a lo largo de varios años en caso de que los remedios aplicados ahora no operen con rapidez o la guerra se extienda. Volver a las complejidades de la década de los setenta del siglo pasado, cuando la estanflación hizo de las suyas, parece ahora mucho más probable.
Quienes miran más lejos advierten sobre otras amenazas. El nivel de endeudamiento de las economías emergentes es el más elevado de la historia, ante lo cual eso de subir los intereses en el hemisferio norte puede traer consecuencias devastadoras en el sur.
De regreso a Colombia, el mensaje central es que crecer más rápido que los demás durante la primera mitad de 2022 no basta. Con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, la percepción de riesgo político está a la orden del día e influirá sobre el desempeño tanto del consumo como de la inversión.
Sea cual sea el próximo gobierno, los mensajes que envíe el mandatario que resulte escogido desde sus primeras intervenciones requieren infundir tranquilidad. Sin desconocer que la nueva administración definirá sus propias prioridades e instrumentos para convertir las promesas de campaña en realidad, es importante entender que la tolerancia a ciertas ideas era mayor en épocas pasadas, de gran liquidez internacional y dinero barato.
Mantener la casa en orden desde el punto de vista fiscal, respetar la independencia del Banco de la República, cumplir a tiempo con las obligaciones de crédito, operar con reglas de juego justas que permitan el desarrollo de la iniciativa privada son condiciones necesarias para que Colombia siga destacándose en el ámbito regional por su buen desempeño. Ninguno de esos principios se opone, por cierto, con la intención de reducir los índices de desigualdad, ser más sostenibles ambientalmente o mejorar los programas sociales.
Al mismo tiempo, hay que subrayar que cualquier interpretación de un paso en falso tendrá consecuencias sobre la tasa de cambio, el ánimo de los consumidores, los flujos de capitales o la inversión. Aunque no faltan aquellos que menosprecian el crecimiento, vale la pena recordar que una economía que se ralentice hará más difícil la generación de nuevos puestos de trabajo y la consecuente reducción de las tasas de pobreza.
De ahí la importancia de convertir la crisis global en una oportunidad. No se trata evidentemente de hacer más de lo mismo, sino de ampliar el radio de acción productiva de manera correcta, algo que pasa por aprovechar el potencial agrícola del país en un mundo golpeado por la escasez de alimentos o explotar en forma responsable los recursos del subsuelo que son claves en pleno proceso de transición energética.
En conclusión, es muy positivo que vayamos adelante en la carrera del desempeño económico en América Latina. Pero esta no es una competencia de cien metros planos, sino una maratón. Y ganarla en beneficio de todos los colombianos exige un paso sostenido, si de lo que se trata es alcanzar la meta del progreso colectivo.
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO