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El frío que se sintió en Davos/ análisis de Ricardo Ávila

La cita congregó a emprendedores, científicos y líderes políticos.

La cita congregó a emprendedores, científicos y líderes políticos.

Foto:Gian Ehrenzeller. EFE

Tras la reunión quedó claro que ni el planeta ni mucho menos Colombia son los mismos de antes.

Ricardo Ávila
Cuando en enero de 2020 los asistentes a la reunión del Foro Económico Mundial (FEM) en Suiza registraron las noticias que hablaban de un virus altamente contagioso aparecido en China, la reacción fue de tranquilidad. Los científicos presentes en aquella ocasión aseguraron que, así como había sucedido en varias emergencias previas con males de tipo respiratorio, esta sería contenida sin demasiados trastornos.
Menos de siete semanas después, la Organización Mundial de la Salud le dio al coronavirus, ya identificado como causante del covid-19, el calificativo de pandemia. De la noche a la mañana, el que parecía ser un riesgo manejable se convirtió en la peor emergencia sanitaria de los últimos 100 años, que a la fecha acumula más de 673 millones de casos positivos y 6,7 millones de muertes.
Tras dispararse las alarmas iniciales, durante muchos meses el distanciamiento social y el uso de mascarillas se convirtieron en la norma. Los encuentros cara a cara acabaron siendo remplazados por los virtuales, algo que también obligó al de Davos a irse al ciberespacio.
Varios intentos de retornar a la presencialidad acabaron fracasando, ante los sucesivos picos en los contagios. Solo hasta mayo de 2022, las personas regresaron al cantón suizo de los Grisones, no sin la exigencia de una prueba negativa tomada 24 horas antes y un test más en el momento de la acreditación.
Sin embargo, eso de verse a finales de la primavera, con el viento cálido bajando de las montañas vestidas de verde, y no de blanco, era un quiebre inaceptable con la tradición. Dicen los que saben que el propio profesor Klaus Schwab, creador y presidente de la fundación que organiza el evento que congrega a la crema del capitalismo en el planeta, insistió en que había que volver a la fecha de siempre.
Debido a ello, entre el lunes y el viernes pasados, las calles de la pequeña población fueron otra vez invadidas por miles de personas dispuestas a pagar cifras escandalosas por una habitación de hotel, acompañadas de asistentes y vehículos de alta gama. Estuvieron presentes la nieve y las temperaturas bajo cero, con lo cual sería fácil sacar la conclusión de que las cosas volvieron a ser como antes.

Cambios profundos

Pero las apariencias engañan. Si bien a primera vista todo se asemeja y el paisaje de postal es el mismo, el mundo de ahora es muy distinto al de hace tres años. Y es que aparte de la pandemia llegaron la recesión económica, el resurgir de la inflación, las alzas en tasas de interés y las tensiones geopolíticas. Como si lo anterior fuera poco, la invasión de Ucrania por parte de Rusia —aparte de sus incalculables pérdidas materiales y de vidas— se convirtió en un punto de quiebre, causante de un incremento significativo y duradero en los presupuestos de defensa a ambos lados del Atlántico.
Por esa razón, el término ‘policrisis’ acabó siendo acuñado para describir el ambiente que rodeó las deliberaciones de los últimos días. Así fuera a regañadientes, los defensores de una cita, que era considerada símbolo de la globalización, ahora reconocen la existencia de un mundo fragmentado y no solo por las tensiones conocidas entre Washington y Pekín.
En el campo de la producción, por ejemplo, la norma que se impone es la certeza en el suministro. El primer campanazo de alerta sonó por cuenta del covid-19, cuando se demostró que no se podía depender de otros para contar con insumos esenciales como mascarillas o ventiladores para las unidades de cuidado intensivo. Ahora el concepto va más allá.
El recorte de los despachos de gas que Rusia le vendía a Europa Occidental llevó al Viejo Continente a buscar otras opciones con el fin de asegurar la generación de energía. Ello incluye instalaciones para traer el combustible de otros lugares, al igual que la reactivación de plantas de carbón y prolongar la vida útil de las centrales nucleares.
Adicionalmente, Estados Unidos tomó medidas para garantizar su autonomía en materia de microprocesadores. Más recientemente, el paso se dio en favor del crecimiento verde, lo cual implica estímulos fiscales ya sea para construir fábricas de paneles solares o de vehículos eléctricos, algo que será respondido por los europeos con medidas de corte similar.
De tal manera, surge una nueva era para la política industrial en la cual se crean las condiciones con la intención de promover sectores considerados estratégicos, incluyendo paquetes de apoyo tasados en cientos de miles de millones de dólares. Su principal herramienta ya no es el proteccionismo basado en subir aranceles, sino un esquema más sofisticado que combina recursos y acceso preferencial a mercados atractivos, lo que pone en clara desventaja a las naciones emergentes.
Estas últimas, por cierto, se enfrentan a obstáculos importantes. Aparte de que lo sucedido en Ucrania se tradujo en mayor inseguridad alimentaria para aquellos que importan cereales, los mayores precios de alimentos e hidrocarburos han desmejorado la calidad de vida de millones de personas y son causa de una creciente insatisfacción. Numerosos gobiernos que se endeudaron con el fin de hacerle frente al covid-19 vieron cómo el costo de esas acreencias se disparó, lo cual reduce el espacio para aumentar el gasto público.
Financiar programas de transición energética u otras transformaciones con tasas de interés más elevadas se vuelve desafiante. De ahí que la perspectiva es que la brecha entre el norte rico y el sur en desarrollo volverá a abrirse, dando orígenes a tensiones migratorias y crisis humanitarias.
Unos cuantos panelistas expresaron en Davos sus preocupaciones al respecto. Sin embargo, lo que le importó a la mayoría es que las perspectivas de la economía mundial en el corto plazo están mejorando y, en particular, las de las potencias. Los demás se pueden beneficiar de un mayor dinamismo comercial y buenas cotizaciones de las materias primas.
Estados Unidos parece haber controlado la inflación y crecerá a una tasa aceptable con un desempleo históricamente bajo. Europa lograría evitar la recesión, a pesar de las restricciones causadas por Rusia. Y China está en plena reapertura, al decidir que hay que convivir con el virus, lo cual seguramente se traducirá en una oleada de consumo reprimido.
Lo anterior no quiere decir que el panorama está despejado. La inflación todavía no ha vuelto al redil, con lo cual la mayoría de los bancos centrales mantendrán la rienda corta y seguirán aplicando restricciones a la demanda. A su vez, la guerra sigue y cualquier giro que tome es potencialmente peligroso pues un Putin arrinconado causa tanta ansiedad como uno triunfador. Ningún gurú descarta del todo otra pandemia, ni un estallido de la burbuja de la deuda, aparte de la mayor incidencia del cibercrimen y los impactos cada vez más fuertes del cambio climático.
Para completar aparece lo que el exsecretario del Tesoro estadounidense Larry Summers caracteriza como el “hiperpopulismo”. Tal como lo señaló el viernes, durante el panel con el cual concluyó el Foro, “la economía propone y la política dispone”.

Otra visión

Precisamente la política tuvo un gran despliegue en Davos. Si bien solo uno de los representantes del Grupo de los Siete —el canciller alemán, Olaf Scholz— hizo el viaje hasta Suiza, medio centenar de jefes de Estado y de Gobierno de cuatro continentes estuvieron presentes.
Uno de ellos fue Gustavo Petro, quien hizo de profeta del desastre al señalar que “la crisis climática puede extinguir toda la vida en el planeta incluida la humana, algo que sucedería no en siglos sino en décadas”. Remedios existen, pero para el mandatario, “la búsqueda ampliada y desregularizada de ganancias, motor del capitalismo, no permitirá que entren tecnologías limpias a remplazar las fósiles si aquellas no demuestran mayor capacidad en aumentar la productividad”.
Frente a ese diagnóstico, la salida propuesta es “el capitalismo descarbonizado”, el cual “tendría que lograr que el acuerdo climático busque sin rodeos la reducción del consumo de carbón, del petróleo y el gas hasta llegar a cero emisiones en el corto plazo”. Ello implicaría “cambiar deuda por clima” y “acabar con los paraísos fiscales”. En su defecto, y como única salida, habría que recuperar “el poder planificador de las naciones”.
Tales ideas fueron recibidas con un aplauso cortés cuando fueron expuestas en un panel que se celebró en el gran salón del Centro de Congresos. Si bien algunos medios registraron lo dicho, la gran prensa internacional ignoró planteamientos que recuerdan un debate que lleva décadas: la economía de mercado que identifica al capitalismo contra la planificación centralizada que puso en marcha la desaparecida Unión Soviética, con los resultados conocidos.
Más atención, sin duda, recibieron los anuncios respecto a la Amazonia, cuyo futuro se despeja con la llegada al poder de Lula da Silva. La revitalización del llamado “pulmón del mundo”, que incluiría una cumbre de las nueve naciones amazónicas en mayo, despertó un notorio interés en un evento cuyo programa comprendió decenas de encuentros para hablar de todo lo relacionado con el medioambiente.
Fórmulas y experiencias fueron discutidas entre representantes del sector privado y los gobiernos. A pesar de que el 90 por ciento de la capacidad adicional para generar energía instalada el año pasado vino de fuentes renovables, hay conciencia de que se debe hacer mucho más.
No obstante, la visión apocalíptica del presidente colombiano es compartida por pocos. El propio Al Gore, al hacer de manera vehemente un llamado a la acción, expresó su confianza en que la innovación y la competencia puedan dar la respuesta que la humanidad necesita.
Salidas sorpresivas, como la de la ministra Irene Vélez al reiterar que Colombia no suscribirá más contratos de exploración de hidrocarburos, fueron calificadas como erróneas por un ejecutivo que la escuchó en vivo cuando habló en el salón Aspen del Centro de Congresos. La opinión que prevalece es que el uso de los ingresos de los combustibles fósiles es el que permitirá financiar la transición gradual hacia opciones no contaminantes.
Los planteamientos de Vélez volvieron a poner de presente que hay visiones distintas y discordantes en el interior de la administración Petro, como lo subrayó el diario británico The Guardian. Mientras el minhacienda, José Antonio Ocampo, hablaba en paneles de expertos y se reunía con banqueros e inversionistas para dar un parte de tranquilidad respecto a la economía colombiana, por otro lado se generaba una sombra de duda sobre el principal renglón de los recursos fiscales y las exportaciones.
Si bien para la gran mayoría de los delegados la falta de un lenguaje coherente por parte de la delegación nacional pasó desapercibido, no sucedió así con aquellos que poseen inversiones en el país, algunos de los cuales expresaron sus preocupaciones. “Los colombianos pagarán las consecuencias”, sentenció de manera lacónica el analista Moisés Naím.
Por tal razón, el balance del Foro Económico Mundial deja un sabor agridulce. De un lado, la expectativa de que las cosas en el planeta este año salgan un poco mejor de lo que se planteaba unas semanas atrás. Del otro, “la percepción de que Colombia dejó de ser un lugar predecible en sus políticas”, según lo comentó el exministro Mauricio Cárdenas, presente en el evento.
Esta predictibilidad había sido construida por los líderes de diferentes gobiernos, comenzando por César Gaviria en 1992. Quienes le siguieron en el cargo entregaron un mensaje similar, que partía de reconocer los problemas e insistir en el potencial de una sociedad vibrante ubicada en un territorio lleno de recursos.
Ahora se rompió esa tradición y viene a ser remplazada por un gran interrogante. El motivo es una lectura particular de la amenaza ambiental, combinada con propuestas que ponen claramente en entredicho no solo la estabilidad de la economía colombiana, sino las bondades del mercado y la libertad de empresa.
Aun así, solo el paso del tiempo dirá si el intenso frío que se sintió en las afueras de la cumbre tiene repercusiones en esta esquina de Suramérica. Muchos de quienes van a Davos lo hacen en busca de respuestas. Lástima que, en lo que a nosotros atañe, las preguntas que quedaron flotando en el ambiente sean más que las certezas.
RICARDO ÁVILA
Analista sénior
Ricardo Ávila
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