Tal como la liberalización del comercio, el multilateralismo parece hoy completamente fuera de lugar. Cualquier sugerencia de que mediante la ONU o la OMC pueden lograrse progresos significativos se choca con oídos cada vez más incrédulos.
Sin embargo, dada la inquietud reinante, prácticamente puede esperarse que nadie se dé cuenta cuando se produzcan progresos en la escena mundial –que es propiamente lo que ocurre hoy–. Recordemos la enorme atención que, con toda razón, se dio al Acuerdo de París contra el Cambio Climático: hubo una cuenta regresiva global hasta que el número de países que ratificaron el acuerdo fue el requerido para su aprobación, y ese día, 5 de octubre de 2016, llegó a las primeras planas de todo el mundo.
Sin embargo, no vemos hoy celebraciones anticipadas de la próxima ratificación del Acuerdo sobre Facilitación del Comercio (Trade Facilitation Agreement, TFA). Según se acordó en 2013, el TFA entrará en vigor tan pronto como lo ratifiquen dos tercios de los países miembro de la OMC (110 naciones o más), piso al que se está por llegar.
Tal vez por su nombre tecnocrático, el TFA no despierta grandes entusiasmos. Incluso, analistas interesados en el comercio mundial muchas veces ignoran lo que significa la sigla. Pero no por eso deja de ser un asunto fundamental, especialmente para muchos países en desarrollo.
Entendido correctamente, el TFA resulta esencial para crear reglas de juego equitativas para pequeñas y medianas empresas que operan en ellos; en pocas palabras, apunta a promover la inclusión global, pues pone coto a parte de la ineficiencia y a la búsqueda de ganancias propias de las fronteras de los países.
Es que, incluso en la actual economía globalizada, muchos empresarios de países en desarrollo no pueden aprovechar el potencial de sus fronteras a causa de la burocracia y los complejos procedimientos que han de cumplirse en ellas.
Miremos el mundo desde la perspectiva de uno de estos millones de comerciantes: de un lado, el mundo del comercio electrónico y el poder de internet les prometen acceso directo al mercado global –y, por lo tanto, a un número de clientes potenciales mucho mayor de lo que pueden encontrar en sus mercados de origen–. Además, continúan enfrentándose a un auténtico ‘muro’ de obstáculos que se interpone en su camino. Eliminar ese muro es el objetivo del TFA.
La falta de reglas transparentes y la exigencia de operar con documentación en papel resultan simplemente intolerables en la era de la digitalización y los teléfonos inteligentes, en un mundo que va hacia la entrega en el mismo día.
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Otro paso fundamental hacia la democratización del comercio son las ventas electrónicas, de particular importancia para los llamados ‘microempresarios’, por permitirles llegar a productos y mercados lejanos a los que en el pasado no tenían acceso.
El Acuerdo sobre Facilitación del Comercio apunta a la superación de estos obstáculos para el comercio mundial mediante medidas como conversión digital de procedimientos de frontera. Por supuesto, no son medidas que vayan a cambiar la faz de la Tierra. De hecho, ya no las hay. Vivimos en una época en la que hay que dar muchos pasos pequeños para lograr algún avance.
Si todo lo que se lograra con la adopción del Acuerdo sobre Facilitación de Comercio fuera que algunos países, de Rwanda y Sri Lanka a Kirguistán y Jamaica, al adoptar reglas transparentes y sencillas, tuvieran buenas oportunidades de convertirse en parte integral de la economía global, deberíamos estar orgullosos. De eso se trata en última instancia la democratización del comercio global.
Y no debería sorprender entonces que por sus mayores niveles de transparencia y eficiencia estos países atrajeran más inversiones extranjeras directas y se convirtieran en núcleos regionales. A partir de ahí solo podría esperarse que sus vecinos vieran en ello un incentivo para hacer lo mismo. Esto es lo que desencadena el fortalecimiento de la economía regional.
Si es cierto que gracias a la automatización posibilitada por la tecnología de la información y a la regulación transparente, el TFA va a reducir costos de transacción que todavía hoy dañan considerablemente los bolsillos de los empresarios (en especial de quienes están a cargo de las micro, pequeñas y medianas empresas, las MiPyMEs), todos deberían estar ansiosos por concretarlo. De hecho, los países que adopten reglas transparentes –y que por lo tanto alcancen mayores niveles de eficiencia– tendrán necesariamente mayores ingresos públicos debido al creciente volumen de relaciones comerciales regionales (y mundiales).
Y si finalmente el TFA hace que las fronteras y las grandes distancias –todavía el impedimento más grande para las oportunidades de crecimiento de muchos países en vías de desarrollo– tengan menor peso en el comercio global, deberíamos darle la bienvenida también por eso.
FRANK APPEL
Director de Deutsche Post DHL
Bonn, Alemania.