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2020-2029, un debate entre el pesimismo y la oportunidad

Al terminar 2009, por ejemplo, 43 por ciento de los sondeados afirmaron que en el país las cosas estaban mejorando y 40 por ciento opinaron lo contrario.

Al terminar 2009, por ejemplo, 43 por ciento de los sondeados afirmaron que en el país las cosas estaban mejorando y 40 por ciento opinaron lo contrario.

Foto:iStock

En los últimos 20 años, Colombia mostró resultados notables en materia de crecimiento. ¿Qué viene?

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Cuando al filo de la medianoche del pasado 31 de diciembre se escucharon por toda Colombia los deseos de feliz año, más de uno brindó por el final de una década que, en concepto de muchos, no estuvo exenta de sinsabores. Aparte de las experiencias individuales, la impresión que deja lo expresado en las redes sociales es que el grueso de la ciudadanía estaba contenta de dejar en el pasado no solo el calendario que terminó de deshojarse, sino también los anteriores.
Una posible explicación es la manera en que la gente percibe la situación nacional, la cual muestra un talante cada vez más pesimista. De acuerdo con la encuesta que elabora Invamer bimestralmente desde hace más de un cuarto de siglo, la tendencia hacia el deterioro es innegable.
Al terminar 2009, por ejemplo, 43 por ciento de los sondeados afirmaron que en el país las cosas estaban mejorando y 40 por ciento opinaron lo contrario. En la medición del mes pasado, tales cifras fueron 11 y 79 por ciento, respectivamente. Dicho de otra manera, el negativismo prácticamente se duplicó, mientras que el optimismo quedó reducido a una mínima expresión.
No faltará quien diga que comparar dos fotografías puntuales es equivocado porque hay altibajos entre muestra y muestra. Aun así, la gráfica es elocuente y expresa que hay un sentimiento mayoritario sobre un empeoramiento de la realidad.

Hablan los datos

Ante semejante lectura podría creerse que las calificaciones están respaldadas en la evidencia. No es así. De hecho, las estadísticas de la década que acaba de terminar podrían describirse como satisfactorias, y más en el contexto de la región.
En los últimos diez años, el crecimiento de la economía colombiana fue de 3,7 por ciento, en promedio, si se incluye un estimativo de 3,2 por ciento para 2019. La tasa no es espectacular, pero es la segunda más alta en el grupo de las naciones más grandes de América Latina –apenas por debajo de la de Perú– o la cuarta si en el grupo se incluyen Paraguay y Bolivia. En conjunto, nos fue mucho mejor que a Brasil, México, Argentina y Chile, para no hablar de la debacle de Venezuela.
¿Cómo se traduce lo ocurrido? De acuerdo con las bases de datos que maneja el Fondo Monetario Internacional, el producto interno bruto de Colombia, expresado en dólares corrientes, habría pasado de 232.565 millones de dólares a 327.895 millones entre 2009 y 2019, lo que equivale a un incremento del 41 por ciento.
No obstante, cuando se ajustan esos guarismos con el criterio de paridad de compra que sirve para eliminar la distorsión de las tasas de cambio, el aumento sería del 70 por ciento. El año pasado, sin ir más lejos, la suma de todos los bienes y servicios producidos internamente ascendería a 783.002 millones de dólares.
Por otra parte, el ingreso por habitante habría subido en 28 por ciento en dólares constantes (descontada la inflación) y 52 por ciento en corrientes, ajustados en cada caso por la paridad de compra. Para usar la expresión, no solo la torta aumentó en tamaño, sino que a cada individuo le correspondería un pedazo más grande.
Y aunque es evidente que las porciones difieren de tamaño en una sociedad que se caracteriza por su desigualdad, los indicadores sociales también muestran mejoría. En lo que atañe a la pobreza, su incidencia cayó en 13 puntos porcentuales entre 2009 y 2018, hasta el 27 por ciento. Durante el mismo lapso, el tamaño de la clase media subió hasta el punto en que hoy cobija al 32 por ciento de la población.
En otros indicadores, el balance tampoco es malo. La tasa de homicidios que estaba en 35 por cada 100.000 habitantes diez años atrás, ahora se encuentra en 22, mientras que el secuestro está en niveles inferiores a los 100 casos anuales. Bienes públicos, como los kilómetros de vías en doble calzada, se triplicaron, aparte de lo ocurrido en lo que atañe a puertos y aeropuertos.
Respecto a la inflación, el promedio de la década es de 3,8 por ciento anual, un guarismo que se ubica dentro del rango fijado como meta de largo plazo por el Banco de la República. A su vez, las tasas de interés se han comportado bien, al igual que la inversión, incluyendo la proveniente del exterior que apunta a concentrarse menos en sectores extractivos.
Para Ana Fernanda Maiguashca, codirectora del Emisor, lo que ha ocurrido en el transcurso del siglo XXI es notable, pues los números de la primera y la segunda década son parecidos. “Cuando uno observa los resultados de los pasados 20 años en términos de variables macro como el crecimiento, los precios o el PIB per cápita, se da cuenta de que ha sido un periodo muy satisfactorio para el país, tanto de manera absoluta como en comparación con el resto de la región”.

Cuando uno observa los resultados de los pasados 20 años en términos de variables macro como el crecimiento se da cuenta de que ha sido un periodo muy satisfactorio para el país

Lo que puede venir

Bajo ese punto de vista, vale la pena preguntarse qué pasaría si entre 2020 y 2029 la economía colombiana mantiene la velocidad observada. Aunque no hay duda de que sería ideal avanzar más rápido y acercarse al anhelado promedio del cinco por ciento anual que reaparece en las épocas de campaña presidencial, la historia muestra que en pocas ocasiones hemos podido sostenernos en esos números.
Desde el enfoque del ingreso por habitante, un salto adicional del 50 por ciento en los diez años que vienen nos serviría para equipararnos al estándar que hoy tienen búlgaros o uruguayos. También lograríamos superar a Argentina en lo que hace referencia al PIB y ocupar el tercer lugar en el ámbito regional, un puesto que, dado el tamaño de nuestra población, nos correspondería en América Latina.
Sin embargo, una cosa es pensar que todo consiste en prolongar una línea recta y otra aceptar que la vida real es muy diferente. No hay duda de que los próximos almanaques vendrán acompañados de vicisitudes y desafíos de marca mayor en los más diversos ámbitos.
Uno de ellos es superar el bache reciente. Como bien lo recuerda Carlos Caballero Argáez, quien conoce como pocos la historia económica de Colombia, la década pasada se divide en dos mitades claramente distintas. En la primera, nos beneficiamos de la bonanza de cotizaciones de los bienes primarios que exportamos; en la segunda experimentamos un frenazo importante, del cual hasta ahora comenzamos a salir.
Aunque nos podríamos ganar otra lotería si el petróleo vuelve a subir a la estratosfera, lo que conviene es no pensar con el deseo. Debido a ello, el reto consiste en diversificar la base productiva, sin depender tanto de los hidrocarburos. Una política que atraiga la inversión y permita aprovechar el potencial que existe en áreas como la agricultura o el turismo serviría para generar círculos virtuosos.
La lista de retos es grande, sin duda. “No creo que sea una década, la que se inicia, de crecimiento alto en el mundo por los cambios demográficos, el cambio climático y las tecnologías que afectan el empleo”, afirma Caballero Argáez. “Considero que si crecemos en estos años a un 3,5 por ciento, nos podemos dar por bien servidos”, agrega.
Por otra parte, vale la pena tener en cuenta desafíos adicionales. En opinión de Adolfo Meisel, rector de la Universidad del Norte, “en la década siguiente la transición demográfica seguirá dándose, es decir, seguirá disminuyendo lentamente la tasa de mortalidad y más rápidamente caerá la tasa de natalidad en Colombia. Por lo tanto, el crecimiento de la población bajará aún más”.

No creo que sea una década, la que se inicia, de crecimiento alto en el mundo por los cambios demográficos, el cambio climático y las tecnologías que afectan el empleo

Aunque, según el académico, esa evolución “ayuda a la elevación del capital humano y a la incorporación y avance de la mujer en la economía formal”, el envejecimiento gradual del colombiano promedio le pondrá una presión adicional a la sostenibilidad de los regímenes de salud y de pensiones. A menos que se tomen correctivos de fondo, los problemas de ahora se agudizarán.
En la lista de incógnitas, una de marca mayor es la evolución de la migración proveniente de Venezuela. Tal como van las cosas, se acerca el día en el cual la tasa de natalidad en el país se ubique por debajo del nivel que asegura que el número de los que nace supere el de los que mueren. No obstante, por cuenta de los llegados del otro lado de la frontera oriental, esa declinación se aplazaría.
De acuerdo con los cálculos disponibles, hay 1,8 millones de venezolanos viviendo en el territorio nacional, y Migración Colombia calcula que dicho guarismo crece en dos mil personas cada día. Como buena parte de ese flujo no se reflejó en las cifras del censo de 2018, no es aventurado decir que si se suman los 48,3 millones contabilizados con las personas que arribaron recientemente, habría casi 50 millones de individuos residenciados en el territorio nacional.
Saber qué proporción de la diáspora bolivariana regresaría a sus lugares de origen en caso de que haya un cambio de mando en Caracas y venga un periodo de reconstrucción es todo un enigma. La experiencia de otras latitudes es que con el correr del tiempo los migrantes echan raíces y se mezclan con la población que los acoge, lo cual se facilita más cuando se comparten idioma, costumbres y cultura.
En caso de que eso acabe sucediendo aquí, no solo el cambio demográfico será menos acentuado, sino que la edad promedio debería disminuir, pues los venidos de Venezuela son más jóvenes que la media colombiana. La respuesta, sin embargo, solo se sabrá con el paso del tiempo.

El otro interrogante

Partir del supuesto de un crecimiento de la economía nacional similar al de los pasados 20 años no necesariamente asegura el reconocimiento de la ciudadanía. Así se logre mejorar la infraestructura física, consolidar los avances en seguridad o conseguir que el índice de pobreza se ubique por debajo del 20 por ciento, es muy probable que el pesimismo siga siendo la constante en los años por venir.
Parte de la explicación proviene de la expansión de la clase media, que exige resultados más contundentes de las autoridades en asuntos como movilidad, transparencia, seguridad social, calidad educativa o protección del medioambiente. Tampoco hay que desdeñar los factores que alimentaron el paro que comenzó el 21 de noviembre, los cuales pasan por la pésima distribución del ingreso y la falta de oportunidades, especialmente para la juventud. A lo anterior se debe agregar la polarización, estimulada por las redes sociales, que hace mucho más difícil llegar a soluciones de consenso.
Ante semejante perspectiva, vale la pena preguntarse sobre si el riesgo más elevado durante la década que acaba de comenzar está en las variables económicas o no. Al respecto, Adolfo Meisel sostiene que le “preocupa la política”.
Y ese, en últimas, es el asunto de fondo. Más allá del debate respecto a haberlo hecho mejor o no, las cifras muestran que a lo largo de los últimos 30 o 40 años, Colombia ha mostrado resultados notables en materia de crecimiento, que superan con creces el promedio regional. Tales logros son consecuencias de políticas ortodoxas que incluyen no pocos éxitos como la ausencia de crisis cambiarias y la disminución del ritmo inflacionario, por cuenta de un Banco de la República con una elevada autonomía.
El problema es que si la población menosprecia lo logrado, será más propensa a los cantos de sirena, usualmente entonados por los promotores del populismo. Prometer conquistas sin sacrificios y cuyos costos serán asumidos por terceros suena muy atractivo, sobre todo para un electorado que en múltiples democracias incluye la variable de la rabia a la hora de votar.
Pronosticar que esas posturas harán carrera en el país es imposible. Aun así, el escenario es más factible ahora que antes, por lo cual es tan importante que el centro del espectro político se consolide. A fin de cuentas, no se trata de aplazar reformas, sino de adelantar las que permitirían construir una sociedad más equitativa e incluyente.
De llegar a pasar algo de ese estilo, los años veinte de este siglo nos permitirán crecer más rápido que en el pasado reciente. Pero de no ser así, el peligro es estancarse o incluso dar marcha atrás, como tantas naciones vecinas que todavía no ven la luz al final del túnel.
RICARDO ÁVILA
Especial para EL TIEMPO
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