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La brecha en ingreso que el TLCAN no ha podido cerrar
Zócalo de México

Para la población mexicana, el TLC con países de América del Norte no ha implicado mejorar bienestar.

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La brecha en ingreso que el TLCAN no ha podido cerrar

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Cifras del Banco Mundial muestran que diferencia de renta entre México, Canadá y EE. UU. ha crecido.

Más de dos décadas después de la firma del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), lejos de converger, la renta mexicana por habitante ha divergido ligeramente respecto a la de sus socios.

Los datos del Banco Mundial no dejan margen para las dudas: entre 1994 —cuando entró definitivamente en vigor el tratado— y 2015, el ingreso medio por persona se multiplicó por 1,91 en México, por 1,96 en Canadá y por 2,02 en EE. UU. En otras palabras, lejos de disminuir, la brecha ha aumentado.

La comparativa arroja resultados aún más contundentes cuando se pone en perspectiva la evolución del producto interno bruto (PIB) per cápita mexicano respecto al del resto de América Latina y el Caribe: allí se multiplicó por 2,83, un guarismo que hace palidecer a la evolución mexicana en un momento en el que la nueva administración estadounidense está poniendo en tela de juicio la vigencia del tratado.

“Parte de la idea del TLCAN era la promoción de la convergencia, y eso no ocurrió. Los salarios no convergieron, ni de lejos, como se esperaba”, asegura Gerardo Esquivel, del Colegio de México.

“Esto desmiente la idea de que los beneficios han sido solo para México, como defiende Trump”, añade.

Los resultados del acuerdo, no obstante ser positivos en términos generales para los socios, han sido mucho menos favorables de lo que se vendió. “Ha habido ganadores y perdedores, pero las ganancias netas en México han sido muy débiles”, subraya Esquivel.

¿Qué ha sucedido para que no se produjese la convergencia prevista en los noventa, tanto por los modelos económicos como por los discursos políticos?

Raymond Robertson, de la Texas A&M University, distingue varios hitos en estas más de dos décadas.

“La crisis del peso de diciembre de 1994 redujo los salarios de los trabajadores mexicanos”, apunta.

Tras la crisis monetaria devenida en cataclismo económico, la renta per cápita del país hispanoamericano repuntó de forma sostenida hasta 2001, “aunque nunca se recuperó del todo”.

Aquel año, EE. UU. entró en recesión y China accedió a la Organización Mundial del Comercio, un factor crucial para el profesor estadounidense: “Supuso una mayor fuente de competencia para México y presionó a la baja los salarios”.

Desde entonces, y pese a la gran crisis de 2008 y 2009, que impactó mucho más a EE. UU., el PIB per cápita y la remuneración de los trabajadores mexicanos han seguido una senda claramente discordante respecto a sus vecinos del norte. Y eso, aunque México “ha hecho lo que la teoría económica receta para alcanzar el crecimiento”, incide Robertson.

“Varios eventos y factores externos, en cambio, parecen haber impedido que la brecha se cerrase”.

La productividad es, según Mónica de Bolle, del Peterson Institute, el factor que más ha frenado la posibilidad de una convergencia real. “Se pensaba que el acuerdo favorecería el acercamiento entre los niveles de renta, pero la divergencia tiene poco que ver con el tratado de libre comercio y mucho con la productividad”, destaca.

Mientras que la productividad del trabajo en EE. UU. y Canadá siguió creciendo tras la firma del TLCAN, en México prácticamente se mantuvo estable.

De Bolle discrepa además de Robertson en un punto de su diagnóstico: la capacidad de las autoridades mexicanas para introducir cambios internos que hubiesen podido cambiar la trayectoria. “El impulso inicial del tratado no pudo prolongarse en el tiempo por la ausencia de reformas”, sentencia.

De su misma opinión es Roberto Durán-Fernández, de la consultora McKinsey.

Para él, el paquete de reformas de 2012 y 2013 llegó con una década de retraso. “El dinamismo de la economía mexicana derivado del TLCAN empezó a disminuir antes de los 25 años que se habían calculado inicialmente”. A este hecho se suma la falta de inversión, lacerante en el caso de las infraestructuras, “que ha afectado mucho porque la configuración de los ejes de infraestructuras condiciona el desarrollo económico”.

“Desde que se firma el tratado hay dos Méxicos diferentes: uno desarrollado e industrial que se desarrolla e industrializa más, fundamentalmente en el norte pero no solo —caso de El Bajío o Yucatán, que da salida a sus productos manufacturados a través del puerto de Progreso—, con un componente común: muy bien conectadas con EE. UU. Y otro no conectado, fundamentalmente en el sur pero no solo —caso de Veracruz—, físicamente nada alejadas de EE. UU. pero con un eje de carreteras muy deficiente”, sostiene.

IGNACIO FARIZA
Ediciones EL PAÍS

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