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Empresas

El sueño cumplido de Cortissoz: comunicar el país con navegación aérea

Los primeros aviones que adquirió la Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos (Scadta) fueron los Junker.

Los primeros aviones que adquirió la Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos (Scadta) fueron los Junker.

Foto:Cortesía Hilda Strauss

Hilda Strauss recuerda a Ernesto Cortissoz, empresario que fundó la compañía conocida como Avianca.

Juan Carlos Rojas
Hace cien años fue fundada una empresa insólita, concebida por mi abuelo como una intuición del futuro, como un presentimiento de esos que solo ven las inteligencias superiores. No era para menos: con una mente prodigiosa, él fue uno de los grandes empresarios del país.
La Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos (Scadta) nació de la visión adelantada y la capacidad para soñar de Ernesto Cortissoz. Esta realidad ha sido algo desconocida por la historia, en parte, por su muerte prematura a los 39 años. Pero la línea de tiempo es increíble: en 1906, Santos Dumont despegó un avión de madera y tela impulsado con motor; en 1910, se inventó el hidroavión, y en 1919, Cortissoz creó Scadta.
Esto ilustra el contexto: inventos nuevos recién terminada la Primera Guerra Mundial, una ciudad subdesarrollada de América Latina (Barranquilla) y la idea de usar los aviones que dejó la guerra. En este caso, la decisión no solo era de dinero o de olfato de empresario; el impulso fundamental era el riesgo de atreverse a invertir.
Mi abuelo era dueño de un banco y socio fundador de las empresas barranquilleras de la época: la primera cervecera, la fábrica de fósforos, el acueducto. Conocía a los empresarios del momento y les vendió la idea de crear una empresa de aviación con fervor, inspiración y entusiasmo. Muchos no se atrevieron, pero cuatro colombianos y tres alemanes se convirtieron en socios fundadores: Ernesto Cortissoz, Aristides Noguera, Cristóbal Restrepo, Rafael Palacio, Jacobo Correa, Stuart Hosie, Albert Tietjen y Werner Kaemmerer.
Así nació la empresa, entre la fe, la exaltación y las críticas de otros empresarios, que tildaban el proyecto de locura delirante. Allí estuvo presente la capacidad gerencial de Cortissoz, cuando reunió cien mil pesos para iniciar la empresa el 5 de diciembre de 1919. Esta fue la segunda aerolínea comercial del mundo (la primera fue KLM, fundada dos meses antes).
Con el dinero reunido empezó un sueño: comunicar el país mediante la navegación aérea. La Scadta llegó a Alemania para comprar los primeros aviones y Kaemmerer era el indicado para seleccionarlos. La empresa adquirió entonces los primeros Junker metálicos. Imagino el entusiasmo cuando llegaron a Puerto Colombia empacados en cajas de madera.
El primer jefe de pilotos fue Hellmuth von Krohn, experimentado aviador de la Primera Guerra Mundial. También fueron contratados Werner Hammer, piloto experto, y Wilhelm Schnurbusch, ingeniero mecánico. Ellos fueron la otra parte de Scadta: la porción técnica. Sin su inventiva e inteligencia, los Junker no habrían despegado de la superficie de las aguas. Para este centenario es bueno recordar que el primer aeropuerto comercial de Colombia fue el río Magdalena.
Los comisionados para comprar los aviones fueron Kaemmerer y Schnurbusch. Eligieron los Junker F-13, que después de armados no despegaban. Era normal: no estaban diseñados para las condiciones de Barranquilla. Cortissoz delegó en Schnurbusch la solución, y el ingeniero aeronáutico agregó radiadores de automóvil para evitar el recalentamiento del motor e hizo otras modificaciones a las naves que no quedaron consignadas en la historia.
Él hacía posible que Scadta se elevara. Los métodos no eran convencionales, todos los días había una chispa de genialidad. En esto la historia ha sido injusta con Wilhelm Schnurbusch, pues nunca se ha hablado de su aporte a la aviación. Él adaptó las aeronaves de la época a las condiciones del trópico. Al poco tiempo, Scadta adquirió varios aviones y todos fueron intervenidos por este ingeniero.
Una de las metas de mi abuelo era comunicar la Costa con el interior del país. Esto lo logró con Schnurbusch y Hammer. Ellos adaptaron las aeronaves para que llegaran a Bogotá. En cada vuelo transformaban los hidroaviones en avionetas con ruedas de automóvil Hudson. A mitad de camino y de vuelta los convertían de nuevo. Era una realidad fantástica: Von Krohn aterrizaba en una finca ganadera de Bogotá, donde hoy está ubicado el barrio Muzú. Así fue, hasta que mi abuelo murió.
De esas adaptaciones, de los arreglos de los Junker con jabón y palitos de madera por parte de Schnurbusch, ya no se habla por el ‘alzhéimer’ de la historia.
El día en que se celebró el bautizo del hidroavión Colombia, mi madre, Clara Cortissoz, tenía 9 años. Asistió con la familia y con las madrinas del evento, entre ellas, dos damas Strauss. Esto indica la profunda relación entre las familias Strauss y Cortissoz, porque en la Colombia de los grandes, los inmigrantes han sido hermanos.
Son bellísimas esas fotografías de los Junker F-13, como el Colombia. Aeronaves alemanas metálicas con la tecnología de la Primera Guerra. El fuselaje medía diez metros y medio, y de la punta de un ala hasta la otra, casi 18 metros. No alcanzaban a pesar dos toneladas, los primeros estaban diseñados para dos personas, pero aun así, y en condiciones difíciles, alcanzaban velocidades de 160 o 170 kilómetros por hora. Esa fue la aceleración que imprimió la aviación al país y al mundo.
Los viajes desde la Costa hasta Bogotá duraban un mes en 1900, pero con Scadta se hacían el mismo día. Con los aviones adquiridos después, el tiempo se acortaba. Desde la creación de la empresa hasta la muerte de Cortissoz se habían transportado más de tres mil pasajeros.
Ernesto Cortissoz Álvarez-Correa, fundador de la Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos (Scadta).

Ernesto Cortissoz Álvarez-Correa, fundador de la Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos (Scadta).

Foto:Cortesía Hilda Strauss

Colombia estaba destinada a pasar a la historia en el tema de la aviación. Fueron muchos quienes, antes de Scadta, intentaron hacer empresa. Son de gran relevancia, en Bogotá, los intentos de Castelo y Ramos o las pruebas de Obregón y Valenzuela con Knox Martin. En Manizales, el proyecto de Gutiérrez. O recordemos los vuelos patrocinados por Dugand o la creación de la CCNA por parte de Echavarría Misas, que, si hubiese perdurado, sería la empresa de aviación comercial más antigua, pues fue fundada tres semanas antes que KLM.
Todos estos empeños fueron infructuosos, se fueron a pique o nunca despegaron. No era fácil reunirse en torno a una inversión riesgosa, mantener la actividad, crear la estructura, los deslizaderos, los puertos, los hangares, el personal técnico, las rutas de exploración, escoger el grupo idóneo para las adaptaciones y mantener el espíritu y el ánimo en el futuro. Esa fue la gran contribución de Ernesto Cortissoz Álvarez-Correa, y por eso fue presidente ‘ad honorem’ de Scadta hasta su muerte.
Las fotografías en blanco y negro y sepia que conservo de la época dan cuenta de aeronaves frágiles, que sabemos que eran metálicas por las crónicas y descripciones, pero a la vista, parecían de cartón. Así lucían a las orillas de las aguas, en los deslizaderos del Magdalena, en Barranquilla, en El Banco, Barrancabermeja, Honda, Puerto Berrío, Girardot o Neiva. Son preciosas las imágenes de los hangares en 1922, con la luz de Barranquilla y grandes avisos en español e inglés: “Puerto Aéreo, servicio de pasajeros y de correo en el interior de la república, información Scadta, edificio Hanseática, teléfono 441”.
Las primeras edificaciones eran de madera, con el río cerca y caminos abriéndose paso entre la vegetación. Cada hidroavión tenía su bautizo en una ceremonia formal. Es curioso ver en algún aeropuerto a los aviones de Avianca en fila en los terminales de pasajeros y compararlos con los Junker enfilados en el Magdalena en Girardot, con los pasajeros apostados en la playa del río cerca de una pequeña barca batea de pescadores. Son necesarias comparaciones que la mente hace en el contraste de los tiempos.
Ernesto Cortissoz venía de una familia de empresarios eminentes. Mi bisabuelo Jacobo fundó la navegación Cartagena-Barranquilla-Calamar y sentó las bases para que Barranquilla fuera cuna bancaria en el país. Él impulsó a mi abuelo para que fuera a Alemania a comprar la maquinaria de la Cervecería Barranquilla y, en plena guerra, cumplió esta gestión. Las máquinas llegaron un año antes de fundarse Scadta, pero ya había formado la Sociedad Cervecera, con Ricardo Correa y Alberto Osorio. Mi abuelo creó Cerveza Águila y también, Cerveza El Escudo y San Nicolás. Todavía hoy, Águila es la cerveza que más se vende en Colombia. En algún tiempo fue Cervecería Barranquilla, ‘made in Cortissoz’. Esto lo recordó EL TIEMPO el 12 de mayo de 2013.
Estas familias de origen judío dieron inicio a las grandes empresas y bancos de la segunda mitad del siglo XIX: los Cortissoz, los Álvarez-Correa y los Correa, inmigrantes procedentes de Curazao, Saint Thomas y Jamaica. Los mismos del Banco de Barranquilla, del Banco Crédito Mercantil y del Banco Comercial de Barranquilla. Esa era la estirpe de Ernesto Cortissoz, un hombre que hacía mil cosas al mismo tiempo: fundar y presidir acueductos, salinas, clubes sociales y hasta iniciar disciplinas deportivas.
En el discurso que dio mi abuelo en el bautizo del hidroavión Colombia hay claridad de lo que estaba iniciando y, al mismo tiempo, un presagio. Era el momento de la “conquista del indomable elemento” y el horizonte que se abría ante las incontables posibilidades de la aviación en el progreso de la humanidad; ese vuelo de naves delicadas de “músculos de acero y alma trepidante” era el precursor de bienes para la patria.
Esas fueron sus palabras. Además, como si pudiera ver la tragedia, redactó una frase de homenaje para los que habían ofrendado su vida por la aviación, hecho que ocurrió con él mismo. A las tres de la tarde, el domingo 8 de junio de 1924, se precipitó el hidroavión Tolima en el solar de la casa de la familia Glen, en Barranquilla, en la calle Santander, mientras sobrevolaba la ciudad distribuyendo volantes para la campaña cívica de la apertura de Bocas de Ceniza. Perecieron en el accidente Hellmuth von Krohn, Christian Meyer, Wilhelm Fisher, Albretch Nickisch von Roseneck, Fritz Troost y mi abuelo Ernesto Cortissoz. Se dijo que habría ocurrido por una chispa de cigarrillo, pero nadie puede asegurarlo.
En consideración y respeto a su memoria, por su contribución a la aviación comercial en las Américas y el mundo y por su gestión de entrega a la Costa atlántica colombiana, Barranquilla, por iniciativa del doctor Armando Zabaraín, recibe la aprobación que por ley autoriza dar el nombre de Ernesto Cortissoz al aeropuerto de Barranquilla y áreas circunvecinas.
Felipe González Toledo escribió en EL TIEMPO, hace 50 años, que “se había ido un dinámico hombre de empresa. Su temprana muerte fue un duro impacto para el país entero, y para la naciente aviación comercial fue la pérdida de un motor poderoso”. Si esto no hubiese ocurrido, la historia y los protagonistas serían distintos a lo que hoy conocemos. Cosas de la vida.
HILDA STRAUSS
Especial para EL TIEMPO
Juan Carlos Rojas
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