Natalia París se puso en la piel de los animales. Y no la pasó bien; la razón es simple: los humanos no somos sus mejores compañeros en la Tierra. Los toros son torturados en una plaza, las gallinas viven en un estado de hacinamiento extremo, el tráfico de animales silvestres es tan fuerte como el de estupefacientes y el mundo no puede vivir sin carne. Esta es una radiografía de una realidad de la que ya no podemos escapar.
Por Melba Escobar // Fotografía Hernán Puentes
La primera vez que me llevaron a una corrida de toros, lloré. Tendría unos diez años. No quise hablar con mi papá esa noche ni al día siguiente. Me sentí avergonzada solo de haber sido testigo de un acto de barbarie semejante. Volví hace un par de años. En el primer toro se me aguaron los ojos.
En el segundo estaba de mal humor. Pero en el tercero empecé a disfrutar del espectáculo a pesar de mí misma. No dejé de sentir compasión por el toro y, sin embargo, encontré que en la fiesta brava hay algo bello. Para el torero Joselillo de Colombia, el toro se muestra en la faena: "Pelear está en la naturaleza del animal", dice el hijo del torero del mismo nombre. Joselillo creció entre novillos, aprendió muy temprano el proceso de selección de los toros de lidia y supo que al igual que su padre estaría dispuesto a perder la vida en el "ballet de la muerte".
El mismo Joselillo no discute que los animales sienten. Sin embargo, dice que los niveles de adrenalina alcanzados durante la corrida hacen que el dolor padecido sea bastante menor y se refiere a un estudio del Parlamento Europeo que reafirma esta teoría. Frente a la postura del alcalde Gustavo Petro de no permitir las corridas de toros durante su mandato, el matador opina que la fiesta es un patrimonio de la humanidad, hace parte de la memoria colectiva de una cultura y en esa medida le pertenece a su público.
Para algunos, el problema está en matar un animal en público. Eso lleva a la siguiente pregunta: ¿Y si no lo vemos cuando muere, entonces es aceptable? ¿Las reses sacrificadas en los mataderos sí vale, pero los toros en medio de las multitudes no? Entonces argumentan que el problema no es la muerte, sino el espectáculo. A ver: ¿Y el polo? ¿Y las carreras de caballos, de perros? Bueno.
Digamos que el problema consiste entonces en la combinación de ambos, es decir, el espectáculo público en el que mueren animales. ¿Por qué habría que prohibirlo? ¿Porque algunos lo consideran violento? ¿Y no es violento el boxeo, la caza de zorros, la pesca con tecnología de guerra que más se parece a un exterminio masivo y planificado?
Los animales de granjas industriales sufren fracturas, han pasado por modificaciones genéticas, les manipulan el alimento, les impiden caminar, los mutilan, los hacinan, les arrancan las patas, les arrancan el pico, les dan hormonas, les dan antibióticos, los matan de hambre, los golpean, los drogan, les ocasionan fracturas múltiples, viven entre sus propios excrementos, los incineran. Pero eso nunca lo vemos.
Podrían también vivir contentos hasta el minuto antes de pasar al matadero. Morir por contusión o por electronarcosis tampoco debe ser agradable. Al final, sigue siendo crecer para morir. Aunque sin aplausos. Los animales de granja industrial nacen como esclavos y no tienen escapatoria. A diferencia de los toros, no son vedettes. Nunca se muestran y nadie los ve. Al menos, ese es el escenario en los Estados Unidos, donde 90% de las granjas industriales tienen esta tipología y solo 10% son granjas familiares, con otras condiciones de vida animal.
Al mismo tiempo, 63% de los hogares norteamericanos tienen una mascota. ¿Por qué las personas podemos adorar a un perro, pero no sentir el menor interés por el resto de los animales? ¿Por qué el perro lo merece todo, pero a una gallina la obligamos a crecer al 400% de su ritmo natural? ¿O no sabían que una gallina silvestre puede vivir hasta quince años, mientras que en una granja industrial vive un promedio de 40 días?
Para Ricardo Mora, de la WSPA (Sociedad Mundial para la Protección Animal), el hombre no solo es antropocéntrico (se cree el centro del universo) sino que también es antropomórfico (se cree que todos los otros seres deben ser iguales a él): "Por eso no es extraño encontrarse con un french poodle de camiseta, blower, lazos en el pelo y uñas pintadas". En ese mismo sentido, negamos la naturaleza de otras especies: "Si se olfatean entre ellos u orinan para marcar el territorio, los castigamos o tildamos de 'cochinos' sin entender que hay una característica propia de la especie en esos actos, es decir, están siendo ellos mismos".
A la hora de determinar el bienestar animal, la WSPA tiene en cuenta las condiciones físicas del entorno, las condiciones psíquicas del animal, y el respeto a la naturaleza de las especies, o lo que ellos llaman "naturalidad".
En ese sentido, están en total desacuerdo con las corridas de toros, por considerar que violan esas condiciones: "Los animales toman decisiones. Si ves un toro entrar a la plaza, su primera reacción es huir. Pero las puertas han sido cerradas. En ese momento ya está siendo violentado por el hombre. No tiene escapatoria y se encuentra ahí contra su voluntad", añade Mora.
Admite que también el gallo puede ser peleador por naturaleza, pero otra cosa es manipularle la comida, el agua y el territorio para inducir su agresividad y controlar su conducta, al mismo tiempo que se le ponen espuelas y cuchillas artificiales.
Volviendo a la costumbre de comer animales, hay algo engañoso en el lenguaje que nos ayuda a olvidar de dónde viene eso que huele tan bien y se ve tan apetitoso. Una vez cocinadas, las gallinas se llaman pollo broaster, apanado o asado; el cerdo pasa a ser chicharrón o chuleta; la vaca se conoce como carne de res, chatas, bife, asado, bistec, churrasco, punta de anca, entre tantos otros eufemismos para olvidar lo que nos llevamos a la boca.
Recuerdo hace un par de años cuando mi hermana le mostraba a mi sobrina de cuatro años cómo ordeñaban a la vaca: "Mira mi amor, por ahí sale la leche". Mi sobrina se quedó pensativa y luego preguntó: "¿Y por dónde sale la carne, mamá?". Hubo un largo silencio que sólo supo llenar mi sobrina mayor: "¿Pues de dónde va a ser? La matan, la cortan y la cocinan". En ese momento, el realismo de esa explicación nos golpeó a todas como una bofetada.
Mora considera que el Invima tiene unos estándares para la regulación del sufrimiento animal. Usualmente se le propina un golpe a la víctima para que pierda la conciencia antes de ser degollada. También existe la electronarcosis, para dormir al animal antes de su aniquilación, o el uso de gases como el CO2. Concluye que el tema está "bien regulado", aunque (claro, siempre hay un pero) "siempre existen plantas de sacrificio no autorizadas".
Respecto a nuestro apetito, hay que decir que la tecnología ha hecho del pescador y el granjero figuras obsoletas. Hoy en día, en las granjas norteamericanas, en un solo espacio habitan 33.000 aves, sin tener la menor movilidad. Para usar una metáfora de Jonathan Safran Foer en su libro Comer animales, es como situar un ave en una hoja tamaño carta y multiplicarlo por 33.000. El resultado: una granja industrial. Una de estas granjas produce 3 millones de kilos de estiércol al año, y una de ganado, cerca de 156 millones de kilos en el mismo período. Por otro lado, por cada diez peces existentes hace unos 50 años, hoy solo queda uno.
Comer animales tiene consecuencias sobre la fauna y el medio ambiente. Si bien hay quienes se preocupan por el sufrimiento animal durante su vida y buscan proporcionarles una muerte digna, son los menos. Cada año, las granjas industriales tienen 450.000 millones de animales en su territorio. Esa es la explicación de que la ganadería industrial sea responsable del calentamiento global en 40%.
Para Mora, respetar la naturalidad de los animales es fundamental. Permitirles "ser ellos mismos". Y si en su naturaleza está trabajar, entonces que trabajen, siempre y cuando no se les maltrate: "En la India, el elefante es un animal de trabajo, por ejemplo, o la vaca es un animal sagrado, siempre hay un trasfondo cultural en la relación del hombre con los animales".
La WSPA respeta ese trasfondo cultural en la relación con los animales, siempre y cuando el ser humano no le cause sufrimiento. En ese orden de ideas, no promueven el vegetarianismo, pero sí el consumo consciente de carnes y el sacrificio responsable, sin dolor. De igual manera, no están en contra del trabajo animal: "Algunos animales son trabajadores por naturaleza. Mientras no se les cause daño físico ni psíquico, ni se violente su comportamiento propio, no vemos por qué abolirlo".
En lugar de abolir las carretas de caballos, una solución posible sería reglamentar el cuidado que se debe dar a los animales por parte de los carreteros y garantizar su protección. Aunque en el último censo de hace dos años la suma de carretas fue de 1.709 en Bogotá, la WSPA estima que en la ciudad hay aproximadamente 3.000. ¿Qué va a pasar con esos animales, una vez se prohíba su movilidad? ¿Existe una posibilidad real de poner en adopción a 3.000 caballos? ¿O los van a desmovilizar para convertirlos en "salchichón"?
Por ahora el problema tiene una tregua al haberse aplazado un año el Decreto 1666 de 2010, según el cual debían haber salido de circulación el 31 de enero pasado. Sin embargo, a dos semanas de entrar en rigor el decreto, todavía no existía un plan de contingencia para encontrarles un destino tanto a los caballos como a los carreteros. La solución es incierta.
Los carreteros piden que se les proporcione un vehículo con la misma capacidad de carga, es decir, una tonelada. Por lo pronto, la Alcaldía de Bogotá se comprometió a ampliar el presupuesto para buscar una solución definitiva. "Al final, el gran problema detrás de todo esto es el comportamiento humano", concluye Mora. "Por eso resulta tan importante la educación".
Después de los estupefacientes y las armas, el comercio ilegal de fauna y flora es la actividad ilícita que más dinero mueve en el mundo. La Interpol estima que unos 22.000 millones de dólares al año circulan por cuenta de este delito. Existe un pájaro en los Farallones de Cali que puede costar hasta $230 millones en el mercado internacional. La gente utiliza estos animales por fetichismo, con fines supersticiosos, o para la moda, entre otras extravagancias.
Dantas, babillas, primates, caimanes negros, loros, halcones, guacamayas, gavilanes, entre muchos otros, son víctimas de este delito. Las bandas de traficantes operan desde sus lugares de origen en el campo, la selva y la montaña, donde hacen las capturas para luego transportar a los animales a las ciudades, desde donde suelen ser comercializados, en mayor parte al exterior.
De acuerdo con los registros de la Policía Ambiental, el año pasado fueron incautados 42.289 reptiles, 23.876 aves, 3.763 mamíferos, con 2.823 capturas, cifra récord en tráfico ilegal de fauna en el país. Bogotá es hoy el punto estratégico para movilizar animales silvestres desde la selva colombiana hacia otros países.
Se ha establecido que las rutas suelen ir principalmente a México y Estados Unidos. Pero cuando se trata de pieles de reptiles, muy apetecidas por la industria de la moda, se observa una alta demanda en Asia y Europa. Si bien todo el país se ve afectado por este saqueo permanente de sus especies nativas, pocas regiones lo han padecido tanto como el Amazonas.
Para el investigador y profesor de la Universidad Nacional Enrique Zerda, "contamos con la mayor biodiversidad del mundo en especies, por lo cual requerimos un compromiso importante para el control del tráfico de fauna". Considera que los centros de recuperación tienen un papel muy significativo en la protección de la fauna: "Cuando se hacen este tipo de capturas, suelen matar a las madres y quedarse con las crías, que a menudo acaban en un zoológico".
Con la excepción del Zoológico de Cali, la situación de estos espacios en Colombia es muy precaria: "Los zoológicos deben convertirse en centros de educación sobre la vida animal, así como de rehabilitación de las crías, desde donde sea posible promover un repoblamiento de las especies nativas". Afirma que hoy en día el zoológico ha evolucionado para convertirse en un espacio donde los animales se mueven con libertad, no hay encierro y existen recursos importantes para la investigación.
En ese sentido, Colombia tiene un largo camino por recorrer, pues el problema tiene doble filo: no sólo las capturas son muy bajas, sino que tampoco existen los espacios requeridos para tratar la fauna una vez capturada. Esta urgencia también la enfatiza el informe del Ministerio del Medio Ambiente, donde literalmente se dice que los decomisos de animales son una "papa caliente" para el Estado.
¿Qué hacer con esos animales? Sólo 21 de las 39 autoridades ambientales cuentan con infraestructura para atenderlos. Uno de estos centros es el U.R.R.A.S., la Unidad de Rescate y Rehabilitación de la Animales Silvestres de la Universidad Nacional de Colombia.
Entrar en un pabellón de enfermos de un hospital suele ser extraño. Pero entrar en un pabellón de animales enfermos tiene algo surreal. Liliana Rojas me hace un recorrido por las cuatro zonas donde se encuentran clasificados por baja peligrosidad, alta peligrosidad, predadores y animales en proceso de adaptación para ser liberados. A esta última instancia solo llegan unos pocos. Los que no estaban gravemente heridos o enfermos y alcanzan el aprendizaje requerido para sobrevivir en su hábitat natural. Los demás pasan el resto de su vida internos o, si corren con suerte, son adoptados por alguien que quiera cuidar de ellos.
En el primer pabellón abundan las aves. Algunas están "mentalmente desequilibradas", según me explica Liliana. Resulta bastante perturbador encontrar una guacamaya que chilla con tono de mujer histérica mientras se arranca las plumas: "A algunas, el encierro les causa un daño mental irreparable". La guacamaya arranca con el pico trozos de madera del tronco que la sostiene, está loca.
Entretanto, las loras se han puesto a hablar todas al mismo tiempo generando un bullicio perturbador. Por suerte, en cinco minutos estamos fuera. El cuarto de las tortugas asombra por la cantidad de especies distintas. Amontonadas en el agua, parecen ofuscadas. Tienen poco espacio, son de diversas procedencias, edades, tamaños y tipologías, pero al menos tienen otra oportunidad de vivir.
Entre los monos abundan el mono ardilla, uno de los más traficados, el mono cara blanca y el cornudo: "El problema es que a la gente le parecen tiernos, pero luego estos animales hacen daños, les salen los colmillos, o crecen demasiado. Ahí es cuando los mismos dueños deciden donarlos, o bien son incautados por la policía, que los trae aquí". Algunos de estos monos están en muy malas condiciones. Uno de ellos tiene la cola fracturada. Sufren de estrés por el encierro. Algo que se manifiesta en movimientos estereotipados o "tics" nerviosos.
Vemos guacamayas con fracturas. Un conejo con sarna. Un halcón con la pata rota. Un gato silvestre al que han tenido que amputarle la pata y ha perdido la movilidad. Una serpiente mordida por su comida (un ratón) a la que se le infectó la médula, una rata, varias tinguas, un mono al que le han arrancado los colmillos. En fin. Es una pequeña casita del horror y al mismo tiempo una pequeña casita de la esperanza para tantos animales maltratados por el hombre.
Después de esta visita no tengo duda de la posibilidad de encontrar a un animal con problemas mentales. Y no tengo duda del daño que somos capaces de ocasionarles. Sin embargo, no deja de ser alentador ver este pequeño espacio donde están tratando a más de 300 seres vivos, especialmente voluntarios de veterinaria y biología de la universidad, gente que tiene una verdadera vocación en la vida: "Estamos tristes por este halcón. Hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos para salvarle su pata. Lo vieron ortopedistas, cirujanos, de todo. Pero no pudimos".
A algunos animales los tratan con acupuntura. Les hacen masajes. Fisioterapia. Mientras estoy ahí, llega una tingua: "Me han llegado cinco en dos días", dice Liliana. Aunque tienen el cupo lleno, la reciben. La trae una muchacha que dice haberla encontrado en el patio de su casa. Al parecer, con la sequía de los humedales, estas preciosas aves pierden el norte. Por eso, si se encuentra a una criatura bellísima, de pico y patas largas, cabeza pequeña, cuello largo y forma de pato, es una tingua. Ya sabe a donde la puede llevar.
También vemos una zorra chucha con la quijada rota y las costras de sangre pegadas a su pelaje. Parece dormida pero respira con dificultad. La han traído en una jaula: "Alguien la encontró tirada, medio muerta en la orilla de la carretera vía La Calera y la trajo".
En el U.R.R.A.S., los estudiantes y profesionales se entregan a una especie de apostolado. Sobra decir que no huele bien, pero a ellos no les importa. Tampoco les importa lidiar con secreciones de toda clase de animales, ni con el mutismo de estos pacientes que no saben hablar, ni con la delicadeza extrema de su contextura, la complejidad de sus sistemas nerviosos, la fragilidad de sus huesos.
Siento una sincera admiración por el trabajo que hacen. Su labor tiene un sentido real y representa un cambio palpable para la criatura que tienen delante. Su lucha no puede ser más distinta a la de los antitaurinos, con sus pancartas y proclamas, a menudo carentes de argumentos certeros. Bienvenido sea el debate. Pero ojalá se dé con altura, y ojalá sea realmente a favor de los animales, testigos mudos de contiendas políticas, fanatismos ideológicos, fetichismos y desviaciones.
Natalia París, en sus propias palabras
La protagonista de portada de la edición 61 nos revela su posición sobre los animales.
"Más que vegetariana, me considero orgánica, porque lo que nos está matando y produciendo enfermedades son los químicos y los procesos por los que pasa la comida. Parece un plan maquiavélico para acabar lentamente con la población".
"Mariana, mi hija, fue la que me enseñó todo el respeto que hay que tenerles a los animales. Si fuera por ella, tendríamos un criadero de perritos de la calle. Creo que los niños de esta generación son más conscientes del amor que se le debe dar a todo ser viviente, porque son niños índigo o niños cristal".
"Es muy triste hacer espectáculos con animales: los sacan de su hábitat y, aunque aparentemente les dan un cuidado y una alimentación adecuada, no tienen su libertad y la libertad lo es todo".
"El problema que me preocupa es la muerte de un animal y, aunque todavía uso pieles en alguna ropa, he decidido no comer carne porque nos da una energía que está llena de miedo. Por eso la gente vive con miedo".
"Toda la vida he tenido perritos. Ahora mismo tengo una perrita que es adoptada. Tener animales en la casa lo hace a uno más sensible al sufrimiento y es una responsabilidad, como tener un hijo más en la casa".
"Fui una vez a toros hace como veinte años, juré que nunca iba a volver y lo he cumplido: sufrí mucho porque me parece una crueldad. Es absurdo que la gente goce mientras un animal está sufriendo. Las banderillas son una tortura, es horrible ver a un toro morir lentamente y es espantoso cuando empieza a debilitarse y a caer".
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