Todos los años hay más de un millón de suicidios. La gente se envenena, se dispara en el pecho o en la cabeza, se lanza de un puente o de un último piso, se ahorca o se corta las venas. La imaginación de los suicidas es un cátalogo del horror. Este texto recoge las voces de dos suicidas y las cifras tenebrosas de un mal público.
Por: Fabián Mauricio Martínez G.
Fotografía Sebastián Jaramillo
La noche anterior, acostado en el catre, lo planeé todo. Esperaría a que el pelotón formara y en la soledad del alojamiento me mataría. No contaba con que un compañero se demoraría más de lo debido limpiando el fusil. Pero no había más opciones, Gómez presenciaría mi muerte en primera fila.
Apoyé la culata contra el piso y puse el cañón en la parte izquierda de mi pecho. Conté tres, dos, respiré profundo y alcancé a escuchar a Gómez: Mendoza, qué está haciendo. Al contar uno, apreté los dientes y puse toda mi fuerza en el dedo para presionar el gatillo. El impacto me lanzó hacia atrás y en el suelo, la tierra comenzó a temblar.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), anualmente más de un millón de personas en todo el mundo se quita la vida. Esto equivale a decir que más o menos la población total de Pereira, Cartagena o Bucaramanga desaparece suicidándose. En Colombia, la cifra oficial de casos de muerte por suicidio en 2010 fue de 1.642 personas. Es decir, a diario, cerca de cinco personas se quitaron la vida.
De este total, según el Grupo Centro de Referencia Nacional sobre Violencia del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, 779 casos tuvieron como causa de fallecimiento el ahorcamiento o estrangulación; 372, la intoxicación por agentes químicos, y 342, por proyectil de arma de fuego. De estas tres, que son las principales causas de suicidio en Colombia, 667 hombres y 112 mujeres se suicidaron por ahorcamiento, 246 hombres y 126 mujeres debido a intoxicación por agentes químicos, y 322 hombres y 20 mujeres decidieron acabar con sus vidas con armas de fuego.
El fogonazo me lanzó al piso. Gómez gritó pidiendo ayuda. El pelotón que en ese momento formaba se espantó como una bandada de palomas. Las botas de mis compañeros aparecieron en mi campo de visión. Yo respiraba y sentía la sangre tibia derramándose por el cuerpo, el sabor dulzón en mi boca y la sensación de que todo iba a estar bien. Me pregunté: ¿Dónde está Dios?, ¿dónde está la luz de la que todo el mundo habla?
Si bien la finalidad es la misma, los hombres son más violentos y dramáticos a la hora de acabar con sus vidas. El porcentaje de hombres que decide dispararse supera con creces al de mujeres, quienes prefieren suicidarse de forma más "delicada". La psicóloga forense Diana Lucía Celis, del Instituto Nacional de Medicina Legal, afirma que esto obedece a dos causas.
La primera es cultural. Las mujeres, preocupadas por su apariencia física, buscan verse bien incluso el día de su funeral. La segunda causa obedece a un comportamiento instintivo. Biológicamente los organismos vienen con una misión, en el caso de las mujeres, es engendrar y dar vida. Por eso, a la hora de acabar con ella, ellas tienden a preservar sus cuerpos de la mejor manera, haciéndose el menor daño posible. De ahí que la intoxicación o el envenenamiento sea la mayor causa de suicidio femenino.
Yo vivo con mis abuelos, mi tío y mi mamá. Mi tío tiene sida y mi abuela cáncer en los huesos. Por eso en mi casa, desde hace varios años, hay morfina. Tengo 20 años y la primera vez que pensé en matarme tenía 14. Sólo por experimentar empecé a drogarme con gotas de morfina. Una tarde se me fue la mano y quedé paralizada en el suelo de mi habitación. No tuve miedo. Supe que podía matarme con una sobredosis de morfina y que además era placentero. Lo reconozco, aunque haya cosas ricas como comer o hacer el amor, vivir me da pereza, la idea de desaparecer me ha fascinado desde los 14.
El suicidio no se da por un único motivo, es un fenómeno con diferentes causas y sumamente complejo. Si alguien se quita la vida porque perdió el trabajo o perdió un ser querido, ésta solo fue la gota que rebosó la copa. El suicidio siempre tiene una historia detrás del momento culminante, un expediente que se dedican a reconstruir psicólogos forenses como Diana Lucía Celis.
Factores genéticos y factores ambientales constituyen los archivos de dicho expediente. Si ambos se conjugan hay una alta probabilidad de que un sujeto cometa suicidio, si hay una predisposición genética al suicidio, pero las condiciones ambientales son favorables, la probabilidad decrece notablemente.
Era de noche y yo estaba sola en el apartamento. Fui hasta el botiquín y saqué un frasco de morfina. Como ya la había tomado antes, sabía que era extremadamente amarga y producía náuseas. Corté en rodajas unas naranjas y las dispuse sobre la mesa de la cocina. Los cítricos cortan el amargor asqueroso de la morfina. Introduje una jeringa en el frasco y la llené por completo. La llevé dentro de mi boca y empujé el émbolo asegurándome de que la morfina bajara por mi garganta. Chupé todo el jugo de una rodaja. Repetí las jeringadas de morfina con rodajas de naranja hasta acabar el frasco. El efecto fue inmediato. Me tumbé en la alfombra de la sala y perdí el dominio de mi cuerpo.
El lugar que escoge un suicida para morir ayuda a determinar las causas de este hecho. Si alguien decide matarse en la habitación de los padres les está diciendo cosas a sus padres, si alguien se mata en su lugar de trabajo hay una diatriba para esa oficina, esos compañeros y esos jefes; si alguien lo hace en frente de su pareja, busca darle una lección o hacerlo sentir culpable. Según reportes del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, las noches de los domingos son las preferidas por la gente que se suicida en Colombia. La presión de la semana que viene, la soledad y el tedio de esas horas dominicales, son circunstancias que propician la autoeliminación.
Sentí que me hundía en mi cabeza y me hacía muy pequeña dentro de ella. La morfina en su máximo esplendor. Tuve la sensación de ser una criatura diminuta habitando mi cráneo. Sabía que si me dormía no despertaría. Oía los pitos y los motores de los autos que se colaban por la ventana como en otra dimensión. Oía los ruidos del mundo lejísimos. Unas llaves que parecían provenir de un sueño ajeno abrieron la puerta de un apartamento en el que yo ya no estaba. El eco de los pasos de alguien, las manos en mis hombros y la voz de una mujer que me recordaba a mi mamá repetía: Vane, Vane, Vane... ¡mija!
Según el Instituto Nacional de Medicina Legal, la tasa más alta de suicidios en Colombia se da entre las edades de 18 a 28 años. Esta década en la que la mayoría de las personas decide el rumbo de sus vidas, en la que la mayoría de las personas se realiza personal y profesionalmente, es la etapa en la que más colombianos deciden acabar con su existencia.
El doctor Miguel de Zubiría Samper, presidente de la Liga contra el Suicidio, advierte que esto no es un problema exclusivamente colombiano. En el mundo entero la tasa más alta de suicidios está entre los 15 y los 30 años. La ausencia de pasiones, sueños y anhelos; la mala relación con familiares, personas del otro sexo y compañeros; la ineptitud social y afectiva, han creado dos generaciones aisladas en sí mismas, dos generaciones incompetentes en el plano afectivo y esto, según Zubiría Samper, constituye la sintomatología de nuestra época, en la cual el suicidio es una verdadera epidemia social.
Me acomodaron en una camilla. La sangre se derramaba por mi pecho y rápidamente un pozo se asentó bajo mi espalda. La camilla empezó a gotear y un rastro oscuro marcó mi paso hasta la pista del batallón. Oía a mis compañeros susurrar. Cerraba los ojos y buscaba la famosa luz al final del túnel. Me llevaron en avioneta de Tarapacá a Leticia. La bala entró y salió. Según los médicos pasó a un centímetro del corazón. ¿Por qué no me puse el fusil en la cabeza? En las películas de terror muestran que el espíritu de los muertos queda como murió y yo pensé en eso acostado en el catre la noche anterior. No quería que mi espíritu fuera por ahí con un hueco en la cabeza, prefería uno en el pecho. La verdad, me sentí defraudado. La bala debió atravesar el corazón.
Para el doctor Miguel de Zubiría Samper, la soledad es el gran problema contemporáneo. Si hace setenta años un niño crecía rodeado de dos padres, cuatro abuelos, siete hermanos, nueve tíos y cuarenta primos, quienes le enseñaban en todo momento cómo sonreír, cómo dar las gracias, cómo comer, cómo saludar y cómo disfrutar, hoy en día, y desde hace dos generaciones, los chicos crecen solos y sin nadie que les enseñe el ABC de la vida afectiva. En la familia no se hace y en el colegio tampoco.
La felicidad y la sensación de bienestar ocurren en la interacción positiva con el padre, la madre, la pareja, los hijos, el amigo, el compañero de trabajo, etc. Allí surgen las alegrías que proporcionan felicidad, pero si el sujeto está aislado, desvinculado de todo círculo social y afectivo, perderá interés por todos los aspectos de la vida, no querrá hacer nada, ni interesarse por nada y poco a poco irá cultivando la idea de desaparecer.
Mi mamá llamó una ambulancia y todo se volvió más irreal. Lo único que escuchaba era su llanto y pese a que no podía moverme, ni hablar, fue ese sollozo el hilo que me mantuvo de este lado. La ambulancia, los médicos, las luces, el desvanecimiento, el dolor en el pecho, el ardor en la piel, el tubo en mi boca, el vómito incesante, el lavado estomacal y el dormir y despertar en el cuarto de una clínica, con la conciencia triste de que había vuelto, de que todavía estaba acá.
La abulia, la anhedonia, la desmotivación general son los síntomas de una epidemia que año tras año reporta cifras de crecimiento. Según el doctor Zubiría Samper, una persona que llevó a cabo un intento de suicidio tiene 50% de probabilidad de hacerlo de nuevo; alguien que lo haya intentado dos veces, 70%, y alguien con tres intentos de suicidio, tiene 90% de probabilidad de volver a realizarlo.
Albert Camus sostiene en El mito de Sísifo que el único problema verdaderamente filosófico es el suicidio. Juzgar si la vida vale la pena vivirla, es la pregunta que cada cual en su intimidad, se ha formulado al menos una vez en su existencia. Los protagonistas de este artículo -Mendoza y Vanesa- confesaron que antes de su tentativa de suicidio ya lo habían ensayado. Agregaron que actualmente tienen razones y motivos para vivir.
Sin embargo, la idea del suicidio dejó de ser una idea para convertirse en una opción real. Una alternativa al alcance de sus manos. A cualquier hora del día, en cualquier lugar del mundo. Como en este momento que alguien está colgándose de una viga, alguien está metiendo la cabeza en un horno, alguien está arrojándose de un edificio, alguien está con un cañón en la boca y apretando el gatillo.
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