Algunos recuerdan con nostalgia el humor político en los tiempos de Alfonso Lizarazo y la campaña Lleva una escuelita en tu corazón, pero la esencia del programa sigue viva, porque siempre –en el país más feliz del mundo– habrá “más cuentachistes”.
Hay risas pero no son reales. En el Estudio Uno de Caracol Televisión la gente aplaude, grita, silba, porque un hombre al que llaman Paco se desplaza por el set como un animador y dice: “arriiiba los aplauusos… vamos” mientras invita al público a seguirlo.
Hay risas y no son impostadas. Ante un atuendo que lleva un hombre al que reconocen todos como Hassam la gente ríe, aplaude, se carcajea. Lleva unas gafas gruesas y un traje, tipo overol, amarillo, de niño. Con voz ensayada, preparada, dice: “bueeenaas… tengo chistes”, y su aparición es por sí misma un chiste.
Es martes y el día comienza. Un grupo de comediantes se desplaza por los pasillos del Canal Caracol esperando el turno para salir a mostrar una porción de su repertorio. Personajes que desde hace años han creado una historia –su historia– en los anales del humor colombiano. Hugo Patiño, Norberto López, Álvaro Lemon, Patricia Silva…
–La primera vez que participé en el programa no gané por nervios, me asusté –dice Hugo Patiño, el integrante más antiguo del elenco, amante de la chalanería, bebedor de buen vino y educado en su manera de hablar– mientras revuelve un sobre de azúcar en un café negro. Yo contaba chistes pero en tertulias, con compañeros de trabajo, ellos fueron los que me dijeron que viniera y, bueno, me quedé y ya son cuarenta y un años en esto.
Es martes y hay gente apartada. Son concursantes que han sido previamente seleccionados –entre cuarenta personas– por Hassam, el director de casting desde 2009. Preparan, repiten y ensayan lo que será su arma en la competencia de Cuentachistes del día.
–Las audiciones se hacen una vez al mes, se realizanz un sábado, que por tradición del programa siempre es ese día –me explica Gerly Hassam sentado cómodamente en una poltrona que antecede a la sala de maquillaje–. Se seleccionan doce por audición, que son los doce del mes. Vienen alrededor de treinta o cuarenta personas de todo el país, cada uno con algo preparado.
Gerly Hassam –licenciado en lenguas modernas– entró al programa hace diez años, buscando alternativas de trabajo y, aunque nunca se vio como humorista, cuando fue participante y se llevó el premio gordo –un cheque, un carro– decidió hacer de su vida una herramienta para la diversión con personajes que hacen crítica social y se han convertido en sello del programa: Próculo Rico, Rogelio Pataquiva, o Guevardo, con el que se puede explayar ante el público con chistes en su mayoría flojos que, precisamente por eso, le encantan a la gente:
–Había una gallina traqueta y solo ponía huevos pericos.
Es martes y el día pasa. Los comediantes bostezan y miran el reloj. Los presentadores –Humberto Rodríguez y Vanessa Peláez– miran sus celulares inquietos y parecen ajenos a lo que sucede a su alrededor. Un grupo numeroso de personas entra y se ubica en las bancas dispuestas frente al set, mientras otro grupo sale.
–Hermano, el programa ha cambiado mucho –espeta Álvaro Lemon de manera rápida al tiempo que coquetea a una mujer que pasa por la calle–, ahora hay más cuentachistes que Sketch, ya no hay crítica de nada, no hay parodias –se detiene un momento y piensa, reflexiona–. La gente ya no respeta el valor de los que llevamos años en el programa. Aquí hay algunos que pasan por alto el valor de los artistas.
Álvaro lleva treinta y nueve años en el elenco, fue profesor de música y de gimnasia, además de fisiculturista, campeón nacional de potencia. Toca guitarra y está trabajando en una producción musical de boleros. Su primera participación en el programa fue tan fugaz, tan rápida que nadie entendió lo que decía; poco tiempo después volvió y dejó en el escenario lo que sería a partir de ese momento su sello personal hasta el día de hoy: una rutina de humor acompañada de su guitarra. Así se ganaría el favor del público.
Es martes y es noche.
El día declina y los humoristas ya no ríen. La jornada es larga, exhaustiva, pero solo ocurre una vez al mes, un día de los cinco de la primera semana de cualquiera de los doce meses del año. Hoy se han grabado –se continúan grabando– entre cuatro y seis programas que serán emitidos a lo largo del mes siguiente.
Un solo día, varios programas. Un solo día, varios invitados. Un solo día, varios vestuarios. Un solo día, varios repertorios o rutinas o chistes o risas. Un solo martes, varios sábados.
Es martes pero es sábado y nuevamente sábado y sábado otra vez… y una vez más.
Es martes y es un nombre.
Es martes y es Sábados Felices.
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Está sentado tras una mesa de aluminio en la que reposan dos cafés y dos pasteles de limón. Es un hombre maduro y bajo de estatura. Lleva un traje de color azul oscuro con botones dorados y una camisa gris a rayas. La luz que llega desde atrás a través de una puerta de vidrio incide en su calva bastante notoria, asediada de cabellos encanecidos.
Sus rasgos poseen cierta nobleza: nariz aguileña, labios finos, arrugas de un envejecimiento inclemente pero distinguido. Varias personas a su alrededor lo señalan y murmuran cosas como estas: “es él, ¿cierto?”, “ay, mira, es el de Sábados Felices, ¿te acuerdas?”. Mientras apoya la mano derecha en el mentón, el hombre habla:
–Yo, que no sabía hacer sino musicales, aprendí a hacer humor –el tono de su voz es suave, sin inflexiones, pero en sus palabras hay fuerza–: me pareció difícil pero lo hice. Nunca pensé que el programa fuera a durar tanto.
Alfonzo Lizarazo llegó a Bogotá cuando los años sesenta apenas asomaban sus narices y el mundo era música y escenarios. Si bien su deseo era ser abogado, un amigo lo vinculó con Caracol Radio, en donde empezó a hacer turnos en los controles. Y no bastó, no fue suficiente: poco a poco fue reemplazando a locutores hasta convertirse en el director de Radio 15. De la radio pasó a la televisión para dirigir programas musicales hasta que lo nombraron director de contenidos. Y se habló de humor, de nueva programación, de espacios por llenar.
Sábados Felices nació el 5 de febrero de 1972. Caracol lo licitó como Campeones de la Risa y había llegado al ruedo con un manojo de cuentachistes que habían empezado a sonar en Operación Ja Ja de la programadora Punch, pero a los pocos meses el gobierno adjudicó la nueva programación y Caracol solicitó la franja de humor para los días sábados y Lizarazo decidió, con acierto, cambiarle el nombre. Pensó en el humor, pero ante todo pensó en abrir puertas, en hacer de Sábados Felices un hogar, una familia, una institución.
–Busqué gente que me resultaba simpática sin importar de dónde provenían o qué hacían –en su voz se advierten distintas tonalidades de emoción–. El Mocho Sánchez, por ejemplo, embolaba zapatos frente a Caracol, el Flaco Agudelo manejaba una fotocopiadora en el Fondo Nacional del Ahorro, Óscar Meléndez era aprendiz de torero, Hugo Patiño iba de casa en casa vendiendo abrasivos.
Se reunió gente de distintas regiones del país: paisas, costeños, cachacos, pastusos, para hacer del programa un radiografía clara de lo que era –de lo que es– Colombia a partir del humor característico de cada región.
Las primeras grabaciones se hicieron sin edición alguna, casi en directo, aunque eran programas pregrabados. La escenografía era barata y el horario de las emisiones parecía –era– un chiste, un chiste infame: de doce de la noche a seis de la mañana. A los pocos meses lo pasaron de nueve a tres de la madrugada y los resultados fueron favorables. Se empezó a catapultar como el programa más visto de la televisión colombiana y con grandes pasos se convirtió en el lugar codiciado para todos aquellos que querían hacer humor.
Con el paso de los años se fue formando un elenco que el público empezó a identificar por sus apodos y personajes específicos, grandes humoristas que se han marchado y que han dejado huella en todos los sectores sociales de Colombia: Humberto Martínez Salcedo, Carlos “el Mocho” Sánchez –tiplista, dibujante, de carácter fuerte–, Jaime Agudelo, el niño eterno, que si bien nunca escribió humor, bastaba verlo y escucharlo para sonreír.
Con ellos han compartido escenario Enrique Colavizza –cantante de zarzuelas, reconocido por su personaje de borracho–, Hugo Patiño, Álvaro Lemon, César Corredor –imitador musical, cantante, quien personifica a Doña Barbarita, uno de los personajes que más se han ganado la aceptación y el aplauso del público–, Norberto López, Marcelino Rodríguez (“Mandíbula”, que antes de hacer parte del elenco, era el mensajero de Lizarazo), Patricia Silva, Juan Ricardo Lozano (famoso por su personaje Alerta y El Cuenta Huesos. Humorista radial que estudió derecho y tiene una licenciatura en Lingüística y Literatura), Tola y Maruja, Fredy Sosa (bebé buñuelo), Sonia Rico, Ana Milena Cardona, Jimena García, Carlos Vargas (El Campesino Gomelo), Luis Alberto Rojas, Jesús Emilio Vera (Chumillo), Miguel Lizarazo (El Boyaco), Gustavo Adolfo Villanueva (Bruja Dioselina), María Auxilio Vélez, Heidi Corpus (La verduga del Paredón), Suzie López, David García (Jeringa), Francisco Fuentes (Pacho Sin fortuna), John Jairo Londoño (Fosforito)… y son más, muchos más los que han pasado, los que han dejado rastro, los que continúan.
La mayoría de ellos han conquistado otros escenarios como la radio, los shows, el teatro, el cine… Sábados Felices ha sido mucho más que un espacio para hacer reír, porque Lizarazo siempre tuvo claro que quería un espacio para formar, educar, sacar nuevos talentos y exponerlos ante el mundo y así, con seguridad, atenuar el voluptuoso rostro de la tristeza.
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Es nuevamente martes y hay niños y con ellos padres ansiosos. Las bancas de los espectadores, ahora acomodadas de otra manera, reciben parejas de hombres y mujeres que acompañan a sus hijos para que asistan al programa y, con sus ocurrencias, hagan el show, fabriquen sonrisas en todos aquellos que dejaron hace bastante tiempo de ser niños ingenuos como –suponen, creen, aseguran– lo son sus hijos. Hoy se grabarán cuatro programas de la sección Sábados felicitos que existe hace seis años y que presenta Memo Orozco.
–Esta sección no es para niños, es humor para adultos hecho por niños que es distinto –me explica Orozco al mismo tiempo que fuma un Marlboro y dice que subamos al segundo piso, en donde se arreglará vestuario y maquillaje para otra grabación–. No hay nada que esté preparado o libreteado. Yo hago un casting al que asisten entre cinco y seis niños y a los más habladores les digo que se queden.
Es martes y en el set solo hay un hombre que es también un niño cuando está con los niños que llevaron sus padres para hacer el show. Lleva un pantalón negro y cada vez que el público se renueva, se renueva con él –con el público– el saco que lo viste. Un tic en sus ojos, que parpadean repetidamente, es su mayor distintivo. Habla con celeridad, hace preguntas que esperan respuestas: infantiles, inocentes.
Es martes y es una vez más sábado y es, de nuevo, un nombre: Sábados Felices.
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La mujer desciende con paso calmo por las escaleras de su casa, al norte de la ciudad, su gordura no estropea el ritmo lento, casi musical, con el que camina. Viste un pantalón negro y una chaqueta azul con elegancia. Lleva adornos en sus muñecas, anillos en sus dedos y una capa de maquillaje en su rostro. Sus labios rojos por el labial le resaltan la boca mientras habla:
–El humor es algo inherente en mí, nací con ese chip. A mí siempre me ha gustado hacer reír.
A su lado, Nelson Polanía la escucha con atención y afirma con movimientos leves de cabeza lo que dice la Gorda Fabiola. Polanía y Fabiola Posada se conocieron cuando Nelson fue al programa y durante un año batalló hasta llevarse el premio gordo: una relación amorosa con la gordita Fabiola –con quien tiene un hijo que lleva su mismo nombre– y el carro, premio habitual para los ganadores en la categoría Mejor Comediante del Año.
–Sábados Felices es la conjugación de muchas cosas –Polilla habla con lentitud, escogiendo las palabras, midiéndolas. Su mano se mueve, suave, sobre la cabeza de un perro pug que ronca sobre el mueble–. Es interpretar la idiosincrasia del colombiano. Por eso es un elenco formado por gente que viene de sectores populares y de diferentes regiones del país.
–El Congreso lo declaró patrimonio de Colombia –remata la Gorda desde la cocina, donde arden unos mariscos y se prepara una cazuela–. Mira, Sábados Felices es en realidad el primer reality de Colombia, tiene todo lo que debe tener para serlo: participantes, concursantes, tres jurados.
Fabiola Posada –comunicadora social, amante de la cocina– entró al programa cuando el productor encargado la vio en la calle y le pidió que hiciera un extra para una escena en la que necesitaban una gorda. Y se quedó, y desde entonces cree en el destino tanto como en la Virgen de la Milagrosa.
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No hay público ni aplausos, pero hay cámaras y transcurre otro martes. Varios integrantes del elenco leen, repasan y repiten, como una oración, un libreto. Escuchan órdenes, hablan. Vuelven a leer, a repasar, a repetir la oración.
–La escritura de humor es una herencia que dejó Alfonso Lizarazo –dice Heriberto Sandoval con voz clara, amable y fuerte–, con él se escribía mucho y ese tiempo fue para nosotros una escuela de formación.
Heriberto es el coordinador del Taller creativo de Sábados Felices, integrado, además, por Nelson Polanía, Juan Guillermo Zapata –Carroloco–, Adolfo Villanueva –Dioselina–, Juan Maldonado y Jairo Suza. Es el responsable de pensar, escribir, obtener de manera constante nuevas secciones y personajes al programa, además de corregir los libretos y hacer el reparto de los personajes a los comediantes.
No hay público pero es martes y el ambiente es tenso. Un hombre –Alí Humar, el actual director del programa– habla desde el estudio de grabación y su voz resuena por todo el set: “O nos concentramos o dejamos”, dice y da una señal que otro hombre –el jefe de piso, al que todos llaman Paco– da a su vez otra señal que se escucha así: “Cinco… cuatro… tres… dos…”.
–Sábados Felices es mi familia, con la que he crecido y compartido veinte años de mi vida –Alexandra Restrepo habla y su voz es música, el Allegro de una sonata que, pese a su velocidad, no estropea la melodía–. Es muy grato ver que el programa es una cita con la familia cada sábado y así lo ha entendido la gente. Yo estoy segura de que no hay ningún colombiano que diga que no ha visto Sábados Felices.
Restrepo lleva veinte años dentro del elenco. Inició su participación como bailarina y se quedó como actriz. Su participación ha ganado protagonismo por el actual personaje Sagrario que nació en la novela Dónde carajos está Umaña y que ahora hace parte de los sketch del programa.
No hay público pero es sábado y este sábado transcurre un martes que es a su vez varios sábados porque hoy, como es lo habitual, se grabarán las escenas dramatizadas de varios programas que saldrán al aire en próximas emisiones.
–El estilo del programa cambia mucho con cada director, yo he trabajado bien con todos, pero sin duda el que más le ha inyectado vida al programa es Alfonso –aduce Norberto López mientras hace bromas y ríe–. Pero sea como sea y con quien sea, nadie en la televisión colombiana tiene lo que nosotros tenemos: continuidad.
Antes de entrar a Sábados Felices, Norberto trabajaba en la Empresa de Teléfonos de Bogotá, empezó de mensajero y luego ascendió a inspector de canalizaciones: supervisaba los huecos que hacían por las calles para meter los tubos y cables. La empresa hizo un concurso de cuentachistes y Óscar Meléndez era uno de los jurados y uno de los premios era debutar en el programa. Y ganó. Y fue, participó y volvió a ganar…
–Gané y volví a ganar, y así una y otra vez, hasta que llegó ese corroncho del Lemon que ya no me dejó ganar.
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El apartamento está ubicado en el centro de la ciudad. Se ha adecuado como oficina para continuar con aquello que empezó hace ya tantos años, y que tras la ausencia de Alfonso en el programa se dejó de hacer: Lleva una escuelita en tu corazón, una de las campañas sociales más grandes que se han emprendido en la televisión. Lizarazo la creó para ampliar la cobertura educativa y durante el tiempo que dirigió el programa fundó, junto con el elenco, más de trescientos escuelas en donde muy difícilmente se podía estudiar: provincias, veredas, pueblos lejanos.
–Esa era una de las fortalezas del programa, le daba otra connotación. Divertíamos, hacíamos reír, pero también ayudábamos y dábamos soluciones al problema de la falta de educación.
Alfonso Lizarazo se retiró en 1998 cuando fue elegido senador de la República sin otro propósito que ampliar su proyecto de ayuda social y, desde la política, ser un canal para beneficiar a los sectores desfavorecidos con educación, libros, bibliotecas y nuevos colegios…, escuelas.
–Es triste, con la campaña fundé muchas escuelas, en cambio en la política no pude donar ni un pupitre. Allá no dejan hacer nada. Lástima que no siguieron con la campaña después de mi retiro, no les importó. Yo creo que Jota Mario tuvo toda la intención, pero no lo dejaron, por eso cambió tanto el programa. Ahora compran la audiencia, no la enamoran. Todo es plata.
A su salida, llegó Jota Mario Valencia a dirigir, se le dio prioridad a los cuentachistes y se empezaron a hacer largas sesiones de grabación que aseguraban los contenidos de tres meses, disminuyeron las parodias y, por las condiciones de grabación, era muy difícil hacer temas de actualidad.
–Sábados Felices es el resumen del mejor humor de Colombia que es un país de humor –me dice Jota Mario desde el interior de un vehículo a las afueras de RCN Radio–. Yo recibí el programa hecho, armado durante muchos años. Yo me hice cargo y siempre fue una delicia, yo manejé la batuta pero los que hacían todo eran los violinistas, el elenco. Yo siempre he visto como un premio haber hecho Sábados Felices.
Luego de la salida de Jota Mario, él recomendó a Alí Humar –serio en su manera de hablar, coleccionista de dados, lector apasionado de historia– que continuara con la dirección del programa. Alí, de mano con Hernán Orjuela en la presentación y ahora con El Gato, sigue manteniendo el programa entre los de mayor rating en Colombia, y sin competencia posible a la vista. Y asegura, ha asegurado –para él, para los medios, para todos– que en Sábados Felices encontró una forma agradable de seguir vigente, de seguir trabajando.
Y que si bien al principio solo pensó en quedarse por uno o dos años ya que veía al programa como un escampadero, se amañó, se quedó y hoy completa más de una década en la dirección.
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Es sábado.
Es sábado y en la pantalla del televisor se ven al El Gato y a Vanessa Peláez saludando al público, a los televidentes. Familias enteras, amas de casa, mujeres solteras, niños y abuelos posan sus ojos ante la escena que transcurre y ven aparecer, uno a uno, a los comediantes y cuentachistes.
–Buenaaas… buenaaas noches, qué están haciendo… todos hagan así… tengo chistes… chistes buenos –es la voz de Juan Ricardo Lozano, en su papel de El Cuenta Huesos. Se mueve, camina, tira con su mano derecha una parte de la peluca que lleva y que le cubre los ojos. Hay aplausos y carcajadas mientras Lozano continúa: Miren, este chiste es bueno: qué aprendiste hoy en el colegio… Mami, la profesora me enseñó tres clases de sales… cuáles mijito… mira mami, sales minerales, sales finas y te sales del salón…
Los chistes. La risa.
Es sábado y el día ha declinado. Desde el televisor pueden verse –ahí están, ahí quedan– proyectados para los hogares colombianos, los humoristas, esa plaga que según Ambrose Bierce hubiera conseguido ablandar el duro corazón del faraón y lo hubiese convencido de dejar libre al pueblo.
Es sábado y es, después de cuatro décadas, Sábados Felices.
Por: Rubén Darío Higuera - Fotografía Sebastián Jaramillo