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Historias

¿Cómo tiene sexo un portador de VIH?

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Revista Don Juan
SER PORTADOR DEL VIRUS MÁS TEMIDO DEL PLANETA NO ES, DE NINGÚN MODO, LA MUERTE DE LA VIDA SEXUAL, Y MUCHO MENOS EN UN MUNDO EN BOOM DIGITAL.
ELLA LO ESTABA ESPERANDO. DIEGO LLEGÓ AL HOTEL, COMIERON, BAILARON Y LE DIJO QUE SE FUERAN A LA HABITACIÓN. Cuando entraron al ascensor no aguantó más, le metió la mano por la falda y logró sentir su ropa interior diminuta. Ella le dijo “Oye, tú sí no más a lo que viniste, ¿eh?” y él le contestó: “¿a poco tú no quieres?”. La besó hasta llegar al cuarto, le quitó la blusa lentamente, le besó los senos. Se hicieron sexo oral y, después, sin dejar que se quitara la falda ni los tacones, porque esa imagen le gustaba, Diego la alzó y la puso contra la pared y… Los dos tienen VIH. Se conocieron por un chat, habían tenido sexo telefónico y se citaron en un hotel de Los Ángeles, California. A él se le cumplió el sueño: habían pasado cinco años desde que lo diagnosticaron y desde ese entonces no había tenido relaciones con una mujer a la que no le tuviera que pagar. Quizá por eso, dice, fue que sintió que esa noche fue la mejor del mundo.
—Ella me dijo que nos viéramos y olvidáramos la amistad, que tuviéramos una cita meramente sexual, que ella tenía ganas de sexo ¡y yo, para qué te cuento! –dice Diego–. Así que fui al hotel a conocerla.
Él es mexicano, pero vive en Estados Unidos, en donde trabaja como cocinero. Tiene 44 años y desde hace 16, desde febrero de 1999, vive con el virus. Todo empezó hace veinte años, cuando decidió irse a Estados Unidos a conseguir dinero para casarse con el amor de su vida. Pero, mientras estaba allí, su pareja se casó con otra persona. Él cayó en depresión, empezó a beber, a visitar a prostitutas y una de ellas lo infectó.
—Ya ves –dice con un acento mexicano muy marcado–. Es cierto que el alcohol no es buen consejero. Me dieron la noticia sin ponerme anestesia. Tú te quedas en shock.
Para él, la enfermedad es muy solitaria, sobre todo por el miedo de transmitirle la enfermedad a alguien. Pero Diego no está solo. En el mundo hay más de 36 millones de personas VIH positivas. A él sólo le interesan las mujeres con el virus y si se le acerca alguna que no lo tenga, le dice que la quiere de amiga. Antes era muy difícil encontrar mujeres con su misma condición, pero hoy las busca en No estamos solos, HIV Friends, poz.com, Facebook y grupos en WhatsApp.
—Nosotros buscamos personas de nuestra misma condición porque no hay miedo de un contagio. Sabemos que lo vamos a hacer plenamente y que no se va a estar pensando en que algo va a salir mal. Eso bloquea el momento y no te deja disfrutar. Lo malo de estos sitios es que a los heterosexuales se nos hace muy difícil encontrar parejas porque la mayoría que entran a los chats son homosexuales –me cuenta Diego.
No estamos solos es uno de los sitios web más usados por los hispanohablantes. Es una especie de red social, un Facebook para personas VIH positivas, donde pueden tener un perfil, subir fotos, agregar amigos, publicar sus gustos y hablar por el chat. Ahí no hay rechazo, tabúes o prejuicios. Como tampoco los hay en las redes que son especialmente para personas con ETS, como DatePositive y Positive Singles. La primera sólo tiene versión web y reúne a personas con enfermedades como VIH/sida, herpes, hepatitis y clamidia. La segunda existe desde 2001, tiene versión web y aplicación móvil. Al inscribirse preguntan el sexo, la ETS que tiene –entre esas VIH– y si busca pareja o amistad. Adentro, en el chat general se pueden leer desde coqueteos hasta conversaciones sobre películas.
A través de una de estas páginas, Diego conoció a una mujer con VIH que vive en México y se ven cada tres meses. A él no le gusta la distancia, pero se está divirtiendo. Al principio el trato era sólo sexual porque, dice Diego, eso buscan la mayoría de los seropositivos. Pero ella ha ido a visitarlo varias veces, van a cine y salen a comer.
—La vida sexual de las personas con el virus es normal. Yo he estado con tres mujeres positivas desde mi diagnóstico. Una vez conocí por un chat a una chica que está involucrada en asociaciones contra el VIH. Ella vino a Los Ángeles, me habló, me dijo que quería conocerme, pero para algo netamente sexual. Yo fui y nos encerramos todo una noche, fue sólo sexo, sin pensar en nada más. La volví a ver como a los dos meses y lo mismo. Aunque tengamos la enfermedad, siempre vamos a querer tener sexo, así que cuando se da la oportunidad, por lo general se hace por mutuo acuerdo aunque no haya amor. Es sólo sexo –dice.
—¿Cómo hacías cuando no estaban las redes sociales?
—Buscaba a Manuela y a Consuelo.
Diego también recuerda que una vez conoció a una mujer por chat. Quedaron de encontrarse en persona, pero nunca habían hablado por teléfono ni se habían visto. Él la fue a recoger a la estación de autobuses. La saludó de mano y un beso en la mejilla porque no había confianza, pero cuando estaban esperando el bus para llevarla a su casa, la besó en la boca. Ella se sorprendió, pero le siguió el juego. Cuando se subieron al bus, se sentaron atrás y ella le puso el bolso sobre su miembro. Lo empezó a tocar y, aunque él tenía miedo de que los vieran, lo permitió. Cuando llegaron a la casa estaban más que listos. Diego le bajó el pantalón y se lo hizo en la sala y en la cocina.
—Pensé que sólo iba a sacar un beso, pero fue una cogida con terminada en la cara.
Felipe es de Bogotá, tiene 32 años y supo que hace ya casi cinco años tiene VIH. La fecha nunca la olvidará: 10 de diciembre de 2010. En ese momento ya estaba en fase sida –etapa final del VIH–. Quiso quitarse la vida. Pensó que iba a morir en unos días o meses, y lo mejor era entrar a ser parte de la generación de los 27, como Amy Winehouse, Jim Morrison y Kurt Cobain. Empezó el tratamiento y hoy no se detecta el virus en su cuerpo. Su mamá y algunos conocidos son los únicos que saben de su condición. Nadie que se lo encuentre en la calle pensaría que es una de las más de 46.000 personas con VIH en Colombia, y él no se lo confiesa a cualquiera, ni siquiera a las personas con las que tiene relaciones sexuales. Porque sí, Felipe tiene relaciones sexuales, y con mujeres y hombres, porque es bisexual.
Antes de ser diagnosticado era alcohólico, estuvo metido en las drogas y fue muy activo sexualmente. Hoy tiene sexo una vez cada tres meses, con personas positivas y no positivas. Con los que no son positivos, confiesa que es un momento de mucha inseguridad y miedo. Ruega para que no se rompa el preservativo y para no enamorarse porque, aunque sueña con encontrar una pareja, le teme al rechazo. Su mayor temor es que alguien le pida sexo sin protección y eso no es nada difícil. Cuando pasa se pone de mal genio, no puede creer que alguien en estos tiempos le pida algo así. Por eso se ha vuelto “rabón con el tema”.
—Si me dicen que sin preservativo, conmigo pierden el año –dice Felipe.
—¿Usted sabe cómo se contagió? –le pregunto.
—Creo que sí. Hubo un momento de mi vida que me volví un enfermo sexual. Tenía una novia con la que llevaba tres años y le pedí que hiciéramos sexo anal, pero no aceptó. Le conté a un conocido que es gay y me dijo que tenía un amigo al que le gustaba. Me dio curiosidad y me puse de follón con él. Aunque ser gay no significa ser VIH positivo, creo que ahí me infecté porque no usamos protección.
Para conseguir relaciones sexuales, Felipe utiliza aplicaciones móviles como Grindr, sitios web como Manhunt y el chat de Terra.
—Por Grindr me conocí con un chico. Había química. Hacíamos de todo en la cama, hasta tríos con mujeres. Nos encontrábamos en el centro o íbamos al apartamento de alguno. Son chicos que no quieren hablar de la Biblia –dice.
—¿Ellos también tenían el virus?
—No.
Yo nunca había escuchado hablar de Grindr, la descargo en mi celular y dice que es una red social exclusiva para gais, bisexuales y “hombres curiosos”. No me importa no ser hombre y creo una cuenta. Grindr utiliza mi ubicación y me muestra a 97 hombres que están cerca de mí y en menos de un minuto, sin poner foto, ni siquiera un nombre, ya alguien me había escrito un “Hola, chico”. Manhunt, por su parte, es un sitio web, también para gais, que promete “cualquier hombre. En cualquier momento. En cualquier lugar”. José Hernández es seropositivo y líder para el Fondo mundial de lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria. Dice que las personas que tienen VIH no deben invalidarse sexualmente sólo por el hecho de tener una patología y que tienen derecho a disfrutar su sexualidad como quieran y con quien quieran. Él también explica dos cosas: primero, que una persona en tratamiento puede lograr que el virus sea indetectable, es decir, que la carga de VIH en la sangre sea tan baja que no se puede medir y sea difícil transmitir el virus; segundo, que VIH y sida no son lo mismo: VIH es el virus que causa el sida y el sida es el conjunto de enfermedades que resultan de la infección con VIH. Que una persona porte el virus, no significa que desarrollará el sida, dice. Vanessa es una economista de 29 años, vive en Bogotá y hace cuatro le informaron que era VIH positiva. Ella recuerda que una vez conoció a un hombre en una discoteca que la invitó a un motel. Ella le dijo que se tomara un trago, él obedeció y ella enseguida se lo dijo: “Sí, te lo doy, pero tengo VIH”. Después de convencerlo de que le hablaba con la verdad, él le dijo que no importaba, que se pondría condón. En el motel, él la desnudó, le besó todo el cuerpo, la puso en cuatro y en menos de un minuto terminó. “Pero tuvo suerte y hubo un segundo round”, dice Vanessa.
Diego no está solo. En el mundo hay más de 36 millones de personas VIH positivas. A él sólo le interesan las mujeres con el virus y si se le acerca alguna que no lo tenga, le dice que la quiere de amiga.
“Aunque tengamos la enfermedad, siempre vamos a querer tener sexo, así que cuando se da la oportunidad, por lo general se hace por mutuo acuerdo aunque no haya amor. Es sólo sexo”.
Pero a Gabriel, diagnosticado hace siete años, no le ha ido nada bien cuando ha dicho la verdad. Dice que sólo ha encontrado rechazos. Tiene treinta años y cuando quiere sexo con alguna chica que no tiene el virus, mejor se queda callado y se protege. En cambio, con las que son portadoras le va bien. Las conoce a través de algún chat o Facebook y las complace en todo.
Cristal es de Villavicencio, tiene 38 años. Hace tres años, cuando tenía tres meses de embarazo, le dijeron que tenía el virus. No pensó en ella, sino en su esposo y en su bebé. Pensó que su marido la iba a dejar y que su hijo se iba a morir. Nada de eso pasó. Su esposo siguió con ella y su hijo ha crecido totalmente sano.
—La única persona que sabe de mi condición es mi esposo, y ahora tú –me dice–.
Su esposo se hace la prueba cada seis meses y siempre ha salido negativa, aunque Cristal confiesa que no se han protegido en varias ocasiones.
—En mi caso mi vida sexual ha sido normal. La verdad es como si no tuviera nada. Nosotros tenemos una vida sexual activa, hacemos las cosas que hacíamos antes, las locuras de siempre, tenemos sexo anal, vaginal, caricias, besos, de todo. Pero he conocido a personas que están solas y para ellas ha sido muy difícil tener relaciones.
Antes de ser diagnosticada, su mayor miedo era tener VIH. La pesadilla se le hizo realidad y dice que el mayor cambio ha sido tener que vivir con un secreto, guardando algo que no lo sabe ni su familia. Cristal es una de las que ha creado grupos para personas con VIH en WhatsApp. No para encontrar sexo, porque ella lo tiene en su casa, pero sí para encontrar apoyo y dárselo a otras personas. A veces, cuando va a controles médicos y ve a alguien muy triste por la enfermedad, le da su número de celular y le habla del grupo.
Cristal y su esposo hacen parte de las parejas serodiscordantes, es decir, en la que uno tiene VIH y el otro no. Esas parejas son más comunes de lo que se piensa. Jaime vive en Bogotá, tiene 32 años y hace seis vive con el virus. Cuando se enteró vivía con una mujer que amaba. Decidió decirle que dejaran las cosas así. Ella preguntó por qué. Él le dijo la verdad y ella decidió quedarse porque lo amaba. Todo empezó bien, duraron cuatro años y medio, hasta que ella lo empezó a denigrar. “Perro sidoso”, le dijo.
—Después de que nos enteramos, mi vida sexual con ella nunca cambió. Nos gustaba cómo nos hacíamos el amor, así que eso no lo cambiamos. A ella no le gustaba protegerse y año tras año su prueba salía negativa.
Jaime se separó de ella hace un año. Adoptó a un niño, en la actualidad no tiene pareja, pero a veces sale a bares y tiene sexo ocasional. Dice que se protege y que sabe que no le está haciendo daño a nadie.
Álvaro Bustos, médico infectólogo y microbiólogo, dice que es posible que una persona sana tenga relaciones sexuales con una con VIH y que no contraiga el virus, pero que a mayor número de relaciones hay mayor riesgo de infectarse. “Algún día aparecerá la evidencia del contagio. Las personas seropositivas deben usar preservativo e informarles la situación a sus compañeros sexuales. En estos casos las precauciones son obligatorias”, dice.
En el mundo del VIH también hay amores y sexo virtual. Prinxe es barranquillera, tiene 31 años y la diagnosticaron hace catorce meses. Vivía en Venezuela y lo primero que se le vino a la mente fue tirarse al metro de Caracas. Se enteró porque llevó a su novio al hospital. Creían que tenía gripa, no mejoraba con el paso de las horas y les mandaron a hacer a los dos la prueba de VIH. Su pareja murió de un paro respiratorio y después de eso llegaron los resultados: los dos tenían el virus. Él murió sin saberlo.
Prinxe vino a Colombia, empezó a buscar personas con la enfermedad en Internet y conoció a un hombre de República Dominicana. Él no tiene VIH, pero sus dos exesposas murieron por el virus. Desde hace siete meses son novios y dice que por ahí hacen de todo. En las noches, a través de la pantalla del computador, se tocan, se besan, hacen el amor. Tienen planes de conocerse en persona y lo más seguro es que ella se vaya para República Dominicana.
Ella cuenta que en las redes ha recibido propuestas de hombres que tienen VIH, pero sus parejas no. Ellos buscan a mujeres infectadas para serles infiel a sus esposas. Prinxe ha rechazado las propuestas porque no le parece justo, pero se dio cuenta de que ni la enfermedad acaba con la infidelidad.
—Me molesta la estupidez de la gente a la hora de referirse a los enfermos de VIH. Si fuera más valiente, me tatuaría en la frente “tengo VIH”, nada más para verles la cara a los demás y decirles “buuuu, te infecto nada más con mirarte” –dice.
Pero así como algunos buscan sexo casual o parejas estables y tienen clara cómo es la vida con esta enfermedad, hay otros que no quieren saber nada de sexo después de enterarse. Sebastián, un ingeniero industrial que vive en Bogotá, no quiere saber nada del tema. Tiene 24 años y se enteró hace dos semanas que es VIH positivo. Desde ese momento tiene claras sólo dos cosas: ser asexual y no contarle nunca a su familia, de origen antioqueño y donde varios han muerto y otros luchan por sobrevivir al cáncer. Él no cree que se librará de esa herencia. De hecho, en su cuerpo ya encontraron células cancerígenas.
Sebastián se declara bisexual y, en toda su vida, había tenido sexo sin protección con dos mujeres y un hombre. Hoy es como un signo de interrogación que camina, come, va al trabajo y nunca deja de hacerse preguntas. No sabe qué hacer porque no quiere estar con alguien enfermo y a la vez cree que no debería estar con alguien que no tiene el virus. No sabe cómo va a conseguir a esa persona el día que cambie de opinión. Tampoco sabe si llegará a publicar los clasificados que tanto detesta en los que buscan parejas, ni cómo sería, en esta nueva vida, su pareja ideal. Él, simplemente, no sabe cómo será su vida sexual de ahora en adelante.
—¿Tú te meterías con alguien que tiene esta enfermedad? –me pregunta.
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