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Historias

Alfonso Valdivieso, el fiscal que se enfrentó con el elefante

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 Hoy en día, dedicado a la academia, habla de la última vez que vio al expresidente Samper, las noches en vela durante esos años, sus fallidas aspiraciones presidenciales, su primo Luis Carlos Galán, los regalos que le rechazó al narcotráfico y la gestión del fiscal Eduardo Montealegre.
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El 23 de septiembre de 2012, durante el matrimonio de Alberto Gaitán y María Fernanda Chinchilla, en el Club Guaymaral, en Bogotá, el ex fiscal general de la nación, Alfonso Valdivieso, hacía fila con su esposa, Martha León, para saludar a los recién casados. En ese momento, el expresidente Ernesto Samper llegó acompañado de su mujer, Jacquin Strouss, y le extendió su mano para saludarlo. Valdivieso respondió el gesto de cortesía, que no fue más allá de una breve charla de la coyuntura política.
–Tal como debe ser –dice Valdivieso en el estudio de su apartamento, en Bogotá. En un momento pone su teléfono móvil sobre una pequeña mesa de su estudio y echa un vistazo por la ventana. En ese instante una caravana de carros blindados se detiene en la mansión de su vecino, Luis Carlos Sarmiento Angulo. Valdivieso consulta su reloj: todavía le quedan dos horas para salir a hacer mercado con su esposa.
Este hombre menudo, con fama de racional y calculador, protagonizó uno de los procesos judiciales más sonados en la historia de Colombia, el Proceso 8.000, que investigó la narcofinanciación de la campaña que llevó a Ernesto Samper a la Presidencia en 1994. Hasta ese año los carteles de la droga habían financiado algunas campañas a nivel regional y habían realizado algunos aportes a pasadas campañas presidenciales. Pero con la grabación de los narcocasetes quedó al descubierto que los traficantes de droga habían llegado muy lejos.
Álvaro Gómez Hurtado sintetizó la situación: “el presidente no se cae, pero tampoco se puede quedar”. Por aquellos meses de 1995, el arzobispo de Bogotá, Pedro Rubiano Sáenz, en el sermón de reflexión en la Catedral Primada, sostuvo que el hecho de que el presidente Samper no se hubiera dado cuenta de los dineros ilícitos que entraron a su campaña, “es como si un elefante se mete a tu casa y no te enteras”. Por su parte, Carlos Castillo Cardona, uno de los más duros defensores de Samper, salió al paso de la frase de Rubiano señalando que fue obra de “Los conspiretas”, un grupo de periodistas y políticos empeñados en tumbar al gobierno liberal.
–El expresidente Samper no es un criminal, pero ha estado mal acompañado –advierte Valdivieso, mientras cruza y descruza las piernas–. Yo tengo un método que no me ha fallado en mi carrera: tratar a los enemigos políticos como futuros amigos, y a los amigos, como si fueran a ser enemigos. Le digo a Valdivieso que según su estrategia política, el expresidente Samper bien podría ser su amigo hoy en día, y que incluso podrían trabajar juntos en la búsqueda del gobierno actual por finalizar el conflicto con las Farc. Antes de lanzar su réplica, toma un poco de aire y sonríe tímidamente.
–Él siempre ha tenido esa mezcla entre la cheveridad y el cinismo. Respeto su trayectoria política, pero él no es ni sería amigo mío. Alfonso Valdivieso dice que no fueron más de dos las noches que pasó en vela por cuenta del Proceso 8.000. Una de ellas fue cuando Santiago Medina, tesorero de la campaña electoral del expresidente Samper, se iba a reventar por la presión y le solicitó una cita privada en su apartamento. Sin embargo, fue demasiado tarde. Era el 26 de julio de 1995 y su despacho estaba a punto de expedir una orden de captura en su contra, por enriquecimiento ilícito y falso testimonio. Medina y Valdivieso se habían reunido en tres oportunidades para explorar la viabilidad de una posible colaboración con la Fiscalía. Según el libro de Mauricio Vargas y Édgar Téllez, El Presidente que se iba a caer, se habían reunido en la oficina del fiscal en abril de ese año, luego en el apartamento de Valdivieso, en el norte de Bogotá, en mayo de 1995, y en junio siguiente, otra vez en el despacho del fiscal.
– ¿De qué hablaron cuando se vieron en su apartamento? –le pregunto. –Él me decía que quería contarlo todo. Con el cuento de la cita privada me tuvo varios meses, y al final no dijo ni una sola palabra. El 26 de julio de 1995 Santiago Medina fue capturado por el CTI, y al día siguiente rindió indagatoria. Su intención hasta ese momento era no revelar nada. Pero él lo había advertido: su silencio llegaría hasta cuando pisara la primera grada de la Fiscalía. Y habló, tal como contó después en una entrevista para El Tiempo. Dijo, entre otras cosas, que con la autorización de Ernesto Samper y de Fernando Botero Zea se reunió con los jefes del cartel de Cali y les solicitó 2.000 millones de pesos para financiar la campaña. Esa misma noche, el presidente Samper, en una alocución televisada para todo el país, dijo una de las frases más famosas de la historia: “Si entraron dineros del cartel en la campaña, fue a mis espaldas”. Cuatro días después, Botero Zea y Horacio Serpa revelaron apartes de la indagatoria de Medina y lo tildaron de chantajista.
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–Medina comenzó a sentirse solo. Desconfiaba de todos –me cuenta Valdivieso–. No dormí esa noche por eso, y porque sabía que la presión podría enfermarlo. Santiago Medina era un tipo paradójico. Fue dueño de una prestigiosa casa de antigüedades y director de Aló casa, revista especializada en decoración. Tenía una gran ambición política y una obsesión por estar rodeado de poderosos: decoró las residencias de dos reconocidos narcotraficantes, José Santacruz Londoño y Víctor Patiño Fómeque, al tiempo que en su mansión en La Cabrera, al norte de Bogotá, se reunía con la crema y nata de la sociedad bogotana. Fue condenado a 64 meses de cárcel y al pago de 3.300 millones de pesos por enriquecimiento ilícito en favor de terceros. En la cárcel La Modelo estuvo poco tiempo, apenas cuatro meses y veinte días. Su colaboración con la justicia y su mal estado de salud –la insuficiencia renal que sufría desde hacía años, empezó a empeorar–, lo llevaron a obtener la detención domiciliaria. Murió en enero de 1999, en la Clínica del Country, por falla orgánica múltiple.
La segunda noche que Alfonso Valdivieso no pudo dormir por cuenta del Proceso 8.000 fue el 2 de febrero de 1996, cuando fue asesinada la narcotraficante Elizabeth Montoya de Sarria, más conocida como La Monita Retrechera, justo cuando iba a declarar sobre su papel en la campaña de Ernesto Samper. El general de la Policía de la época, Rosso José Serrano, le confirmó a Valdivieso que habían encontrado su cadáver la noche anterior y la identificación tomó varias horas. Elizabeth Montoya de Sarria tenía un aura oscura, la Unidad Investigativa de El Tiempo, en colaboración con el periódico Miami Herald, revelaron que ella introdujo a su esposo, Jesús Amado Sarria, en la santería. Ambos fueron al África a hacer un rito especial en el que los enterraron en la arena, los rodearon de serpientes y los obligaron a repetir una extraña oración. Añade la Unidad Investigativa que La Monita Retrechera fue mencionada por Santiago Medina en sus indagatorias, quien aseguró que Sarria manejó la tesorería de Samper en los departamentos del Valle, Cauca y Nariño, en la campaña de 1990. En septiembre de 1995 se publicaron dos cheques, por 40 millones de pesos cada uno, girados a nombre de Alexia y John Barreto, exempleados del Hotel Marazul, empresa propiedad de los esposos Sarria Montoya. Los cheques fueron a parar a la campaña samperista, y luego se endosaron a la firma Radiodifusores Unidos, para cancelar deudas de publicidad radial.
El 18 de febrero de 1996, Alfonso Valdivieso presentó denuncia penal en contra del presidente Samper ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes. Ese día llevó el documento y los anexos probatorios que apuntaban hacia la posibilidad de acusar al jefe del Estado por enriquecimiento ilícito, fraude y encubrimiento de estas conductas. Dos meses después, la revista Semana reveló registros de 22 llamadas hechas del teléfono móvil del coronel de la Policía Germán Osorio Sepúlveda, exedecán del presidente Samper, a Elizabeth Montoya de Sarria. Sin embargo, el Congreso archivó el caso en junio de 1996, tras una votación en la plenaria de la Cámara, de 111 votos contra 43. El Proceso 8.000 dejó más dudas que certezas y a pesar de la fortaleza de las acusaciones, quedó la impresión de que el gobierno metió la mano con las clásicas maniobras de la vieja política colombiana: repartición de favores presupuestales y burocráticos a los parlamentarios que votaron a favor de Samper. Vargas y Téllez cuentan en su libro que los medios de comunicación, en especial El Tiempo y el Noticiero QAP, denunciaron la forma como, por ejemplo, millonarias partidas presupuestales fueron asignadas de manera privilegiada por el Gobierno para adelantar obras en aquellos departamentos de donde eran oriundos los congresistas que resultaron definitivos para salvar al presidente de la acusación, como el caso de Heyne Mogollón.
Meses más tarde, el 11 de junio de 1996, Samper recibió un duro golpe por parte del Gobierno de los Estados Unidos: le quitaron la visa. Dos días después, Samper viajó a Venezuela para reunirse con su homólogo Rafael Caldera, en una entrevista con los medios de ambos países salió al paso de la noticia del visado. “Yo no necesito visa para visitar a mis compañeros de patio”.
– ¿Qué hizo cuando supo que el Congreso había absuelto a Samper? –le pregunto a Valdivieso.
–Mi reacción fue de indignación. Yo no quería tumbar al presidente Samper. Pero la forma como lo absolvieron desacreditó a la Fiscalía como institución.
– ¿El Proceso 8.000 quedó impune?
–Para las personas que la Fiscalía investigó, no. Pero en el caso de Samper pasó lo contrario. Ha sido el único colombiano en ser absuelto de cargos judiciales sin haber sido investigado. Él lo sabe, pero se hace el desentendido. La Constitución de 1991 estableció que el presidente de Colombia puede ser investigado únicamente por la Comisión de Acusaciones de la Cámara. Su fuero político le permite estar blindado ante posibles investigaciones judiciales por parte de la Fiscalía, el ente acusador e investigador de la nación. Pero con los ministros y demás funcionarios del Gobierno no ocurre lo mismo. Por eso la Fiscalía investigó a Fernando Botero Zea, entonces ministro de Defensa, y a Horacio Serpa Uribe, ministro de Gobierno. Botero Zea fue detenido en septiembre de 1995. Su imagen después de ser capturado y conducido a uno de los apartamentos de seguridad de la Fiscalía, cerca del Parque Nacional, sacudió al país: había perdido más de diez kilos y las marcadas ojeras hacían que su rostro se viera más viejo, y más triste. Para cuando Samper fue absuelto, Botero hacía parte de sus acusadores.
De aquellos años en los que la Fiscalía trabajó de la mano con el Bloque de Búsqueda, Valdivieso asegura que nunca se dejó corromper. Una semana después de su posesión como fiscal le llegó un mensajero a su oficina con un Rólex de oro que le enviaba Justo Pastor Perafán, e iracundo, Valdivieso salió a la puerta de su despacho y le dijo al mensajero: “¡Dígale a ese señor que yo no recibo regalos de narcotraficantes!”. Varios años después, en 2001, cuando Valdivieso se desempeñaba como embajador de Colombia en la ONU, coincidió con el maestro Fernando Botero. Luego de la inevitable tensión inicial, el artista le manifestó su comprensión por las decisiones que él adoptó con relación a su hijo. La charla continuó sobre temas de arte, pintura e historia hasta la madrugada, que para Valdivieso y Botero son una pasión.
–Dígame usted, ¿qué hace uno cuando su trabajo de dos años no sirve y termina con la sensación de haber perdido el tiempo? –me pregunta Valdivieso. Y él mismo se responde–. En ese momento entendí que debía irme de la Fiscalía. Por eso me animé a lanzarme a la Presidencia.
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Valdivieso camina hasta un sofá del estudio, en el trayecto revisa que estén limpios y ordenados los dos retratos que Jesús María Espinosa pintó para él, así como su escritorio de la plenaria de la Cámara de Representantes del 2008 y una foto en blanco y negro de su primo hermano: Luis Carlos Galán.
Valdivieso es el segundo de cinco hermanos, creció en una familia liberal bumanguesa de clase media que desayunaba todos los días juntos y pocas veces iba a la iglesia. Su papá, Roberto Valdivieso, trabajó en la fábrica de gaseosas de don Hipólito Hipinto, Kola Hipinto, como administrador del fondo de empleados. Su casa permanecía con suficientes provisiones de refrescos para calmar la sed de sus compañeros de colegio. Después de las clases de educación física y deportes, una de sus materias preferidas, lo acompañaban hasta su casa con la excusa de que sus papás no tenían tiempo de recogerlos.
–Allí se quedaban hasta tomar varias “Rojas” que yo mismo destapaba y se ofrecía con galletas que mi mamá compraba en la fábrica de bizcochos La Aurora, de la familia Ordóñez.
Alfonso Valdivieso mostró su vocación de investigador desde la infancia. Cuando la familia viajaba hasta una pequeña hacienda en las montañas de Santander los fines de semana, él se sentaba a leer bajo un quiosco con su papá novelas policiales y una revista de cómics, Super Detective, que le regalaban sus tíos de Bogotá cuando los visitaban. En ocasiones, sus papás también lo encontraban cazando hormigas culonas, nadando en la quebrada o armando y desarmando juguetes de madera con sus hermanas. Hoy ya no lee historias policiacas, sino, por ejemplo, una biografía sobre Winston Churchill, artículos de derecho y administración para las clases que dicta en las universidades EAN y CESA –treinta horas por semana– y libros sobre fútbol colombiano, porque en 2013 la Federación Colombiana de Fútbol lo contrató para construir un sistema de prevención de lavado de activos en los clubes de primera y segunda división.
– ¿Hace cuánto que no va a ver al Atlético Bucaramanga?
–Eso fue hace mucho tiempo. Yo prometí volver al estadio Alfonso López cuando el equipo regrese a la A. Pero con ese nivel, creo que no podré cumplir mi promesa.
Desde el 2012, Valdivieso comenzó a trabajar para Baker Tilly International, una red internacional de consultores y auditores que tiene su sede en Londres, y que lo contrató para construir un sistema de prevención de lavado de activos y financiación del terrorismo. Mientras peina su bigote canoso, Valdivieso reconoce que aún falta mucho por hacer, pero la situación no es la misma de los años ochenta y noventa, cuando el narcotráfico infiltró a los equipos más grandes del fútbol colombiano.
Se levanta todos los días a las cinco de la madrugada, hace veinte minutos de ejercicio en el gimnasio del primer piso de su conjunto residencial. Es difícil de creer, pero cuando estudiaba bachillerato en el Instituto Tecnológico Santandereano fue atleta de medio fondo.
Todos los días entrenaba tres horas fortaleciendo la resistencia y aumentando la velocidad. Su profesor, del que Valdivieso no recuerda el nombre, era un cucuteño que en los entrenamientos vociferaba los defectos de cada joven atleta a los cuatro vientos. “El mío era la velocidad, por lo bajito la zancada era corta y debía esforzarme más que el resto”, me cuenta. Mientras que ganaba torneos intercolegiados en Bucaramanga y algunas competencias regionales, sus amigos y profesores lo buscaban para que mediara en alguna pelea entre ellos o notificara si el tiempo que marcaba el cronómetro en las competencias era legítimo. Muy pronto su capacidad de discernimiento y su sentido de la justicia fueron célebres en la familia y el colegio. Valdivieso siempre desayuna con su esposa, Martha León, a las siete de la mañana. Luego lee de principio a fin los tres periódicos que uno de los vigilantes del conjunto le sube hasta su apartamento a las seis de la mañana. Veinte minutos antes de las ocho, sale a dictar clases. Le gusta vestir siempre de paño y sin corbata, por eso les da tanta importancia a las camisas. No las compra en almacenes de cadena, sino que las manda hacer a la medida, con el sastre que se las confecciona desde 1995. Tiene un armario exclusivo para ellas.
A pesar de que no es un hombre amenazado y está retirado de la vida pública, cuenta con dos guardaespaldas que lo llevan a dictar sus clases, a hacer el mercado de cada domingo en el Carulla de la calle 78 y a sus diligencias personales.
–Cuando fui fiscal general no pude conseguir dónde vivir, nadie quería arrendarme un apartamento ni una casa. Por eso nos fuimos a vivir a la casa de mis suegros –me cuenta–. Siempre llegaba a las nueve de la noche a ver televisión y descansar de tanto lío.
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Valdivieso decidió estudiar Derecho en la Pontificia Universidad Javeriana y dejó a un lado el destino arduo que le esperaba como deportista. En aquellos años hizo parte de un grupo de amigos santandereanos junto a Jaime Jaramillo, Rafael Nieto y Miguel Ángel Torres Sánchez que se reunían en la casa de su tío Mario Galán, papá de Luis Carlos Galán, donde bailaban, bebían y discutían sobre política. Una noche de junio de 1970, cuando estaban reunidos en la casa de Jaime Jaramillo, se animaron a jugar con la tabla ouija que una amiga había dejado olvidada. Utilizaron una copa delgada de jerez que hacían rodar por la tabla. Jaramillo le preguntó al supuesto espíritu si su amigo Alfonso Valdivieso iba a ser presidente de la república. La copa se detuvo en la palabra “Sí”.
Los primeros pasos electorales de Alfonso Valdivieso los hizo en compañía de Luis Carlos Galán a mediados de 1977. Él hizo parte de un pequeño grupo de voluntarios que lo acompañaban de manera espontánea y que denominó “La Escuelita de Galán”. Al grupo fueron vinculándose jóvenes de todo el departamento de Santander atraídos por su personalidad y su mensaje.
–Los fines de semana fueron una pasión para mí. Era un inexperto en estas lides, tuve el privilegio de acompañarlo y ser testigo de excepción del surgimiento de su vida política –explica Valdivieso.
Animado por el carisma de su primo hermano, Valdivieso decidió comprar un jeep Daihatsu de color blanco con los ahorros de su estadía en los Estados Unidos, donde hizo una maestría en Desarrollo Económico en la Boston University, un par de años antes. Los campesinos y habitantes de Santander asociaban de inmediato al jeep con Galán, quien se propuso un reto propio de su personalidad: “Un voto por cada kilómetro recorrido en el jeep”. Cuando él interrogaba a las personas sobre sus necesidades y expectativas, terminaba con una pregunta de rutina: “¿usted sabe quién es Luis Carlos Galán?” Seguida de “¿usted conoce a Alfonso Valdivieso?”. Doce años después, en un homenaje que se le hacía a Alfonso Araújo Cotes en Valledupar, César Gaviria había viajado para sustituir a Galán, que canceló su presencia dos días atrás. En la mitad del homenaje sonó el teléfono, pero nadie contestó. Ante la incomodidad por las reiteradas llamadas, la secretaria de Valdivieso tomó el teléfono y palideció. Colgó sin decir nada. Nadie se atrevió a preguntarle qué ocurría. Ella avanzó hasta donde estaba su jefe y le dijo: “Galán sufrió un atentado”.
Esa misma noche, en medio del desconcierto y la escasez de información veraz sobre el estado de salud de Galán, Araújo Cotes le propuso a Valdivieso que tomara las riendas del movimiento y se lanzara a la Presidencia, pero él ni siquiera pensó la propuesta. Era la segunda vez que le habían dicho que podría ser jefe del Estado. Luego, a finales de 1996, Alfonso Valdivieso fue escogido como el personaje del año del país por varias revistas de opinión. Su imagen favorable, según una encuesta de la revista Semana, era del 60%, mucho mayor que la de los otros candidatos, como Andrés Pastrana, Horacio Serpa y Regina Betancourt (Regina 11). Eso sí, la intención de voto los ponía en un empate técnico, ninguno superaba el 30%, pero el exfiscal encabezaba las posibilidades de la votación. Sin embargo, con el paso del tiempo su imagen fue perdiendo fuerza y su campaña comenzó a tambalear por falta de dinero. No quería repetir su experiencia de 1993, cuando se lanzó a la campaña para el Senado, y sus amigos, familiares y conocidos le colaboraron con rifas y aportes para financiar el proyecto. Al final salió derrotado y debiendo treinta millones de pesos, que logró pagar cuando cumplió un año al frente de la Fiscalía.
Cuando su esposa terminó de atender la visita de su médico particular, fue hasta donde conversábamos. Después de los saludos, se despidió preguntándonos qué deseábamos tomar. Él pidió tinto y yo jugo de naranja. Minutos después la empleada de la casa llegó con las bebidas hasta la sala. El tinto de Valdivieso estaba servido en una jarra pequeña de porcelana de tonos rojos y un pocillo de una escala similar. Valdivieso advirtió mi sorpresa por ese detalle, porque explicó sin esperar que le preguntara algo.
–Aquí mis cosas están en el “tamaño Valdivieso”.
Desde el principio, Valdivieso entendió que la política es un juego de combate en el que hay que moverse rápida y silenciosamente. Por eso ahora, mientras acomoda la solapa de su vestido con fuerza, levanta la voz para decirme que no utilizó la Fiscalía como trampolín político, como afirman algunas personas, y que el fiscal general puede ser protagonista en la escena política del país.
– ¿Cómo no va a ser protagonista el hombre que investiga a los ladrones de cuello blanco? –se pregunta, alzando aún más el tono y adoptando un cierto aire pedagógico–. Yo fui un fiscal con superpoderes, pero también tuve muchísimas responsabilidades.
–Luis Guillermo Nieto Roa, constitucionalista y abogado de Samper en el Proceso 8.000, aseguraba que usted llegó a todos los cargos que ha ocupado escudándose en la imagen de Galán. Él decía: “Si Galán no hubiera existido, Valdivieso tampoco”.
–Vea, yo tengo clara mi relación con Galán, lo que ha influido en mi vida y seguirá influyendo, pero creo que me labré mi propio destino.
–¿Y volvería a lanzarse a la Presidencia? –le pregunto, y su rostro cambia y se dibuja una sonrisa en sus labios. Toma aire y, después de observar la fotografía de Luis Carlos Galán, admite–. Si me dieran la oportunidad, claro que me animaría a ser presidente.
–¿Qué opina del fiscal Luis Eduardo Montealegre?
–Él ha tenido un protagonismo que va por un camino equivocado. Él no puede hablar como profesor o académico, aunque lo sea, un funcionario no puede desligarse de su rol y su papel en la sociedad.
– ¿Cree que está haciendo activismo político, como lo ha dicho María Isabel Rueda en sus columnas de opinión?
–No creo. Debería, eso sí, ser más cuidadoso en no aparecer como protagonista en episodios que la opinión pública identifica con rencillas políticas, como la reforma al equilibrio de poderes que cursa en el Congreso.
–Si usted fuera fiscal general hoy en día, ¿cómo manejaría el caso de Óscar Iván Zuluaga? El expresidente Álvaro Uribe ha alegado que hay persecución política en contra del Centro Democrático.
–Avanzaría en el proceso contra Zuluaga sin temores de politización de la justicia, porque siempre los habrá cuando las decisiones judiciales impactan la actividad política.
– ¿Cree que el fiscal Montealegre ha perdido credibilidad para llevar el caso del ex candidato presidencial?
–No, en absoluto. Eso sí, el fiscal y la Fiscalía deben evitar el despliegue mediático y el “espectacularismo” que le han dado al tema, porque eso sí le quita credibilidad. Continúo con algunas de la críticas que ha recibido, como la que hizo Antonio Caballero, quien señaló en su libro de entrevistas Patadas de ahorcado, que Valdivieso y el general Rosso José Serrano, por andar persiguiendo narcotraficantes para darles contentillo a los estadounidenses, descuidaron la delincuencia común y la violencia en las ciudades.
–Sí se investigaron, muchos de los casos siguen abiertos –dijo, y señaló con el rostro un poco acongojado–. Créame, es muy duro ser Fiscal en este país con tantos crímenes por resolver.
Por: Fernando Salamanca / Twitter: @Sal_Fercho
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