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El banquete de Angélica Blandón

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Foto:

Revista Don Juan
Felipe González se convirtió, por una noche, en un voyerista que se dedicó a ver comer a Angélica Blandón casi sin ropa mientras hablaban de su papel en la película Fragmentos de amor, basada en la novela erótica de Héctor Abad, en la que ella solo cocina, come, tiene sexo y le relata a su pareja las historias de su pasado sexual al mejor estilo de Sherezade.
¿De qué hablaba Susana? Así como a los gastrónomos les encanta hablar de comida mientras comen…a Susana, de sobrecama, le encanta hablar de sexo.
Fragmentos de amor furtivo, de Héctor Abad Faciolince.
Angélica come, se pasa la lengua por los labios mientras posa para las fotos con un flan con crema de chantillí: “Ser sensual es un estrés, porque de la sensualidad a la ridiculez hay un solo paso”, me dice mientras se quita poco a poco la crema que tiene en la punta de sus dedos. Sin embargo, al verla comer me doy cuenta de que es sexi casi sin proponérselo. Después empieza a jugar con una cuchara, la pone sobre su boca, como si la besara, toca el flan, sonríe, se detiene…: “hay gente que hasta cogiendo una botella de agua se ve sexi, a mí me cuesta un poco”. Falso, para la prueba estas fotos.
Viéndola me siento como un voyerista gastronómico, alguien con una especie de fetiche con la comida. En mi defensa tengo que decir que acababa de leer la novela erótica de Héctor Abad, Fragmentos de amor furtivo porque Angélica es la protagonista de la película que está basada en esta novela. Su papel en Fragmentos de amor es el de Susana, una especie de Sherezade colombiana que le cuenta a su pareja las historias de su pasado sexual, hasta el último orgasmo, en un contexto en el que solo cocinan, comen y tienen sexo. Mientras suena cada disparo del flash, hago una lista de los personajes que Angélica ha interpretado. Desde su papel en Paraíso Travel, uno de los más importantes de su carrera, hasta su paso por varias novelas como Las muñecas de la mafia o la novela sobre Diomedes Díaz. Incluso estuvo en la serie que marcó la adolescencia de muchos, Oki Doki.
Le pregunto a Angélica cómo describiría a Susana: “Ella es una mujer muy terrenal, le encanta sentirse viva. Por eso le gusta tanto comer, cocinar, hablar y, claro, tener sexo. Cosas que están muy relacionadas con el tacto”. Por ejemplo, si hablamos de tacto pienso en unos labios que tocan la sal que hay sobre la copa de un margarita, como el que se está tomando ella. Da un sorbo largo, me mira y me dice: “El mayor afrodisíaco para Susana es el roce de la piel, eso era suficiente para encenderla”. El sexo como la comida son placeres, placeres de la carne. No por nada comer tiene dos significados, no por nada Eva utilizó una manzana para que el “ingenuo” de Adán pecara. Aprovecho que ella pone sobre la mesa el tema de los afrodisiacos.
–No creo que pueda existir el amor sin el tacto, sin el roce con la piel del otro, sin eso no pasa de ser un simple amor platónico.
–Y ¿hay algún afrodisiaco comestible que tenga el mismo efecto?
–Tendría que decirte que el borojó o algo así. Pero la verdad a mí me parece más afrodisiaca una fruta que sea sexi, que al morderla uno se vea sexi.
Da otro sorbo a su margarita y se empieza a quitar el abrigo. El fotógrafo la vuelve a llamar, ya están listas las luces para empezar de nuevo con la sesión. Antes que se vaya le pregunto por la escena en que Susana le cuenta a Rodrigo su aventura con un fotógrafo: “Esa fue una de las escenas más lindas de grabar, toda la pasión que ella siente en cada foto que él le toma fue algo increíble de interpretar”. Entre cada foto me acordaba de la historia. Me acuerdo de cómo Susana compara los lentes de la cámara con el cuerpo de su amante. Para que se haga una idea de lo que estoy hablando, le dejo un fragmento literal de la novela:
Las primeras sesiones fueron apasionantes. No creo que jamás mi cara, ni siquiera en los momentos que tú ya me conoces (esos momentos en que me toca aferrar el alma con los dientes porque parece que se me escapara con el gusto que siento por todos los agujeros del cuerpo), creo que ni siquiera en ese instante alcanzo a realizar tantos gestos y tantas expresiones…
Al verla posar me sentía como un lector excéntrico que paga por recrear en vivo y en directo lo que lee. Como un voyerista, de nuevo. Vi que no era el único, las pocas personas que quedábamos en el restaurante entramos en una especie de slow motion. El mesero que doblaba las servilletas las dejó a la mitad, los cocineros, que en ese momento cortaban tomates, jamón ibérico y aceitunas, dejaron sus cuchillos detenidos sobre el aire, como si este los detuviera, y el único comensal que quedaba quitó la mirada de su computador y el vaso de cerveza que tenía en su mano se detuvo a medio camino de su boca. Todas las miradas estaban fijas en ella y lo sabía: “Bueno, un poquito de solidaridad, si yo estoy en ropa interior todos deberíamos estar igual”. Por fortuna, la idea de convertir el restaurante en uno nudista no tuvo mucha acogida. Salimos del modo slow motion cuando Angélica se pone de nuevo el abrigo.
Llega una de las tapas que hacen de plato fuerte, unas croquetas de jamón ibérico. A Angélica no le gusta mucho el sabor del jamón, porque el olor es muy fuerte. Sin embargo coge una de las croquetas y se la llevó a la boca. Frenó en seco: “Tienen buena pinta, pero hoy no me las voy a comer”. Es imposible no pensar en la idea de los restaurantes nudistas mientras ella está enfrente de mí, en ropa interior. ¿Qué efecto puede tener sobre el sabor de los alimentos comer sin ropa? Angélica dice que por lo menos las veces que ha comido desnuda en su cama, la comida sabe mucho mejor, pero de ahí a que la sensación sea la misma con más gente lo duda: “Además, yo sé que esto suena raro, pero soy muy friolenta y tener los pies desnudos me genera mucha inseguridad, no la pasaría bien en un sitio así. Aunque si me aseguran que la comida sabe igual de bien o mejor, hasta me animo a ir”.
De este trance nudista me salgo cuando llega la segunda tapa a nuestra mesa, unos bocados de ensalada César. “El secreto de una cena sexi está en un buen vino, más que en algún tipo de comida, creo yo”, cuenta cuando empezamos a hablar de las cenas que preparan Susana y Rodrigo, cenas que casi siempre eran el preludio del sexo. “Ahora soy más restaurantera, aprecio mucho una buena comida. Igual, este plan es uno de los mejores planes para conquistar. Puede ser la mejor entrada, porque si todo salió bien, queda tiempo para conversar en la casa, para hacer el amor”. La comida despierta los sentidos, cambia los estados de ánimo y eso se ve mucho en la novela, le digo. “En la película la relación con la comida es más evidente todavía. De hecho, una de mis escenas favoritas tiene que ver con la comida”. Con un fricasé de pollo, específicamente. “Ella está preparando unas verduras al vapor y el pollo. Cuando lo sirve se queda mirando el plato y le dice a Rodrigo: ‘Esto me acuerda de una historia…, la historia del ornitólogo’. Y ahí empieza su relato”. Vuelvo de nuevo a Héctor Abad para recrear esta escena de la que habla Angélica. Solo imagine que después de tener sexo su pareja le cuente algo así:
Nos fuimos a ver pájaros a la Serranía de la Macarena. A mí ya sabes cuál es el pájaro que más me interesa de todos. Y yo ya se lo había visto. Magnífico, casi alado, largo, grueso, majestuoso, como nunca lo había visto ni lo he vuelto a ver. Como el Ave Fénix renacía de sus cenizas cada vez más lozano, más duro y flexible a la vez, más aguerrido.
Antes que le dijera que contar el pasado –sobre todo después de “comer”, me parecía desquiciado hasta llegar al borde de lo enfermizo– llegó otro margarita. Con la copa en la mano, después de un silencio, Angélica dice: “Yo no creo que uno deba contar todo en una relación, los secretos son importantes. Ese misterio muchas veces es vital para que las relaciones funcionen”. Sobre la mesa queda su coctel y las croquetas. El abrigo empieza a caer sobre sus hombros, de espaldas al fotógrafo se quita el brasier. Para. Pide una canción, para entrar en “ambiente”. La elección me sorprende, es un cover de Toxic, de Britney Spears. Se relaja, se olvida de nuestras miradas. Vuelvo a mi papel de voyerista gastronómico, la veo coger los platos, la comida.
El resto de la cena se lo dejo a su imaginación.
*¿Quiere vivir esta experiencia gastronómica en el restaurante From? Vaya el martes y disfrute del Martes Visa.
Si quiere saber más del autor, sígalo en Twitter como @felipeg269
Revista Don Juan
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