Los arqueros suelen ser unos tipos despreciables en el fútbol; al fin y al cabo, nacieron para evitar los festejos. Y se esmeran en ser los aguafiestas. Pero de vez en cuando se liberan de ese destino, se animan a cobrar un penalti, un tiro libre, o a meter un cabezazo desesperado para sentir, aunque sea de manera efímera, la emoción del gol que tanto evitan.
Nelson Ramos suele liberarse de su destino. Le gusta esa osadía de ir al arco rival, emulando a tantos otros que lo hicieron –Higuita, Chilavert–. El arquero de Fortaleza, que ya ha hecho otros goles, le anotó el sábado pasado uno a Cortuluá. Fue un gol de tiro libre, inatajable, preciso y lindo, como casi todos los goles de tiro libre. Pero, no satisfecho con su rebeldía, Ramos hizo otra genialidad: un pasegol para que su equipo empatara 2-2 con Cortuluá, como para hacer más memorable su hazaña.
Esa segunda jugada fue tan genial como el gol que ya había anotado. Una acción que pareció preparada, o quizá improvisada, pero eficaz. Ramos, además de goleador, fue un experto del engaño: despistó a sus rivales. Cobró otro tiro libre, pero no al arco, como todos esperaban, sino a un compañero que cabeceó y anotó solitario ante la defensa engañada. Fue el gol del 2-2.
En una Liga de partidos tan discretos, de pocas hazañas, de enfrentamientos a veces tan tediosos, en la que se refunden las escasas figuras, en la que el líder es el discreto –aunque admirable– Envigado, y en la que todo transcurre más o menos sin muchas emociones, cómo entusiasma una irreverencia de este estilo, en un partido en el que quizá no se esperaba nada.
Arqueros, ilusionistas y goleadores se titula un célebre libro del argentino Osvaldo Soriano, un texto que recoge la fantasía del fútbol, las hazañas, las osadías, todo lo que embellece este deporte. Nelson Ramos, con su golazo y su pasegol del engaño, hace recordar ese título, solo que él, en un solo partido, reunió todo: fue un arquero, ilusionista y goleador...
PABLO ROMERO
Redactor EL TIEMPO
En Twitter: @PabloRomeroET
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