Cuando se anunció el ganador del peso minimosca. Cuando se supo que el oro olímpico no era para Colombia, Yuberjen Martínez no se quebró. No solo ya tenía en su mente que la medalla de plata, histórica y enorme, ya era suya; sino que sabía que su rival había sido un justo ganador.
Con la frente en alto, con sus ojos brillantes y con una sonrisa inusual en la derrota, el boxeador colombiano tuvo una muestra de humildad. En medio de su fatiga, con los músculos seguramente agotados, Yuberjen tuvo fuerzas para abrazar a su oponente, para señalarlo mientras sonreía, como intentando decirle al mundo, con sus gestos, que perdió contra un digno rival. Así aceptó la derrota.
Fue un gesto que demostró la calidad humana de Yuberjen Martínez, un boxeador que llegó a Río para hacer historia y lo logró. Se llevó la medalla de plata. Se marchó con la frente en alto porque lo dio todo para conquistar el oro. Se fue en medio de los coros y aplausos de un público colombiano que lo acompañó, que se emocionó con su pelea, que seguramente sintió los golpes, y que quizá dio su propia pelea desde las tribunas.
Yuberjen, abrazado al uzbeko, posó para la última foto, la que retrató a los dos mejores boxeadores de los 49 kg en los Juegos Olímpicos. Minutos después, ya abajo del ring, Yuberjen ya no pudo contener las lágrimas. Estalló en un llanto emocionante, y quizá contenido, cuando le confirmaron que la casa por la que tanto luchó, para su mamá, le iba a ser entregada por el gobierno nacional. “Sin palabras”, dijo, mientras se cubría los acongojados ojos con sus manos vendadas.
Fue el retrato final de una jornada emocionante para el boxeo colombiano. Yuberjen quería el oro, por su puesto, pero se llevó la plata y dejó una notable muestra de humildad. La sencillez de un campeón.
LISANDRO RENGIFO
Enviado especial de EL TIEMPO
Río de Janeiro