Usain Bolt no tiene necesidad de exigirse. A veces ni agita los brazos. Avanza como si flotara, como si el viento lo llevara. Suele cruzar la meta sonriente; se da el gusto de mirar atrás, a sus exigidos rivales. No hay poder en la tierra que lo amenace. Así fue en el 2016, cuando su estela pasó por Río de Janeiro. En los Juegos Olímpicos ganó lo que se propuso, lo que se esperaba: 100 m, 200 m y los relevos 4×100, para completar su histórico ‘triple-triple’. Y parece que ni sudó.
En Río, Bolt, el atleta jamaiquino, el hombre más veloz de la tierra y que en la clausura de las justas llegó a los 30 años, volvió a ser inalcanzable. En cada prueba dio una nueva muestra de su poderío, de su estelar figura, no solo deportiva: se le vio, como siempre, sonriente, extrovertido, haciendo gestos de locura, saltando, haciendo con su cuerpo la figura de un trueno, deleitando al público que llegó al estadio olímpico para verlo a él, a Bolt, y aunque no tuvo las marcas esperadas, no decepcionó.
En la prueba reina, los 100 metros, Bolt ganó por tercera vez consecutiva en los Juegos, con un tiempo de 9,81 segundos, el mejor de la temporada, pero muy lejos del récord mundial de 9,58 que marcó en 2009.
Bolt había llegado a Río para triunfar. Se propuso ganar tres oros, y lo logró. Después del primero, se alistó para el segundo. No había ninguna duda de que lo lograría. “Alguien dijo que soy inmortal. Dos medallas más de oro y lo podré confirmar. Inmortal”, afirmó antes de la primera ronda de los 200 metros.
Pues lo hizo. En la prueba semifinal de los 200 metros, su competencia favorita, ganó como si estuviera en un entrenamiento. Incluso remató la prueba riéndose, mientras el canadiense Andre de Grasse hacía un esfuerzo sobrehumano para alcanzarlo. Esfuerzo inútil. Ese instante, cuando Bolt miraba a su rival, sonriente, mientras cruzaba la meta, fue una de las imágenes célebres de Río 2016.
“Veo a muchos chicos jóvenes que tratan de correr rápido en las series, pero para mí solo era importante clasificar. No me empleé a fondo”, dijo Bolt.
Luego, ya en la final, ganó el oro con un tiempo de 19,78. Cruzó la meta con mucha ventaja sobre el propio De Grasse (20,02) y el francés Christophe Lemaitre (20,12).
Por entonces, Bolt no parecía estar en la forma que le hizo batir los récords del mundo de 100 y 200 metros (9,58 y 19,19). De hecho, nunca volvió a ser aquel Bolt que asombró al mundo en Pekín 2008. Tuvo temporadas irregulares.
En los Juegos de Londres 2012 y en los mundiales de atletismo de Moscú 2013 y Pekín 2015, su participación también despertaba dudas, pero se llevó todas las medallas de oro de velocidad. En las grandes citas siempre reaparece.
Ya tenía dos oros en Río, solo le faltaba ganar en su tercera prueba, en los relevos 4×100. Jamaica arrasó con un cuarteto formado por Asafa Powell, Yohan Blake, Nickel Ashmeade y Bolt, quien corrió el último relevo. Cuando Bolt agarró el testigo, ya se presentía que el ‘triple-triple’ no se le escaparía. Fue un rayo que empezó a sacar ventaja a sus rivales para llegar con unos tres metros de ventaja. Jamaica ganó con un tiempo de 37,27, delante de Japón, que dio la sorpresa (37,60).
Usain Bolt, quien había logrado también las tres medallas de velocidad en los Juegos de Pekín 2008 y Londres 2012, consiguió así su gran trofeo, lo que fue a buscar, los tres oros en tres Juegos Olímpicos consecutivos. Y con sus nueve medallas doradas igualó al fondista finlandés Paavo Nurmi y al velocista y saltador de longitud estadounidense Carl Lewis como los atletas más laureados en la historia de los Olímpicos.
“Espero haber puesto la barra lo suficientemente alto para que nadie pueda superarla. He probado que soy el más grande de este deporte”, dijo tras su hazaña en los Juegos de Río.
Usain Bolt es considerado el mejor atleta del 2016 por la Federación Internacional de Atletismo. En el 2017 ya pondrá fin a su carrera, en el Mundial de Londres, en agosto. Dejará una estela brillante, quizá insuperable.
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO