¿Ha pensado en esta situación: séptimo y último partido de la Serie Mundial: el juego igualado en la parte baja del noveno episodio, las bases llenas, dos outs y usted al bate con tres bolas y dos strikes?
Édgar Rentería dejó escapar una sonrisa nerviosa que encajaba bien con el chico tímido que es, inusual en el modelo de un habitante nacido y criado en las calles del popular sector en que está ubicado el principal estadio de béisbol de Barranquilla, que comprende los barrios Abajo y Montecristo. Entonces levantó la vista y, mirándome, dijo:
“Tú sí tienes ‘leche’ (suerte)… ‘Llave (amigo), me tienes todo el tiempo que quieres para la entrevista, preguntando de todo, cuando en la Serie Mundial ningún pelotero da una de más de tres minutos… Terminamos”. Se levantó de la silla y no respondió, muerto de la risa.
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Era la tarde del miércoles 22 de octubre de 1997, y estábamos, él y yo, en un salón detrás del lobby del lujoso Hotel Omni Internacional, de Cleveland –según decían el más costoso de Estados Unidos–. En la víspera, su equipo, Marlins de la Florida, había vencido en el segundo juego más largo de la historia en Serie Mundial a Indios de Cleveland y estaba adelante 2-1 en el ‘Clásico de Otoño’.
Cerca de una hora antes, a las 3:35 de esa tarde, caminando de regreso al hotel tras almorzar en un restaurante a pocas calles con el beisbolista –primer colombiano en disputar una Serie Mundial–, y su hermano Éver Rentería, cayeron los pronosticados primeros copos de nieves. Édgar nos mandó a Éver y a este periodista apretar el paso.
Esa misma nieve por la noche, en el cuarto de los siete juegos pactados, lo obligaron a utilizar un pasamontaña cuando la temperatura llegó a siete grados bajo cero, según los registros del estado de Ohio, el más bajo hasta entonces en la historia de una Serie Mundial. “¡Llegaron los esquimales!”, se escuchó decir en el Jacobs Field.
Era su segundo año en Grandes Ligas y tenía 22 años. El lunes 12 de mayo de ese 1997, día que un tornado azotó el centro de Miami, en el vestuario de los Marlins, nos había confesado que su sueño era disputar una Serie Mundial. “… Hay muchos peloteros que han jugado 20 años en las Grandes Ligas y nunca han ido a una serie…”, declaró. El día antes del inicio de la Serie Mundial le recordamos esa entrevista y su sueño. “Lo hice con convencimiento”, nos respondió.
Pero ni en el restaurante de Cleveland, donde comenzó la entrevista y los tres pedimos gigantescos sánduches de pollo por recomendación del grandesligas, ni en el hotel, donde el desfile de personajes con pintas de jeques árabes multimillonarios se mezclaba con aficionados latinoamericanos uniformados con la camiseta de los Marlins, Rentería quería aceptar la importancia de su participación. Y quién sabe si pensar que su rol podía ser de héroe.
La Serie Mundial regresó a Miami con 3-2 en favor de Marlins, pero el sábado 25 de octubre se igualó a 3-3. El definitivo séptimo y último partido era en Pro Player, el 26 de octubre, domingo de elecciones en Colombia. ‘Vote por Rentería’, tituló EL TIEMPO en su cuadernillo de deportes en que estaba la entrevista que le hice en Cleveland. Y el sumario comenzaba “El barranquillero es el número 16 en el tarjetón”. El 16 era su número a la espalda.
Miami era una locura desde antes de la Serie Mundial, cuando los Marlins comenzaron la trayectoria triunfal de postemporada frente a los Gigantes de San Francisco –con carrera impulsada por Rentería–.
Y que siguieron después de dejar en camino a los Bravos de Atlanta. Cinco años después de su debut en las mayores, la franquicia iba por récord inédito en tan poco tiempo. A principio de año, en los casinos de Las Vegas y Atlantic City las apuestas de llegar al ‘Clásico de Otoño’ estaban en contra: 25-1.
Hay muchos peloteros que han jugado 20 años en las Grandes Ligas y nunca han ido a una serie
Nadie era ajeno a la disputa deportiva. Había ‘Marlinsmanía’ en el sur de la Florida. Los pregones anticomunistas de los exiliados cubanos quedaron a un lado.
Religiosos, políticos, amas de casas, todos, hablaban de los Marlins. A los niños se les permitía ir a la escuela con indumentaria del equipo. Y en el condado de Dade, a la que pertenece Miami, se anunciaron multas a quienes asistieran a lugares de trabajos oficiales con el uniforme de Indios de Cleveland.
Aunque los peloteros favoritos, además de los lanzadores, eran, en su orden, Gary Sheffield, Bobby Bonilla, Charles Johnson y Moisés Alou, Rentería recibía respaldo de los aficionados. Como la noche inaugural de la Serie en el Pro Player, donde 70.000 personas aclamaron, durante su presentación, ‘¡Go Rentería! ¡Go Rentería! ¡Go Rentería!”, hecho que jamás había ocurrido con un deportista colombiano por ese número de fanáticos en Estados Unidos y, quizás, en el mundo.
Rentería amaneció, como todos esos días, feliz el domingo. En su casa, la número 102 del conjunto residencial Falls of Pembroke, en Pembroke Pines, ciudad que hace parte de la Gran Miami, tenía a su madre Visitación, a su hermanos Éver, Betty y Édinson, su cuñada Sandra (esposa del último) y la hija de la pareja.
Había bocachico, su comida preferida, cargamento que había llevado Éver, el último en llegar desde Barranquilla. Temprano, como siempre solía ocurrir, salió al estadio a cumplir con su último partido. El sol radiante de Miami ponía más caliente el ambiente de la Serie Mundial, con boleta en reventa cotizada en 3.000 dólares (unos 3 millones de pesos colombianos).

Así registró EL TIEMPO el 27 de octubre de 1997 el hit de oro de Édgar Rentería.
Archivo / EL TIEMPO
El partido fue cerrado y se extendió a 11 entradas, es decir a dos extras. En el penúltimo turno, Rentería presintió el triunfo. “… Cuando estaba en segunda base y cambiaron el lanzador, en ese momento me senté en la base, metí la cabeza entre las piernas y entonces ya olía la victoria de los Marlins…”, nos diría después del juego.
Pero, regresando a la parte baja del episodio 11, el partido está empatado a dos carreras. Devon White se había ponchado, como era el deseo egoísta y caprichoso de muchos colombianos en el estadio –me incluyo–, y Rentería tenía la oportunidad de definir.
El reloj del Pro Player marcaba las 00:06 del lunes 27 de octubre en Miami. Había dos outs, las bases llenas y el turno era para Rentería (‘El niño’ para los locutores, ‘Rente’ para los peloteros latinos y ‘Renny’ para los peloteros norteamericanos).
Gary Sheffield, la estrella del contrato de 11 millones de dólares anuales y ‘padrino’ en el equipo del colombiano, gritó ‘¡ganamos!’ a su compañero Kurt Abbot, el mismo que con su lesión en 1996 facilitó la llegada del barranquillero al equipo mayor.
“Rentería siempre batea en el momento justo”, dijo Sheffield, según nos contó Abbot. El lanzador cubano Liván Hernández dejó la zona de calentamiento y llegó a la cueva del equipo. “Rente es muy oportuno y hay que estar cerca”, nos diría después.
Me senté en la base, metí la cabeza entre las piernas y entonces ya olía la victoria de los Marlins
El primer lanzamiento del relevo indígena Charles Nagy fue strike. Rentería la vio pasar. Para el segundo, el colombiano pensó: “viene un slider por fuera”. Y golpeó el envío y empezó a correr como loco. Nagy no pudo atrapar la pelota que pasó por encima, a su izquierda.
El segunda base dominicano Tony ‘Mosquito’ Fernández y el paracortos venezolano Omar Vizquel tampoco le llegaron (en junio pasado nos confesó que tenía temor que Vizquel atrapara la bola: “cogía de todo”, nos dijo).
Entonces, el colombiano lanzó lleno de júbilo el casco, levantó sus brazos y pisó la primera base sin dejar de correr (impulsó con la carrera del título a Craig Counsell), regresando al cuadro, donde sus compañeros le cayeron encima en un festejo inolvidable. ¡Locura de Marlinsmanía, extendida a buena parte de Latinoamérica, especialmente en Colombia!
En medio del largo festejo en el terreno, el pelotero le dedicó el triunfo a Visitación, que en esa postemporada lo veía jugar en persona por primera vez en su vida (en Barranquilla una vez fue al estadio a sacarlo para llevarlo con regaños al colegio), pero ella, en las gradas detrás del home, solo vio el batazo: estaba orando en ese momento pidiendo ayuda a Dios para su hijo cuando se desmayó de la emoción.
Ese hit de oro, de hace 25 años, fue el inicio de la faceta que tendría su dorada y conocida carrera en Grandes Ligas. Pero dos décadas más tarde, Rentería aún nos debe la respuesta si había pensado en la definición planteada cuatro días antes en la entrevista en Cleveland… Sí o no, de todas formas, terminó convertido en lo que es: héroe deportivo.
ESTEWIL QUESADA FERNÁNDEZ
@EstewilQ
Editor general ADN
Barranquilla
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