La ausencia de Niki Lauda del paddock de la Fórmula 1 en los cinco Grandes Premios de la presente temporada reseñaba que la salud del austríaco estaba deteriorada. Las versiones sobre su ingreso a una clínica privada de Suiza para someterse a un tratamiento de diálisis renal –tuvo trasplante de riñón en dos ocasiones: 1997 y 2005– empujaron a un pronóstico desalentador y la familia terminó por confirmar la peor noticia: el legendario piloto, tres veces campeón del mundo de F1, quien salió vivo de las llamas y volvió a correr, quien recibió el año pasado un trasplante pulmonar, murió, la noche del lunes, a los 70 años. Adiós a la leyenda.
De familia adinerada, Lauda se volcó al automovilismo sin apoyo de sus padres, en 1968. El inicio no resultó llamativo, resultados opacos acompañaron su derrotero. Sin embargo, tres años más tarde, debutó en la F1 con el equipo March en el Gran Premio de Austria. Tuvo escaso éxito, algo que no era ilógico, y su paso a BRM, en 1973, tampoco modificó su estatus. Pero allí fue compañero de Clay Regazzoni, quien regresaba en la siguiente temporada a Ferrari. El legendario Enzo Ferrari, propietario de la Scuderia, consultó al suizo acerca de las condiciones del austríaco. Las buenas referencias que brindó Regazzoni sobre Lauda empujaron a Ferrari a extenderle un contrato. La leyenda de buzo y auto rojo empezaba a tomar forma.
Un segundo puesto en el debut con Ferrari, en el Gran Premio de Argentina, dentro del autódromo Oscar y Juan Gálvez, animaron al austríaco, quien esa temporada triunfó en España y Holanda, éxitos que sumados a los podios que ganó en Bélgica y Francia le valieron finalizar en el cuarto puesto del Campeonato Mundial de Pilotos que obtuvo Emerson Fittipaldi, con McLaren Ford-Cosworth. La trilogía de coronas empezó en su segunda temporada en Ferrari, cuando con amplitud dominó el escenario: cinco victorias y otros tres podios, sobre 14 carreras, le valieron el título.
El bicampeonato parecía encaminarse en 1976, donde a mitad de la temporada los éxitos se sucedían, al igual que los podios: Lauda sostenía un feroz duelo con James Hunt, la que resultó una de las rivalidades deportivas más impactantes de la F1. Una batalla por el éxito, donde el corazón, el hambre, el sacrificio y el dolor fueron ingredientes de la historia que terminó hecha película (Rush).
El circuito de Nürburgring (Alemania) fue escenario del accidente espectacular, cuando el Ferrari que manejaba Lauda se estrelló contra los guarda choques en la curva Bergwerk. El auto se cubrió en llamas y, como si le hiciera falta una espectacularidad mayor, al volver hacia la pista, fue embestido por Brett Lunger. La escena fue desesperante: el italiano Arturo Merzario, junto a Guy Edwards y Harald Ertl, logró desabrocharle el cinturón de seguridad y rescatarlo. Lunger, quien tenía experiencia en primeros auxilios, logró asistirlo hasta la llegada de la ambulancia.
El espeluznante accidente y la veloz recuperación, apenas 42 días después volvía a correr, aunque Ferrari había contratado a Carlos Reutemann para reemplazarlo, siempre fue un recuerdo singular que el austríaco llegó a tomarse con humor.
“El primero de agosto de cada año no me pongo delante del espejo y digo: ‘¡Hurra, hurra. Estoy vivo!’. Es un día como cualquier otro de mi vida”, le dijo, cuando se cumplieron cuatro décadas de ese día, al diario Frankfurter Allgemeine Zeitung.
Pero en aquella jornada, Lauda fue trasladado a la clínica de Ludwigshafen, donde los médicos lograron salvarle por primera vez la vida, aunque un sacerdote llegó a administrarle la extremaunción. Sus pulmones fueron limpiados durante días, debido a los gases tóxicos que había inhalado. Las cicatrices en el rostro y la oreja derecha deformada fueron las marcas, lesiones que apenas tapaba con una inseparable gorra roja, casi un sello distintivo del austríaco. Los medicamentos que se le suministraron en aquel momento le produjeron graves daños en los riñones, lo que provocó que debiera someterse a trasplante en dos oportunidades: 1997 y 2005.
A las seis semanas, reapareció en el paddock de la F1 para batallar contra el playboy Hunt la revalidación de la corona, la que terminó por perder por apenas un punto. Lejos de caerse por aquella dramática definición y el accidente en territorio alemán, recargó baterías en 1977 para sumar su segundo título. Aunque la relación con Ferrari no era la mejor, dominó con facilidad al sudafricano Jody Scheckter (Wolf Ford Cosworth). Con el cetro en su poder, dejó la Scuderia y se marchó a Brabham, donde los resultados fueron exiguos, y decidió alejarse parcialmente de la actividad para regresar, en 1982, bajo el techo de McLaren. Dos años después, cerraba el círculo de título de la F1 al aventajar a Alain Prost por apenas media unidad.
Del retiro en 1985 como piloto, dirigió al equipo Jaguar entre 2001 y 2002. Sin resultados satisfactorios, delegó la tarea para dedicarse a la compañía aérea Fly Niki. Concurrente habitual a los GP, hombre de consulta de Mercedes, en 2018 tuvo lo que llamaron el tercer nacimiento, después de ser trasplantado de pulmón. Fue en el hospital general de Viena donde el austríaco estuvo cuatro días en coma y a punto de morir por el colapso de sus pulmones. Cuando Lauda despertó, toda Austria respiró.
Desde aquel episodio, dejó de asistir a los Grandes Premios, aunque muchos se habían ilusionado con que volviera en Monza, el lugar donde reapareció tras el accidente de Nürburgring, en 1976. Para entonces, en la sala de recuperación, la tenacidad del tricampeón se reflejaba en las negociaciones que llevaba adelante para vender la aerolínea Laudamotion, de la que tenía el 75 por ciento de las acciones. Había decidido que absorber una doble carga laboral era insalubre y prefería quedarse con el puesto no ejecutivo que tenía en Mercedes, en F1.
Lauda, tres veces campeón de la F1, el hombre que sobrevivió al fuego y a los trasplantes de pulmón y de riñones. Un piloto que fue leyenda antes de morir.
ALBERTO CANTORE
LA NACIÓN, ARGENTINA
Twitter: @pipacantore