El boxeador estadounidense Floyd Mayweather y la estrella de las artes marciales mixtas, el irlandés Conor McGregor, se plantearon un objetivo al subirse al cuadrilátero y lo cumplieron: llenaron sus arcas con cifras estratosféricas. Eso sí, el combate que tuvieron el sábado pasado fue un circo, un espectáculo de morbo y nada deportivo.
Una taquilla de casi 80 millones de dólares, mayor demanda en el sistema ‘pague por ver’. Mayweather se embolsó cerca de 200 millones de dólares, mientras que McGregor dejó Las Vegas con cerca de 100 millones en sus bolsillos. El deporte no se vio, pero las billeteras festejaron.
La lucha no fue técnica. Antes de comenzar el árbitro de la contienda le repitió una y otra vez a McGregor las reglas del boxeo, algo que el irlandés nunca entendió. Durante los primeros cinco asaltos le dio más coscorrones que jabs a su rival. La nuca de Mayweather era el punto fijo al que apuntaba su mano derecha.
La falta de conocimiento de McGregor del boxeo era abismal. Claro, él viene de la UFC y allí usa sus piernas para golpear, acá no les dio un swing para bailar al tiempo que intentaba golpear a Mayweather. Le salieron raíces en la lona, se quedaba estacionado.
Al final el público le exigió a Mayweather ganar por nocaut. Así se fue en busca de un golpe que tumbara a su rival y en el décimo asalto lo logró. Para que McGregor no perdiera en su enorme ego, casi tan grande como su natal Irlanda, decretaron nocaut técnico y el circo terminó como se pensaba: el triunfo fue para el deportista que sabía boxear.
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