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Perfil: Álvaro Mejía, el atleta solitario

Alvaro Mejía (centro) y su triunfo en la Maratón de Boston.

Alvaro Mejía (centro) y su triunfo en la Maratón de Boston.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

Fu el ganador de la Maratón de Boston en 1971. 

Alvaro Mejía Florez, quien falleció este martes, era el caminante solitario que le acaba de ganar una batalla al cáncer, quien ahora se enfrenta a la cuarentena y a la depresión, cumplió 80 años el 15 de mayo del 202', solo extraña del deporte colombiano que ahora pesa más el dinero que la mística.
“Nosotros corríamos con el corazón y con hambre, y ahí quedaron las marcas”, dijo Mejía en alguna ocasión.
Camina por los alrededores del Park Way en Bogotá. Es desconocido para muchos, en especial los más jóvenes.
Lo ven andar todos los días, correr un poquito, caminar, volver a correr, como un niño que juega a las carreras. Sobre sus 1.80 de estatura carga el peso de los 80 años que cumple este viernes y de centenares de kilómetros recorridos.
Algunos mayores nostálgicos ven a ese canoso de cola de caballo y murmuran, ese es Alvaro Mejía, el que ganó San Silvestre. Ya quedan pocos de esos melancólicos.
Uno les pregunta a jóvenes universitarios si saben quién es Mejía. Se miran unos a otros. Alguno dice, un ciclista. Sólo un estudiante acierta.
Cuando ganó la carrera de San silvestre se hizo tan famoso que tuvo que esconderse para huir de los desfiles y de los homenajes que le prepararon en la capital de Colombia. Lo iba a recibir el presidente de la República. Él no quiso.
“Me escapé a Lima, adonde un amigo”, cuenta. No se había percatado que ese 31 de diciembre de 1966 con su triunfo en la corrida de San Silvestre en Brasil sobre Gastón Roelants, el monstruo del mundo en ese entonces, no solo fue el primer colombiano en ese podio, sino que también había cambiado la historia del atletismo y tal vez del deporte nacional.
Nunca antes un colombiano había triunfado en una competencia internacional de importancia. El único recuerdo era el 4-4 de Colombia con la URSS.
Esa noche hace 53 años, la tienda de Don Roque, en el sur de Bogotá estaba abierta, pero su dueño no atendía. Un niño de doce años entró a comprar trago pero desde adentro le dijeron: “¿no ve que estoy oyendo la radio?”.
Al rato salió Don Roque brincando de alegría, carajo, ganamos, Mejía les dio sopa y seco a esos gringos. El niño no sabía de qué estaba hablando, pero al otro día leyó el periódico y se animó a correr.
Y 15 años después sería otra de las glorias del atletismo. Era Jairo Correa. Cómo él, muchos otros iniciaron una nueva etapa de dominio suramericano con Domingo Tibaduiza y Víctor Mora, entre otros.
El triunfo de Mejía cambió incluso las costumbres de fin de año. Se interrumpía la fiesta para ver por TV la carrera de San Silvestre, porque ahora quienes ganaban eran los colombianos.
Un pionero en las pistas
Antes de San Silvestre, a nivel nacional y suramericano ya había ganado todo y no le quedaba ningún récord por romper. En Suramérica el rey era el argentino Osvaldo Suárez.
“El era el campeón, el que tenía todos los récords de la región. Yo le batí los de 5.000, 10.000 y el de marathón”, recuerda Alvaro, quien también tuvo la marca suramericana de 3.000 metros planos.
Pero la que más valora es la de 5.000 metros, cuando hizo 13.53 y estuvo a 18 segundos del registro mundial, en poder de su ídolo, el australiano Ron Clarke. “Fue en San Sebastíán, España, en unos preolímpicos para Tokio”.
Ser desconocido le ha traído ventajas. Como la vez que en los preolímpicos de México, fue al estadio a trotar un poquito y a mirar entrenar al corredor sensación del momento, el tunecino Mohamed Gammoudi. Era de noche. Se paró a mirarlo y Gammoudi, que hablaba francés, le indicó por señas que le midiera el tiempo de sus repeticiones de 400 metros.
Mejia miró para todos lados, ¿quién, yo?, si usted. Gammoudi no conocía a Mejía, solo vio a un corredorcito ahí mirándolo. Mejía le tomó los tiempos y vió que el monstruo estaba corriendo muy rápido, como a un minuto cada vuelta de 400 metros. No, no, usted no sabe, eso está mal medido, le dijo Gammoudi, denle el cronómetro a otro que sepa.
Al otro día, Mejía derrotó al tunecino en 5.000 metros con foto finish, y se convirtió en favorito para la medalla olímpica. “Ahí Mohamed supo quién era yo”, refiere Mejía.
“Hice cosas en atletismo que ya nadie volverá a hacer”. Pone como ejemplo el triple triunfo en 1.500, 5.000 y 10.000 más una eliminatoria en los Centroamericanos de Puerto Rico en 1966 en un lapso de seis días. “Van 54 años y nadie ha podido repetir eso”.
“Hay que entrenar”
Alvaro Mejía revolucionó en Colombia la forma de entrenar, la táctica y la estrategia. Entonces nadie sabía de atletismo. Los corredores entrenaban tres veces por semana, sin técnica. El abrió trocha, aprendió solo, al punto que perdió muchas competiciones importantes, como los Olímpicos de México, por sobre entrenarse.
Pero dejó escuela para las futuras generaciones, les enseñó el entrenamiento diario, hasta de tres veces al día para alto rendimiento, los intervalos, las repeticiones, introdujo el método del entrenador Arthur Lydiar. Usaba frases como “el entrenamiento es al 80 por ciento, o si no se vuelve competencia”, “compita contra usted mismo, no contra los demás”, “si mejora su tiempo, así llegue de último habrá sido ganador”, “no importa la marca de las zapatillas, ellas no corren, el que corre es usted”.
Había que entrenar como fuera. Quienes corrieron con el dicen que Mejia entrenaba ocasionalmente más de dos horas trotando en su pequeño apartamento, o en un terreno del tamaño de una cancha de baloncesto, “para fortalecer la mente”, decía.
Para el Maratón de Boston en 1971 llegó a entrenar 240 kilómetros semanales. Ganó por sólo cinco segundos, en la final más apretada de esa competencia. Fue el primer suramericano en triunfar, récord aún vigente. El alcalde lo mandó llamar para colocarle la corona de laureles, pero Mejía, cansado y con ampollas, dijo “díganle al alcalde que quién ganó, si el o yo”, y no fue a la premiación.
Siempre rebelde con causa, como él dice, criticó a la dirigencia que no lo apoyaba pero sí le exigía que ganara, en una época en que el deporte era aficionado, no ganaban dinero, sólo medallas y el placer por el triunfo y las marcas. Se enfrentó a la ingratitud, única carrera que no ganó.
“En los Panamericanos de Cali yo iba en la prueba de Marathón y el público en lugar de apoyarme me lanzaba insultos, eso es muy duro pero aún así nunca olvido el orgullo de correr por Colombia, que para mí es el mejor país del mundo", recordó.
Ubaldo Lozada Moreno
Para EL TIEMPO
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