Un buen analista deportivo entiende que lo que pasa en la arena de competencias es apenas el resultado de procesos sociopolíticos, históricos, complejos. Más allá de la disputa atlética, estos Juegos de Río han subrayado problemas que conciernen a todos y cada uno de los países de los que preceden las delegaciones olímpicas.
El Comité Olímpico Internacional ha querido poner en primer plano a los refugiados, los protagonistas de este 2016. Dos nadadores sirios, dos judocas congoleños, un corredor de Etiopía y otros cinco de Sudán del Sur integran este equipo de deportistas que es también una efectiva denuncia contra las violencias e injusticias que afectan el globo.
Otra seria problemática bajo el reflector olímpico es el terrorismo. Con la participación en taekwondo de Mourad Laachraoui, cuyo hermano se autoinmoló en los ataques de Bruselas que conmocionaron al mundo en abril, la representación belga desnuda las profundas contradicciones de las naciones contemporáneas. También lo hace Bahréin, que tiene una delegación de 35 deportistas y solo seis nacieron en territorio nacional.
Y aunque el espíritu deportivo usualmente se aparta de los roces políticos, este no fue el caso para la pelea entre un yudoca egipcio y otro israelí. El Shehaby llamó la atención sobre el conflicto árabe-israelí cuando se negó a saludar a su rival, nacido en Jerusalén.
El público brasileño condenó esta actitud antideportiva. No obstante, la historia recuerda que este conflicto fue el detonante del más serio incidente político-deportivo de los juegos modernos. Ocurrió en 1972, en la ciudad de Múnich, cuando once miembros de la delegación israelí fueron asesinados por un grupo armado de Palestina.
Mucho de geopolítica hay en la sublimación deportiva de la guerra. Que lo digan los estadounidenses y los Soviéticos, que se sabotearon mutuamente las versiones olímpicas de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984.
Más recientemente, un romántico del pasado comunista de Rusia, el presidente Vladimir Putin, cuestionó los resultados de la investigación que determinó que su Estado había implementado un programa sistemático de dopaje para sus atletas. Dijo Putin, con algo razón, que estas conclusiones eran una intromisión de la política en el deporte.
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