A esos jugadores del Tottenham los creían perdedores, y, sin embargo, ahí estaban, con la cara en alto, con el pecho inflado, con sus gritos de victoria entonados con la fuerza necesaria para que se escucharan en Inglaterra; y al mismo tiempo, esos jugadores del Ajax, a los que creían ganadores, se desplomaban en la cancha, bocabajo, como si quisieran hundirse en la grama para huir de ese estadio en llamas, o simplemente era que querían ocultar las lágrimas y la rabia, porque mientras Tottenham celebraba su épica, Ajax sufría su tragedia.
Toda gesta necesita de un héroe, y Tottenham lo tuvo. Se llama Lucas Moura, brasileño, 26 años. Llegó en el 2017 al equipo y ya pasó a la historia. Se lo puede imaginar con lanza, casco y escudo, pero solo estaba armado de su pierna izquierda, de sus pulmones y de su voluntad. Hizo los tres goles que necesitaba su equipo. Hizo lo impensado. Sus compañeros, después de brincar sobre su cuerpo victorioso, sugirieron que debían hacerle una estatua, y por qué no si los clasificó a la final de la Liga de Campeones para disputarla contra el Liverpool, el conocido rival inglés, en Madrid.
Hay maneras de lograr una hazaña en el fútbol, tiene que ser improbable, adversa, ante un rival fuerte, y, ojalá, en tiempo de descuento. Eso pasó ayer en Holanda, eso hizo posible Moura. Era el minuto 95, el tiempo estaba cumplido, el cronómetro avanzaba al ritmo de la respiración de los hinchas del Ajax, la pelota rodaba igual que sus agitados corazones. En las tribunas había cantos, pero también plegarias; cantos, pero también súplicas. La felicidad estaba contenida. Había un aura de terror, de mal presagio. Nadie en ese estadio quería que la pelota le cayera otra vez al heroico Moura, que ya había anotado dos goles con los que puso el partido 2-2. Quizá eso era lo que rogaban los hinchas locales, a Moura no, por favor.
Si el reloj frenaba, clasificaba el Ajax –que ganó 0-1 en la ida–. Pero un gol del Tottenham cambiaba la historia. Fue ahí, en esos segundos finales, cuando Moura recibió la pelota en el área rival, lo que tanto temían los fanáticos y los jugadores del Ajax. Le llegó como si fuera atraída por su guayo, y Moura remató al arco sin pensarlo, no necesitó potencia ni tiempo ni ubicación, su disparo, en ese estado de inspiración, iba a ir a la red, y así fue, por más que se estiró el portero Onana, por más que toda Ámsterdam soplara para que no entrara esa pelota. Fue el tercero, el 2-3, una daga al corazón del Ajax, el equipo que supo destronar a los poderosos Real Madrid y Juventus y que se dejó sacar del bolsillo el tiquete a la final.
Lucas se quedó de rodillas, luego miró al cielo, estiró los brazos, esperó que sus compañeros llegaran a su encuentro y lo abrazaran y lo sacudieran y lo aplastaran, después rio como niño y lloró como hombre, parecía incrédulo, como si el partido que dejaba a sus espaldas hubiera sido un sueño y hasta ahora fuera a comenzar, como si sus goles solo hubieran pasado en su mente, en sus anhelos. Cuando comprobó que estaba despierto y que todo era real, supo que ya era una leyenda del Tottenham.
El partido no tuvo en el primer tiempo los tintes de la épica, porque a los 5 minutos ya ganaba el Ajax, con gol del capitán De Ligt. Y se fue al descanso con una ventaja de 2-0, con tanto de Ziyech. Era un triunfo tranquilo, cómodo, sin sobresaltos. Un 3-0 global. Pochettino, el técnico del Tottenham –que no contó con Dávinson Sánchez–, abandonó la cancha con terror. No solo no tenía a su mejor hombre, el lesionado Kane, sino que le quedaba poco tiempo. En Ámsterdam festejaban con banderas y bufandas rojiblancas. No con soberbia, porque Ajax no juega con ese enemigo. Al contrario, siempre fue un equipo humilde y de un juego romántico, estético. Pero faltaban 45 minutos para que ese castillo se derrumbara.
🏆 The 2019 #UCLfinal is set! 🏆
— UEFA Champions League (@ChampionsLeague) 8 de mayo de 2019
Tottenham 🆚 Liverpool#UCL
Del camerino emergió el Tottenham con bríos, dispuesto a matar o morir en la cancha, y liberaron a Moura como a un león, una bestia indomable. Moura hizo el primero luego de atravesar la cancha como si corriera los 100 metros planos, y luego hizo el segundo, rescatando un balón que huía de los brazos del portero y de los pies de sus defensores. Por eso le temían en Ámsterdam. En el remate del partido el equipo holandés sacó a relucir otra vez su exquisito fútbol, y de no ser por el arquero Lloris y por un vertical rebelde que no dejó entrar la pelota, la historia hubiera sido otra. Pero no, porque Moura tenía su destino escrito, y gracias a él, Tottenham celebra hoy su épica, mientras que el Ajax llora su tragedia.
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
@PabloRomeroET